La irrupción de Javier Milei encuentra antecedentes en las derechas argentinas de la primera mitad del siglo XX y en las experiencias más cercanas de la UCeDé, el menemismo y el macrismo. Sin embargo, es necesario reconocer la novedad que trae esta nueva derecha, el modo en que disloca lo conocido y arma algo nuevo con las piezas que encuentra.

En 2021, cuando Javier Milei decidió pasar de la “batalla cultural” a la “batalla electoral” en su guerra prolongada contra el colectivismo, se afirmó que su partido (La Libertad Avanza, LLA) era una remake de la Unión del Centro Democrático (UCeDé)1 y que sólo podía aspirar a representar a los incluidos que protestaban. La comparación no le otorgaba la suficiente relevancia a la diferencia entre los escenarios locales ni al contexto global que mostraba el avance a pasos largos de derechas radicalizadas cuyos líderes se prestan soporte mutuo. Ahora, en 2023, hay indicios que nos permiten pensar que, más que frente a un fenómeno extemporáneo, nos encontramos ante el resultado parcial de un proceso más largo en el tiempo y más ancho en el espacio. Incluso considerando que la ampliación más reciente del voto por LLA tiene un componente coyuntural, valdría la pena tener en cuenta que algo importante pasó antes del aluvión2.

Sin embargo, no son pocas las voces que insisten en rimar presente con pasado, no tanto para ayudar a comprender qué es nuevo como para sostener que aquí no ha pasado nada. Son aquellos que, viendo el futuro repetir el pasado, afirman que el fenómeno Milei, pero también la victoria de Patricia Bullrich3 en la interna, indican no algo novedoso sino un retorno a lo ya conocido. Para quienes esgrimen estas posiciones, Juntos por el Cambio4 constituiría apenas una forma de retorno de la vieja Alianza (¿acaso la candidata no fue ministra de Fernando de la Rúa?)5, mientras que Milei, que luce patillas, elogia a Domingo Cavallo6, promete relaciones carnales con Estados Unidos y hace pie en eslóganes de campaña poco razonables, encarnaría una suerte de “neomenemismo” que resulta obvio al reemplazar “salariazo” por “dolarización” –o, mejor aún, recordar cuál era la propuesta con la que Carlos Menem ganó las elecciones de 2003, antes de retirarse de la segunda vuelta–.

Pero aun cuando el futuro parezca repetir el pasado, el museo de grandes novedades en el que nos sumergimos rearticula las piezas exhibidas en formas disruptivas. Hay algo nuevo, aunque esté hecho con cosas viejas.

Las mismas derechas distintas

Hace un siglo, entre fines de la década de 1920 y el comienzo de la década de 1930, un sector de las élites argentinas sintió que había llegado la hora de romper el corset constitucional que habilitaba triunfos continuados de la Unión Cívica Radical (UCR). Fue el origen del golpe del 30. Era una nueva derecha que consideraba que Argentina no había nacido liberal, sino que estaba fundada sobre la cruz y la espada. Con la iglesia católica y el Ejército como puntales y un ojo puesto en Europa, esta derecha impulsó un reordenamiento corporativo del país. El vuelo de esta derecha nacionalista, ultramontana y reaccionaria fue corto, pero su repertorio quedó incorporado a la política argentina; fundó una tradición.

Años más tarde, los liberal-conservadores, mirando también al otro lado del Atlántico, emprendieron un proceso de renovación que no sólo los llevó a establecer alianzas con sectores del radicalismo, sino incluso con los comunistas, en nombre del antifascismo y la disputa con el peronismo. Poco después, en el realineamiento impulsado por la Guerra Fría, el concepto de “nuevas derechas” volvió a emerger, esta vez para referirse a quienes (en nombre del anticomunismo) impulsaban nuevos tipos de dictaduras, ya no comisariales y temporarias, sino soberanas, refundacionales y de plazos inciertos. El golpe de marzo de 1976 fue el punto más alto de esta etapa.

Más tarde, con el ímpetu del proyecto neoliberal, el concepto de “nuevas derechas” fue utilizado para señalar a aquellas que, para empujar su ideario, apostaban por los métodos democráticos y eran capaces de abandonar su sempiterno antiperonismo: la alianza entre el peronismo de Menem y la UCeDé de Álvaro Alsogaray ilustró este nuevo espíritu. Y, ya más cerca en el tiempo, fueron “nuevas derechas” las que, en lugar de continuar con la táctica “entrista” de colocar cuadros propios en los gobiernos de otros partidos, se propusieron ganar elecciones: ese fue el origen del PRO de Mauricio Macri.

En definitiva, las derechas son siempre de derecha, pero no son siempre las mismas. Se reacomodan y mutan, y por ello el concepto de “nueva derecha” cobra sentido. Si hay un ritornelo criollo es este: la derecha está acostumbrada a renovarse, quizás con más prestancia y celeridad que la izquierda.

Diferencias en las similitudes

Buscar semejanzas entre la actualidad y las experiencias pasadas puede producir una cierta tranquilidad, en tanto esa operación permite conjurar la incertidumbre. Pero limitarse a señalar similitudes resulta problemático, sobre todo porque esa operación, llevada al extremo, puede llegar a conclusiones ridículas. Es el caso de Ayn Rand, escritora predilecta de tantos derechistas argentinos, quien llegó a afirmar que el Egipto de los faraones, la democracia ateniense, la Inquisición española, el Estado de bienestar y el estalinismo eran apenas variantes del mismo “colectivismo altruista”7. En realidad, el “juego” de encontrar similitudes adquiere valor cuando nos ayuda a vislumbrar lo distinto, a discernir cómo se conjugan los pedazos de lo que conocemos para dislocar el presente. Para pensar el ascenso de Milei podemos hacer el ejercicio en tres pasos.

Primera estación. ¿Se parece LLA a la UCeDé? Evidentemente sí. LLA, como en su momento la UCeDé, promueve una versión doctrinaria y reduccionista del liberalismo. Milei, al igual que Álvaro Alsogaray en Tiempo nuevo8, se vale de su presencia en los medios para desgranar su ideario mediante un lenguaje coloquial mixturado con tecnicismos y citas de autoridad que llevan a conclusiones inapelables. Más todavía, décadas atrás la UCeDé, como ahora LLA, interpelaba al ciudadano dirigiéndose a él como un individuo que padecía una burocracia ineficiente y servicios públicos deteriorados y le mostraba que el origen de sus problemas residía en el colectivismo.

Pero si el liberalismo-conservador ucedeísta se presentaba a sí mismo en oposición al nacionalismo-reaccionario, al que denunciaba como corporativista, proteccionista, belicoso y patriotero, el espacio “liberal-libertario” se abraza a ese viejo adversario. Es cierto que no es la primera vez que las dos familias de la derecha se reúnen: lo hicieron durante los golpes de Estado del siglo XX y, en democracia, en el peronismo de Carlos Menem, dentro del cual encontraron lugar tanto los cuadros de la UCeDé como los del Movimiento por la Dignidad y la Independencia de Aldo Rico9. Pero en esas ocasiones sus diferencias programáticas se mantuvieron claras. Ahora, en cambio, la convergencia trasciende lo táctico: los nacionalistas se convirtieron a la fe de un libre mercado globalista y los liberales se aprestan a batallar contra la “ideología de género” que vendría a oficiar de mascarón de proa del comunismo del siglo XXI.

En el fondo, la propuesta de Milei parece más bien entroncar con lo que el filósofo conservador estadounidense Frank Meyer llamó un “fusionismo” de derecha. No se trata de trasladar a la política práctica una visión teórica (la de la Escuela Austríaca o la del anarcocapitalismo), sino de reunir perspectivas, propuestas y tonos disímiles en un gesto sincrético y adversativo capaz de moverse constantemente para cercar a una izquierda que se imagina omnipresente. Como explicó el escritor e influencer Agustín Laje, que ha venido apoyando la candidatura de Milei, “la articulación de libertarios no progresistas, conservadores no inmovilistas, patriotas no estatistas y tradicionalistas no integristas” daría como resultado una fuerza capaz de formar una “oposición radical a la casta política nacional e internacional”10.

Segunda estación. ¿Se parece LLA al menemismo? Menos. Más allá de que Milei convoque a antiguos colaboradores de Menem, es arduo establecer paralelismos entre un político como Menem, con años de experiencia, dispuesto a sobreactuar sus cambios de piel para apuntalar procesos de reforma articulando a los actores políticos y al poder corporativo realmente existente, y un outsider que, al menos por ahora, se inclina por una suerte de jacobinismo reaccionario y dogmático.

Menem degradó el ideal de una democracia sustantiva (igualitaria, participativa, deliberativa), pero colaboró en el sustento de una democracia formal (liberal, burguesa, limitada) al terminar de desarmar al partido militar. La “economía popular de mercado” menemista fragmentó a una sociedad que ya venía golpeada, pero fue esa renovación doctrinaria la que frenó una inflación desbocada que afectaba sobre todo a los sectores populares.

Milei, por su parte, no sólo se declara en contra de los ideales de una democracia sustancial, sino que expresa dudas con respecto a la conveniencia de la democracia formal y promete que encontrará las formas de sobrepasar sus límites si fuera necesario. A su vez, el proyecto de reforma económica que propone se presenta como un remedio para la inflación, pero tiene como objeto principal “liberar” a los ciudadanos de la opresión de los políticos: el dólar como una salida de emergencia para que cada individuo pueda escapar por sí mismo del control de la “casta”.

Milei promueve un mundo sin política en el sentido tradicional, lo que permite entender mejor la diferencia de tono y talante con Menem. El riojano buscaba desplegar su agenda a través de la rosca, sellando acuerdos y estrechando en sus brazos a sus enemigos. El economista mediático, en cambio, no duda en confrontar de forma abierta con sus oponentes electorales, pero también con artistas, académicos o usuarios de las redes sociales. En definitiva: no busca sumar a quienes se sitúan en otro lugar sino pelearse con ellos, mostrarles cuán equivocados están.

Tercera estación. ¿Se parece Milei a Juntos por el Cambio? Depende del momento. Hace apenas unos años, las diferencias entre quienes acabaron convergiendo en LLA y los sectores por entonces más prominentes del macrismo –el de la “nueva política” de Marcos Peña11 primero y el de las “palomas” de Horacio Rodríguez Larreta12 después– eran significativas, a punto tal que quienes se sentían orgullosamente de derecha procuraron agrietar la grieta señalando que, al final de cuentas, el gobierno de Macri no era más que un “kirchnerismo con buenos modales” y un “socialismo amarillo”.

Sin embargo, al mismo tiempo, el otro sector de Juntos por el Cambio –liderado por los “halcones”, entre los que se destacaba la figura de Patricia Bullrich– comenzó a cortejar abiertamente a figuras que, como Milei, se iban disponiendo a su derecha. Elogios públicos, firmas conjuntas de documentos y participación en las mismas manifestaciones contra las medidas sociosanitarias dispuestas por el gobierno de Alberto Fernández cimentaron lazos y dispararon un efecto de sinergia que permitió que tanto el sector “halcón” de Juntos por el Cambio como LLA se potenciaran y crecieran frente a un peronismo que, enfrascado en una lucha fratricida y sin capacidad de resolver los problemas acumulados, se iba desgajando.

Pero, aun antes de que Milei y Bullrich quedaran enfrentados por la negativa del primero a disolver su incipiente partido dentro del armado macrista, ya se hicieron claras dos diferencias importantes. La primera se relaciona con el hecho de que Juntos por el Cambio es una coalición de partidos tradicionales y nuevos, de políticos de siempre y de otros que se “metieron en política”. LLA, en cambio, es un armado personalista cuyo líder entiende su participación en la “batalla electoral” como una obligación moral para impulsar ideas que considera correctas y para defender a los que crean valor de la asfixia colectivista. Se hace política para que la política vea reducido su espacio; dedicarse a la política es una tarea temporal, porque el salto al mundo de lo público tiene como meta retornar al mundo privado liberado de cadenas. La diferencia en la narrativa puede ser sólo estética, pero incide en la capacidad para construir equipos de trabajo e institucionalidad.

El distanciamiento entre los dos espacios se percibe también en la forma adversativa que elige cada uno. Juntos por el Cambio se construye dentro de la tradición liberal-conservadora y contra el populismo, al que entiende como una heterogénea mezcla de demagogia, mal manejo de la economía, corporativismo, tendencia al autoritarismo y antirrepublicanismo. LLA, en cambio, ha ido desarrollando su identidad desde un fusionismo que combina ideas neoliberales, libertarianas y reaccionarias, en las que el exterior constitutivo está encarnado en el término “colectivismo” (y otras palabras que funcionan como sinónimos: socialismo, socialdemocracia, keynesianismo...).

Si bien entre los conceptos populismo y colectivismo hay solapamientos, la diferencia pesa. En tanto antipopulista y antiperonista, Juntos por el Cambio puede incorporar como socio a la UCR y postular que el inicio de la decadencia argentina puede fecharse en el golpe de Estado de 1930 o bien con la llegada del peronismo en 1946. Por su parte, al posicionarse en el anticolectivismo, LLA piensa que el punto de partida de la decadencia argentina fue el año 1916, con el inicio de la democracia de masas y la presidencia de Hipólito Yrigoyen. Aunque Milei ha criticado a la figura de Juan Domingo Perón13, sus ataques apuntan más claramente a la UCR y al kirchnerismo14, a los que considera igualmente socialistas.

El tiempo no para

Al cuestionar valores fundamentales de la democracia liberal y estrechar lazos con liderazgos ultraderechistas, LLA parece adquirir un cariz de derecha radical. Pero decir que LLA es una “derecha radical” o una “nueva derecha” es decir poco. Por un lado, porque enfocarse apenas en LLA puede terminar ocultando que no es el único actor político argentino que camina en ese sentido. Un sector de la derecha mainstream ha flirteado demasiado tiempo con el extremismo como para que la jugada carezca de consecuencias. Por otro lado, porque las “nuevas derechas” que se multiplican en diferentes países distan de ser un espacio homogéneo; ellas también son diversas y han ido cambiando a lo largo de los últimos diez años.

Las derechas son siempre de derecha, pero se articulan de formas distintas; dialogan y colaboran, pero también compiten y se combaten entre sí. Trazar analogías puede ser útil; sin embargo, también se debe avanzar en la construcción de un mapa que incorpore aquello que disloca lo conocido y que no terminamos de aprehender, un mapa que nos permita ver cómo se relaciona con tradiciones asentadas, qué hay de heredado y qué de innovación en esta “nueva nueva derecha”.

Sergio Morresi, profesor en la Universidad Nacional del Litoral e investigador en el Ihucso-Conicet.


  1. NdR: Partido fundado por Alfredo Alsogaray en 1982. Aliado luego de Carlos Menem, tuvo un largo declinar hasta que en las recientes primarias de agosto no superó el umbral del 1,5 por ciento para poder competir en las elecciones nacionales de octubre. 

  2. Pablo Semán y Nicolás Welschinger, “11 tesis sobre Milei”, Revista Anfibia, 18-8-2023. 

  3. NdR: Actual candidata presidencial de Juntos por el Cambio. Exministra de Seguridad de la Nación durante el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019). 

  4. NdR: Coalición opositora que incluye a Propuesta Republicana (PRO) del expresidente Mauricio Macri y a la Unión Cívica Radical (UCR). 

  5. NdR: Político de la UCR que fue presidente argentino (1999-2001) por la Alianza para el Trabajo, la Justicia y la Educación. Debió renunciar en medio de una grave crisis económica y social. 

  6. NdR: Ministro de Economía, Obras y Servicios Públicos de 1991 a 1996, considerado padre de la convertibilidad. 

  7. Ayn Rand, The Virtue of Selfishness, Penguin, Nueva York, 2000. 

  8. NdR: Periodístico de televisión conducido por Bernardo Neustadt y Mariano Grondona desde 1966 a 1997. 

  9. NdR: Líder de los alzamientos militares “carapintadas” contra el gobierno de Raúl Alfonsín en 1987 y 1988. 

  10. Agustín Laje, La batalla cultural. Reflexiones críticas para una nueva derecha, Harper-Collins, Ciudad de México, 2022. 

  11. NdR: Jefe de Gabinete de Ministros de Mauricio Macri (2015-2019). 

  12. NdR: Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires; perdió la primaria presindencial de Juntos por el Cambio ante Patricia Bullrich. 

  13. NdR: Presidente argentino de 1946 a 1955 y de octubre de 1973 a julio de 1974. Fundador del peronismo, principal movimiento de la historia política de ese país. 

  14. NdR: Variante del peronismo que toma su nombre de Néstor Kirchner, presidente argentino de 2003 a 2007, sucedido por su esposa, Cristina Fernández (2007-2015).