Una riqueza basada en una mayoría inmigrante condenada al sufrimiento es como los críticos resumen el milagro de la ciudad-Estado. No es fácil criticar. El juego a tres bandas de gobierno, empresarios y representantes de los trabajadores se las arregla para sostener esa “democracia iliberal” pionera.

Las letras rojas en lo alto de la torre de vidrio y de acero, más bien banal en el universo creativo de los rascacielos de Singapur, NTUC, indican a quién pertenece, el único sindicato del país, National Trades Union Congress. “El edificio nos fue donado por Lee Kuan Lew [el padre de la independencia], explica con orgullo el secretario general de la organización, Patrick Tay. Quería que los trabajadores tuvieran un verdadero lugar. En aquel momento, no había prácticamente nada alrededor”. Un regalo del gobierno que había planificado, sobre la marcha, alrededor del edificio, la creación de un centro financiero y turístico ultraexclusivo, Marina Bay. Combinaba alegremente los sectores público y privado con el fin de recibir a multinacionales y hoteles de lujo, tal como el celebérrimo Marina Bay Sands, construido en 2010: tres palacios de 55 pisos coronados por una pileta que los une a 200 metros de altura, un centro comercial de alta gama en la planta baja y un inmenso casino para que los empleados descarguen presión y para los chinos del continente hartos de Macao.

“El edificio NTUC”, como se lo llama aquí, se destaca con buena compañía y aloja, al mismo tiempo, las oficinas de empresas, como Samsung, o agencias gubernamentales. Tay, un cincuentón dinámico, nos recibe en el noveno piso, jadeante al llegar de la Asamblea Nacional. Porque el secretario general del sindicato también es diputado del todopoderoso Partido de Acción Popular (PAP). No ve en ello ninguna contraindicación, ni siquiera una contradicción. “Permite llevar la palabra de los trabajadores al Parlamento. Y estoy contento en tanto legislador de elaborar cambios a su favor”. Por el contrario, la idea misma de un sindicato opositor lo estremece. “Nuestra misión es evitar la escalada y para ello hay un proceso de consulta. Es lo que aporta la estabilidad a la que aspira la población”. Empresarios, jefes sindicales, políticos, altos funcionarios e incluso ministros conviven y a veces incluso pasan de una función a otra en una alegre mezcolanza.

Así son las relaciones sociales y políticas en Singapur. Es un matrimonio de a tres –Estado, empleadores, (representantes de los) trabajadores– que funciona desde la independencia en 1965, con mucho más éxito aún porque todos los obstáculos fueron eliminados y los vínculos del trío son estrechos, por no decir incestuosos. Forman “una élite que se apropió” del poder, como señala el gran conocedor de la ciudad-Estado, Michael D. Barr1, citando un discurso de Lee Kuan Yew2 de 1966: “La supervivencia de Singapur depende de 150 personas”. No hicimos el recuento de las familias que controlan la isla. Lo que es seguro es que, desde 1963, Lee eliminó la rama progresista del PAP y a sus simpatizantes (120 arrestos). Nombre en clave de la operación: “Coldstore”. Un cuarto de siglo más tarde, en 1988, lo volvió a hacer. La “operación Spectrum” apuntaría a unas 20 personalidades (militantes políticos, sindicalistas, abogados, estudiantes, intelectuales...) acusadas de “conspiración marxista”. Aún hoy sigue siendo casi imposible mencionar esos períodos. La proyección en los cines de A Singapur, con amor (2013), de la directora Tan Pin Pin, muy reconocida y aclamada por sus pares, que entrevista a exiliados políticos (de todas las épocas), fue prohibida para prevenir una “vulneración de la seguridad nacional”. En 2015, el dibujante y escritor Sonny Liew, quien, en una magnífica obra, El arte de Charlie Chan Hock Chye3, contó el destino del personaje, como una manera de revisar la historia oficial, no recibió la misma censura. Pero su editor tuvo que devolver el tradicional adelanto del Centro Nacional de las Artes para evitar ser puesto en aprietos.

Duro bienestar

En más de 60 años, Singapur sólo tuvo tres primeros ministros, entre los cuales Lee Kuan Yew y su hijo Lee Hsien Loong, en el cargo desde 2004 y que promete retirarse pronto, por fin pasando la página de la dinastía. Pero su partida se hace esperar (ver recuadro). Mucho antes de que la expresión –y la realidad– se banalice en otras partes del mundo, Singapur establecía así una “democracia iliberal”, que perdura: el derecho al voto existe, pero los partidos de oposición se encuentran encorsetados; el derecho a la huelga está incluido en la Constitución, pero es imposible ejercerlo (la de los choferes de ómnibus, en 2012, la última hasta la fecha, fue declarada ilegal y conllevó el arresto de sus líderes).

No obstante, el sistema casi no es cuestionado por la población. Por una parte, “todavía vivimos con la sensación de que debemos luchar por la supervivencia”, asegura Wei Chen Tan, ex alto funcionario de origen chino que insiste en precisar que su familia llegó a comienzos del siglo pasado y “no se parece a los chinos del continente”. El temor al inmigrante, incluso a las grandes fortunas provenientes de Pekín, de Shanghái o de Hong Kong, impregna a las clases acomodadas de manera profunda.

Por otra parte, el poder no es sólo represivo, subraya Stéphane Le Queux, profesor de Relaciones Profesionales en la James Cook University: “Aporta el bienestar. El Estado, el sindicato y el empresariado coinciden en un objetivo en común: garantizar la paz social y el crecimiento económico”. De hecho, este “pequeño punto rojo en el mapa del mundo”, según la expresión despectiva de un expresidente indonesio (Bacharuddin Jusuf Habibie), se convirtió en los años 1970-1980 en uno de los cuatro “dragones” asiáticos –junto con Corea del Sur, Hong Kong, entonces bajo el control británico, y Taiwán–, que no se destacaban por el respeto de los derechos humanos, pero hacían felices a las multinacionales que inundaban el planeta con sus productos de baja gama. Modelo para Pekín, en la década siguiente, Singapur construyó una economía volcada hacia la exportación utilizando una mano de obra formada y dócil cuyo nivel de vida treparía, y que más tarde reemplazará por inmigrantes.

“Cuando China se abrió, Lee Kuan Yee entendió enseguida que tenía que orientar el crecimiento hacia producciones de más alta tecnología y utilizar la ubicación geográfica de Singapur para convertirse en un centro ineludible”, explica Wei Chen Tan, quien no esconde su admiración por el “padre de la nación”, debido a su visión del futuro y a su decisión de apostar a la educación. Se olvida de aclarar que Singapur adquirió muy pronto visos de paraíso fiscal para atraer las inversiones extranjeras (cerca de 200.000 millones de dólares estadounidenses en 2022) y convertirse en la primera plaza financiera del planeta desde el año pasado. Incluso se la califica como la “pequeña Suiza”, e inspira a Dubái. Hoy, cerca de la mitad de los grandes grupos asiáticos tiene allí sus oficinas. El rumor general –que ningún funcionario quiso confirmar– sostiene que muchas de las sociedades extranjeras instaladas en Hong Kong habrían transferido allí sus activos. En todo caso, los gestores de fortunas (chinas o hongkonesas), las family offices, nunca fueron tan numerosos, 700 en 2021, según la Autoridad Monetaria de Singapur. Tres años antes eran un puñado.

No obstante, la ciudad-Estado no puede resumirse en las finanzas, la banca y los seguros. En la punta del Estrecho de Malaca y en el corazón del efervescente Sudeste Asiático, se transformó en un hub o plataforma comercial e industrial, en particular gracias al segundo puerto de contenedores más grande del mundo (detrás de Shanghái)4. La construcción de otro puerto –gigantesco, automatizado por completo, que agrupará las actividades portuarias actuales y las ampliará, ganando terreno sobre el mar en Tuas, al oeste de la isla, con arena comprada a los países vecinos– le permitirá a Singapur mantenerse en carrera. La actividad industrial (refinerías, química, electrónica...) también debería mudarse, dado que las nuevas tecnologías están instaladas principalmente en el sur y en el este. Los dos sectores representan en la actualidad cerca de un cuarto del Producto Interno Bruto (para Francia es el 17 por ciento, por ejemplo) según el Banco Mundial. No es anecdótico.

Categorías de personas

En total, el Estado autoritario –que planifica y financia el desarrollo–, las multinacionales –que encuentran allí sus beneficios– y los sindicatos –que buscan el consenso– llevaron el país a la cima. Los ingresos por habitante figuran entre los más altos del mundo: 77.000 dólares (justo detrás de otro paraíso fiscal, Luxemburgo), por lo que todo parece ir de maravillas en esta isla de cerca de 5,5 millones de habitantes, del tamaño de París y su primer cordón (729 kilómetros cuadrados). En fin... para aquellos que tienen la nacionalidad singapurense y para los residentes permanentes, es decir, los dos tercios de la población, los únicos en ser tomados en cuenta en las estadísticas (y en la mayor parte de los programas sociales). Los otros, los inmigrantes, no existen. Y, sin embargo, ¡hacen funcionar al país, representando el 40 por ciento de la población activa!

Las empresas, las universidades, los laboratorios y la administración los eligen merced a sus necesidades, y los felices elegidos reciben un papel, indispensable para quedarse de dos a cinco años, e incluso más, según una jerarquía muy rígida. Arriba de todo, los extranjeros súper calificados que disponen de un Employment pass [pase de empleo, llamado de manera coloquial E.pass]; justo por debajo, los que tienen un título técnico, los Salary pass [S.pass, pase de salario]. Tanto unos como otros sólo pueden ser contratados con un salario al menos igual al tercio más elevado de su rama, “para evitar el dumping social”, precisa el Ministerio de Mano de Obra. Pueden instalarse con su familia, si tienen los medios para hacerlo, porque los alquileres son caros: un joven investigador australiano nos revela que paga cerca de 10.000 dólares singapurenses (6.700 euros) por mes por un apartamento de cinco ambientes ubicado en la periferia. En conjunto, esos inmigrantes más bien consentidos conforman aproximadamente el 10 por ciento de la población activa.

El 30 por ciento restante está constituido por el ejército de los no calificados, los Work Permit Holders (WPH) [poseedores de permisos de trabajo] como se los llama, que viven en condiciones miserables. Esto es lo que denuncian algunos abogados, militantes de derechos humanos y asociaciones como TWC2 –Transient Workers Count Too [los trabajadores de paso también cuentan]–, codirigida por Alex Au, un ejecutivo jubilado católico, que nos recibe en sus modestos locales en los confines del barrio indio. Describe el infierno vivido por esos trabajadores, sin salario mínimo, principio que no existe en la ciudad-Estado, sin posibilidad de traer a su familia, ni siquiera casarse con un singapurense –está estrictamente prohibido5–. La gran mayoría trabaja en la construcción, los astilleros navales, la industria química y petrolífera, la limpieza, así como en los empleos de menor categoría de las cafeterías, los restaurantes y los hoteles. Provenientes de Birmania, China, Malasia, Filipinas o Bangladesh, hacen muchas horas extras, la mayor parte de las veces de manera gratuita, trabajan los siete días de la semana, a pesar de que es obligatoria una jornada de descanso. Pero la ley, ingeniosa, permite al empleador, “si el empleado lo pide o si dio su consentimiento, hacerlo trabajar tanto como quiera –precisa Au–. Como si ambos estuvieran en pie de igualdad”.

Esos trabajadores no sólo tienen empleos arduos, mal pagados, sino que también están hacinados en barracas-dormitorio, a veces alineados en cientos de metros y cercados por alambres de púas, como una parte del centro de Tuas, a una buena media hora de ómnibus y de caminata después de la terminal de la línea de metro. El alojamiento (si se lo puede llamar así) es provisto por el empleador. Si el empleado deja su empleo y queda en la calle, es por tanto expulsable de Singapur. La mayoría de las veces, camionetas de trabajo, expuestas tanto a la lluvia como al sol abrasador, los transportan hasta el trabajo, donde se activan en las obras, al borde de las rutas o en las explanadas de los edificios, donde ninguna maleza debe sobresalir. “El ser humano cuesta menos que un herbicida”, resume Stéphane Le Queux. En efecto, los vemos durmiendo incluso bajo el sol, o a la sombra si pueden hacerlo, durante la pausa para almorzar, o sentados sobre sus talones, esperando tarde por la noche que el chofer los venga a “recolectar”. Para la gran mayoría de los singapurenses, esto no es nada anormal. Por cierto, toda familia que se respete emplea al menos una helper, una “ayudante” doméstica: jóvenes filipinas, birmanas, malayas o chinas que trabajan cama adentro, sin horarios fijos, explotadas y a veces literalmente maltratadas. “Tras años de lucha –cuenta Au–, hemos obtenido que esas ‘sirvientas’ tengan un día libre una vez por mes, no negociable”. ¡Un día por mes!

De hecho, “nuestro modelo se resume con facilidad –asegura–. Somos ricos, no porque tengamos una alta productividad, sino porque tenemos una mano de obra extranjera que sufre y que está mal paga”. Y explica: “Cuando Singapur quiso subir el nivel de su producción para hacer frente a la competencia china, se topó con la de Japón. Para llegar a un costo salarial bajo invirtiendo al mismo tiempo en las altas tecnologías, eligió recurrir a la inmigración, para que los singapurenses, tanto hombres como mujeres, pudieran trabajar y vivir bien, siendo liberados de las tareas domésticas”. Aparte de algunos militantes y organizaciones no gubernamentales (ONG), este sistema dual es aceptado por todo el mundo. NTUC asegura que se preocupa al respecto, y su balance anual con prefacio del primer ministro en persona señala el caso de un empleado que obtuvo el pago de horas extras y de otro que logró calificarse. Eso es todo, o casi. Los dos partidos de la oposición no hacen de ello su caballito de batalla, es lo mínimo que podemos decir: el Partido Progresista de Singapur (PSP), que sólo tiene dos diputados sin derecho al voto6, considera simplemente que “deberíamos recibir de forma correcta a los que hacemos venir”, según las palabras de su fundador, el doctor Tan Cheng Bock. El Partido de los Trabajadores (WP) tiene diez diputados –algo nunca visto desde 1965–. Pero defiende más bien a los jóvenes singapurenses inquietos porque los extranjeros medianamente o muy calificados no acaparen los buenos empleos. Tal como esta joven empleada de banco, descontenta por su lugar en la empresa, que siente que “esos inmigrantes nos sacan nuestro laburo”.

Lengua y estatus

“La afluencia de extranjeros debe crear ventajas tangibles para los singapurenses”, declaró el líder del WP en la Asamblea Nacional, Pritam Singh, el 21 de abril de 2022. Algunos días antes, había reclamado que “sólo los extranjeros que hayan aprobado una prueba de inglés” puedan obtener el estatus de “residente permanente” o la naturalización. A pesar de todo, la reivindicación generó polémica, en este país que tiene cuatro lenguas oficiales –el inglés, el mandarín, el malayo y el tamil– y que se aferra a la estabilidad del porcentaje de cada etnia (“raza”, como se dice acá), es decir, el 74,3 por ciento de los singapurenses de origen chino, el 13,6 por ciento de origen malayo, el 8,9 de origen indio y el 3,2 por ciento de “otros”, entre ellos los mestizos.

“¿Un mal dominio del inglés nos hace menos singapurenses?”, se preguntaron en una columna de opinión dos investigadores, Mathiew Mathiews y Malvin Tay7. Si bien las clases acomodadas y educadas hablan un inglés perfecto, el común de los habitantes habla singlish. Durante mucho tiempo prohibido en los diarios, las publicidades y la televisión (donde cada comunidad tiene su canal), este dialecto histórico, más cantarín, que mezcla las cuatro lenguas, volvió al espacio público. Pero el debate lanzado por Singh tuvo aún más eco porque el inglés tiende a convertirse en un medio de selección, mientras la competencia entre los singapurenses se torna cada vez más intensa.

Comienza desde la escuela, con el famoso “modelo singapurense”, tan elogiado en Occidente por sus capacidades inclusivas, porque dedica los dos primeros años de primaria al aprendizaje del inglés (lectura y escritura), las matemáticas y una lengua materna (a elección), e introduce las ciencias y las actividades extraescolares durante los dos siguientes. No obstante, un examen ultraselectivo, el Primary School Leaving Examination (PSLE) [Examen de nivel de primaria], ratifica el conjunto. A los 12 años, los niños deben obtener un buen resultado en ese “test” con el fin de ir a buenas instituciones secundarias, para acceder a buenas universidades y más tarde acaparar los mejores empleos. Los que obtienen un resultado medio se conformarán con escuelas politécnicas. En cuanto a los otros...

No hace falta señalar que la presión sobre los alumnos es fuerte, incluso “excesiva”, según un padre. Algunos temen que su hijo termine por suicidarse –no sin razón–. En 2022, 125 jóvenes (de diez a 29 años) pusieron fin a sus vidas, el más alto nivel jamás alcanzado8. Sea como sea, “la escuela es un infierno para los niños que corren el riesgo de no tener buenos resultados en el PSLE –manifiesta una joven maestra filmada por la directora Yong Shu Ling9–. No puedo cambiar el modo de cálculo, pero puedo devolverles las ganas de aprender”. Precisamente, esas formas de enseñanza hiperselectivas matan cualquier sed de descubrimiento y la creatividad que necesitan las nuevas tecnologías, así como la cultura10.

Además, reproducen las desigualdades “de clase y de raza”, según esta sorprendente expresión en boca de una dirigente malaya de start-up [empresa tecnológica innovadora], treintañera con onda, que lleva un pañuelo en la cabeza y se siente a gusto para conversar pero que sin embargo reclama anonimato. En efecto, explica ella, para obtener buenos resultados hay que hablar un inglés perfecto en casa y sobre todo tomar clases particulares en escuelas privadas cuyas tarifas trepan en función de su tasa de éxito en el PSLE. Sus padres, pequeños comerciantes, “ni ricos ni pobres”, se desvivieron para que ella tuviera éxito. El famoso historiador Thum Ping Tjin, llamado PJ Thum, militante en contra de las injusticias, subraya que el 20 por ciento de las familias más ricas destinan cerca de cuatro veces más dinero a la educación de sus hijos que los hogares de la parte baja de la escala social11. Además, el 59,2 por ciento de los singapurenses de origen chino de entre 20 y 39 años tiene un título universitario, contra apenas el 16,5 por ciento de los malayos12.

En términos oficiales no hay ninguna discriminación, cada uno es tratado en pie de igualdad. Hay, por supuesto, barrios identitarios –Little India, China Town, Kampung Glam (barrio musulmán)–, pero sirven más para reunirse y hacer las compras que para vivir entre ellos. Aquí, cuatro de cada cinco habitantes poseen un departamento, o más exactamente un derecho de uso de 99 años, la mayor parte de las veces en grandes conjuntos de viviendas públicas, que de forma obligatoria deben recibir a cada comunidad en proporción a su peso en el país: 74,3 por ciento de chinos, 16,3 por ciento de malayos, etcétera. Por tanto, no existen guetos en la isla. Ello no impide que algunos sean más iguales que otros...

Trabajadores migrantes durante la construcción de una carretera, el 13 de febrero de 2022. Al fondo, Marina Bay, en Singapur.

Trabajadores migrantes durante la construcción de una carretera, el 13 de febrero de 2022. Al fondo, Marina Bay, en Singapur.

Foto: Suhaimi Abdullah / NurPhoto / AFP

Adelante pero con límites

Observando la inquietud que trepa desde las clases medias, hasta entonces relativamente protegidas, y consciente de que el autoritarismo no tiene necesariamente un gran futuro, el vice primer ministro y futuro primer ministro designado, Lawrence Wong, lanzó una plataforma de concertación, Forward Singapore [Singapur adelante], en junio de 2022, por un año. Va de frente: “Los estudiantes –declara– se sienten encerrados en un sistema en el que los desafíos son altos desde la más temprana edad, mientras que los profesionales y los trabajadores están preocupados por su carrera y excluidos del mercado inmobiliario”13. En efecto, para los jóvenes, comprar su vivienda como lo hicieron sus padres se torna una misión imposible y es frecuente que se queden en su casa, incluso una vez casados. Mientras la riqueza se extiende –la mitad de los residentes singapurenses pertenece al 10 por ciento de los más ricos del planeta14–, el vice primer ministro formula el deseo de que “el éxito esté menos vinculado con el caldero de oro acumulado al final del camino, y más con nuestro sentido de deber y de propia realización a lo largo de todo el trayecto”. Y advierte: “Si nuestro pacto social fracasa, una gran parte de los singapurenses terminarán sintiéndose alejados del resto de la sociedad, pensando que el sistema no está de su lado”.

En efecto, ese “pacto”, mezcla de valores confucianos más o menos instrumentalizados (respeto de la jerarquía, obediencia, justicia...) y de valores occidentales más o menos adaptados, es objeto de cuestionamientos. Prueba de ello son las elecciones legislativas de 2020: a pesar de una división de las circunscripciones a medida, un acceso a los medios de comunicación muy reducido para la oposición y una campaña ultracorta de nueve días, el partido en el poder tuvo uno de los peores resultados de su historia, aun cuando conservó una amplia mayoría que haría soñar a cualquier presidente francés (83 diputados contra diez de la oposición).

¿El futuro primer ministro extraerá realmente las lecciones de semejante resultado? Nada es menos seguro15. El debate público, considerado una amenaza potencial contra la estabilidad, sigue encorsetado, incluso sobre las cuestiones ambientales. El trazado de la octava línea de metro, la Cross Island, que debe ser excavada bajo la mayor reserva natural de la isla y requiere desmalezar tres hectáreas de terreno, fue cuestionado con fuerza. El Ministerio de Transporte destacó la reducción del tiempo de trayecto en cerca de seis minutos y prometió una rebaja del precio del trayecto del 15 por ciento. La línea está en construcción. La del casino de Marina Bay había sido igual de debatida, con el mismo éxito, recuerda Caroline Wong, vicedecana de Enseñanza de la James Cook University, que puede contarnos sobre Singapur hasta en sus mínimos recovecos: “En nombre del bien común, asimilado a justificaciones económicas (atraer turistas, crear empleos, ofrecer más entretenimientos...), las voces contestatarias y las opiniones divergentes son ignoradas. La calidad de vida de las personas no puede ser asimilada sólo al crecimiento”. Y se interroga sobre el “carácter sostenible” de esa vía.

Por el momento, el gobierno acalla las controversias. Dispone de un arsenal que le permite nombrar de modo directo a los miembros de los consejos de administración y a los jefes de redacción de los grandes medios de comunicación. Singapur ocupa el 129º puesto sobre 180 en la clasificación de Reporteros sin Fronteras sobre la libertad de prensa. El año pasado, por ejemplo, Terry Xu y Daniel de Costa –director de publicación y redactor del sitio web de información The Online Citizen, respectivamente, cerrado unos meses antes– fueron condenados a tres semanas de encarcelamiento.

La Ley de Protección contra las Mentiras y la Manipulación, de 2019, es el broche de este dispositivo. En el presente, cualquier interpretación de un hecho desagradable para el poder puede ser considerada una “mentira”. Las sanciones llegan, en especial para los militantes contra la pena de muerte. El 26 de abril, un singapurense acusado de haber participado en la importación de un kilogramo de cannabis (que nadie jamás encontró) fue ahorcado; otro, tres semanas más tarde, por tráfico de 1,5 kilos de droga; y aun otros dos en julio, de los cuales una mujer por 30 gramos de heroína. Desde marzo de 2022, 15 personas fueron ejecutadas tras procesos casi nunca equitativos. Los defensores de los derechos humanos que se movilizan con valentía son objeto de diversos hostigamientos: vigilancia, citación a la Policía, sitio web censurado. Por supuesto, Singapur no es Pekín. Pero un intelectual como PJ Thum, a pesar de ser conocido y apreciado, nos aclaró que finalmente se había exiliado, mientras sigue participando en el sitio combativo New Naratif: “Se tornó muy difícil”.

Martine Bulard, de la redacción de Le Monde diplomatique, París. Traducción: Micaela Houston.

Una transición agitada

Generación 4G

Cuando el primer ministro, en el cargo desde hace 18 años, Lee Hsien Loong, hijo del fundador del Estado, anunció su intención de retirarse, las maniobras se multiplicaron. El final de los Lee y la transferencia del poder hacia la nueva generación, la cuarta desde la independencia, llamada “4G”, sufren muchas turbulencias. En julio, el primer ministro exigió la renuncia del ministro de Transporte Subramaniam Iswaran, que era objeto de investigaciones por parte de la Oficina de Investigaciones sobre las Prácticas de Corrupción, al igual que el multimillonario Ong Ben Seng. Es la primera vez en 37 años que un ministro es imputado (1). Algunas semanas antes, el ministro de Relaciones Exteriores y el del Interior y de Justicia estaban bajo sospecha a causa de las costosas renovaciones de sus casas. Fueron declarados inocentes, pero las imágenes de sus lujosas viviendas cuando las desigualdades nunca fueron más fuertes generaron indignación. Para sumar a los escándalos que sacuden al Partido de Acción Popular (PAP), el presidente de la Asamblea Nacional tuvo que dimitir tras haber tratado a un diputado de la oposición que reclamaba la creación de un salario mínimo de “puto populista” –murmuraba, pero todo el mundo lo escuchó–.

Además, para poder presentarse en la elección presidencial de setiembre de 2023, Tharman Shanmugaratnam, uno de los pesos pesados del PAP y del gobierno, renunció a sus funciones. El presidente de la República no tiene más que un rol honorífico –salvo por el nombramiento de puestos clave en la Administración Pública–. Eso le da los medios para influir en el que presiente sucesor del primer ministro, Lawrence Wong, cuya ardua designación proviene de una elección por descarte. Si bien Tharman parece seguro de ganar un escrutinio muy bien tramado, las elecciones legislativas que deben llevarse a cabo a más tardar el 23 de noviembre de 2025, y que determinarán el futuro dirigente de Singapur, corren el riesgo de ser un poco más agitadas.

M. B.

(1): Arnaud Leveau, “Singapour, une transition pas si tranquille”, Lettre confidentielle Asie21-Futuribles, 174, París, julio-agosto de 2023.


  1. Michael D. Barr, The Ruling Elite of Singapore: Networks of Power and Influence, I. B. Tauris, Londres, 2014. 

  2. Tras haberse unido a la Confederación de Malasia en 1963, poco después de haber obtenido la autonomía de parte de Reino Unido, Singapur, entonces dirigida por Lee Kuan Yew, se retiró de esta y declaró su independencia. 

  3. Sonny Liew, Charlie Chan Hock Chye, une vie dessinée, Urban Comics, París, 2017. 

  4. Véase Philippe Revelli, “El triángulo de la desigualdad”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, julio de 2016. 

  5. Véanse los testimonios en el sitio web de TWC2

  6. Los diputados son elegidos según un sistema que combina el escrutinio nominal y de lista. Se atribuyen escaños a los “mejores perdedores”; esos diputados fuera de la circunscripción pueden intervenir en los debates, pero no tienen derecho al voto. 

  7. Mathiew Mathiews y Malvin Tay, “Must you speak English to qualify as Singapore PR or new citizen”, The Straits Times, Singapur, 4-3-2023. 

  8. Gabrielle Chan, “476 suicides reported in Singapore in 2022, 98 more than in 2021”, The Straits Times, 6-7-2023. 

  9. Yong Shu Ling, Unteachable, Singapur, 2019. 

  10. Caroline Wong, Singaporean Film Industry in Transition: Looking for a Creative Edge. The Nature and Role of Intangible Resources that Shape an Uncertain and Changing Environment such as the Film Industry, Lambert Academic Publishing, 2010. 

  11. Thum Ping Tjin, “Explainer: Inequality in Singapore”, New Naratif (newnaratif.com), 28-4-2023. 

  12. Departamento de Estadísticas de Singapur, singstat.gov.sg, 2023. 

  13. “Lawrence Wong launches ‘Forward S’pore’ to set out road map for a society that ‘benefits many, not a few’”, The Straits Times, 28-6-2022. 

  14. “2019 Global Wealth Report”, Crédit Suisse, credit-suisse.com, 2020. 

  15. Éric Frécon, “Singapour. Des politiques et des efforts de transition, d’ajustements... ou de façade ?” en Gabriel Facal y Jérôme Samuel (dir.), L’Asie du Sud-Est 2023. Bilan, enjeux et perspectives, Irasec, Bangkok, 2023.