Estalla una disputa en la Avenida Carlos III, una de las grandes arterias de La Habana. El alboroto de repente ahoga el reggaeton que emana sin respiro de un altavoz en la vereda de enfrente. Bajo un calor sofocante, unas 50 personas luchan por conservar su posición en una fila, mientras algunos intentan adelantarse unos lugares con discreción. ¿El propósito? Obtener, antes de que se agote el stock, uno de los paquetes de cinco salchichas que se venden acá: el equivalente a un tesoro desde hace algunos años en Cuba. Miguel1, profesor de Ingeniería Nuclear en la facultad de La Habana, espera sus “perritos”, como las llaman los cubanos. “Gano 3.700 pesos por mes (unos 32 dólares). Voy a pagar 90 pesos por estas salchichas. La espera podría durar una o dos horas. Así son nuestros días”. Abre su bolsa de compras: “Acabo de comprar 500 gramos de arroz, porotos, una berenjena, un pepino, tres cebollas, dos ajíes y tres limas. Pagué 968 pesos, un cuarto de mi salario. Apenas alcanza para tres días”.

Basta con levantar la cabeza para verse dominado por un imponente edificio rojo y verde. Se lee en letras mayúsculas “PLAZA CARLOS III”. No hay fila a la entrada de este centro comercial. Algunas personas recorren los pasillos, entre atracciones infantiles, negocios de perfumes, de productos de limpieza y zapaterías. No obstante, para la mayor parte de los cubanos los precios son disuasivos. En un país en el que el salario mínimo es de alrededor de 2.100 pesos (18 dólares), el frasco de champú cuesta 540 pesos (5 dólares), los zapatos deportivos 4.000 (35 dólares), el jabón para lavar la ropa 850 (7,50 dólares).

Desde hace tres años, filas, escasez e inflación marcan el ritmo cotidiano de los cubanos. Conmocionada por el refuerzo de las sanciones estadounidenses, la inestabilidad política en Venezuela –su principal apoyo financiero desde el inicio del siglo XXI hasta mediados de los años 2010– y la covid-19, la isla atraviesa una de las crisis más graves de su historia reciente. Forzada a cerrar sus fronteras desde el 1° de abril hasta el 15 de noviembre de 2020 durante la pandemia y dependiente del turismo, Cuba vio su producto interno bruto (PIB) desmoronarse en un 11 por ciento. A pesar de la recuperación (a fines de junio, 1,6 millones de turistas visitaron Cuba), la economía parece un campo minado.

Es en este contexto, a priori poco propicio para la audacia económica, que el gobierno decidió proceder a una de las grandes reformas prometidas por Raúl Castro, presidente entre 2006 y 20182: la unificación monetaria, en una isla que durante mucho tiempo dispuso de dos monedas distintas. Puesto en marcha el 1° de enero de 2021, el proceso –que habría resultado un dolor de cabeza incluso en una situación ideal– agravó la crisis y trajo un elemento endógeno a un caos económico inicialmente orquestado por Washington.

Desde 1994, el CUP (peso cubano) y el CUC (peso convertible, sobre todo usado para los servicios turísticos y la venta de bienes importados, con un valor fijo de un dólar) circulaban en la isla. El peso convertible había sido imaginado en respuesta a las dificultades causadas por la caída de la Unión Soviética, en particular para amortizar la devaluación de la moneda nacional y aspirar los billetes verdes, autorizados a circular en la isla a partir de 1993.

Pero la presencia de dos monedas crea “distorsiones de precios, estimula las importaciones y desalienta las exportaciones”, nos explica el economista Carmelo Mesa-Lago. Algunos comercios, algunos restaurantes, facturan en exclusiva en pesos convertibles. Durante este período, las personas que trabajaban en turismo, que percibían CUC por medio de sus salarios o de las propinas, vivían por ende mucho mejor que los demás. Un fenómeno que condujo a varios médicos, profesores e ingenieros a volcarse a actividades más lucrativas, como chofer de taxi.

En 1997, el Congreso del Partido Comunista Cubano “estableció que era necesario encaminarse hacia una reunificación monetaria”, recuerda José Luis Rodríguez, quien fue ministro de Economía de 1995 a 20093. Por último, el 10 de diciembre de 2020, el Diario Oficial anunció la desaparición del CUC. Presidente de la República desde 2018, Miguel Díaz-Canel aseguraba en 2020 que “la unificación monetaria que prepara Cuba ayudará a estabilizar las condiciones económicas de la isla”4. El primer balance lo contradice: la unificación condujo a una devaluación de la moneda nacional, que pasó de 25 a 120 pesos por dólar en las pizarras oficiales. En realidad, el dólar se cambia contra 250 pesos en la calle. En el seno de la población surgen los cuestionamientos, tanto más cuanto que los riesgos ya habían sido identificados: “La tarea no está exenta de riesgos –había alertado Díaz-Canel–. Uno de los principales es que se produzca una inflación superior a la prevista, agravada por el déficit de oferta”. En efecto, los precios estallan. Para absorber el aumento de los precios, se recompusieron salarios y jubilaciones, pero sin lograr alcanzar la danza de las etiquetas. “Creo que fue el peor momento posible para la unificación”, concede Carlos Enrique González García, director de Proyección y Coordinación de Políticas Macroeconómicas del Ministerio de Economía y Planificación.

En julio de 2020 entra en circulación un nuevo dispositivo destinado a captar las divisas extranjeras: apenas escritural (sin billetes ni monedas), denominada “moneda libremente convertible” (MLC), cuya cotización está atada a la del dólar, uno a uno.

Usar esta moneda implica disponer de una tarjeta específica, asociada con una cuenta que se alimenta depositando divisas en el banco: dólares, euros, yenes, libras esterlinas, etcétera. Sin embargo, es muy complicado comprar MLC con pesos cubanos. Es necesario entonces... tener acceso a divisas. Incluso las cafeterías que facturan sus gaseosas en pesos cubanos deben, para abastecerse, comprar sus botellas en MLC. Así, la creación de esta moneda implica, de modo mecánico, la existencia de un mercado paralelo de divisas a escala del país –lo que no deja de alimentar la inflación–. Un euro se cambiaba en el circuito oficial por alrededor de 30 pesos en el banco, a inicios de 2020; pero costaba 80 pesos en la calle.

Esta inestabilidad económica recuerda en algunos aspectos la del “Período Especial en tiempos de paz”, un eufemismo imaginado en aquella época por el poder para aludir a la escasez generada por la caída de la URSS. Con ciertas diferencias. “Durante el Período Especial se vio afectado el consumo de la población, pero la distribución de la riqueza era justa –señala Rodríguez–. Desde entonces, las desigualdades aumentaron en la sociedad. El nivel de vida de algunos progresa, en particular en el turismo, pero una gran parte de la sociedad queda relegada. Además, en los años 1990 salíamos de 20 años de situación económica favorable. Hoy en día salimos de 20 años de crisis. El cansancio se acumuló”.

Manuel transpira con paciencia en su viejo jeep rojo de dos plazas, con dos ruedas de auxilio en la parte trasera. Sólo quedan diez autos delante suyo para que pueda llenar el tanque en la estación de servicio Tángana, frente al famoso malecón, la rambla de La Habana. Máximo autorizado: 40 litros. Hace 20 días vino al mismo lugar, junto con una treintena de otros clientes. Manuel había conseguido el ticket 422. Luego se inscribió en el grupo Cupet Tángana de la aplicación de mensajería Telegram por medio de la cual son convocados los clientes en función del arribo de petróleo. En su teléfono nos muestra el mensaje: “Números 400 a 550: vengan el 12 de junio a las 9.30”. “A veces los tanques están vacíos durante dos o tres días. En función de la cantidad de combustible que hay y del número de autos que lo necesitan, llaman a más o menos gente”. Son las 11.30. Durante sus 20 días de espera este cuentapropista (trabajador independiente) de 48 años que alquila accesorios para la organización de cumpleaños tuvo que ir al trabajo en ómnibus. “Tardaba una hora, en vez de diez minutos en auto”. Al mediodía finalmente es su turno. A cambio de 937 pesos se va con 31 litros. En la calle perpendicular, dos hombres vacían su tanque de nafta en bidones blancos con ayuda de tubos, mientras vigilan las idas y venidas alrededor suyo para que la Policía no los detecte. Más tarde revenderán a un elevado precio el preciado líquido a aquellos y aquellas que no tengan tiempo de hacer la fila.

Un bloqueo agravado

El embargo decretado por Estados Unidos contra la isla desde 1962 organiza de manera metódica la escasez5. La falta de petróleo impide la entrega de alimentos, el funcionamiento de las ambulancias, de las centrales termoeléctricas (provocando repetidos cortes de corriente), de los transportes públicos. Tras un período de apertura durante el segundo mandato de Barack Obama (2012-2017), Donald Trump estableció, desde su llegada a la Casa Blanca (2017-2021), 243 nuevas medidas de embargo. Sólo en 2019, 54 embarcaciones y 27 empresas petroleras fueron condenadas por haber enviado petróleo a Cuba6. También en 2019 el Departamento del Tesoro estadounidense sancionó a 24 barcos de la compañía petrolera Petróleos de Venezuela, así como de Ballito Bay Shipping Incorporated (cuya sede está en Liberia) y de ProPer In Management Incorporated, con oficina central en Grecia.

Trump amplió el alcance del embargo para poder llevar ante los tribunales a personas físicas o morales que inviertan en empresas que habían sido estadounidenses y fueron nacionalizadas tras la Revolución. Los envíos de dinero desde el exterior (o “remesas”, tercera fuente de divisas del país) fueron de pronto limitados a 1.000 dólares por trimestre, cuando hasta entonces eran ilimitados y habían fomentado la economía de la isla bajo la administración Obama. [La empresa intermediaria de estas remesas] Western Union fue conminada a cesar sus actividades en Cuba. En el transcurso del mandato de Trump, 22 penalidades fueron aplicadas contra organismos bancarios o financieros acusados de haber quebrantado las reglas estadounidenses: en 2018, la Société Générale fue condenada a una multa de más de 1.000 millones de dólares debido a transacciones financieras que involucraron a Cuba, Irán y Sudán.

Unos días antes de dejar la Casa Blanca, Trump colocó a Cuba en la lista de los estados que apoyan al terrorismo por la simple razón de que La Habana hospedó las negociaciones de paz entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el gobierno colombiano en 2016. “Noruega fue garante de ese acuerdo y no se la acusó de nada”, señala Rodríguez. Cuba también se negó a extraditar a miembros de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN, otro grupo armado colombiano) que permanecieron en Cuba tras la suspensión en 2018 de las negociaciones iniciadas en 2017 con el Estado colombiano. Electo en 2020, Joe Biden se contentó con eliminar el techo de 1.000 dólares impuesto sobre las remesas y conceder algunas facilidades para la obtención de visas. Entre setiembre de 2021 y octubre de 2022, el embargo habría resultado en una pérdida de 6.300 millones de dólares, según la Asamblea General de las Naciones Unidas7.

Bueyes y azúcar

La ruta de Las Moscas está sembrada de bananeros, mangos y flamboyanes, esos árboles cuyas hojas hacen brotar una luz roja. En esta campiña que linda con la ciudad de Cienfuegos hay un consultorio médico frente a una escuela cuya fachada exhibe el rostro de Ernesto Che Guevara. Las montañas del Escambray (en las que el ilustre guerrillero instaló su campamento en 1958) delinean el horizonte. Más abajo, un camino de tierra conduce hasta un campo. Detrás de altos arbustos, unas campanas suenan con suavidad. Son las 10 de la mañana y pronto el sol llegará a su punto más alto. Yuni, un alto hombre moreno, vestido de overol con cinturón y calzado con botas, con una gorra con la bandera cubana en la cabeza, labra su campo con ayuda de dos enormes bueyes negros y del arado que arrastran.

En su terreno de tres hectáreas cultiva pepinos, maíz, mandioca, batatas y mangos. Durante la estación de lluvias, planta arroz. La estación seca es la de los porotos. Ocho vacas reproductoras dan leche. Las cosechas son vendidas al Estado, que se encarga de distribuir los alimentos en la ciudad y en los pueblos de los alrededores. “Las personas en las zonas urbanas dependen de lo que les llevemos. Quisiéramos producir más pero no tenemos los recursos para hacerlo. Eso vuelve difíciles las cosas para la población, que no siempre encuentra lo que desea. Y la escasez hace que aumenten los precios. A causa del bloqueo [el término generalmente usado por los cubanos para hablar del embargo estadounidense], no podemos importar sistemas de irrigación, máquinas que arranquen las plantas o incluso petróleo suficiente como para hacer funcionar los tractores. Necesito cuatro horas para hacer con los bueyes lo que las máquinas harían en 15 minutos. Con un camión podría recoger todos los mangos que ven. A veces me veo obligado a dejar que se pudran”.

En este país, que fue uno de los principales exportadores de azúcar, el oro blanco se volvió inaccesible. En la localidad de Ifraín Alfonso, a 30 minutos de Santa Clara, una ruta asfaltada bordeada de palmeras, en la que resuena el zumbido de insectos, lleva a un bloque de chapas verdes que parece en desuso: el ingenio azucarero. No tiene paredes. Sus entrañas son visibles, compuestas por engranajes y caños oxidados. Un cartel de “Cuidado” advierte del peligro. En lo alto, una chimenea con el nombre de “Ifraín Alfonso” apunta al cielo. A algunos metros, la casa de los antiguos administradores (una familia española) está en ruinas. A los pies del ingenio, Rafaela vive con su hijo en una casita con jardín. La mujer, de unos 60 años, comenzó a trabajar en el lugar en 1980, como parte del Departamento de Planificación. “Este ingenio fue uno de los mejores en términos de cantidad extraída de azúcar. Tenemos una buena calidad de tierra y de cañas. El bloqueo nos obligó a cerrar muchos ingenios. No podemos hacer que lleguen piezas de recambio para mantenerlos. Este permaneció abierto, pero desde hace dos años no produce lo que debería. Este año sólo hicieron melaza para el alcohol y los animales”, se lamenta. Como consecuencia, el azúcar cuesta caro y una parte se importa para satisfacer las necesidades.

Mercado paralelo

Todos los pasajeros amontonados en el ómnibus en dirección a San Miguel del Padrón bajan en La Cuevita. La calle principal de esta comuna en la periferia de La Habana está repleta. La atraviesa un camino con barro lleno de basura. Cientos de personas se precipitan en ella. Acá se encuentra de todo: ropa, alimentos, ventiladores. La Cuevita es uno de los centros del mercado paralelo cubano, en plena explosión desde el paso de la covid, la unificación monetaria y la espiral de inflación que produjeron.

Una mujer con el pelo rojo esparce blísteres de remedios en la vereda junto con su hermana y una amiga: “Los productos farmacéuticos vienen del exterior. Pero las farmacias están vacías, así que los vendemos acá”. En Cuba los remedios no salen caros, cuando se los encuentra. En La Cuevita, una caja de paracetamol, por ejemplo, sale 200 pesos, contra 70 en una farmacia. Ernesto, de 45 años y de mirada cansada, ofrece paquetes de pañales para bebés. Desde 2020, este abogado de formación hace todos los días dos a tres horas de trayecto para llegar acá. “Antes de la llegada de la covid no necesitaba hacer esto. Todo se volvió más difícil a partir de ahí. Entonces agarro lo que encuentre, como estos paquetes de pañales comprados a 500 pesos cada uno y que revendo a 650. Cada mes gano 5.000 o 6.000 pesos, pero no alcanza para vivir correctamente”.

En la plaza de enfrente, decenas de personas esperan su ómnibus, rodeadas de bolsas repletas. Después de comprar productos en La Habana, los revenderán en otras provincias menos abastecidas que la capital, en las que los precios a menudo son más altos. Dani, de 52 años y pelo rubio recogido con una pinza, el cuello lleno de sudor, vino de Perico (en la provincia de Matanzas, a unos 100 kilómetros) esa misma mañana. En sus bolsas negras mezcló espaguetis y electrodomésticos para revenderlos en su ciudad. “Esta mañana me fui a las cuatro, llegué a las siete”. Es mediodía. Ya se va. “Hasta 2019 existía el mercado negro, pero era marginal. Con la unificación monetaria el tipo de cambio pasó de 25 a 120 pesos para un dólar. En el mercado negro alcanza los 200 pesos. Resulta difícil erradicar la economía informal en las condiciones actuales –reconoce el exministro de Economía Joel Marill Domenech–. Entonces las personas encuentran otras soluciones”.

La aparición del 3G a fines de 2018 (antes los cubanos sólo podían acceder a internet por wifi en parques) desarrolló nuevas posibilidades para la economía paralela. En su teléfono, Diego, de 32 años, muestra todos los grupos de Telegram y Whatsapp en los que participa. Unas 64.000 personas son miembro de “Timbirichi Habana” (un timbirichi es una pequeña tienda que vende un poco de todo y en pequeña cantidad: chupetines, cables de teléfonos, cepillos de dientes, cigarrillos, etcétera). En el chat los participantes preguntan: “Buen día, ¿dónde puedo encontrar queso?”, “¿alguien me puede decir dónde comprar un pollo entero, un litro de aceite y leche en tetrabrik?”, o incluso “compro euros a 193 pesos”. “Estos últimos años los grupos se especializaron: remedios, alimentos, heladeras, bicicletas”, nos explica Diego. “Algunos le compran lechuga a un agricultor, tomates y guayabas a otro. Y luego centralizan la venta”, precisa. Los vendedores, por su parte, envían listas de los productos disponibles con sus precios: “Ofrecemos cosméticos de alta gama, perfumes de mujer y hombre, delineadores, cremas antiarrugas”, o “importamos todos los remedios: Enalapril, Sulfaprim, Salbutamol, Amoxicilina, etcétera”. Desde 2020 los sitios de internet de venta de productos alimenticios, alojados en el exterior, se multiplicaron. El principio: una familia que vive fuera del país paga los productos (que se encuentran en Cuba) con su tarjeta de crédito. Luego los alimentos son enviados a la dirección indicada. “En 2020 las filas comenzaban a formarse desde las tres o cuatro de la mañana. Entonces surgieron estos sitios. Funcionan como comercios familiares: cubanos venden productos de sus propios negocios a través de estos sitios, a un precio más alto. Permite no hacer filas, pero hace falta tener un miembro de la familia en el exterior que pueda pagar”, cuenta Diego, cuyo hermano mayor vive en Argentina.

Esta situación provocó manifestaciones el 11 de julio de 2021, las más importantes en 30 años. Así como una ola migratoria masiva. En 2022 más de 200.000 cubanos volaron a Europa, América Latina o se lanzaron al mar en una embarcación improvisada hacia Estados Unidos. En un viejo auto turquesa estadounidense, Carolina ríe con su amiga Elizabeth. Va a hacerle una visita sorpresa a su familia. Hace un año y siete meses interrumpió sus estudios en Desarrollo Sociocultural para irse a Múnich con su hijo de siete años y su marido. “Antes de 2020 nunca había pensado en irme. Hasta que llegó la covid. A partir de ahí todo cambió. Todos mis compañeros de la facultad se fueron... Cuba es una isla de talentos. La Revolución alfabetizó, formó excelentes profesionales. Pero quiero darle una mejor calidad de vida a mi hijo, que coma helados, que tenga juguetes”. Como muchos cubanos llenos de diplomas que dejaron su isla, trabaja de lavaplatos en un restaurante muniqués.

Maïlys Khider*, periodista, enviada especial. Traducción: Micaela Houston.


  1. Como la mayoría de nuestros interlocutores, prefirió permanecer anónimo, sólo usamos nombres de pila modificados. 

  2. Interino de 2006 a 2008. 

  3. Renaud Lambert, “Las revoluciones de Raúl Castro”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, octubre de 2017. 

  4. “Unificación monetaria ayudará a estabilizar la economía”, Efe, Madrid, 24-1-2020. 

  5. Salim Lamrani, “Petite histoire d'un embargo”, Manière de voir, 155, “Cuba, ouragan sur le siècle”, París, octubre-noviembre de 2017. 

  6. “Right to live without a blockade. The impact of US sanctions on the Cuban population and women’s lives”, Oxfam, Oxford, mayo de 2021. 

  7. “L’Assemblée générale entame son débat sur le blocus contre Cuba et vote la résolution sur la CPI”, comunicado del 2 de noviembre de 2022.