“Por primera vez en la historia de este país conseguimos colocar en la Suprema Corte un ministro comunista”, sentenció el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, el 14 de diciembre de 2023, durante la Conferencia Nacional de la Juventud, refiriéndose a la entrada de Flávio Dino al Supremo Tribunal Federal (STF). Dino es un político de convicciones de izquierda, con trayectoria de militancia en el Partido Comunista de Brasil (PCdoB). Pero, más allá de eso, la afirmación de Lula da que pensar. Habrá quien piense, en el ámbito de la propia izquierda, que una declaración de ese tipo sólo sirve para dar munición al bolsonarismo. ¿Será así?

El comunismo es el núcleo duro del espectro democrático. Es la sal de la izquierda. Una de las razones por detrás del dominio abrumador del neoliberalismo en los tiempos que vivimos es la estigmatización de la idea comunista sufrida tras la derrota estratégica del proyecto socialista a finales del siglo XX. Cuando Lula se esfuerza por blandir el nombramiento de un comunista para el STF demuestra que tiene claro que los estigmas sembrados por el campo reaccionario no sólo afectan a los comunistas en sentido estricto, sino a la izquierda –y al campo democrático– en su conjunto. Lula tiene esta percepción avanzada porque es un estadista brasileño –en el polo de la unidad– pero también un estadista de izquierda –en el polo de la oposición–. Su ser político, con sus contradicciones y potencialidades, es una expresión concreta de la etapa actual del avance de la izquierda brasilera.

Lo cierto es que, sin partidos comunistas fuertes –como los había a mediados del siglo XX–, el (neo)fascismo encontró un terreno abierto para avanzar, al no enfrentarse al enemigo en su versión más consistente, sino a un enemigo que se tambaleaba tras una derrota estratégica El campo reaccionario lo sabe y, coherente con sus objetivos regresivos, invierte en la desmoralización del ideario comunista, en un esfuerzo masivo que resulta en la transformación del comunismo en un espantapájaros: algo que la gente teme sin saber exactamente qué es.

Nótese, sin embargo, que cuando la extrema derecha aborrece el “comunismo”, siempre se refiere a algo más amplio: el campo democrático. En última instancia, lo que la reacción no tolera no es sólo el comunismo, sino cualquier cosa que huela a avance de la democracia y de los derechos sociales. Por esta razón, las fuerzas del espectro fascista tienden a unir contra sí mismas a amplias corrientes democráticas de los más diversos matices. Esta unidad será tanto más trascendental cuanto más esté nucleada por la izquierda en primer plano y por su vértebra comunista en segundo plano.

Tengo claro que, mientras la “hipótesis comunista” –para citar la feliz expresión de Alain Badiou– no vuelva a florecer en el polo opositor y contrahegemónico, la izquierda seguirá en el calvario, a la defensiva, abrumada por sí misma, retirada en una esquina del ring. Como Lula se da cuenta de manera intuitiva, el comunismo no cierra horizontes a la izquierda, sino que los abre.

Fábio Palácio, periodista y docente de la Universidad Federal de Maranhão. Autor del libro Sob o céu de junho: as manifestações de 2013 à luz do materialismo cultural. Artículo publicado en Le Monde diplomatique, edición Brasil.