“¡Oh, mire eso!”. Al revisar nuestro bolso, la funcionaria de la aduana suelta un grito de sorpresa. Nos disponemos a dejar el aeropuerto de Georgetown, la capital de Guyana. Los rayos X acaban de detectar unas formas rectangulares en nuestra valija. Los funcionarios a cargo del detector de metales no lo dudan: son panes de cocaína. Un clásico, en uno de los principales puntos de salida de las drogas sudamericanas hacia Europa. Pero la funcionaria no acaba de encontrar un paquete de polvo blanco, sino la vivaz mirada de Walter Rodney, enmarcada por unos gruesos anteojos negros: la tapa de la primera biografía en francés de este historiador guyanés, donde él aparece, con corte afro y barba candado, en un retrato en blanco y negro. No sólo los paquetes rectangulares no eran más que libros, sino que hay uno sobre Rodney, en francés. La funcionaria no lo puede creer: “¿Cómo puede ser que lo conozcan? Acá nadie se interesa en él”. Días atrás, arribábamos a Georgetown con la esperanza de llegar a una conclusión distinta.

La capital de Guyana está situada debajo del nivel del mar. Un trabajo titánico de drenaje de las aguas permitió emplazarla en un territorio húmedo. En la ruta que bordea la costa –y donde vive el 90 por ciento de los 750.000 guyaneses–1, la marca Pepsi preside los carteles que anuncian el nombre de las distintas municipalidades con sonoridades inglesas, holandesas y francesas. A partir del siglo XVII sólo quedaba, del reparto hispano-portugués del continente sudamericano, aquello que los navegantes solían llamar “la costa salvaje”: las Guayanas, un muro de manglares entre el Amazonas y el Orinoco, que los europeos recorrieron durante todo el siglo XVI, deteniéndose allí sólo para tratar con los amerindios. La colonización europea de ese territorio se inició en el siglo XVII y desembocó, dos siglos de guerras después, en el reparto de la región: franceses en el este (Guayana francesa), holandeses en el centro (Surinam) y británicos en el oeste (Guyana).

Al llegar al centro de la ciudad, Pepsi desaparece, pero no el mecanismo por el cual ciertos grupos privados patrocinan la señalética. Aquí, un operador de telecomunicaciones es quien guía a los peatones: su logo está presente en cada esquina, metido entre el asfalto y los bordes poblados de hierbas de la zanja, donde se estanca un agua oscura, bordeando cada senda de la ciudad.

Una historia inconclusa

¿Nuestro primer destino? La Biblioteca Nacional, donde los pobladores de Georgetown encuentran un espacio de calma, bajo una imponente estructura de madera, financiada por el industrial y filántropo Andrew Carnegie, a principios del siglo XX. No hay ningún libro de Rodney en los estantes. Ordenadas en cajones deslizantes, unas fichas de cartón señalan la existencia de libros del historiador. “El autor es guyanés”, informa sobriamente una mención cuya tinta impresa con máquina de escribir se va borrando. Algunos libros guardados en las reservas son accesibles, pero una parte es inhallable… “¿Se refiere a Walter Roth?”, nos corrige la bibliotecaria a la que nos dirigimos. No será la única, durante nuestra estadía, en confundir al intelectual con ese administrador colonial británico que dio su nombre a un museo de antropología, situado en un importante edificio del centro de la ciudad de Georgetown.

En el cementerio Le Repentir, encajonado entre dos arterias céntricas, no logramos encontrar la tumba del historiador, pese a las indicaciones que nos dieron sus allegados. En la senda principal, un hombre con los cabellos en rastas trabaja un trozo de madera, acuclillado entre dos hileras de palmeras. El nombre no le dice nada. “Habría que saber de qué color es su tumba”, medita. Las sepulturas a las que se accede por tablones inestables que cruzan un canal barroso están invadidas por una vegetación densa, y la del historiador permanece inhallable.

¿Cómo explicar el olvido que padece Walter Rodney, 40 años después de su muerte, ocurrida en 1980? “Quizá porque ignoramos a todos aquellos que nos dieron un sentido de lo que es la libertad”, reflexiona Charlene Wilkinson, docente de la Universidad de Guyana. A través de la figura del historiador, el país daría definitivamente la espalda a toda su historia...

Walter Rodney nació en 1942, en una familia obrera afrodescendiente. Estudió en Jamaica, y luego en Londres, donde conoció al intelectual C.L.R. James2. Se interesó por la historia de la esclavitud y dedicó una tesis a la trata de negros en África Occidental3. Prefirió las jóvenes universidades de países que estaban viviendo sus primeros años de independencia, antes que el prestigio de las instituciones británicas y estadounidenses, y enseñó en Jamaica y África Oriental. En la Tanzania socialista de Julius Nyerere, participó “en el surgimiento de las ciencias sociales africanas descolonizadas”, según sintetiza el historiador beninés Amzat Boukari-Yabara4. Rodney se esforzó por llevar el conocimiento fuera de la universidad, para compartirlo con aquellas y aquellos que vivían en los barrios populares de Kingston, donde se mezcló con el movimiento rastafari, y en los pueblos tanzanos donde se expresó en kiswahili, la lengua del pueblo. En 1974, Rodney volvió a Guyana, donde participó en política, tratando de producir cambios en divisiones políticas singulares.

Durante más de dos siglos, la trata de africanos proveyó de mano de obra a los colonos europeos instalados en territorios amerindios de Guyana. Cuando se produjo la abolición de la esclavitud, en 1838, los emancipados abandonaron en masa las plantaciones de caña de azúcar. Algunos de ellos lograron comprar tierras de modo colectivo, pese a las restricciones implementadas para contener esas prácticas. Los productores reemplazaron entonces a los exesclavizados con trabajadores procedentes de las islas portuguesas de Madeira, de China y, sobre todo, de las Indias, que fueron sometidos a contratos abusivos.

La llegada de decenas de miles de contratados indios limitó las capacidades de negociación salarial de los exesclavizados y sentó las bases de un antagonismo entre los dos componentes mayoritarios de la población de Guyana. “Las dos principales razas fueron guiadas a una competencia económica”, dice Walter Rodney en un libro publicado de manera póstuma, que debía constituir el primer tomo de una historia popular de Guyana que quedó inconclusa5. El historiador describe allí la división étnica de los sectores económicos, favorecida por un conjunto de reglamentaciones adoptadas por el poder colonial. Los trabajadores de origen indio representan la mayoría de los obreros agrícolas del azúcar, y poco a poco fueron conformando un pequeño campesinado productor de arroz. Los afrodescendientes se orientaron hacia el sector minero (oro, diamante, bauxita) y el empleo asalariado en las ciudades.

A principios de los años 1950, el movimiento nacionalista consiguió unir a la clase obrera guyanesa en torno a reivindicaciones independentistas. Pero cuando Rodney volvió a su país, en 1974, ocho años después de su independencia, las viejas grietas étnicas volvieron a delinear el espacio político. Por un lado, el People Progressive Party (Partido Progresista del Pueblo, PPP), que lideró la lucha por la independencia, bajo el mando de Cheddi Jagan, un indodescendiente etiquetado de marxista en el marco de la Guerra Fría. Por el otro, el People’s National Congress (Congreso Nacional del Pueblo, PNC) de Forbes Burn-ham. Si bien oficialmente era un socialista, este último contaba con el apoyo de Washington. Con el respaldo de la población afrodescendiente del país, se mantuvo en el poder manipulando las elecciones6.

Rodney, por su parte, participó en la fundación de la Working People Alliance (Alianza del Pueblo Trabajador, WPA), que apuntaba a “crear una conciencia política que reemplazara la política étnica por organizaciones revolucionarias basadas en una solidaridad de clase”7. Seis años después lo asesinaron, en un atentado orquestado por el entonces partido de gobierno, el PNC. En su entierro se congregaron 35.000 personas, entre ellas intelectuales y personalidades políticas del Caribe, sindicalistas, trabajadores, estudiantes… En Georgetown se le erigió un monumento, a pocos metros del lugar de la explosión. Entre cocoteros con troncos pintados con los colores nacionales –rojo, amarillo, verde–, los títulos y la fecha de publicación de ocho libros escritos por el historiador están grabados en la base de los pilares de un arco de hierro forjado que lleva las iniciales W.A.R., por Walter Anthony Rodney...

Teoría y acción política

A pesar de sus enfrentamientos, las dos formaciones principales del país coinciden en considerar que “la cuestión principal consiste en convencer a los respectivos grupos de que sus intereses serán mejor atendidos si llega al poder ‘su’ partido”, analiza el sociólogo británico Steve Garner8. Una visita a los dos museos de Georgetown resume esa división de la historia guyanesa.

En un decorado de gabinete de curiosidades con exhalaciones de formol y piso de madera encerado, la sección histórica del Museo Nacional alaba los “importantes logros de los años 70”, orquestados por Burn-ham y el PNC. En un edificio colonial con persianas y techados de madera pintados de rojo, el Cheddi Jagan Center reconstruye la trayectoria política del hombre fuerte del PPP, su papel en la lucha por la independencia, sus tres décadas en la oposición y, finalmente, su elección en 1992, cuando ganó el primer escrutinio reconocido como no fraudulento por los observadores internacionales desde 1964. En la institución pública que es el Museo Nacional, la llegada al poder de Burn-ham en 1964 se explica por “una reforma constitucional”. En el Cheddi Jagan Center, gestionado por un organismo privado cercano al político, un documento del Congreso de Estados Unidos está enmarcado bajo un vidrio: allí se explica que “el gobierno de Estados Unidos jugó un papel significativo en la desestabilización del gobierno de Cheddi Jagan”.

Se ponen en escena dos versiones opuestas de la historia contemporánea del país, destinadas a los guyaneses y, en particular, a alumnos uniformados que recorren las salas de exposición a paso rápido. Con ellos se mezclan unos pocos visitantes extranjeros que hacen una parada en Georgetown, antes de adentrarse en la gran selva ecuatorial, para visitar los pueblos amerindios del interior. Ninguno de esos dos museos menciona a Rodney. De manera que hoy en día, el intelectual es más conocido en el exterior que aquí. Sus obras encontraron un lugar en los programas de las universidades anglófonas del mundo entero, donde, por lo demás, vive la importante diáspora guyanesa, que se estima tan numerosa como la población del país (o sea, unos 800.000). Más allá de sus escritos, despierta interés la trayectoria de este intelectual y militante panafricanista, anticolonialista y marxista, para quien comprensión histórica y acción política iban juntas. “Realmente, necesitamos ejemplos brillantes como el suyo, de lo que significa ser un intelectual decidido, que reconoce que el sentido último de su saber es su capacidad de transformar nuestros mundos sociales”, escribió recientemente Angela Davis en el prefacio de una reedición del ya clásico libro de Rodney De cómo Europa subdesarrolló a África (Siglo XXI, 1971).

“Es una vergüenza que Rodney no sea más estudiado aquí”, lamenta el sociólogo guyanés Wazir Mohamed. Pero para conocer la historia del país, más vale no contar con la educación. Pocos alumnos reciben una enseñanza histórica. Y cuando esto ocurre, el programa trata sobre la historia caribeña en su conjunto. El manual utilizado en secundaria dedica apenas unas pocas líneas a Guyana y calla todo sobre Rodney9. “Al terminar el liceo, muy pocos estudiantes tuvieron clases de historia”, confirma Shammane Joseph, docente de la Universidad de Guyana, en Georgetown. Ella comprendió la distancia abismal entre el lugar que se confiere a Walter Rodney en el exterior y el desconocimiento creciente que lo rodea en Guyana, cuando realizó a distancia una maestría en Relaciones Internacionales de una universidad británica. “¡Se dedicaba una semana entera a los escritos y el pensamiento de Walter Rodney! Todas las miradas se dirigieron hacia mí, la guyanesa, como si yo debiese saber más sobre él”, recuerda la docente, todavía turbada por sus lagunas.

Shammane Joseph cuenta este episodio frente a los estudiantes de la Licenciatura en Historia reunidos en su oficina, que gracias al apilado de mesas y sillas, se convirtió en una sala de clase de bolsillo. Sus alumnos pueden ubicarse en ella sin dificultad: son tres en total los que eligieron esta orientación.

Hélène Ferrarini, periodista. Traducción: Patricia Minarrieta.


  1. Agencia de Estadísticas de Guyana. 

  2. Véase Matthieu Renault, “‘Le nègre docile est un mythe’”, Le Monde diplomatique, París, enero de 2015. 

  3. Walter Rodney, A Study of the Upper Guinea Coast, Oxford University Press, 1970. 

  4. Amzat Boukari-Yabara, Walter Rodney, un historien engagé (1942-1980), Présence africaine, París, 2018. 

  5. Walter Rodney, A History of the Guyanese Working People, 1881-1905, Johns Hopkins University Press, Baltimore, 1981. 

  6. NdR: Reciclado en Congreso Nacional del Pueblo Reformado, integró la coalición que ganó las elecciones en 2015, pero en 2020 fue derrotado por el PPP, formación a la que pertenece el actual mandatario Irfaan Ali. 

  7. Steve Garner, Ethnicity, Class and Gender: Guyana 1838-1985, Ian Randle Publishers, Kingston, 2008. 

  8. Steve Garner, “Politics and ethnicity in the Guianas”, en Rosemarijn Hoefte, Matthew L. Bishop y Peter Clegg, Post-Colonial Trajectories in the Caribbean: The Three Guianas, The International Political Economy of New Regionalisms Series, Routledge, Londres, 2017. 

  9. Kevin Baldeosingh y Radica Mahase, Caribbean History for CSEC, Oxford University Press, 2011.