Los números tienen escala brasileña. Imaginemos 156 millones de electores decidiendo entre 250.000 candidatos a alcaldes y ediles en 5.569 ciudades del país. Más allá de su impacto relativo en el gran pulso entre bolsonarismo (ultraderecha) y lulismo (centroizquierda), la campaña hacia la votación del 6 de octubre reflejó la “polarización afectiva” de la sociedad.
Una reciente encuesta de Datafolha sobre las elecciones municipales en San Pablo hizo que algunas personas se pronunciaran para decir que la polarización en Brasil no es tan profunda como solemos creer. La encuesta mostró que muchos votantes consideran a un candidato de diferente espectro político como una segunda opción de voto. Guilherme Boulos (Partido Socialismo y Libertad, PSOL, desprendimiento por izquierda del Partido de los Trabajadores de Luiz Inácio Lula da Silva), desde la izquierda, aparece como una alternativa válida para una parte de los que dicen estar decididos a elegir a Ricardo Nunes (Partido Movimiento Democrático Brasileño, PMDB), apoyado por Bolsonaro1, y viceversa. [Cuando se hizo esta encuesta, ambos candidatos estaban cabeza a cabeza, con 25 y 27 por ciento, respectivamente]. Para algunos, esto sería evidencia de que la sociedad no está tan fragmentada como tendemos a creer.
Sin embargo, debemos recordar que existe más de un tipo de polarización. La polarización política se refiere a las preferencias por ideologías, partidos y candidatos, mientras que la polarización afectiva se refiere a profundos sentimientos de aversión o desconfianza hacia quienes tienen opiniones opuestas. Por lo tanto, incluso cuando la elección en las urnas parece menos dividida, puede haber una polarización afectiva.
Antes de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2022, una encuesta de Genial/Quaest indicaba que el 33 por ciento de los votantes de un candidato y el 41 por ciento de los del otro estarían insatisfechos si un hijo se casara con alguien que apoyara al rival. Son números que demuestran la polarización afectiva en acción: permea las emociones y las percepciones para infiltrar las divisiones políticas en la vida privada. Ignorar este fenómeno es poner en riesgo la salud democrática.
En 2023, el Barómetro de Confianza de Edelman posicionó a Brasil como el séptimo país más polarizado entre 28 evaluados. Esta opinión es compartida por la población: en una encuesta de Genial/Quaest realizada en febrero de ese año, el 83 por ciento de los encuestados dijo que el país estaba más dividido que en el pasado.
Un ejemplo actual de la intensificación de la polarización afectiva es el escenario del ascenso de Pablo Marçal en la carrera por la alcaldía de San Pablo2. Con su discurso agresivo, desligado de las propuestas, moviliza a una base inflamada y alimenta la aversión y la desconfianza entre diferentes grupos. (El resultado de la mencionada encuesta de Datafolha, por cierto, puede ser una simple consecuencia de su rechazo por parte de los votantes). Al mismo tiempo, la silla que Marçal le quitó a su colega candidato José Luiz Datena durante un debate televisivo provocó el aplauso de sus detractores, una prueba de que la violencia política, consecuencia de la polarización afectiva, ha sido legitimada por la sociedad3. [Días antes, el 15 de setiembre, Datena le había lanzado una silla a Marçal en un debate en TV Cultura].
La democracia se basa tanto en la elección de los representantes como en la capacidad de los ciudadanos para dialogar y convivir con las divergencias. Gritos, maldiciones y sillas, así como la normalización de estos actos, son reflejos directos de una polarización que afecta a todas las personas en diferentes contextos.
“Brasil habla”, una iniciativa del Instituto Sivis en alianza con la organización alemana My Country Talks e investigadores de la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, tiene como objetivo abordar la polarización afectiva promoviendo conversaciones entre brasileños de diferentes opiniones políticas. Los participantes informan que, después de los diálogos, se sienten más abiertos a comprender diferentes perspectivas y menos propensos a estereotipar al otro. La empatía y la disposición a colaborar aumentan en entornos seguros y acogedores.
Fomentar espacios de interacción respetuosa es fortalecer el tejido social y contribuir a una democracia más robusta, más allá del voto.
Jamil Assis, director de relaciones institucionales del Instituto Sivis. Tomado de Le Monde diplomatique, edición Brasil.
Humberto Ortega (1947-2024)
Polémica figura de la política nicaragüense del último cuarto del siglo XX, el excomandante en jefe del Ejército durante los años de la revolución sandinista, Humberto Ortega Saavedra, murió el 30 de setiembre. Distanciado de su hermano, el cuestionado mandatario Daniel Ortega, el exmilitar estaba en arresto domiciliario y había lanzado varias críticas públicas al gobierno de su antiguo partido.
Su principal aporte a la doctrina militar guerrillera dio nacimiento a la tendencia “insurreccional”, una de las tres que existían en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en los años 1970, y la que finalmente lo condujo a la victoria en el norte del país (al sur se aplicó una guerra más convencional). También se destacó en el combate a la contrarrevolución financiada por Estados Unidos en los años 1980, a la que derrotó en acciones defensivas (la desarticulación de las Fuerzas de Tareas mediante la acción combinada de los Batallones de Lucha Irregular, BLI) y ofensivas (la Operación Danto de 1988).
Ante la derrota electoral del FSLN en 1990 fue pieza clave en la estrategia de su hermano Daniel de “gobernar desde abajo”, entregando el gobierno pero no el poder. Así, Humberto Ortega se negó a renunciar cuando se lo exigió la nueva presidenta de centroderecha, Violeta Chamorro, y sólo dejó su cargo cuando el nuevo gobierno aceptó una ley orgánica militar que dejaba en manos del Ejército la nominación de una terna de candidatos a comandante en jefe, limitando a esos tres nombres el margen de elección del poder civil. Mientras esa normativa se procesaba en el Parlamento, se produjo uno de los episodios más turbios de su trayectoria (superando incluso el enriquecimiento ilícito de 1990), cuando reprimió a sangre y fuego la toma de Estelí por un movimiento protoguerrillero, los recompas, que reclamaban por los retrocesos en derechos sociales que implicaban las políticas de Chamorro. Una vez reprimido ese movimiento, desató toda la fuerza del Ejército para terminar con otros insurrectos ubicados en el extremo ideológico opuesto: los recontras. Esa acción combinada lo pintó de cuerpo entero: para tener las manos libres para acabar con sus enemigos, estaba dispuesto a sacrificar a sus antiguos compañeros.
En términos ideológicos, en aquellos ecos de la tendencia insurreccional, de 1978-1979, ya anidaba su línea de pensamiento “tercerista”, crítica con el marxismo ortodoxo y más cercana a la socialdemocracia. Este punto lo llevó a distanciarse cada vez más, y tempranamente, de su hermano Daniel, quien al triunfo de la revolución en 1979 había asumido la presidencia en el intento de unificar de modo definitivo las tres tendencias (las otras dos eran la guerra popular prolongada y la proletaria, con diferencias tácticas entre sí, pero con un enfoque común marxista) en una dirección colectiva. Pese a los grandes claroscuros de Humberto Ortega, fue esa pluralidad, insinuada en su teoría del “centrismo”, su aporte político principal. Desde ese lugar heterodoxo y confuso colaboró, en parte, con la excepcionalidad democrática de la revolución nicaragüense. Excepcionalidad que luego le fue expropiada por Daniel Ortega desde su regreso al poder en 2007.
RLB
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NdR: Este apoyo del bolsonarismo al candidato del PMDB no debe hacer olvidar que los cruces en las municipales brasileñas están lejos de ser lineales: el postulante del PMDB en Maceió es respaldado por Lula. ↩
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Ver Philippe Scerb, “Bolsonaro e Marçal: a extrema direita entre um passado perdido e um futuro irreal”, Le Monde diplomatique, edición Brasil, 20-9-2024. ↩
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Ver Liliane Rocha, “Masculinidade tóxica como estratégia política em São Paulo”, Le Monde diplomatique, edición Brasil, 24-9-2024. ↩