¿Qué tanto cambiará la política hacia Medio Oriente el resultado de las elecciones estadounidenses? Aunque había prometido invertir el rumbo proisraelí de la diplomacia de Donald Trump, Joe Biden recuperó las principales orientaciones de su predecesor. Un modelo que tiró por la borda los Acuerdos de Oslo y excluyó por completo a los palestinos de las negociaciones.

Poco antes de la entrada en funciones de la administración Trump, en enero de 2017, el jefe de la diplomacia del presidente Barack Obama, John Kerry, estaba inquieto por la fragilidad del “proceso de paz” en Medio Oriente, habida cuenta de la proliferación de colonias a lo largo de Cisjordania. Y recordaba la posición oficial de la diplomacia estadounidense: “La solución de los dos Estados es el único medio de alcanzar una paz justa y duradera entre israelíes y palestinos. Es el único medio de garantizar el porvenir de Israel en tanto que Estado judío y democrático, en convivencia pacífica y segura con sus vecinos. Es el único medio de asegurar un futuro de libertad y dignidad al pueblo palestino. También permitirá defender mejor los intereses de Estados Unidos en la región”1. Algunos días antes, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas había adoptado la resolución 2.334 que condenaba a las colonias israelíes en “los territorios palestinos ocupados desde 1967, incluida Jerusalén Este”. La resolución fue adoptada por 14 votos contra cero. Cosa rara, Estados Unidos se abstuvo, renunciando así al ejercicio de su veto. Sin embargo, desde los Acuerdos de Oslo en 1993, el número de colonos había pasado de 110.000 a 570.000, lo que sólo podía entorpecer la creación de un Estado palestino viable y contiguo.

La creación de un Estado palestino al lado de Israel tenía que representar el resultado de los Acuerdos de Oslo, negociados en esa ciudad y firmados el 13 de setiembre de 1993 en el jardín de la Casa Blanca. Preveían negociaciones de paz directas entre Israel y los palestinos para poder alcanzar los últimos ajustes; dieron lugar, al año siguiente, a la atribución conjunta del Premio Nobel de la Paz a Yitzhak Rabin, primer ministro israelí, Shimon Peres, su ministro de relaciones exteriores, y Yasser Arafat, presidente del comité ejecutivo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Estos acuerdos establecieron un principio de mutuo reconocimiento entre Israel y la OLP y sentaron las bases de una autonomía palestina limitada, con la creación de la Autoridad Palestina y la división de Cisjordania y la Franja de Gaza en zonas administrativas palestinas. Negociaciones ulteriores permitirían llegar a un acuerdo final sobre las cuestiones que quedaban en suspenso, en especial, el estatuto final de Jerusalén, de los refugiados palestinos y de las colonias israelíes.

El asesinato de Yitzhak Rabin por parte de Yigal Amir, un producto puro de la extrema derecha nacionalista religiosa, comprometería seriamente estos avances. El crédito de los procesos de paz descansaba, en gran medida, en la personalidad del primer ministro, exgeneral y halcón empedernido, capaz de tranquilizar a los más escépticos. Para retomar su fórmula fetiche: “Combatí el terrorismo como si no hubiera negociaciones, mientras negociaba como si el terrorismo no existiera”. Lo sucedió Shimon Peres, quien, después de haber defendido durante muchos años una solución jordana al problema palestino, se había convertido en el adalid de una reconciliación histórica entre ambos pueblos, pero, para sorpresa general, los laboristas perdieron por poco las elecciones de mayo de 1996, que tuvieron lugar en un clima de violencia y tensiones.

“Bibi el estadounidense”

El jefe del Likud, Benjamin Netanyahu, que no había dejado de atacar el principio de un Estado palestino, ni de acusar a Yitzhak Rabin de traición, se convirtió entonces en el primer ministro más joven (46 años) de la historia del país. Y también en el símbolo de la intransigencia política y la obsesión por la seguridad. Su padre, Benzion, había sido un colaborador cercano de Zeev Jabotinsky, fundador del sionismo revisionista que reivindicaba, desde la década del 1920, “el derecho del pueblo judío a todo su territorio, a ambos lados del Jordán”. Su hermano mayor, Jonathan, comandante de élite del ejército israelí asesinado en 1976 en el transcurso de una operación de liberación de rehenes en el aeropuerto ugandés de Entebbe, pasa por héroe nacional. El futuro primer ministro creó, tres años más tarde, el Jonathan Institute, consagrado a su memoria, que apadrinó grandes conferencias internacionales sobre el terrorismo, tema con el que se obsesionaría. Con el correr de los años, el Jonathan Institute insistirá una y otra vez en sus temas predilectos: al principio fue la OLP, “organización terrorista a sueldo de la Unión Soviética”, que constituía la principal amenaza para las democracias; luego tomó el relevo Irán, “amenaza existencial para Israel”2.

Las largas estadías de Netanyahu en Estados Unidos, primero como estudiante, después como diplomático –fue jefe adjunto de misión en la embajada israelí en Washington antes de convertirse en embajador de Israel ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU)– permitieron, a quien es denominado “Bibi el estadounidense”, tejer poderosas redes políticas y financieras. Manejaba a las mil maravillas los hilos y códigos del sistema político del país donde había pensado instalarse por un tiempo. Feroz opositor a la idea de los dos Estados, sostuvo lo contrario, aunque a regañadientes, cuando se expresaba en inglés ante un público estadounidense. En una grabación secreta de una discusión con colonos de Cisjordania en 2001, se lo escucha recomendar paciencia: “Sé lo que es Estados Unidos. Estados Unidos es algo que puede ser movido fácilmente, movido en la dirección correcta... nos van a dejar hacer”. Más vale entonces ignorar las críticas ocasionales de los responsables políticos estadounidenses ante la construcción de nuevas colonias en Cisjordania y Jerusalén Este, ilegales según el derecho internacional, “porque los estadounidenses terminarán por ceder, o bien, como pasa en general, por desinteresarse del asunto”3.

En suma, el reflejo del doble discurso le permitió sostener todas las ambigüedades. En estas condiciones se entiende mejor la condescendencia de la derecha nacionalista y religiosa respecto de Hamas, un movimiento que encuentra sus orígenes en la confraternidad de los Hermanos Musulmanes. Desde la década del setenta, en nombre del principio “dividir para reinar mejor”, Israel entendió las ventajas que ofrecía la introducción de los islamistas en el juego político palestino, hasta entonces acerrojado por la OLP de Yasser Arafat, profundamente laico4. Sobre la cuestión de los dos Estados, una alianza de hecho unió a Hamas con el Likud en una suerte de “frente de rechazo” a los acuerdos alcanzados entre los laboristas y la OLP5. Inmediatamente después de los Acuerdos de Oslo, en 1995 y 1996, ¿los atentados asesinos de Hamas no torpedearon acaso el proceso de paz, favoreciendo el retorno al poder del Likud? Más tarde, cuando se trató de los intercambios de prisioneros, o de la autorización para realizar transferencias financieras vía Qatar, esta condescendencia no se desmintió. Sometido a un estado de sitio permanente, Hamas parecía estar fuera de juego. Sin embargo, como había predicho desde 2018 el historiador Jean-Pierre Filiu, detrás de las palabras tranquilizadoras se esbozaban las primicias de una catástrofe: “Este asedio, lejos de socavar el control de Hamas, le permite cuadricular mejor a la población de Gaza y controlar muy de cerca los túneles de contrabando con el Sinaí. Y las pesadas inversiones vinculadas con la perforación y el mantenimiento de dichos túneles sólo pueden ser amortizadas mediante el tráfico, de fuerte valor agregado, de armamentos y explosivos. Así es como Netanyahu está creando en Gaza una verdadera bomba de tiempo, ya que el bloqueo favorece la dominación de Hamas y su militarización”6.

El mecenas de Trump

La presidencia de Donald Trump modificaría profundamente el panorama. A lo largo de toda su campaña, el candidato republicano había sostenido palabras confusas y en general mentirosas. En junio de 2015, acometió contra un sistema “trucado” y dominado por el dinero, reivindicando su independencia: “No necesito el dinero de nadie. Uso el mío. No recurro a lobistas. No recurro a donantes. Me dan lo mismo. Soy verdaderamente rico”7. Así que sólo él sería capaz de limpiar los establos de Augias. Interrogado sobre el conflicto palestino-israelí, afirmaba con énfasis su “neutralidad”8.

Eso era sin contar con Sheldon Adelson, un “megadonante” que llevó una cierta coherencia a la política de Trump en Medio Oriente. Por entonces, este self-made man ultraconservador (murió en 2021) dirigía un emporio de casinos que iban desde Las Vegas hasta Macao, pasando por Singapur. Ya había oficiado de rey en Israel. En 2007, fundó un tabloide gratuito, Israel Hayom, reclutó a algunos periodistas conocidos y confió la dirección del medio a su segunda esposa Miriam, que es israelí. El éxito fue espectacular. El diario se convirtió en el de mayor circulación en el país. Gracias a un flujo ininterrumpido de editoriales dedicados a la gloria de Benjamin Netanyahu, facilitó su regreso al poder en 2009. Ahora bien, Adelson pretendió jugar un rol comparable en Estados Unidos9. En 2015, compró, mediante testaferros, el periódico Las Vegas Review-Journal. En las elecciones primarias estadounidenses de 2016, los 17 candidatos que se enfrentaban hicieron el peregrinaje a Las Vegas para tener una audiencia con el gran hombre adinerado. Se exigió de ellos que asumieran compromisos precisos, porque si bien el millonario era un mecenas generoso, era tan exigente como impaciente, y vigilaba de cerca la rentabilidad de su inversión.

Su pliego de condiciones estaba íntimamente vinculado con las expectativas del Likud, el partido de Netanyahu. Entonces, antes que nada, había que cortar de cuajo la idea de un Estado palestino porque, a ojos de Adelson, “la solución de los dos Estados es un trampolín hacia la destrucción de Israel y el pueblo judío”. También había que reconocer a Jerusalén como “capital eterna” de Israel y retirarse del acuerdo sobre el tema nuclear iraní firmado por Barack Obama en 2015. Y, sobre todo, no hacer ninguna concesión, y menos todavía dar un céntimo a los palestinos, un “pueblo inventado”. Algunos años antes, el magnate del juego había dejado de financiar al American Israel Public Affairs Committee (Aipac) cuando el poderoso lobby había dado fondos a la Autoridad Palestina por pedido del primer ministro de Israel de entonces, Ehud Olmert. Adelson creó entonces el Israeli-American Council (IAC), todavía más marcadamente a la derecha.

Cuando fueron las elecciones primarias republicanas de 2016, Adelson había apostado primero por el senador de Florida Marco Rubio. Ni bien este quedó eliminado de la carrera electoral, eligió dar su apoyo al candidato Trump. El magnate del juego había seguido de cerca la desastrosa incursión del promotor neoyorquino en los casinos de Las Vegas y Atlantic City, que se había saldado con seis quiebras resonantes. Sabía entonces que, detrás de las fanfarronadas del rey Midas de la telerrealidad, se escondía un hombre de negocios perpetuamente falto de liquidez y para el cual todo era mercantilizable10. Entre 2016 y 2020, el millonario donó unos 426 millones de dólares a Trump y al Partido Republicano11. La inversión se reveló rendidora.

La doctrina Kushner

La política hacia Medio Oriente del presidente Trump constituyó una extraña mezcla de negocios y mesianismo. Los circuitos diplomáticos tradicionales, y en particular el Departamento de Estado, por mucho tiempo acusado por sus críticos de ser una guarida de arabistas12, fueron apartados en beneficio de un círculo muy chico vinculado con el business familiar y resueltamente hostil a la idea de un Estado palestino13. El omnipresente Jared Kushner, yerno y consejero principal (senior adviser) del presidente republicano, coordinó la iniciativa. Jason Greenblatt, exresponsable jurídico de la Trump Organization, fue nombrado “representante especial del presidente para las negociaciones internacionales”, encargado del dossier árabe-israelí (fue reemplazado en 2019 por Avi Berkowitz, ejecutivo de Kushner Companies). David Friedman, un abogado que gestionó con habilidad las sucesivas quiebras de Trump, reclamó y obtuvo el puesto de embajador en Israel. Afirmó de entrada que “los israelíes tienen tantos derechos como los palestinos, si no más, de instalarse en Judea y Samaria [designación israelí de Cisjordania]”.

Adelson había exigido que Trump anunciara, el mismo día de su entrada en funciones e inmediatamente después de los decretos destinados a revocar las principales decisiones de la administración Obama, la transferencia de la embajada estadounidense a Jerusalén14. Frente a la oposición de una parte de la clase política estadounidense (entre ellos, el secretario de Estado Rex Tillerson y el ministro de defensa James Mattis), hubo que convencerlo de esperar. En diciembre de 2017, el presidente anunció el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, en el marco de “un nuevo enfoque del conflicto entre Israel y los palestinos”. Para garantizarse que la decisión fuera irrevocable, el gobierno estadounidense cedió ulteriormente la suntuosa residencia del embajador en Tel Aviv al proveedor de fondos electorales de Trump por la módica suma de 67 millones de dólares. La inauguración con gran pompa de la nueva embajada tuvo lugar el 14 de mayo de 2018, fecha del septuagésimo aniversario de la creación del Estado de Israel, en presencia de Sheldon y Miriam Adelson y de pastores protestantes tales como Robert Jeffress o John Hagee, para los cuales el antisemitismo no es para nada incompatible con el sionismo más radical15. Estos mascarones de proa del sionismo cristiano, que despiertan el entusiasmo de la “base” trumpista, pronunciaron las bendiciones de apertura y clausura de la ceremonia. En esa oportunidad, el pastor Hagee, fundador del movimiento Cristianos Unidos por Israel, indicó que Dios ofreció a Israel la “milagrosa victoria de 1967” y entonces la ocupación de Jerusalén Este y de Cisjordania.

Ese mismo día, la Franja de Gaza y Cisjordania ardieron por manifestaciones masivas seguidas de una represión sangrienta, dejando 58 víctimas palestinas y provocando la ruptura de las negociaciones con el gobierno estadounidense. Se había encontrado el pretexto para una sucesión de medidas destinadas a debilitar y humillar un poco más el campo palestino16, entre ellas, la reducción de la ayuda económica y humanitaria, el freno a las transferencias económicas a la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Medio Oriente (UNRWA), el cierre de la oficina de la OLP en Washington, así como del consulado general de Estados Unidos en Jerusalén, por entonces a cargo de las relaciones con los palestinos. Al mismo tiempo, se multiplicaban las concesiones a Israel: en noviembre de 2018, Estados Unidos reconoció su soberanía sobre el Golán sirio; un año más tarde, el secretario de Estado, Michael Pompeo, cercano a los fundamentalistas cristianos, rompió con la posición defendida desde muchos años atrás por Washington y pretendió que “el establecimiento de colonias de civiles israelíes en Cisjordania no es en sí contrario al derecho internacional".

Gérard Araud, quien fue embajador de Francia a la vez en Israel y en Estados Unidos, conoció muy bien al reducido equipo encargado de resolver el conflicto en Medio Oriente. Considera que este, marcado por su “orientación resueltamente pro israelí” y su “ignorancia abisal”, resumía el conflicto centenario en una visión maniquea, “Israel es una democracia y los palestinos son terroristas”, que “caricaturizaba apenas su enfoque, que no cambiaría mucho con el correr del tiempo. Nunca tuvieron la menor empatía por la situación de los palestinos”. “Inteligente, arrogante e inculto, Kushner tramó con cuidado un plan de paz tan caricaturescamente pro israelí que fue difícil asignarle el menor crédito y entonces nació muerto. Cuando lo preparaba, le pregunté si se había reunido con el equipo de negociadores estadounidenses que lo habían precedido en esa tarea durante varias décadas. Me respondió que prefería innovar, dado que ellos habían fracasado, lo que dejaba entender entonces que no tenía necesidad alguna de su aporte en experiencia”17.

Jared Kushner es el hijo de Charles Kushner, un promotor inmobiliario que suele estar en una situación delicada con la Justicia, y que es tan cercano a Netanyahu que lo alojaba en sus estadías privadas en Estados Unidos. Bastante antes de su matrimonio con Ivanka Trump (hija del hoy exmandatario), Jared era ya el símbolo de un sistema viciado por la corrupción y las prebendas. Alumno mediocre, había sido admitido en Harvard a cambio de una donación de 2,5 millones de dólares de su padre a la célebre universidad18. En las vísperas de la crisis financiera de 2007, mientras que el patriarca de la familia purgaba una pena en la cárcel por financiamiento ilícito, soborno de testigos, chantaje y otros delitos, el joven Jared, a cargo de la empresa familiar, se dejó estafar pagando 666 Fifth Avenue, un rascacielos neoyorquino, con un enorme sobreprecio. Con el lastre de esa deuda, Kushner Entreprises apostó por Qatar para liberarse del fardo. Pero el emirato alargó el asunto. Para aumentar la presión, Kushner dio su apoyo al bloqueo saudito-emiratí, pese a la oposición del secretario de Estado Tillerson. La presión no careció de efectos: Qatar ideó una estructura opaca, reuniendo a diversos inversores, en particular, canadienses, que permitió salvar las finanzas de la familia Kushner...

Novato en la política y sin una función oficial bien definida, Jared Kushner se había convertido, no obstante, en el hombre orquesta de la administración Trump. Para gestionar mejor sus innumerables conflictos de intereses, su suegro le confió un sinfín de misiones, que iban desde la reforma del sistema penitenciario a la cuestión de la innovación económica, pasando por la gestión de la crisis de la covid, las relaciones con México, China, y finalmente el dossier de Medio Oriente19. Estas misiones le permitieron sostener sus vínculos de negocios y generar emolumentos que beneficiaron al presidente20. Anudó en especial vínculos privilegiados con los dos poderosos dirigentes de Arabia Saudita y de Emiratos Árabes Unidos, Mohammed Ben Salman (“MBS”) y Mohammed Ben Zayed (“MBZ”), ellos mismos asociados a influentes redes de diplomáticos y hombres de negocios. Los intercambios de buenas prácticas se multiplicaron. Así, MBS podrá decir que “atrapó” a Kushner21, mientras que Trump, evocando al príncipe heredero saudita, que él protegió pese a su rol en la ejecución, seguida del descuartizamiento del periodista Jamal Khashoggi, afirmó: “Le salvé el pellejo”22.

A falta del “trato del siglo”, Kushner se tuvo que conformar con los Acuerdos de Abraham, firmados por Israel a partir de setiembre de 2020, de manera sucesiva, con Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Sudán y Marruecos, y supuestamente destinados a “aumentar la estabilidad, la seguridad y la prosperidad de la región”. Dejaron bajo un manto de silencio la cuestión palestina. Porque si existe “una doctrina Kushner”, se sintetiza en la exclusión de los palestinos de las negociaciones, aunque constituyen un poco más de la mitad de la población de la Palestina histórica.

En las autohagiografías que publican los principales arquitectos de los Acuerdos de Abraham detallan al mundo las razones de su éxito. Kushner sugiere que la resolución del conflicto no es, en lo fundamental, distinta de una transacción inmobiliaria. Para “quebrar el curso de la historia”, sólo hay que pensar de otra manera. Cita a su suegro, para quien “Jared es un genio”23. Su incursión en la esfera política le permite generar ingresos importantes. Por citar sólo un ejemplo, Affinity Partners, la compañía de inversiones que creó enseguida de la derrota de Trump en las elecciones presidenciales de 2020, recibió 2.000 millones de dólares del fondo soberano saudita, el Public Investment Fund, controlado por el príncipe heredero24. Y Kushner no dijo su última palabra. En febrero, durante las masacres y destrucciones que tuvieron lugar en la región, compartió su “visión” para el porvenir de Gaza. Saludó el potencial “muy precioso” de las “propiedades a orillas del mar” de Gaza y sugirió que Israel debería expulsar a los civiles hacia Néguev mientras la franja de Gaza es “limpiada”. Agrega: “No estoy seguro de que quede gran cosa de Gaza para ese momento. Incluso, si pensamos en la construcción, Gaza no era verdaderamente un precedente histórico [sic]. Era el resultado de una guerra”25.

Friedman, especialista en quiebras, enfrentó por su parte la cuestión palestina como si fuera un proceso de remate judicial. Explicó que, desde la noche de los tiempos, el mundo no entendió nada de relaciones internacionales, desde el momento en que sólo la diplomacia del “mazazo” que él practicó como embajador en Israel pudo desembocar en la paz en Medio Oriente26. En cuanto a Greenblatt, temía, sobre todas las cosas, como escribió en unas memorias marcadas por el mesianismo, publicadas en 2022, que la presidencia de Biden pudiera “deshacer” dicha paz27.

Continuidades y rupturas

En realidad, el presidente Biden, lejos de derribar el statu quo legado por Trump, cooptó muchas de sus políticas en Medio Oriente. Tanto la decisión de trasladar la embajada de Estados Unidos a Jerusalén como los Acuerdos de Abraham fueron ratificados. Una de sus prioridades era agregar Arabia Saudita a la lista de países que ya habían “normalizado” sus vínculos con Israel. La administración Biden, sin embargo, reafirmó su apoyo a una solución de dos Estados. Volvió a establecer el diálogo con la Autoridad Palestina y reanudó los financiamientos suprimidos durante los años Trump. Lo que siga dependerá del impacto de la situación que se inició el 7 de octubre de 2023 y del resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses.

Recordemos que Trump había rechazado el veredicto de las urnas en 2020 y había acusado al presidente Biden de haberle robado su victoria. El irascible Trump se indignó al saber que el primer dirigente extranjero en haber felicitado a su rival no era otro que Benjamin Netanyahu. Cortó entonces toda comunicación con él y arremetió en su contra28. Acusó también a sus compatriotas judíos, que votaron de manera mayoritaria a los demócratas, de “no amar lo suficiente a Israel”, ya que “el Estado judío nunca tuvo un amigo mejor [que yo] en la Casa Blanca”. Sin embargo, las cosas pueden cambiar. Hay negociaciones en curso con los representantes de Miriam Adelson, la viuda del mecenas, a quien Trump le había otorgado la medalla estadounidense de la Libertad. Ella dice estar lista para volver a hacer por Trump lo que su esposo ya hizo durante su primer mandato. Exige, en contrapartida, la anexión de Cisjordania...29

Ibrahim Warde, profesor asociado en la Fletcher School of Law and Diplomacy, Tufts University (Massachusetts). Traducción: Merlina Massip.


  1. “Kerry says two-state solution in jeopardy in Middle East”, The Washington Post, 28-12-2016. 

  2. Benjamin Netanyahu, Fighting Terrorism: How Democracies Can Defeat the International Terrorist Network, Farrar, Straus and Giroux, Nueva York, 2001. 

  3. Eric Alterman, We Are Not One: A History of America’s Fight Over Israel, Basic Books, Nueva York, 2022. 

  4. Andrew Higgins, “How Israel Helped to Spawn Hamas”, The Wall Street Journal, 24-1-2009. 

  5. Charles Enderlin, Le grand aveuglement: Israël et l’irrésistible ascension de l’islam radical, Albin Michel, 2009. 

  6. Jean-Pierre Filiu, Main basse sur Israël: Netanyahou et la fin du rêve sioniste, La Découverte, 2018. 

  7. Peter Stone, “Sheldon Adelson to donate $100m to Trump and Republicans, fundraisers say”, The Guardian, 10-2-2020. 

  8. Eugene Scott, “Trump pledges to be ‘neutral guy’ in Israel-Palestinian negotiations”, CNN, 19-2-2016. 

  9. Jason Zengerle, “Sheldon Adelson is ready to buy the presidency. He just hasn’t decided which Republican candidate to back. Care to make a pitch?”, New York Magazine, 7-9-2015. 

  10. Véase a Ibrahim Warde, “El triunfo del estilo paranoico”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, diciembre de 2016. 

  11. Eric Alterman, We Are Not One: A History of America’s Fight Over Israel, Basic Books, Nueva York, 2022. 

  12. Robert Kaplan, The Arabists: The Romance of an American Elite, Free Press, Nueva York, 1995. 

  13. Edward Wong y Sharon LaFraniere, “Tillerson says Kushner bypassed him and Mattis to make foreign policy”, The New York Times, 27-6-2019. 

  14. Barak Ravid, Trump’s Peace: The Abraham Accords and the Reshaping of the Middle East, Yedioth Ahronoth Books, Tel Aviv, 2022 (edición estadounidense: 2023). 

  15. Véase “Il ne peut y avoir de paix avant l’avènement du Messie”, Le Monde diplomatique, setiembre de 2002. 

  16. Philip H. Gordon, “Rethinking U.S. Policy Toward the Palestinians: Why Punishment and Coercion Will Backfire”, Council on Foreign Relations, 28-2-2019. 

  17. Gérard Araud, Israël. Le piège de l’histoire, Tallandier, París, 2024. 

  18. Daniel Golden, The Price of Admission: How America’s Ruling Class Buys Its Way into Elite Colleges – and Who Gets Left Outside the Gates, Broadway Books, Nueva York, 2019. 

  19. Shane Harris, Carol D. Leonnig, Greg Jaffe y Josh Dawsey, “Kushner’s overseas contacts raise concerns as foreign officials seek leverage”, The Washington Post, 27-2-2018. 

  20. Luke Broadwater, “Trump received millions from foreign governments as president, report find”, The New York Times, 4-1-2024. 

  21. Alex Emmons, Ryan Grim y Clayton Swisher, “Saudi crown prince boasted that Jared Kushner was ‘in his pocket’”, The Intercept, 21-3-2018. 

  22. Bob Woodward, Rage, Simon and Schuster, Nueva York, 2020. 

  23. Jared Kushner, Breaking History: A White House Memoir, Broadside Books, Nueva York, 2022. 

  24. Jonathan Swan, Kate Kelly, Maggie Haberman y Mark Mazzetti, “Kushner firm got hundreds of millions from 2 Persian Gulf nations”, The New York Times, 30-3-2023. 

  25. Patrick Wintour, “Jared Kushner says Gaza’s ‘waterfront property could be very valuable’”, The Guardian, 19-3- 2024. 

  26. David Friedman, Sledgehammer: How Breaking With the Past Brought Peace to the Middle East, Broadside Books, Nueva York, 2022. 

  27. Jason Greenblatt, In the Path of Abraham: How Donald Trump Made Peace in the Middle East – and How to Stop Joe Biden from Unmaking It, Post Hill Press, Nueva York, 2022. 

  28. Barak Ravid, Trump’s Peace: The Abraham Accords and the Reshaping of the Middle East, Yedioth Ahronoth Books, Tel Aviv, 2022 (edición estadounidense: 2023). 

  29. Nettanel Slyomovics, “Trump is desperate for Miriam Adelson’s cash. What will she expect in return?”, Haaretz, 3-6-2024.