La sociedad civil palestina enfrenta una persecución, masacre y desarraigo de proporciones inéditas desde 1948, en un contexto en el que el uso de la fuerza por parte de Israel prevalece sobre cualquier voluntad de negociación. Entre los palestinos, si bien existen divisiones internas, Hamas sigue siendo una organización clave para la gobernabilidad.

Bastaron apenas algunas horas para comprender que la eliminación del jefe de Hamas, Yahya Sinwar, que tuvo lugar al sur de la Franja de Gaza el 16 de octubre, no aceleraría el fin de la guerra. “Esto no significa el fin de la guerra en Gaza, sino el principio del fin”: el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, hizo saber enseguida que mantenía su preferencia por el uso de la fuerza más que por las negociaciones para liberar a los rehenes israelíes. A través de Khalil al Hayya, miembro del buró político de Hamas y jefe de la delegación palestina durante las negociaciones, la otra parte del conflicto ha reafirmado que ninguna liberación tendría lugar sin un cese del fuego que incluya el retiro del ejército israelí de la Franja de Gaza y la libertad de los prisioneros palestinos.

De una parte y de la otra, se trata de su supervivencia política: Hamas no puede aceptar un acuerdo de segunda dado el precio pagado por su población desde el 7 de octubre de 2023 a la noche y los nubarrones que ensombrecen el horizonte de los territorios palestinos; entre acusaciones de corrupción y encuestas inciertas en caso de elecciones, Netanyahu avanza por un camino riesgoso y busca sostener su coalición de extrema derecha.

Política colonial y represiva

De cualquier manera, la estrategia de Tel Aviv no permite vislumbrar la celebración de un acuerdo. Opuestos tanto al despliegue de una fuerza militar internacional como a la vuelta al poder de la Autoridad Palestina, los dirigentes israelíes abogan por que al menos algunas de sus tropas permanezcan en la Franja de Gaza, en particular para mantener el control de todos los pasos fronterizos y de la frontera con Egipto. Entre la construcción de bases militares y de nuevas rutas, como el corredor Netzarim que divide a Gaza en dos, el ejército habría tomado posesión de al menos el 26 por ciento del enclave palestino.1 Este entramado territorial permite filtrar las poblaciones autorizadas para transitar hacia el norte, pero también organizar su administración.

La presencia militar podría facilitar, a largo plazo, la reinstalación de colonias. Desde hace varios meses en Israel los acontecimientos se multiplican para abogar por la construcción de asentamientos, sobre todo en el norte de Gaza, una vez que el territorio sea “purgado y limpiado”. El más reciente, por iniciativa del Likud, tuvo lugar el 21 de octubre. La dinámica parece acelerarse a medida que la evacuación total de los habitantes del norte de Gaza se organiza y planifica a través del programa Order and Clean-up (“orden y limpieza”), en ocasiones llamado “plan de los generales” o incluso “plan Eiland”, por el nombre del general que lo concibió.

Si la puesta en práctica por el Estado Mayor sigue siendo incierta, una encuesta del medio israelí +972mag.com reveló los principales ejes y los objetivos.2 Se trata de imponer una “derrota total” a Hamas además de poner en marcha un “proceso de desradicalización”. La evacuación de algunos de los 300.000 palestinos que todavía residen al norte del corredor Netzarim debería permitir instaurar allí un cerco estricto. Una orden en ese sentido ha sido difundida el 6 de octubre. La segunda etapa consiste en retener a los combatientes dentro de “zonas militares cerradas” y forzarlos a rendirse o morir de hambre, en detrimento de la suerte de los rehenes que podrían encontrarse allí. Esta estrategia se observa sobre el terreno, en el campo de Jabaliya, asediado y cerrado desde el 12 de octubre.3

En paralelo, la transferencia de la administración de Cisjordania del ejército israelí, en tanto fuerza de ocupación, al ministro de Finanzas y representante de los colonos, Bezalel Smotrich, continúa. Facilita aún más la colonización, conduciéndola a una anexión de jure. El 3 de julio, el gobierno aprobó la confiscación de 13 km² de tierras en el valle de Jordania, en Cisjordania, la mayor incautación realizada por Israel desde 1993 en ese territorio palestino ocupado.

En ese otro frente, más de 700 palestinos han encontrado la muerte desde el 7 de octubre de 2023, principalmente debido a incursiones del ejército israelí para “limpiar” los frentes de resistencia. El fortalecimiento de esta política colonial y represiva le permitió a Netanyahu consolidar su coalición, mientras que la eliminación de los jefes de Hamas y de Hezbollah les dio impulso a sus electores, pero no sólo a ellos. Las diferentes encuestas lo confirman: el primer ministro llegó a recuperar su déficit de popularidad y estaría, a partir de ahora, a la cabeza si hubiera elecciones.

Gracias a sus manifestaciones, la oposición mantiene la presión. Después de que dos de sus figuras renunciaran al Consejo de Guerra, este fue disuelto por el actual jefe de gobierno el 17 de octubre. Respaldados por varios generales, Benny Gantz y Gadi Eizenkot le reprocharon a Netanyahu la ausencia de un plan para la posguerra, así como el bloqueo de los avances de las negociaciones para la liberación de los rehenes. En muchas ocasiones y en los instantes cruciales, el primer ministro habría interferido en las tratativas, cediendo a la presión de sus aliados de la extrema derecha que amenazan con hacer estallar la coalición gubernamental en caso de firmar un acuerdo.

Además, la destitución de las facciones fascistas que controlan varios ministerios clave, entre ellos el de Seguridad Nacional, no pondrá fin al régimen de apartheid impuesto a los palestinos. Además del nacionalista Gantz, Yaïr Lapid sigue representando una oposición sionista laica y liberal, pero que justifica la colonización invocando una “tierra bíblica” (LCI, 6-11-2023). Peor aún, en un artículo para Haaretz prevé conceder a los palestinos una forma de soberanía, a condición de que ellos “nos prueben que son tan dóciles como los suizos, tan pacíficos como los holandeses o tan tranquilos como los australianos”.4 En otras palabras, que acepten de manera pasiva ser privados de sus derechos.

Divisiones intrapalestinas

No ceder a la presión y ganar tiempo: seguramente la estrategia de Netanyahu está dando sus frutos. Transcurridas las elecciones en Estados Unidos, el primer ministro israelí espera poder renovar la alianza histórica que le permitió borrar la cuestión palestina de las agendas diplomáticas y multiplicar los golpes, como la instalación de la embajada estadounidense en Jerusalén o el cese del financiamiento de la Agencia de las Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Medio Oriente (UNRWA).

Salvo que, en la escena internacional, los palestinos puedan contar con una solidaridad reforzada. Dos veces durante estos últimos meses, la Asamblea General de las Naciones Unidas les ha manifestado su apoyo votando de forma mayoritaria las resoluciones en las que se admite al Estado de Palestina en la Organización de las Naciones Unidas (ONU),5 y luego exigió el fin de la ocupación de los territorios palestinos ocupados en un plazo de 12 meses. Sin embargo, en un momento en el que está en juego el futuro del movimiento nacional, las divisiones entre las principales organizaciones palestinas resultan especialmente perjudiciales, aun cuando no se remontan al 7 de octubre de 2023. Las reuniones entre las facciones que tuvieron lugar en Moscú el 1º de marzo y luego en Pekín el 30 de abril no parecen por ahora alcanzar los objetivos de asegurar la unidad para pensar la posguerra.

Mientras que el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, ha perdido toda credibilidad, con sólo un 14 por ciento de imagen positiva según una encuesta de opinión realizada por el Palestinian Center for Policy and Survey Research,6 la entrada en función, el 14 de marzo, de un gobierno dirigido por el economista Mohammad Mustafa –leal a Abbas, exdirectivo del Banco Mundial– ha provocado un revuelo. Luego de este nombramiento, Hamas denunció en un comunicado una elección que iría en contra del “consenso nacional” y que no haría más que intensificar las divisiones intrapalestinas. En una respuesta particularmente agresiva, Al-Fatah culpó luego a Hamas de la decisión unilateral de lanzar el ataque del 7 de octubre de 2023 y acusó a la organización de servir a “agendas extranjeras”.7

Es esencial analizar los sentimientos de la población palestina de Gaza hacia Hamas y sus dirigentes, dado el caos humanitario al que se enfrentan. Pero también es necesario señalar la capacidad de la organización islamista de sobrevivir a la invasión israelí y reinscribir la cuestión palestina en la agenda internacional. La muerte de Yahya Sinwar sin duda marca el fin de una etapa, pero no el fin de Hamas. Por muy legítimo que sea el rechazo occidental a considerar al movimiento como un interlocutor –ante los crímenes cometidos en Israel–, sigue siendo la realidad de la correlación de fuerzas sobre el terreno. Lo que garantiza a la organización su continuidad es su capacidad de reclutar nuevos miembros, sostener un grado mínimo de actividades armadas y, sobre todo, posicionarse como un actor imprescindible para la gobernabilidad. Tres capacidades de las que Hamas dispone todavía, a pesar de una innegable reducción de sus medios de acción.

La permanencia del movimiento se debe también a la figura de Sinwar que los mismos israelíes han contribuido a crear. Mientras durante varios meses circularon rumores de que se encontraba en el extranjero o refugiado en búnkeres, utilizando rehenes como escudos, las imágenes difundidas por el ejército israelí muestran a un hombre de 62 años con equipo de combate sobre la línea del frente, gravemente herido en el brazo, el rostro disimulado por lo que parece ser una kufiya [pañuelo tradicional], sentado en el sillón de un edificio en ruinas, mirando fijamente al dron que lo observa. Difundido en bucle y en diferentes formatos en las redes sociales, el video ha elevado a Sinwar a la categoría de ícono. Por otra parte, antes incluso que de las figuras de los dirigentes o de la ideología de una organización, la resistencia armada se nutre de la constatación de la impunidad de la que sigue beneficiándose Israel después de más de un año de guerra, cuyo carácter genocida no deja de confirmarse.

Mientras que la sociedad civil palestina se enfrenta a una represión y a un desarraigo de proporciones inéditas desde 1948, Hamas continúa siendo percibida como el espejo invertido de una Autoridad Palestina controlada por Al-Fatah, que colabora con las autoridades israelíes y no responde a las aspiraciones de su pueblo. Desde ese momento, a falta de una presión internacional que permita la liberación de los prisioneros palestinos capaces de renovar la clase política, nada se hará sin Hamas, comenzando por la unidad del movimiento nacional palestino.

Thomas Vescovi, doctorando en Estudios Políticos y miembro del comité de redacción de Yaani.fr. Traducción: María Eugenia Villalonga.


  1. Yarden Michaeli y Avi Scharf, “Road to redemption. How Israel’s war against Hamas turned into a springboard for Jewish settlement in Gaza”, Haaretz, Jerusalén, 8-7-2024. 

  2. Meron Rapoport, “A plan to liquidate northern Gaza is gaining steam”, www.972mag.com, 17-9-2024. 

  3. Mahmoud Naffakh, “Nord de Gaza. L’extermination méthodique des habitants de Jabaliya”, Orientxxi.info, 17-10-2024. 

  4. Yaïr Lapid, “Israel’s hostages in Gaza are the most urgent mission”, Haaretz, 28-4-2024. 

  5. Los palestinos no tienen al momento más que un estatus de observador permanente. 

  6. “Public Opinion Poll N° 91”, Palestinian Center for Policy and Survey Research, 15-4-2024. 

  7. “Fatah dijo ‘whoever caused Israel’s reoccupation of Gaza doesn’t dictate national priorities’”, english.wafa.ps, 15-3-2024.