No sorprendió tanto el triunfo como la rapidez con la que llegó a confirmarse, sin necesidad de esperar varios días ni hacer un recuento de sufragios. El expresidente republicano de ultraderecha le ganó a Kamala Harris, vicepresidenta demócrata, tanto en los delegados para la elección indirecta como en el voto popular.1 ¿Qué profundidad tiene este resultado y cómo impacta en política exterior?

Así como no es lo mismo versionar en castellano la primera frase de El extranjero, de Albert Camus, diciendo “ha muerto mamá” que escribir “mamá ha muerto”, el resultado de las elecciones de Estados Unidos le presenta al idioma el mismo desafío. Porque decir “ha ganado Donald Trump” puede referir solamente a un dato puntual de las posibilidades binarias de todo mano a mano electoral. Pero lo que ocurrió este 5 de noviembre implica algo más profundo. Es que “Donald Trump ha ganado”.

Habrá tiempo para analizar el camino que llevó hasta ese punto a la principal potencia militar, pero el hecho es que un millonario con discurso de ultraderecha, caprichoso y negacionista, logró encolumnar tras de sí, al mismo tiempo, a uno de los hombres más ricos e influyentes del mundo (Elon Musk) y a los sectores empobrecidos del país. Autoafirmación, enojo y pensamiento simple parecen ser escudos útiles en un presente que, si se lo mira sin filtros, está empantanado en la encrucijada existencial de parar o perecer. La tibieza demócrata no tenía manera de proponer una alternativa, ni siquiera con las tímidas políticas laboristas del excandidato Joe Biden. Se hubiera necesitado un Bernie Sanders2 recargado para movilizar de verdad al progresismo y no las piruetas continuistas de Harris.

Fue justamente ese continuismo respecto de Israel3 y la imposibilidad de terminar con la guerra en Ucrania lo que mostró la debilidad de Harris en política internacional. No perdió por eso, por supuesto. Perdió porque Trump movilizó sentimientos (oscuros) y logró el pase de magia de presentarlos como defensivos mientras ofendía. Logró que esa táctica hiciera carne en el posicionamiento vital de sus votantes. De ahí lo profundo de su victoria.

Pero en cuanto al impacto en las principales crisis internacionales, no importa por qué ganó, sino que haya ganado. En primer lugar, habrá un cambio en la postura de Washington hacia Kiev. No necesariamente será un giro dramático. Los Estados tienen intereses, aunque los presidentes tengan amigos. Así que la tan mentada sintonía entre Trump y su par ruso, Vladimir Putin, puede influir menos de lo pensado. Lo que sí habrá es un entorpecimiento del flujo de armas y la amenaza de un cambio de eje, lo que puede incentivar a Kiev a ir a la mesa de negociaciones con menos precondiciones. Trump no necesita más que eso para anotarse un éxito. Dependerá de Europa si se pone sobre sus hombros el peso de compensar esta nueva situación, afectando al mismo tiempo su economía y alentando a futuro sus propios émulos de Trump, o si aprovecha el impulso y deja que el villano cargue con las culpas visibles. Para ambos este último escenario “ganar-ganar”.

En cuanto a Medio Oriente, el nuevo inquilino de la Casa Blanca no necesita cuidar las formas. No habrá gestos performáticos para contener a Israel, y se aleja la posibilidad de que Tel Aviv tenga que enfrentar un estatus de paria similar al que experimentó la Sudáfrica del apartheid en el siglo pasado. Así como Pretoria se benefició de la salida de escena de Jimmy Carter y la consiguiente entrada de Ronald Reagan, Tel Aviv sabe que el panorama le es ahora más favorable (sin que antes le haya sido hostil ni mucho menos).

Rafael Trejo, periodista.


  1. “Trump, presidente por segunda vez”, El País, Madrid, 6-11-2024. 

  2. Senador por Vermont, precandidato presidencial demócrata en 2016. 

  3. Ver “Escalera al purgatorio”, cobertura de tapa de Le Monde diplomatique, edición Uruguay, octubre de 2024.