Ninguna de las innumerables películas sobre ascenso a las montañas ha recorrido ni una cuarta parte del camino hacia el éxito que, en un mes, logró la selfie de dos horas y media titulada Kaizen. Con el subtítulo “Un año para escalar el Everest”, tiene 36 millones de visitas en YouTube. Antes, 311 mil espectadores habían asistido al preestreno en cines, ocurrido el 13 de setiembre. Muchos más la vieron por la televisión francesa al final de la noche del 8 de octubre, en TF1.
Los 140 mil comentarios en la plataforma de videos, la mayor parte elogiosos, revelan un fuerte apoyo entre los jóvenes al discurso sobre el orgullo de un youtuber de 22 años capaz de “ponerse en movimiento”, de buscar “ser mejor día tras día” para escalar el pico más alto del planeta. La “charla” de Inoxtag (Inès Benazzouz), la voluble heroína, también se gana la simpatía de muchos padres con mensajes que invitan a dejar atrás las pantallas y los teléfonos. Su guía de montaña, Mathis Dumas, avala el proyecto con una preparación exprés de 12 meses por los senderos y picos de los Alpes, y acepta dar un paso al costado desempeñando el papel de compañero de escalada. Imágenes impresionantes, con el uso de drones a gran altitud, dan testimonio de considerables recursos humanos, técnicos y financieros. Una luz dura proyectada sobre los residuos, el robo de equipos, la fila en la cresta de la cumbre o el abandono de cadáveres en la ruta exoneran a los autores de cualquier reflexión profunda sobre el significado de este egoísmo y la deriva interminable del Himalaya,1 en la que esta expedición participa con la ayuda de helicópteros.
Mientras sea “elegante”, o cool, todo parece autorizado. A base de acumular horrores, superlativos y sonrisas, la puesta en escena consigue que una empresa que es ante todo comercial parezca una hazaña. A los sherpas se les agradece varias veces, pero no los vemos llevando las cargas, montando los campamentos o arreglando cuerdas, asegurando al equipo en los pasajes expuestos y asumiendo la mayoría de los riesgos. El uso constante de bombonas de oxígeno a partir de los 6.700 metros elimina la principal dificultad de esta ruta. En realidad, con semejante dopaje y semejante asistencia permanente, sin la búsqueda de un itinerario, sin ningún gesto técnico –en definitiva, sin lo desconocido– no queda mucho de alpinismo.
El lanzamiento del Kaizen eclipsa por completo actuaciones humanas reales, como la del alpinista Kilian Jornet -doble escalador del Everest sin oxígeno- que el 31 de agosto completó la secuencia de 82 picos alpinos de más de 4.000 metros, conectados en bicicleta, en sólo 19 días. El campo de la “aventura” muestra el camino hacia un mundo donde las redes sociales hacen que el dinero sea, más que nunca, el único estándar. Si sabe gastarlo hábilmente, un simple cliente puede llegar a ser más valiente y famoso que Edmund Hillary y Tensing Norgay.2