Abbas Kiarostami, uno de los cineastas iraníes de mayor reconocimiento internacional, supo retratar la vida cotidiana en Irán sorteando la censura. Su libertad creativa le permitió difuminar las fronteras entre la ficción y el documental. En contraste, sus sucesores enfrentan una realidad marcada por una censura severa, el exilio y hasta la prisión.

El 25 de mayo, el director iraní Mohammad Rasoulof recibió el Premio Especial del Jurado del Festival de Cannes por su última película, La semilla del higo sagrado. La ocasión sirvió para recordar que, debido a que había estado preso y exiliado, el cineasta tenía prohibido trabajar en su país.

Antes de La semilla del higo sagrado, otra película iraní –en este caso considerada respetuosa de los valores de la República Islámica– había alcanzado la consagración internacional. Unos años antes de la apertura política habilitada por la presidencia de Rohani (2013-2021) y por el acuerdo sobre el programa nuclear (2015-2018), se produjo la película La separación (Asghar Farhadi, 2011), que resaltaba la emergencia de una nueva ola iraní, cuyo testimonio serían los éxitos de obras como Nahid (Ida Panahandeh, 2015), El cliente (Asghar Farhadi, 2016) o Un hombre íntegro (2017), de un Mohammad Rasoulof que aún era tolerado por el régimen.

En aquel momento, la mayoría de esas películas podían proyectarse en las salas iraníes. Sin embargo, fue a nivel internacional que tuvieron mejor recepción, tanto crítica como comercial. Tal como lo señalaron Tahseen Abdullah y Ahmed Babakr en su estudio sobre la política soft power iraní,1 esas exportaciones estaban relacionadas con la búsqueda de prestigio cultural por parte de un régimen que se encontraba parcialmente apartado de la globalización. Sobre todo en los años 1990 y 2000, algunas películas exitosas (como Niños del cielo, de Majid Majidi, o En las calles del amor, de Khosrow Sinai) ya habían podido acceder a subsidios públicos para la creación y la exportación, lo que remarcaba la firme voluntad de la República Islámica de apoyar la internacionalización de sus producciones cinematográficas.

El 1° de febrero de 1979, durante el discurso dado en el cementerio Behesht-e Zahrâ, entre las tumbas de víctimas del régimen del Sha, el líder supremo Rouhollah Khomeini declaró: “El cine es un invento moderno, que tendría que utilizarse con el objetivo de educar al pueblo”. En plena revolución, al día siguiente de su regreso al país, diseñó las bases de la política cultural del nuevo régimen. Fue así como, desde sus inicios, la “revolución cultural islámica”2 obligó a todas las productoras a hacer validar cada una de las etapas de sus películas por el muy estricto Ministerio de Cultura y Orientación Islámica (MCOI). Para asegurarse de que las obras estuvieran hechas conforme a los valores oficiales, la censura se apoyaba en un código moral aún más estricto y represivo que el código Hays que había condicionado las producciones hollywoodenses desde los años 1930 hasta los años 1960. Las escenas de amor explícitas, de intimidad o los comportamientos “inapropiados para la moral musulmana” quedaban, desde ese momento, prohibidos, al igual que las vestimentas que destacaban el cuerpo de las mujeres o que hacían referencia al modelo occidental. En paralelo, se implementaron diversos instrumentos de apoyo para las producciones, en especial la Fundación del Cine Farabi, un organismo público bajo la tutela del MCOI, cuyo fin era “luchar contra la agresión cultural occidental”3 e instaurar un “cine islámico” para las masas en el país.

No obstante, eso no impedía la voluntad de internacionalización, que resultaría ser un arma de doble filo. Las producciones de arte y ensayo se imponen de forma progresiva en los festivales, que incluyen, con frecuencia, una película iraní en una de sus categorías o un cineasta iraní en un jurado.

Entre 1991 y 2022, más de 25 películas fueron galardonadas con uno de los cuatro premios más importantes de Occidente.4 Con una mirada singular y a menudo poética, también daban la ilusión de ver el interior del país iraní, aunque sin claridad –las miradas extranjeras estaban condicionadas por los distintos filtros de la censura iraní y, a veces, por sus propios sesgos–. Aplaudida por el público en Cannes, la película Crónicas de Teherán (Ali Asgari y Alireza Khatami, disponible en Francia en salas a partir del 13 de marzo y en DVD/VOD a partir del 13 de julio) aspira a ofrecer, a través de nueve escenas, una inmersión en el Irán actual, muy marcado por el movimiento Mujer, Vida, Libertad, que surgió en setiembre de 2022. En comparación con esta última película, algunas de las otras fueron más abiertamente críticas y, en parte, premiadas por esa valentía. Fue el caso de Taxi Teherán (Jafar Panahi, 2015), filmada sin autorización. El cineasta, que tiene prohibido filmar en su país y salir del territorio, eligió presentar la vida cotidiana de los habitantes de Teherán a través de los recorridos de un taxi. Es una obra de resistencia, inscrita en un posicionamiento político muy claro –que lo ha llevado a prisión en varias ocasiones–. Por su parte, El Diablo no existe, de Mohammad Rasoulof, que ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín en 2020, denuncia de manera frontal la falta de libertad de expresión y el carácter arbitrario de la aplicación de la pena de muerte en el país. El autor, ya privado de pasaporte, también la filmó en la clandestinidad.

Muchas producciones se mueven en la delgada línea que separa la búsqueda de audiencias internacionales de la aplicación de la censura. La obra de Abbas Kiarostami (1940-2016), con numerosos herederos, permitió transitar este sinuoso camino. Verdadero estandarte de la internacionalización del cine iraní producido bajo la República Islámica, logró, en especial a partir de los años 1980 y 1990, realizar este complicado ejercicio al presentar dilemas íntimos. A través de sus relatos sencillos y sutiles, de incumbencia universal, el público internacional empezó a descubrir un Irán creador, iraníes en su vida cotidiana y con preocupaciones similares a las suyas. Siguiendo el ejemplo de las numerosas obras maestras de Kiarostami (Close-up, El sabor de las cerezas, El viento nos llevará) o, más recientemente, de La separación (Asghar Faradi), la película Los hermanos de Leïla (Saeed Roustayi, 2022) teje un drama familiar agridulce, en el que los conflictos intergeneracionales o sociales pueden resonar en el extranjero, al mismo tiempo que muestra el Irán contemporáneo desde una perspectiva realista. A través de lo que pareciera ser la sencilla historia de una familia y sus peripecias financieras, el director convence tanto al espectador crítico extranjero como al censor.

Pero el régimen sigue siendo consciente del potencial peligro de este éxito. “¡Estamos cansados de las películas de autores reconocidos en todo el mundo, ahora dedíquense al público y generen ingresos!”,5 ya había manifestado en 2004 uno de los dirigentes del MCOI. Hoy por hoy, debido a las polémicas tan mediatizadas por las redes sociales, la institución ya no duda en reprimir de forma masiva a los autores de creaciones culturales que no se ajustan de manera estricta a los códigos cada vez más restringidos de la censura. Así, la conformidad con la “moral islámica” es blanco de una interpretación más restrictiva en comparación con los dos mandatos presidenciales de Hassan Rohani (2013-2021), en especial en lo que respecta a los temas de las películas. Sin ser propaganda gubernamental ni espejo traslúcido de la sociedad, habrá que esperar para saber si la internacionalización de las películas iraníes autorizadas, que habría permitido ofrecer una ventana matizada sobre Irán a través de la combinación de la universalidad y la sutileza de los mensajes, perdurará (y para saber, a la vez, si los cineastas podrán ser reconocidos en el extranjero y seguir viviendo en su país).

Estos últimos meses, según Amnistía Internacional, un centenar de artistas habrían sido víctimas de penas de prisión, latigazos, prohibición para salir del territorio y, en ocasiones, pena de muerte. Ese fue el caso del cantante Saman Seydi y, más recientemente, de Toomaj Salehi.6

Aún queda la incógnita de si la elección del presidente reformador Masoud Pezeshkian, tras la desaparición del conservador Ebrahim Raïssi el 19 de mayo, suavizará la censura.

Adrien Cluzet, investigador de relaciones internacionales. Traducción: Paulina Lapalma.

Punto uy

El desembarco del cine iraní en Uruguay se produjo en 1991. El pequeño pájaro de la felicidad (Pooran Derakhshandeh, 1987) se estrenó el 25 de marzo de 1991 en el IX Festival Internacional de Cine de Montevideo, organizado por Cinemateca Uruguaya. Ese mismo año, en octubre, la misma institución proyectó un ciclo de una semana en el que se pudo ver el clásico moderno El ciclista (1987), de Mohsen Makhmalbaf. Fue también un festival de Cinemateca el que permitió conocer la obra de Abbas Kiarostami con el estreno de Y la vida continúa (1991) en 1994.

En lo referente a Jafar Panahi, la primera película en llegar a Montevideo fue El globo blanco (1995), en el festival de Cinemateca de 1998. Taxi Teherán (2015) se exhibió en otra edición de ese festival, en abril de 2016. El lazo de Panahi con Uruguay tuvo un capítulo de repercusión internacional en 2001 cuando fue detenido en el aeropuerto Kennedy, de Nueva York, al negarse a que le tomaran las huellas digitales en la conexión de su vuelo a Montevideo, donde iba a participar como invitado especial en... el festival de Cinemateca.


  1. Tahseen Wsu Abdullah y Ahmed Babakr, “Soft power in Iran’s foreign policy”, Qalaai Zanistscientific Journal, Universidad Franco-Libanesa de Erbil, vol. 7, n° 4, 2022. 

  2. Proclamada el 18 de abril de 1980 por Abdo’l-Hasan Bani Sadr, presidente de la República, Hasan Habibi, ministro de Enseñanza Superior, y Ali-Akbar Hâshemi Rafsanjâni, presidente del Parlamento. 

  3. Decretada por el líder supremo Ali Khamenei en setiembre de 1992, después de su llegada al poder. 

  4. Cannes, Berlinale, Mostra, Oscar. 

  5. Entrevista con Naser Refa’i, Agnès Devictor, Politique du cinéma iranien: le cinéma iranien de l’âyatollâh Khomeyni au président Khâtami, CNRS, 2004. 

  6. Su condena a muerte fue anulada a fines de junio; se prevé un nuevo juicio.