Arquitectos uruguayos 01. Laura Alemán y Laura Cesio, compiladoras. Estuario; Montevideo, 2024. 380 páginas, 890 pesos.

Una docena de clases magistrales sobre arquitectos con un rol destacado en el proceso de construcción de una cierta “identidad arquitectónica nacional” ―según el prólogo firmado por el actual decano de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de la República, Marcelo Danza― se transformaron en Arquitectos uruguayos 01. El Instituto de Historia de la referida facultad es el responsable de los ciclos que dieron origen a estos trabajos y sus investigadores los encargados de realizarlos.

Diez de esas clases estuvieron dedicadas a la vida y trayectoria profesional y parte de la obra de los arquitectos Leopoldo Tosi (1875-1968), Alfredo Jones Brown (1876-1950), Julio Vilamajó (1894-1948), Mauricio Cravotto (1893-1962), Juan Antonio Scasso (1892-1973), Alberto Muñoz del Campo (1889-1975), Carlos Surraco (1894-1978), Román Fresnedo Siri (1903-1975), Ernesto Leborgne (1906-1986) y Rafael Lorente Escudero (1907-1992). Las otras se centraron en la obra colectiva de Bertrán Arbeleche (1902-1989) y Miguel Ángel Canale (1902-1971), y la del trío integrado por De los Campos, Puente, Tournier; estos últimos sin sus nombres de pila, tal como se los conoce por sus obras.

Desde 1904, cuando se tituló Leopoldo Tosi, que había nacido en 1875, hasta 1992, cuando murió Lorente Escudero, las versiones escritas de las conferencias recorren casi 100 años de trabajos de arquitectura. Un camino transitado desde los primeros profesionales, ya que la Facultad de Arquitectura se desprende de la Facultad de Ingeniería y Ramas Afines en 1915.

Cada uno de los capítulos logra, en unas 30 páginas, reconstruir el origen de no pocas construcciones u ordenamientos de la ciudad de Montevideo o del interior del país. Todos aceptan que durante los primeros años del siglo XX, hasta 1930, el Estado batllista extendió sus creaciones, imponiendo su presencia perdurable tanto en la capital como en otros departamentos y dio espacio a los profesionales de la arquitectura. Tan inaugural era todo que algunos de ellos estaban dirigiendo las oficinas de obras recién creadas en dependencias que también estaban naciendo.

La vivienda colectiva, la educación, la salud y el transporte, pero también los servicios financieros, la producción y la distribución de energía del Estado tuvieron su empuje en esa etapa. Después, desde los años 1940 hasta fines de los 1950, se registró otra vez un importante esfuerzo del Estado ―neobatllista ahora― para construir infraestructura social y productiva.

No escapan a los estudios del libro los cambios y las transformaciones en el propio ejercicio de la profesión en los casi 90 años recorridos por las investigaciones. Tampoco escapa la relación de los creadores de una cierta arquitectónica nacional con tantas otras actividades creativas; las artes plásticas presentes en muchas obras y sobre todo los vínculos con el Taller Torres García, o las propias creaciones de algunos de los arquitectos reseñados y el aporte a la institucionalización del arte de Muñoz del Campo.

Podrían ser más las ilustraciones (retratos, fotos de croquis, fotos de obras, fotos de dibujos a mano alzada, etcétera), hasta podrían ser infinitas, y la opción parece haber sido lo justo: mostrar aquello que casi no se conoce; y en cuanto a lo conocido, lo que está a la vista de todos, mostrarlo desde puntos de vista no habituales para los caminantes de la ciudad.