¿Se puede encorvar el torso mientras se baila la danza del vientre? En el plano artístico está desaconsejado: como la rigidez del busto es un obstáculo para la flexibilidad del bajo vientre, el resultado es un movimiento carente de gracia que expone a su ejecutante a un cierto ridículo. Y el resultado no es más convincente en el plano diplomático. Los dirigentes europeos, que recibieron la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos con una mezcla de fanfarronería y lealtad, no tardarán en constatarlo.
La victoria del candidato republicano sembró el pánico en las cancillerías del Viejo Continente, donde todos temen que aplique su programa: freno de las entregas de armas a Ucrania, fin del paraguas de seguridad estadounidense, reconsideración de las alianzas tradicionales, proteccionismo agresivo... Medidas que trastocarían el orden internacional implementado apenas terminada la Segunda Guerra Mundial y para las que la Unión Europea no está preparada.
Sea como fuere, de París a Bruselas, los responsables políticos se dan aires de poder con todo. “Demostramos que Europa podía tomar las riendas de su destino si estaba unida”, se jacta la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, mientras que el presidente francés, Emmanuel Macron, anuncia el advenimiento de “una Europa más unida, más fuerte y más soberana”, dotada de “autonomía estratégica”. Hermosas palabras que, en verdad, ya nadie cree.
Por un lado, porque la promesa ya se hizo muchas veces –cuando cayó el muro de Berlín, después de la intervención estadounidense en Irak, durante la crisis financiera de 2008-2009, cuando empezó el primer mandato de Trump… – sin que nada cambiara el avasallamiento de los europeos. Incluso cuando un “amigo” ocupa la Casa Blanca, no deja de pisotearlos. Así fue como Joe Biden aceleró el retiro de las tropas estadounidenses de Afganistán, obligando a los franceses y británicos a una evacuación caótica. Negoció a espaldas de los primeros un acuerdo militar con los segundos y los australianos, escamoteándole a París un contrato de 56 millones de euros por la entrega de submarinos a Canberra. Y no se preocupó en lo más mínimo por las repercusiones en la economía del Viejo Continente de su plan de desarrollo de industrias verdes –a Canadá la tomó mucho más en cuenta–.
Por otra parte, nadie cree en esas palabras porque los europeos no tienen medios a la altura de sus ambiciones. Si Washington diera por terminada, o incluso disminuyera, su ayuda a Kiev, serían incapaces de tomar el relevo –no se sale tan fácilmente de décadas de dependencia del complejo militar de Estados Unidos, de sus patentes, de sus conocimientos técnicos, de sus componentes, de sus infraestructuras logísticas, de sus sistemas de información, de sus capacidades de producción–. Entonces Ucrania no tendría más opción que aceptar las condiciones de paz negociadas entre Estados Unidos y Rusia con probables pérdidas territoriales como resultado. Para los dirigentes europeos, que invirtieron tanto dinero y crédito político en la victoria ucraniana presentándola como la única salida posible, el agravio sería considerable. Entonces intentan desesperadamente disuadir a Trump de ejecutar sus amenazas ofreciéndole lo que quiere. Un día Von der Leyen sugiere aumentar las compras de gas a Estados Unidos; otro, la ministra alemana Annalena Baerbock propone aumentar los presupuestos militares para alcanzar el tres por ciento del producto interno bruto; al tercer día, la futura alta representante de la Unión Europea en asuntos exteriores, Kaja Kallas, califica a China de “rival sistémico”, remedando la retórica estadounidense.
Y no hay que contar con unidad alguna. Los europeos se mostraron incapaces de hablar con una voz potente después de que la Corte Penal Internacional inculpara al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, por “crímenes de guerra” y “crímenes contra la humanidad”. Austria, Hungría y la República Checa rechazaron la decisión. Bélgica, Irlanda y España la apoyaron. En cuanto a Francia y Alemania, se sienten en aprietos, declararon que “tomaban nota”, pero no se comprometieron a más. Complacer a Estados Unidos o respetar la justicia internacional, qué dilema terrible...
Benoît Bréville, director de Le Monde diplomatique (París). Traducción: Merlina Massip.