Estados Unidos lleva tres décadas de empeoramiento de la “polarización emocional”: la aversión profunda entre demócratas y republicanos. Llega hasta la misma alcoba: sólo un seis por ciento se casa con personas del otro partido. Esto garantiza un “voto de rechazo” que ayuda a que cualquier candidato tenga parte del voto asegurado en ese país dividido en mitades. Para colmo, tres cuartas partes de la población desconfía de las instituciones.
Pero ¿cómo ha llegado una persona así a la presidencia? Si queremos empezar a entender la victoria de Donald Trump, tenemos que tomar dimensión de lo que refleja, a saber, una polarización de la vida política estadounidense que no ha dejado de crecer durante 30 años. Entre 1994 y 2014, la proporción de republicanos que veía a los demócratas como una “amenaza para el bienestar del país” se duplicó con creces, pasando del 17 por ciento al 36 por ciento; la misma tendencia se observó entre los demócratas, el 16 por ciento de los que veía a los republicanos como una amenaza en 1994, frente al 27 por ciento 20 años después. Este fue el telón de fondo de las elecciones de 2016, que ganó Trump por un estrecho margen.
Durante casi un cuarto de siglo, el peso relativo de cada uno de los dos grandes partidos ha sido notablemente similar. En las siete elecciones presidenciales celebradas entre 2000 y 2024, tanto el voto demócrata como el republicano han oscilado dentro de un rango muy estrecho: entre el 48 por ciento y el 53 por ciento para el primero, entre el 46 por ciento y el 51 por ciento para el segundo. Esto significa que cualquier republicano que se presentara a las presidenciales de 2024 podría contar con un piso en torno al 45 por ciento de los votos, un factor crucial para entender cómo un candidato con tantos atributos negativos como Trump ha podido hacerse con la mitad de los votos.
Otra característica del panorama político estadounidense es el auge del voto de rechazo, por el que la elección electoral está motivada menos por la simpatía hacia uno de los dos partidos que por el desprecio hacia el otro. Para medir este fenómeno, los investigadores utilizan “termómetros de emociones” que expresan las puntuaciones en grados en una escala de 0 (negativo) a 100 (positivo). En 1978, el 19 por ciento de los encuestados daba al equipo contrario 30 grados o menos; en 2012 esta proporción había aumentado hasta el 56 por ciento, casi el triple1.
La polarización es más marcada en Estados Unidos que en cualquier otra democracia industrializada2. Ahora afecta incluso al más íntimo de los ámbitos, el de la pareja. Sabemos, en particular, que los matrimonios que trascienden las líneas partidistas son cada vez más raros: en 2020 un estudio reveló que sólo el seis por ciento de las personas interrogadas, independientemente de su afiliación política, tenían un cónyuge simpatizante del partido contrario3.
Todas las de ganar
La polarización ideológica y emocional, el auge del voto de rechazo, el equilibrio relativo de poder entre demócratas y republicanos: estas son las condiciones que han permitido a Trump recuperar la Casa Blanca. La extensión del voto de rechazo, en particular, resultó decisiva: hoy en día, el votante estadounidense no elige a un candidato porque lo adore o incluso porque le caiga bien, por imperfecto que sea; lo elige sobre todo porque no siente más que desprecio por su rival.
Puede que Trump haya comenzado su campaña con un pesado historial, pero también contaba con muchas bazas a su favor. En todo el mundo occidental, poblaciones hartas de la suba de los precios y del caos que siguió a la covid-19 desalojaron del poder a quienes lo ocupaban. La inflación es un tema extremadamente delicado para los estadounidenses, entre los que nada menos que un 60 por ciento afirma tener dificultades para llegar a fin de mes4.
Integrante de la administración Biden, Kamala Harris fue vista como la candidata del sistema y del statu quo, lo que en el clima político actual no supone ninguna ventaja. Y es que la retórica antiestablishment es muy popular en Estados Unidos, el país del G7, donde los ciudadanos tienen menos fe en sus instituciones. Esta desconfianza forma parte de una tendencia a largo plazo: mientras que casi el 80 por ciento de los estadounidenses decía tener confianza en su gobierno a mediados de la década de 1960, esta cifra no ha dejado de caer, hasta alcanzar un mínimo histórico del 22 por ciento en abril de 20245. En este ambiente de cinismo y desconfianza, un candidato antisistema como Trump tenía todas las de ganar.
Por muy favorable que fuera el contexto general, no se puede negar la magnitud de su éxito. Además de ser el primer republicano en ganar el voto popular desde 2004, Trump no sólo arrasó en los siete estados clave, sino que se aseguró la mayoría tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes. En comparación con 2020, ha ganado terreno en todo el país, especialmente entre los residentes en zonas rurales (+15 por ciento), los jóvenes de 18 a 29 años (+13 por ciento), los votantes no blancos sin título universitario (+16 por ciento) y los latinos, tanto hombres (+11 por ciento) como mujeres (+17 por ciento). Es a estas categorías a las que debe la mayor parte de su victoria en las elecciones.
Pero ¿esto lo habilita a afirmar, como hizo en su discurso de victoria, que ha recibido “un mandato poderoso y sin precedentes” de los estadounidenses? Desde luego que no. Su ventaja, menos de tres millones de votos, es la mitad de la que obtuvo Joe Biden en 2020 (algo más de siete millones). Es más, otros presidentes han sido elegidos en el pasado con márgenes mucho más holgados. En 1932, Franklin Delano Roosevelt se impuso a Herbert Hoover por más de 17 puntos y, aunque la victoria de Ronald Reagan sobre Jimmy Carter en 1980 fue algo menos abrumadora, lo superó en 10 puntos. Trump, con menos del 50 por ciento de los votos, sólo aventajó en 1,7 puntos a Harris.
La afirmación del clan Trump de que su consagración marcaría una “reconfiguración histórica” de la vida política estadounidense es igualmente inaceptable. Las elecciones que todos los expertos coinciden en que verdaderamente reconfiguraron el panorama político –la de Andrew Jackson en 1828, la de William McKinley en 1896, la de Franklin Roosevelt en 1932 y la de Ronald Reagan en 1980– se ganaron por un margen mucho más amplio e inauguraron un larguísimo período de dominio del partido ganador.
Abandono de los trabajadores
Sin embargo, las elecciones de 2024 confirmaron una tendencia que viene de lejos y que debería preocupar especialmente a los demócratas: la desaparición del voto obrero a su favor. Esta realidad no se limita a Estados Unidos. En muchas democracias occidentales los partidos de izquierda y de centroizquierda han visto cómo se alejaba de ellos la franja obrera de la población, es decir, la misma categoría que hasta ahora representaba su base social y su brújula ideológica. En el caso del Partido Demócrata estadounidense, esta erosión ha sido durante mucho tiempo más visible entre la clase trabajadora blanca. Las elecciones de noviembre pusieron de relieve un nuevo fenómeno: el aumento del voto republicano entre los trabajadores de color6. Fue especialmente llamativo entre los hispanos, ya que el 55 por ciento de los hombres latinos, tanto obreros como no obreros, votaron a Trump, frente al 43 por ciento que votaron a Biden (en 2020 Biden había aventajado a su oponente en 23 puntos entre este grupo)7.
De hecho, los demócratas son conocidos desde hace tiempo por su tímida defensa de los trabajadores, como vimos en la década de 1990, cuando William Clinton adoptó la agenda económica neoliberal, y de nuevo en 2008-2009, cuando Barack Obama prefirió rescatar a las grandes instituciones financieras en lugar de proteger a las millones de personas que perdieron sus hogares durante la Gran Recesión. Como señala el senador Bernie Sanders, “no debería sorprendernos que un Partido Demócrata que abandonó a los trabajadores esté siendo abandonado ahora por ellos”8.
Sanders no se equivoca, pero no señala que las razones del divorcio no son sólo económicas: son también culturales. La experiencia de Dan Osborn lo demuestra. Mecánico en Kellogg’s, donde dirigió una exitosa huelga en 2021, fue convencido por un compañero sindicalista para presentarse como independiente contra el actual senador republicano por Nebraska. El 5 de noviembre obtuvo un notable 46 por ciento. Pero Osborn dice que sintió que “los demócratas lo miraban por encima del hombro”, y no cree que sea el único. Cuando los republicanos prometen proteger los salarios de los estadounidenses, “los demócratas dicen que quieren proteger a los suyos –afirma–. Esa no es realmente la cuestión que preocupa a la gente que trabaja 80 horas a la semana en fábricas de carne, o en granjas, o en cualquier otro sitio”9.
La cuestión del género, explotada al extremo por la campaña republicana, es sólo un ejemplo de las guerras culturales en las que los demócratas se han encontrado en el bando perdedor. Un anuncio republicano antitransgénero concluía con el eslogan: “Kamala lucha por ellos. El presidente Trump lucha por vos”. Para muchos votantes, los demócratas se han convertido en especialistas en intromisiones lingüísticas inapropiadas, siendo quizá el caso más emblemático su insistencia en generalizar el uso del término neutro en cuanto al género “Latinx” para sustituir a los términos sexistas “Latino” y “Latina”. El problema de este nuevo término es que, a diferencia de “negro”, acuñado por la comunidad afroamericana, viene impuesto a la población latina desde afuera por personas que se creen cultural y políticamente ilustradas. Sólo el cuatro por ciento de los hispanos utiliza el término para definirse, mientras que alrededor de la mitad nunca ha oído hablar de él. Del 47 por ciento que está familiarizado con este, tres cuartas partes creen que no debería utilizarse10. Para el demócrata Rubén Gallego, que fue elegido senador con una ventaja de más de dos puntos sobre su oponente republicano en Arizona –estado en el que Trump venció a Harris por más de cinco puntos–, “los políticos latinos que utilizan esta palabra a menudo lo hacen sólo para complacer al electorado blanco, rico y progresista”11.
En términos más generales, una gran parte de la clase trabajadora siente que los demócratas pisotean su dignidad. El ejemplo máximo de esta condescendencia fue el comentario desacertado de Hillary Clinton durante la campaña de 2016 de que la mitad de los partidarios de Trump eran un “banda de perdedores” con opiniones “racistas, sexistas, homófobas, xenófobas e islamófobas”. Fueran o no los demócratas educados más despectivos que sus homólogos republicanos, para muchos su partido se ha convertido en sinónimo de “corrección política”, “cultura de la cancelación” y “wokismo”, como símbolo del abismo que se ha abierto entre las élites del partido y la clase trabajadora, con consecuencias electorales muy reales12. Una encuesta realizada entre más de 3.000 votantes al día siguiente de las elecciones mostró que, entre las razones aducidas para rechazar a Harris, el hecho de que pareciera “más preocupada por ocuparse de cuestiones culturales como los transexuales que por ayudar a las clases medias” ocupaba el tercer lugar, justo después de la inflación y la inmigración. En los estados clave, este factor fue el principal determinante del voto13.
El trumpismo no carece de antecedentes en la historia estadounidense: pensemos en la expropiación contra los nativos americanos, la institución de la esclavitud, el Ku Klux Klan, las ligas antiinmigración de principios del siglo XX, el macartismo, las campañas de los conservadores George Wallace y Patrick Buchanan y el desarrollo de las milicias armadas. Pero Estados Unidos es también el país que vio nacer el movimiento abolicionista, el movimiento por los derechos de la mujer con la Convención de Seneca Falls, el movimiento por los derechos civiles y el movimiento por los derechos de los homosexuales tras los disturbios de Stonewall. Es el hogar de los Trabajadores Industriales del Mundo (IWW), del socialista Eugene Debs y de Franklin Roosevelt, que fue elegido presidente cuatro veces para aplicar su New Deal. Y es la primera nación occidental en elegir (y reelegir) a un presidente negro [a excepción de Sudáfrica, que eligió a Nelson Mandela en 1994, país que puede considerarse, en función de sus alineamientos históricos anteriores, occidental].
El próximo período estará marcado por el choque de estas dos tradiciones enfrentadas. Aunque el trumpismo es una parte indiscutible de lo que es Estados Unidos, está lejos de ser la única.
Jerome Karabel, profesor de Sociología en la Universidad de California en Berkeley. Traducción: Élise Roy.
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Alan I. Abramowitz, The Great Alignment. Race, Party Transformation and the Rise of Donald M. Trump, Yale University Press, New Haven, 2018. ↩
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May Wong, “America leads other countries in deepening polarization”, Stanford Institute for Economic Policy Research), 20-1-2020. ↩
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Colin A. Fisk et Bernard L. Fraga, “‘Til death do us part(isanship). Voting and polarization in opposite-party marriages”, The Democracy Fund Voter Study Group, agosto de 2020. Véase también: Wendy Wang, “Marriages between Democrats and Republicans are extremely rare”, Institute for Family Studies, 3-11-2020. ↩
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Jessica Dickler, “61% of Americans say they are living paycheck to paycheck even as inflation cools”, CNBC, actualizado el 31-7-2023. ↩
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“Public trust in government: 1958-2024”, Pew Research Center, 24-6-2024. ↩
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Zachary B. Wolf, Curt Merrill y Way Mullery, “Anatomy of three Trump elections: How Americans shifted in 2024 vs. 2020 and 2016”, CNN, 6-11-2024. ↩
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Rachel Uranga y Brittny Mejia, “Why Latino men voted for Trump: ‘It’s the economy, stupid’”, Los Angeles Times, 8-11-2024. ↩
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Jeet Heer, “Bernie Sanders is right: Democrats have abandoned the working class”, The Nation, New York, 11-11-2024. ↩
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Citado por Michelle Goldberg, “Republicans assumed a Nebraska Senate seat was safe. Then this candidate came along”, The New York Times, 25-10-2024. ↩
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Luis Noe-Bustamante, Gracie Martinez y Mark Hugo Lopez, “Latinx awareness has doubled among U.S. Hispanics since 2019, but only 4% use it”, Pew Research Center, 12-9-2024. ↩
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Yael Halon, “Arizona Democrat Gallego slams use of ‘Latinx’ as a ‘performative’ term to appease ‘White rich progressives’”, Fox News, 6-12-2021. ↩
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Maureen Dowd, “Democrats and the case of mistaken identity politics”, The New York Times, 9-11-2024. ↩
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“Why America chose Trump: Inflation, immigration, and the Democratic brand”, Blueprint, 8-11-2024. ↩