El 22 de agosto de 2023, Tailandia eligió a su nuevo primer ministro, Srettha Thavisin, del partido Peua Thai. El mismo día, el fundador de ese partido, Thaksin Shinawatra, ex primer ministro (2001-2006) derrocado en un golpe de Estado militar monárquico cuando gozaba de un inmenso apoyo en el seno de las clases populares, volvió al país tras 15 años de exilio1. Y ello en medio de una indiferencia casi general, incluso entre los militares y entre los monárquicos. Resulta extraño, dado que se sabe que el último golpe de Estado hasta la fecha, el del 22 de mayo de 2014 contra su hermana menor Yingluck Shinawatra, apuntaba a impedir este regreso del exilio. ¿Por qué tal cambio de opinión del ejército y de los realistas?

En gran parte, resulta de las elecciones legislativas del 14 de mayo de 2023, que marcaron un giro en la historia política del país. Dejaron constancia de la desaparición del antiguo clivaje amarillo-rojo (respectivamente, anti y pro-Thaksin), que había estructurado el panorama desde el comienzo de los años 2000, en beneficio de un conflicto generacional: por un lado, los partidarios de una democracia liberal y, por el otro, los partidarios de una democracia “a la thai”. Como colofón, la posible extinción del rol político del ejército y de la monarquía, díptico que dominó el país desde el comienzo del siglo XX.

En efecto, las elecciones vieron triunfar al partido Move Forward (MFP, Avanzar) —impulsado por una juventud que adoptó un posicionamiento a la vez antimonárquico y antimilitarista, pero también, de forma sutil, anti-Thaksin—, por eso la elección del color, naranja. Pero si bien la organización se planteó el objetivo de conquistar la adhesión tanto de los ex “camisas amarillas” (monárquicos) como de los ex “camisas rojas” (pro-Thaksin), no lo hizo siguiendo una estrategia centrista de “al mismo tiempo”. Por el contrario, eligió la radicalidad, refiriéndose al ejército, a la monarquía y a la vieja política de las dinastías familiares a la Thaksin como enemigos de todo el pueblo y en particular de los jóvenes.

Con 151 bancas sobre las 500 de la cámara baja del Parlamento y 14 millones de votos cosechados, es decir, cerca del 40 por ciento de los votantes, es históricamente el segundo mejor resultado electoral de toda la historia de Tailandia, después del de Thaksin en 2005 (18 millones). El Peua Thai, por su parte, obtuvo entonces 10 menos, es decir, 141 bancas. Los dos partidos del ejército, Phalang Pracharat (PPRP), del general Prawit Wongsuwan, vice primer ministro saliente, y United Thai Nation (UTN), del general Prayut Chan-ocha, autor del golpe de 2014 y primer ministro saliente, no cosecharon más que 40 y 36 bancas, respectivamente. En cuanto al Partido Demócrata, el más antiguo de Tailandia, aliado histórico de la monarquía, experimentó de modo definitivo su declive, con 25 bancas.

De modo tradicional, los “camisas rojas”, que reúnen a las clases populares de las provincias del norte y el noreste, votan a Thaksin o a sus avatares desde que este último implementó la seguridad social para todos: todo acto médico, cualquiera sea su naturaleza, es cobrado a 30 bahts (THB), es decir, un poco menos de un euro; en cuanto a los “camisas amarillas”, que representan a las élites de Bangkok, a menudo educadas en el exterior o en escuelas privadas, mayoritariamente monárquicas, budistas y proejército, otorgan su voto ya sea al Partido Demócrata, ya sea a los partidos militares2.

Por su parte, el MFP, conducido por una juventud que no se reconoce en esos clivajes, es la resurrección del partido Future Forward (Nuevo Futuro) creado en 2018 y que ingresó al Parlamento en 2019, pero que fue disuelto por la Corte Constitucional un año más tarde, a raíz de su oposición parlamentaria al presupuesto para el ejército y la monarquía. Justo después, la Corte pronunció para los fundadores de Future Forward, el empresario Thanathorn Juangroongruangkit y el constitucionalista Piyabutr Saengkanokkul, una pena de inelegibilidad por diez años.

Si bien las elecciones de 2023 representaron un sismo político, por el momento sus sacudidas son aisladas. Primero, en su gran mayoría, los militantes prodemocracia fueron reducidos al silencio por medio de múltiples procesos judiciales en curso, en particular persecuciones por lesa majestad3. Segundo, a pesar de su victoria electoral, el MFP pertenece de nuevo a la oposición: el 19 de julio, su líder, Pita Limjaroenrat, fue suspendido a título preventivo de su banca de diputado por decisión de la Corte Constitucional. Al concluir el voto de las dos cámaras reunidas en congreso el pasado 22 de agosto, el partido no logró formar gobierno.

En efecto, toda la arquitectura institucional establecida en la Constitución de 2017 fue pensada para impedir no solamente que ese partido fuera elegido, sino también, en caso de que pudiera lograr ser electo, evitar que forme gobierno. Al redactarla, los militares se aseguraron medios para mantenerse en el poder, por medio de una cámara alta de 250 miembros totalmente nombrados por los uniformados, con bancas reservadas a los jefes de las tres fuerzas armadas y de la Policía. Esta cámara alta participa en la designación del primer ministro en igualdad con la cámara baja electa. Puede hacer y deshacer las elecciones legislativas: para ello es suficiente encontrar 25 diputados aliados para formar gobierno. Las reglas electorales también fueron modificadas en 2022 para trabar el avance del MFP, en beneficio de los partidos del ejército.

A pesar de estas precauciones, el número de bancas de ese joven partido no disminuyó entre 2019 y 2023. Por el contrario, casi se duplicó. Gracias a ello puede pretender establecer el gobierno prescindiendo por completo de los senadores nombrados por el ejército si el Peua Thai de Thaksin lo siguiera. Pero, tras haber prometido durante toda la campaña electoral que no se aliaría bajo ninguna circunstancia con los militares y que apoyaría al partido que ganara las elecciones, el Peua Thai finalmente anunció... que formaría un gobierno de coalición con el ejército. “No le mentimos al pueblo, pero hoy debemos ser realistas —declaró así el nuevo primer ministro, Srettha Thavisin, durante la conferencia de prensa que precedió el voto en el Congreso—. Es necesario olvidar lo que hemos prometido”4.

Lesa majestad

El Peua Thai —literalmente, partido “por los thais”— reveló así su verdadera cara, no de demócrata y aún menos de “populista”, como a menudo se lo describió, sino de partido oportunista, listo para cualquier compromiso con el ejército por un lugar en el poder. El objetivo: volver a traer a Thaksin al país tras su exilio dubaití al concluir su condena por corrupción en 2008.

Efectivamente, su partido no lo dijo porque sí. “El regreso de Thaksin no tiene nada que ver con la política”, declaró su hija Paethongtarn Shinawatra5. Para justificar su traición, el Peua Thai usó como pretexto estar en la imposibilidad ética de aliarse con un partido que quiere reformar la ley de lesa majestad, el famoso artículo 112 del Código Penal —un argumento que, diríamos, el Peua Thai tomó prestado directamente del ejército y de los “camisas amarillas”—. Así, un primer ministro desconocido por el público, y por el cual los votantes no votaron, fue nombrado tres meses después de las legislativas. Srettha ni siquiera era el candidato presentado por su partido para ser primer ministro; debía serlo la hija de Thaksin, Paetongtarn. No obstante, Srettha no es ajeno a la familia; “es personalmente muy cercano” a Yingluck, la hermana de Thaksin, elegida primera ministra en 2011. El Peua Thai sigue siendo el partido de la familia, y los no miembros que quisieron presentarse como candidatos a las elecciones fueron excluidos de esta.

Es probablemente que esto resulte en un importante error de cálculo. Los tailandeses ya no perdonan las alianzas con el ejército: el Partido Demócrata, que aceptó formar un gobierno de coalición con aquel tras las elecciones de 2019, sufrió una vertiginosa caída en las elecciones siguientes, perdiendo hasta el ayuntamiento de Bangkok, que sin embargo estaba hasta entonces garantizado; quizá la misma suerte espere al Peua Thai, sobre todo si sigue aferrándose a la “vieja política” de las dinastías familiares.

Lo cierto es que, a pesar del triunfo electoral en un contexto de fuerte movilización en las urnas (con más del 75 por ciento de participación), el MFP pertenece de nuevo a la oposición, como tras las elecciones de 2019. Es una buena manera de persistir sin debilitarse en la estrategia de radicalidad que fue tan fructífera hasta entonces; es una apuesta para las elecciones de 2027. En especial, en aquello en lo que el Peua Thai fracasó: conquistar a las élites educadas de los grandes centros urbanos. Movilizando sobre todo a los “arroceros” de las provincias rurales del norte y el noreste, el “partido naranja” alcanzó su objetivo de ganar una adhesión policlasista en todo el territorio nacional.

Conquistó el 100 por ciento de los distritos electorales de Bangkok —incluso aquellos donde votan los militares—. En efecto, en 2011, el Peua Thai pudo ganar aquí y allá algunas circunscripciones, sobre todo en la periferia de Bangkok, pero la ciudad nunca fue tan unánimemente antimonárquica y antimilitarista. Este maremoto naranja en la capital quizá expresa el final de los golpes de Estado y del “círculo vicioso de la política” tailandesa: tradicionalmente se dice que las provincias, en particular las del norte y el noreste, muy pobladas, eligen los primeros ministros, y que la capital los derroca por medio de manifestaciones seguidas de intervenciones del ejército. Desde 1932, fecha de la primera Constitución, hubo en promedio un golpe de Estado cada seis o siete años6.

Así, cuando los militares echan a los gobiernos elegidos por las provincias, a menudo el pueblo de la capital está presente para aclamarlos, como en el caso de 2006, durante el derrocamiento de Thaksin, cuando, con un singular guiño a la Revolución de los Claveles portuguesa, una ciudad alborotada recibió a la infantería mecanizada, mientras los curiosos adornaban con flores los cañoneros de los tanques, tomándose fotos ante los vehículos blindados al lado de los soldados sonrientes. Si bien en 2014 el golpe de Estado contra Yingluck dio lugar a menos embriaguez popular, de todas maneras sucedió tras las manifestaciones masivas contra esta última. Pero todo llevaría a pensar que, si en el futuro aconteciera otro golpe, los habitantes de Bangkok, antimonárquicos y opuestos con firmeza al ejército, tomarían por asalto las calles para oponerse y el golpe no podría más que fracasar —o caer en la extrema violencia, como en Myanmar—.

Monárquico se busca

Las elecciones sugieren que hoy ya casi no hay monárquicos en Tailandia. Los partidos que defienden la ley de lesa majestad proponiendo endurecer la pena —hoy, cualquier crítica a la monarquía es pasible de tres a 15 años de cárcel— tuvieron resultados cercanos a cero, mientras que el primer partido del país, el MFP, desde su fundación puso en el centro de su programa la reforma de esta ley y de la monarquía; promete toda una serie de medidas constitucionales, presupuestarias y sociales para transformar la monarquía tailandesa en monarquía constitucional a la inglesa.

Esta evolución está vinculada al desinterés que tiene la ciudadanía tanto por la persona del nuevo rey Maha Vajiralongkorn como por la institución. Su padre Bhumibol Adulyadej, Rama IX, supo encarnar al “rey-dharmaraja”, lleno de virtudes búdicas, y mantenerse en el trono durante casi 70 años sin escándalos —a excepción de su propio ascenso en 1946, vinculado con un regicidio cometido, de manera intencional o accidental, sobre la persona de su hermano mayor apenas convertido en rey; y del rol que habría desempeñado en 1976 en la masacre de los estudiantes “comunistas” de Thammasat por parte del ejército, ya sea alentándolo, ya sea dejándolo hacer (cerca de 50 muertos y más de 3.000 arrestos)7—. El hijo, que ascendió al trono en 2016 y cuyos escándalos sexuales adornaron a intervalos regulares sus 60 años de vida pública en tanto príncipe heredero, goza de una impopularidad que no se reduce con el tiempo. Entre episodios de intervencionismo político y de desinterés por la cosa pública, vive lejos de su país, entre Baviera y Suiza.

Si bien estas elecciones anuncian el final del rol político del ejército y de la monarquía, y por consiguiente de los golpes de Estado regulares, su órgano de sustitución —la Corte Constitucional— está, por su parte, predestinada a un gran porvenir. En efecto, se acumulan los casos judiciales contra el exdirigente del MFP Pita Limjaroenrat. ¿Es inconstitucional la propuesta emblemática de su organización, la reforma de la ley de lesa majestad? Si lo fuera, ¿expondría al partido a una nueva disolución judicial y a la inelegibilidad de Pita durante diez años, o incluso de por vida? La Corte Constitucional decidió sobre lo primero el 31 de enero8 y se supone que en breve se defina sobre lo segundo9. Si bien el resultado puede variar, es más que probable que la Corte como mínimo pronuncie la disolución del partido —sin miramientos por sus 14 millones de votantes—.

En efecto, en el pasado no dudó en derrocar a los gobiernos electos, a veces por motivos frívolos, como en 2008 cuando inhabilitó a Samak Sundaravej en su puesto de primer ministro por haber participado en un programa de cocina en la televisión tailandesa, considerando que esta actividad era incompatible con el ejercicio de sus misiones. Los llamados por algunos “golpes de Estado judiciales” también prepararon de forma activa los golpes de Estado militares contra Thaksin (2006) y Yingluck (2014).

La pregunta que plantea Move Forward es existencial: ¿es la ley de lesa majestad el pilar de la identidad constitucional del reino? En 2012, los jueces respondieron por la afirmativa. En 2024, ¿tomarán nota del hecho de que sólo los altos rangos del ejército —ya desde hace mucho tiempo jubilados o a punto de serlo— siguen siendo monárquicos en Tailandia?

Eugénie Mérieau, politóloga y jurista, autora principalmente de Constitutional Bricolage: Thailand’s Sacred Monarchy versus the Rule of Law (Oxford, Hart Publishing, 2021). Traducción: Micaela Houston.


  1. Ver André y Louis Boucaud, “En Thaïlande, la chute d’un milliardaire devenu politicien”, Le Monde diplomatique, noviembre de 2006. 

  2. Ver Les Chemises rouges de Thaïlande, Institut de recherche sur l’Asie du Sud-Est contemporaine (Irasec), Bangkok, 2013. 

  3. Ver “En Thaïlande, les jeunes face à la monarchie et à l’armée”, Le Monde diplomatique, enero de 2021. 

  4. Panu Wongcha-um y Panarat Thepgumpanat, “Thailand’s Pheu Thai joins military rivals in bid to form 11-party government”, Reuters, 21 de agosto de 2023, y “Srettha says has had to eat his words so Pheu Thai can form a government”, Thai PBS World, Bangkok, 21 de agosto de 2023. 

  5. “Thaksin’s return has nothing to do with politics, says daughter Paetongtarn”, The Star, Petaling Jaya, 21 de agosto de 2023. 

  6. Ver David Camroux, “Duodécimo golpe de Estado en Tailandia”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, julio de 2014. 

  7. Kao Tom, “Le coup d’État donne plus de consistance à l’opposition de gauche”, Le Monde diplomatique, noviembre de 1976, y, sobre el desinterés de los jóvenes por la monarquía, “Une nuit de manifestation à Bangkok: ce qui a été tagué puis effacé reste dit”, Politika, 18-7-2022. 

  8. “Thailand's Move Forward Party Found Guilty Over Royal Reform Push”, Time, 31-1-2024. 

  9. “Petition seeking Move Forward dissolution ready”, Bangkok Post, 31-1-2024.