Cinco semanas después del ataque mortífero de Hamas, el 7 de octubre de 2023, una multitud de aproximadamente 290.000 personas, en su mayoría judíos estadounidenses, se congregó en Washington para reafirmar su apoyo a Israel, exigir la liberación de los rehenes retenidos en Gaza y denunciar el antisemitismo. Fue, sin duda, la manifestación proisraelí más masiva de la historia de Estados Unidos. Desde un punto de vista estrictamente político, es probable que también haya sido la menos necesaria, dado que el gobierno de Joe Biden, sin la menor ambigüedad, ya había hecho suya cada una de esas tres posturas.

Esta movilización contrastaba con los cerca de 2.000 manifestantes reunidos “en solidaridad con el pueblo judío” a comienzos de la guerra entre Israel y Hamas de mayo de 2021. Hace tres años, la mayor parte de las organizaciones judías progresistas y “propaz” boicoteó la iniciativa, reprochando a sus organizadores asimilar toda crítica del sionismo con el antisemitismo. No obstante, el 14 de noviembre acudieron en masa, aun a pesar de haberle reclamado antes a Biden que ejerciera presión sobre el gobierno de Benjamin Netanyahu para que cesara las masacres de civiles palestinos. Incluso exigieron, en el caso de Americans for Peace Now (APN), que el apoyo militar estadounidense a Israel estuviera condicionado al respeto de los derechos humanos1. Los dirigentes de los dos partidos representados en el Congreso también estaban presentes, dado que el apoyo a Israel tiene esa milagrosa capacidad de unir a partidarios de Biden y a seguidores de Donald Trump.

Muchos de los judíos presentes ese día sin duda se emocionaron al ver al predicador evangélico John Hagee desfilar en medio de los invitados. Jefe del grupo Christians United for Israel (Cristianos Unidos por Israel), Hagee considera por ejemplo que el “cazador” Hitler fue enviado por Dios con el fin de castigar a los judíos por su rechazo a plegarse a las promesas del Libro de la Revelación, y que su retorno a Tierra Santa debe servir para desencadenar el Apocalipsis. Ecuménica, la bandera proisraelí abarca hasta a los antisemitas más fanáticos2.

Cuando Anthony Jones (“Van Jones”), el comentarista negro y “progresista” de CNN, intentó realizar un ejercicio de equilibrio en su tribuna –“Rezo por la paz. Que ya no haya cohetes desde Gaza. Ni tampoco más bombas sobre la población de Gaza”–, recibió a cambio una ráfaga de “buh” y de “¡no al cese del fuego!”. Mientras, se formaron pequeñas contramanifestaciones en torno al acontecimiento, bajo la égida de los grupos judíos disidentes Jewish Voice for Peace e IfNotNow. Estos se habían movilizado de manera masiva, durante las semanas anteriores, contra los bombardeos sobre el enclave palestino. Junto con otros colectivos, palestinos o no, se manifestaron en varias oportunidades, paralizando la circulación y ocupando estaciones en varias grandes ciudades del país, hasta en el seno mismo del Capitolio, reclamando el fin de las entregas de armas a Israel y requiriendo a Biden que use su poder para hacer cesar de inmediato la masacre.

Aunque menos numerosos que los manifestantes proisraelíes del 14 de noviembre, los contramanifestantes no son por ello menos representativos de la población estadounidense en su conjunto, que en su mayoría es contraria a la guerra contra Gaza. Según una encuesta realizada incluso antes de que el recuento de las víctimas palestinas perforara el umbral de las 10.000, el 66 por ciento de los votantes estadounidenses afirmaba aprobar “totalmente” o “más o menos” la propuesta de un cese del fuego inmediato. Un número significativo de judíos también era favorable a ella, sobre todo entre los jóvenes menores de 24 años, cada vez más sensibles a la suerte y a los derechos de los palestinos, mientras que en Israel la misma franja etaria se volcó con amplitud en sentido inverso.

En cada una de las cinco últimas elecciones nacionales, los votantes israelíes no dejaron de abrazar el autoritarismo, la teocracia y la anexión rampante de Cisjordania –consagrando así lo que las cortes internacionales de justicia califican de “apartheid”–. Al mismo tiempo, los dirigentes israelíes de extrema derecha se liberaron uno por uno de los vínculos, políticos y psicológicos, que los unían a los judíos estadounidenses, adulando de forma abierta, en lo sucesivo, a los sionistas evangélicos que determinan las posturas del Partido Republicano sobre esas cuestiones. Según Gary Rosenblatt, exjefe de redacción de The Jewish Week de Nueva York, Netanyahu admitió en privado que, “mientras tenga el apoyo en Estados Unidos de los cristianos evangélicos, que superan ampliamente en número a los judíos, y más aún a los judíos ortodoxos, no tendrá ningún problema”. El diplomático republicano Elliott Abrams3 nos lo recuerda: “En este país los evangélicos son de 20 a 30 veces más numerosos que los judíos”. Así, el grupo de lobbying American Israel Public Affairs Committee (AIPAC) se convirtió en más derechista y proisraelí a medida que se convertía en menos “judío”.

Si bien el ataque de Hamas y la reacción israelí no modificaron de modo sustancial las posiciones políticas de los judíos estadounidenses, exacerbaron en cambio sus divergencias. En una carta abierta que pedía al presidente Biden que apoyase un cese del fuego inmediato, más de 500 empleados de unas 140 organizaciones judías estadounidenses declararon en concreto: “Sabemos que no hay solución militar para esta crisis. Sabemos que los israelíes y los palestinos están acá para quedarse, y que ni la seguridad de los judíos ni la liberación de los palestinos pueden alcanzarse si se oponen una a otra”4. Por otra parte, 11 senadores demócratas firmaron una carta exhortando a Biden a admitir que “el sufrimiento creciente y prolongado en Gaza es no sólo intolerable para los civiles palestinos, sino perjudicial para la seguridad de los civiles israelíes, por el agravamiento de las tensiones existentes y el debilitamiento de las alianzas regionales”5. Además, le exigieron intervenir ante Israel para obtener concesiones, una petición inimaginable en la vida política estadounidense de hace diez años.

Por su parte, sin por ello llamar a un cese del fuego, [el líder del ala progresista del Partido Demócrata] Bernie Sanders no escatimó en sus ataques contra el “gobierno de extrema derecha de Netanyahu”, considerando que su “guerra casi total contra el pueblo palestino [era] moralmente inaceptable y en violación de las leyes internacionales”. Y reclamó que la ayuda estadounidense a Israel (3.900 millones de dólares por año) estuviera en adelante condicionada al derecho de los gazatíes a regresar a sus hogares, al cese de la violencia perpetrada por los colonos en Cisjordania, a la suspensión de la política de expansión de las colonias y a una reanudación de las discusiones de paz con vistas a una solución de dos estados6.

Jinete solitario

De forma paradójica, mientras más representantes demócratas transmiten las posiciones propalestinas de sus votantes, más se empeña Biden en hacer causa común con el primer ministro israelí. Más allá de algunos grupos marginales, que califican de “propaganda sionista” los crímenes perpetrados el 7 de octubre por Hamas, nadie en Estados Unidos cuestiona el derecho de Israel a responder en términos militares. Pero el hecho de apuntar a las poblaciones civiles de Gaza y la destrucción casi total de su infraestructura permiten presagiar formas de resistencia aún más radicales y determinadas en los años venideros.

No obstante, el presidente estadounidense parece sobrestimar la influencia que puede ejercer sobre Netanyahu, que en 2001 confesó a un grupo de colonos de Cisjordania: “Podemos fácilmente mover a Estados Unidos en la dirección correcta... No nos molestarán”7. Con el apoyo de sus ministros más extremistas y de sus enardecidos seguidores, el jefe del gobierno israelí desairó una y otra vez a su aliado estadounidense, sin ocultar su intención de orquestar una segunda Nakba, que consiste en forzar a los palestinos de Gaza a emigrar hacia Egipto y otras partes. Prevé condicionar la interrupción de los combates a la realización de tres objetivos: “Destruir a Hamas, desmilitarizar Gaza y desradicalizar a la sociedad palestina”.

La bendición otorgada a Netanyahu le costó a Estados Unidos el crédito internacional cosechado gracias a sus esfuerzos por ayudar a Ucrania. Sin embargo, para Biden las acciones militares israelíes y ucranianas no sólo son comparables, sino que están vinculadas de manera inextricable. Al mismo tiempo, la mayor parte del resto del mundo considera a los palestinos como víctimas y a Estados Unidos como hipócrita. Y el jinete solitario Biden disminuye sus chances de reelección para el próximo mes de noviembre.

Porque si bien la política proisraelí del presidente genera descontento en la mayor parte de los simpatizantes demócratas, este malestar gana terreno sobre todo entre los más jóvenes: el 70 por ciento de los votantes menores de 24 años se opondría a una alianza Biden-Netanyahu. Muchos estadounidenses de origen árabe también anunciaron que esta vez se abstendrían de votar por Biden, sin desconocer no obstante que los republicanos abrazan la causa israelí con mayor pasión aún que los demócratas.

Varios motivos explican que Biden haya tomado un riesgo político tan importante. Su amor por Israel y por el relato sionista ya no debe ser demostrado. En el transcurso de su campaña presidencial de 2020, cuando sus rivales, Sanders y Elizabeth Warren, se negaron a aparecer ante el AIPAC y llamaron a poner condiciones para la ayuda a Israel –una posición sostenida en ese entonces por la mayoría de los judíos estadounidenses–, Biden luchó contra esta toma de posición “absolutamente escandalosa”. Como vicepresidente de Barack Obama, un día se jactó ante un público judío: “Recibí más dinero de AIPAC que algunos de ustedes”.

El presidente estadounidense estima que la unión entre Estados Unidos e Israel no debe dejar pasar la “luz del día”. En varias oportunidades intervino en la política exterior del presidente Obama para suavizar las fricciones causadas por la aversión de Israel ante todo esfuerzo de paz con los palestinos8. Piensa que así puede contener los impulsos más agresivos de Netanyahu: planes de anexión de Cisjordania, ataque contra Hezbollah en el Líbano.

También tiene en cuenta el poder indiscutible que ejercen las organizaciones judías conservadoras estadounidenses, que se dedican a sancionar a todo representante tentado de apartarse de los parámetros de la ortodoxia proisraelí. En 2009, al comienzo de su presidencia, cuando un Barack Obama aún muy popular quiso reactivar las conversaciones de paz pidiendo a Israel que suspendiera la expansión de sus colonias en Cisjordania, AIPAC respondió con una carta firmada por 329 miembros de la Cámara de Representantes (sobre 435) que ordenaba al presidente presentar su petición a los israelíes “en privado”... Obama admitió haber comprendido con rapidez que la menor disputa con Israel “se pagaba con un precio político en [su] país sin equivalente [al que tenía] cuando [se] metía con Reino Unido, Alemania, Francia, Japón, Canadá o con cualquier otro de [sus] aliados más cercanos”.

En la actualidad, en total desconexión con la orientación demócrata del 70 por ciento de los judíos estadounidenses, las organizaciones proisraelíes recaudan millones de dólares de donantes conservadores con el fin de apoyar a los candidatos que caminan en la senda de Trump en las primarias republicanas, y de vencer a los candidatos progresistas considerados insuficientemente leales a la causa israelí en las primarias demócratas. Así, el Comité de Acción Electoral de AIPAC, el United Democracy Project, gastó cerca de 36 millones de dólares en 2022 para derrotar a las cuatro representantes nacionales más conocidas del ala izquierda del Partido Demócrata y sensibles a la causa palestina, Rashida Tlaib, Ilhan Omar, Alexandria Ocasio-Cortez y Ayanna Pressley. En vano, pero el intento será repetido este año. También se habla de una recolección de fondos de 100 millones de dólares con el fin de que los demócratas no desvíen su apoyo inquebrantable a Israel y al Likud. A falta de un candidato aceptable, el propio AIPAC está reclutando. Así, dos habitantes del aglomerado de Detroit contaron que recibieron un ofrecimiento de 20 millones de dólares a cambio de su candidatura contra Tlaib, única representante palestino-estadounidense del Congreso, sancionada por sus colegas por haber defendido los derechos de los palestinos9.

El antisemitismo como factor

El debate sobre las relaciones israelíes-estadounidenses es por otra parte indisociable de lo que aparece como un aumento alarmante del antisemitismo y de la voluntad de algunos grupos judíos, guiados por la Liga Antidifamación (ADL), de asimilarlo con el antisionismo, aun cuando haya judíos que se identifican con este. Ahora bien, casi todas las violencias antisemitas contabilizadas en Estados Unidos provienen de la extrema derecha. Los datos recogidos por la propia ADL indican que en 2022 cada asesinato cometido por odio a los judíos tuvo como autor a un extremista de derecha10. Los que declamaban en Charlottesville en 2017 “los judíos no nos reemplazarán” eran neonazis, y el autor de la masacre en la sinagoga Tree of Life de Pittsburgh en Pensilvania (11 muertos) era un supremacista blanco. El mismo día en que la Justicia condenó al francotirador de Pittsburgh, otro extremista de derecha fue arrestado por haber planificado un ataque contra una sinagoga en Michigan. Matt Duss, exasesor de Bernie Sanders, considera por consiguiente que “la izquierda progresista debe formar una amplia coalición para combatir un nacionalismo blanco en pleno auge”. Pero está dividida, no tanto respecto del apoyo a los palestinos, convertido en un principio ampliamente adquirido, sino sobre la manera de afirmarlo.

El ataque mortífero de Hamas exacerbó esos desacuerdos y tornó más costosas las tomas de posición hostiles a Israel. En Hollywood los actores propalestinos perdieron sus agentes, y los agentes propalestinos perdieron sus clientes. En Nueva York el propietario de la revista de arte Artforum, Jay Penske, multimillonario heredero de una empresa de transporte vial, despidió a su jefe de redacción luego de que este difundiera una carta abierta “en solidaridad con el pueblo palestino”. También en Nueva York el equipo a cargo del Departamento de Literatura del centro cultural 92nd Street Y –una institución que se define a sí misma como sionista– renunció en bloque para protestar contra las presiones internas que apuntaban a cancelar una conferencia del novelista de origen vietnamita Viet Thanh Nguyen, culpable de haber firmado un texto en la London Review of Books acusando a Israel de haber “matado deliberadamente a civiles” y llamando a un cese del fuego inmediato11.

Sin embargo, las batallas más intensas relativas a Israel –tanto antes como después del 7 de octubre– se concentran en las universidades mejor calificadas del país. Natan Sharansky, un exdisidente soviético convertido en una figura política israelí marcadamente de derecha, no generó ningún clamor de protesta en los grandes medios de comunicación estadounidenses cuando declaró “hay otro frente en esta guerra, que se sitúa, no en los túneles de Gaza o sobre las colinas de Galilea, sino en Harvard, Yale, Penn y Columbia”. Es cierto que los propios periodistas de los principales medios de comunicación miman a esos establecimientos prestigiosos, en los cuales a menudo se formaron y donde la comunidad judía está notoriamente sobrerrepresentada.

En el centro de la controversia se encuentra el hecho de que, en la actualidad, las universidades estadounidenses, a menudo bajo la influencia del libro de Edward W Saïd Orientalismo, enseñan una historia de Israel menos maniqueísta que aquella transmitida por el pasado, con el riesgo de ofender a algunos estudiantes, y más aún a sus padres. Por tanto, los campus de elite son examinados con atención por aquellos judíos que se preocupan por el cambio de percepción sobre Israel en los medios académicos y en los círculos de izquierda. Casi todos los jóvenes judíos de las clases medias-altas estudian, pero muchos de ellos fueron educados acerca de las realidades israelíes dentro de una burbuja ideológica. Ya en la universidad, descubren un universo paralelo en el cual Israel es definido como el opresor y los palestinos como las víctimas. De ello resulta una disonancia cognitiva que puede conducir al pánico. A menudo sus padres se muestran más alarmados aún al ver que los cientos de miles de dólares que han desembolsado en gastos de escolaridad conducen a este resultado: el hijo vuelve a casa con argumentos críticos, por supuesto fundamentados, pero personalmente (y dolorosamente) ofensivos. El impacto es proporcional al rol desempeñado por el apoyo a Israel en la definición de la identidad secular de los judíos estadounidenses.

Presiones en los campus

Al mismo tiempo, las organizaciones judías conservadoras buscan imponer el postulado de que “el antisionismo es un antisemitismo, y punto”, según la expresión del director de la ADL, Jonathan Greenblatt, para quien la expresión “Palestina libre” es también antisemita. Esta ofensiva apunta en particular a las universidades, donde las voces propalestinas se hacen escuchar tanto entre los profesores como entre los estudiantes. Los intentos de la ADL y de otras organizaciones derechistas por obstaculizar la libertad de expresión en los campus encuentran un amplio eco en los medios de comunicación, con Fox News y The New York Post, propiedad del grupo Murdoch, en primera fila, pero también en los grandes canales de información menos orientados hacia la derecha. Además, esos mismos grupos incitan a los donantes privados a presionar a los establecimientos considerados demasiado insolentes hacia Israel, amenazando con cortarles los subsidios.

El multimillonario Marc Rowan, director del fondo de inversión Apollo Global Management, preside también la organización United Jewish Appeal de Nueva York y está entre los principales donantes de la ADL. Además, ocupa un cargo en el Consejo Consultivo de Wharton, la escuela de comercio asociada a la Universidad de Pensilvania. Incluso antes del 7 de octubre orquestó una campaña para apartar a su presidenta, Elizabeth Magill.

Rowan estaba descontento porque la Universidad de Pensilvania autorizó en su campus un festival literario titulado Palestina Escribe, en memoria de la difunta poetiza Salma Khadra Jayyusi. El acontecimiento tuvo lugar el 22 de setiembre. Rowan, tal como lo reportó la revista The American Prospect, acusó a los organizadores de “hacer apología de la limpieza étnica”, defender el recurso a la violencia y pronunciar “llamados al odio contra los judíos”, sin aportar el menor elemento de prueba en apoyo de sus acusaciones. Y con razón: se trataba de un festival literario, no de una reunión política, y menos aún de una revuelta antijudía. No obstante, Magill publicó una declaración condenando “fuertemente y sin ambigüedades” el antisemitismo, reiterando a la vez el compromiso de su establecimiento en favor del “libre intercambio de ideas”, del diálogo con los estudiantes judíos y de la seguridad de sus organizaciones, y prometiendo mejorar en el futuro.

Sin embargo, las presiones continuaron, tanto por parte de políticos como de exestudiantes y donantes. Tras el 7 de octubre, fueron in crescendo. Magill fue una de las tres presidentas de universidades, junto con Claudine Gay (Harvard) y Sally Kornbluth (Massachusetts Institute of Technology, MIT), que fueron auditadas por el Congreso por su supuesta indulgencia hacia palabras o actos antisemitas. Se defendieron, no sin torpeza, dando respuestas estrictamente jurídicas a cuestiones concebidas de manera deliberada para avivar la indignación de los seguidores de Israel. Magill renunció el 10 de diciembre, lo cual alentó a la Cámara de Representantes, con mayoría republicana, a aprobar una resolución reclamando la cabeza de las dos otras presidentas. Conmocionado, el mundo universitario no supo cómo hacer frente a la demostración de fuerza de los financistas y de los políticos. “Multimillonarios no electos, y desprovistos de toda calificación en este ámbito, buscan controlar decisiones académicas que tienen por vocación seguir siendo de competencia exclusiva de la universidad, con el fin de que la investigación y la enseñanza preserven su legitimidad y su autonomía frente a los intereses privados y partidarios”, protestó el Comité Ejecutivo Penn de la Asociación Estadounidense de Profesores Universitarios.

Todas las universidades de alto rango sufrieron historias similares. En Harvard, un multimillonario llamado Bill Ackman confeccionó una lista de “personas a no contratar”, donde figuran los miembros de las 34 organizaciones estudiantiles firmantes de una carta que acusa a Israel de ser “totalmente responsable de las violencias que hoy causan estragos”12. Luego, apareció en las calles de Cambridge un camión enviado por un grupo de extrema derecha, equipado con un cartel digital en el que desfilaban los nombres y las caras de los estudiantes listados como los “principales antisemitas de Harvard”. Otro grupo proisraelí publicó en internet los nombres de los militantes propalestinos con este mensaje: “Es tu deber asegurarte de que los radicales de hoy no serán los empleados de mañana”.

Desde entonces, Ackman lanzó otra campaña para obligar a la presidenta de Harvard, Claudine Gay, primera mujer negra nombrada a la cabeza de una universidad de la Ivy League, a renunciar. De nuevo, no se le reprochó haber rechazado condenar a Hamas o el antisemitismo, sino haberlos condenado de una manera considerada inadecuada por Ackman y sus colegas. Claudine Gay tuvo que abandonar su cargo el 2 de enero.

Sin embargo, a pesar de que Israel y Palestina estén en el centro de una intensa lucha en varios campus estadounidenses, nadie o casi nadie en la comunidad universitaria avala la tesis de una ola de antisemitismo entre los estudiantes. En 2017, cuatro investigadores de la Universidad de Brandeis llevaron a cabo una investigación sobre este tema en cuatro campus de renombre, al cabo de la cual concluyeron: “Los estudiantes judíos rara vez están expuestos al antisemitismo en sus lugares de estudio [...]. No piensan que su campus sea hostil a los judíos [...]. La mayoría rechaza la idea de un ambiente que sería hostil a Israel”13. Los investigadores asociados al Programa de Estudios Judíos en la Universidad de Stanford llegaron a una conclusión similar tras haber observado la vida estudiantil en cinco campus californianos. Los estudiantes judíos interrogados testimoniaron “un bajo nivel de antisemitismo” y que se sentían “cómodos en tanto judíos” en sus respectivos campus14.

Es indiscutible que hubo incidentes lamentables, y de los dos lados. Algunos estudiantes, tanto musulmanes como judíos, fueron atacados. Pero muchas universidades –entre ellas Harvard, la Universidad de Pensilvania, Stanford y la New York University– creyeron adecuado reaccionar ante esas tensiones creando comisiones de estudio del antisemitismo compuestas no por sus propios investigadores especializados, sino por personalidades externas más aptas para servirles de cobertura política15. Las proyecciones del documental Israelism, con un enfoque crítico del sionismo, producido por dos cineastas judíos, fueron canceladas en varias universidades, a menudo a último momento, cuando el público ya estaba presente en la sala. Más grave aún, tres estudiantes palestinos, reconocibles por sus kufiyas, fueron víctimas de disparos a fines de noviembre en Vermont16.

En este contexto, el agresivo activismo del grupo Estudiantes por la Justicia en Palestina (SJP) plantea un desafío adicional para algunos administradores de universidades. Sus militantes no son reacios a los ataques personales y a la escalada disruptiva. En las instrucciones escritas que les da el SJP figura en particular un pasaje que asimila el ataque del 7 de octubre de 2023 a una “victoria histórica” y una lista de acciones a llevar a cabo para permitir a “nuestro pueblo actualizar la revolución”. Algunas filiales del SJP incluso difundieron imágenes de personas en parapente, en referencia a los combatientes de Hamas que llegaron por aire ese 7 de octubre para masacrar a los civiles israelíes reunidos en un festival de música cerca de la frontera de Gaza. Como consecuencia de ello, el SJP fue suspendido en la Universidad George Washington, en Brandeis y en Columbia (la cual también decidió la exclusión de la filial local del grupo Jewish Voice for Peace). En Florida, el gobernador ultraconservador Ron DeSantis dio la orden a las universidades de “desactivar” las filiales del SJP con el pretexto de que estas proveerían un “apoyo material” a grupos “terroristas” –un argumento ridículo y sin embargo apoyado por Greenblatt–17.

El Congreso pide más, y la Casa Blanca no protesta al satisfacerlo, anunciando por ejemplo que movilizará a las secretarías de Educación, de Justicia y del Interior con el fin de proteger a los judíos en los campus contra lo que denomina una “combinación extremadamente preocupante de sentimientos y de acciones horribles”18.

Este ambiente político se asemeja al macartismo. Tanto en Estados Unidos como en Medio Oriente, el único poder político concedido a los palestinos o a aquellos que defienden sus derechos consiste en crear desorden: rechazar el guardar silencio, sabotear los intentos de convertir la opresión ejercida por Israel en inaudible para los oídos del mundo. Esto es precisamente lo que Hamas tenía como objetivo cuando sus hombres masacraron a más de 800 civiles israelíes y secuestraron a otros cientos. De forma trágica para todos los implicados, en primer lugar, para los propios palestinos, su éxito del 7 de octubre de 2023 tornó más incierta que nunca la perspectiva de verlos un día controlar su destino.

Eric Alterman, autor de We Are Not One: A History of America’s Fight Over Israel, Basic Books, 2022. Traducción: Micaela Houston.

Actualización

En el ámbito jurisdiccional, mientras el caso por genocidio presentado por Sudáfrica contra Israel sigue su curso en la Corte Internacional de Justicia, el ex fiscal jefe de ese organismo, Luis Moreno Ocampo, dijo que si Tel Aviv es encontrado culpable, los envíos de armas de Estados Unidos pueden ser genocidio (Eldiario.es, 31 de enero). Israel contraatacó acusando a la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) de colaborar con Hamas en los ataques del 7 de octubre de 2023 (BBC, 29 de enero). El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, nombró una comisión independiente para investigar la “neutralidad” de la UNRWA (France 24, 5 de febrero).

Al cierre de esta edición el riesgo de una regionalización del conflicto se mantenía latente. Aunque el objetivo declarado de la gira del canciller estadounidense, Antony Blinken, por Arabia Saudita, Egipto, Qatar, Israel y Cisjordania es lograr un acuerdo entre Hamas y Tel Aviv para la liberación de los rehenes (El País, Madrid, 5 de febrero), la preocupación por los ataques de milicias proiraníes contra intereses occidentales, tanto en Irak como en Siria, está entre las prioridades de su agenda. Una parte de la prensa israelí ya habla de la inevitable presencia de Hamas, a través de disidentes de Al Fatah, en el formato político que Blinken propone para Gaza (Haaretz, 5 de febrero).

En Uruguay, mientras el canciller Omar Paganini expresó que en Gaza “no creemos que haya genocidio” (la diaria, 1º de febrero), la central obrera del país, PIT-CNT, rechazó la visita a Montevideo de la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, general Laura Richardson, por considerarla “embajadora de un gobierno que pone al mundo al borde de la guerra nuclear al fomentar de manera irresponsable la guerra Ucrania-Rusia, que bombardea países como Yemen y Siria, y apoya con armas, municiones y logística el genocidio que realiza el gobierno de Israel sobre el pueblo palestino” (pitcnt.uy, 5 de febrero).


  1. “It’s time to condition aid to Israel”, Americans for Peace Now, Washington, peacenow.org, 30-11-2023. 

  2. Ver Eric Alterman, “La profundización de la grieta israelí”, e Ibrahim Warde, “Alianza fundada en un malentendido”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, febrero de 2019 y setiembre de 2002. 

  3. Ver Eric Alterman, “¿Quién es Elliott Abrams?”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, marzo de 2019. 

  4. “Hundreds of Jewish organization staffers call for White House to back Gaza cease-fire”, NBC News, 7-12-2023. 

  5. “US Democrats urge Biden to push Israel over Gaza humanitarian assistance”, Reuters, 20-11-2023. 

  6. “Sanders calls for conditioning aid to Israel amidst the growing crisis in Gaza and the West Bank”, sanders.senate.gov, 18-11-2023. 

  7. Ron Kampeas, “Netanyahu changed the way Americans view Israel - but not always in the way he wanted”, Jewish Telegraph Agency, 2-6-2021. 

  8. Peter Beinart, “Joe Biden’s alarming record on Israel”, JewishCurrents, 27-1-2020. 

  9. Sara Powers, “A second Michigan senate candidate says he was offered $20M to run against Rashida Tlaib”, CBS News, 28-11-2023. 

  10. “Written testimony of Amy Spitalnick on may 16, 2023”, Human Rights First, 16-5-2023. 

  11. Véase Alexander Zevin, “Gaza and New York”, New Left Review, 144, noviembre-diciembre de 2023. 

  12. J. Sellers Hill y Nia L. Orakwue, “Harvard student groups face intense backlash for statement calling Israel ‘Entirely responsible’ for Hamas attack”, The Harvard Crimson, 10-10-2023. 

  13. Graham Wright, Michelle Shain, Shahar Hecht y Leonard Saxe, “The limits of hostility: Students report on antisemitism and anti-Israel sentiment at four US universities”, Brandeis University, diciembre de 2017. 

  14. “New study by professor Kelman finds lower levels of anti-semitism at US universities”, Stanford Global Studies, 15-9-2017. 

  15. Peter Beinart, “Harvard Is Ignoring Its Own Antisemitism Experts”, Jewish Currents, 11-12-2023. 

  16. Nadia Abu El-Haj, “The Eye of the Beholder”, The New York Review, 24-12-2023. 

  17. Alex Kane, “The Push to ‘Deactivate’ Students for Justice in Palestine”, JewishCurrents, 21-11-2023. 

  18. Emma Green, “How a Student Group Is Politicizing a Generation on Palestine”, The New Yorker, 15-12-2023.