El ingreso de Missak Manouchian al Panteón de París, este 21 de febrero, permite hacer odiosas comparaciones con la ausencia, en Uruguay, de una consistente mirada de Estado hacia la resistencia al fascismo de entrecasa. Es verdad que incluso Francia necesitó 80 años para incorporar a su galería de “grandes hombres” al primer resistente comunista y al primer extranjero. Pero también es cierto que, cuando decidió hacerlo, colocó todo del peso de la República para darle la bienvenida. No sólo al poeta armenio que lideró al célebre grupo del “Afiche rojo” de los Francotiradores Partisanos-Mano de Obra Inmigrante (FTP-MOI). También dio ingreso simbólico, junto con él y su esposa Melinée, a los otros miembros del FTP-MOI fusilados aquel 21 de febrero de 1944: judíos polacos, italianos, republicanos españoles y antiguos miembros de las Brigadas Internacionales de la guerra civil del país vecino.

La noche previa se hizo una vigilia en Mont Valérien, donde los partisanos habían sido fusilados. La organización y transmisión televisiva estuvieron a cargo del Ministerio de Defensa. El plano inicial –puede verse en Youtube– tuvo una estética comparable con los homenajes a los desaparecidos en el Río de la Plata. Mostró a varios liceales del presente portando fotos de los caídos y formando un cortejo. Patricia Miralles, secretaria de Estado a cargo de los excombatientes y la memoria, fue la que dio la orden de inicio de las honras militares, y un coro del Ejército entonó “El canto de los partisanos”, ese “A redoblar” de la Resistencia.

Vaya contraste con el ministro de Defensa uruguayo, Javier García, que buscó de forma casi permanente erosionar la memoria de las víctimas de la dictadura. Baste recordar aquellas declaraciones en las que señalaba que “jugaron un rato de ángeles y otro de demonios” (Búsqueda, 1-6-2023). ¿De cuál de los dos lados del “Afiche rojo”, con el que la Gestapo había presentado al grupo Manouchian como criminales, se colocan las palabras de García y la teoría de los dos demonios que estas reflejan?

Todo el discurso que acompañó la panteonización (es decir, la colocación de los restos del resistente comunista junto con los de Voltaire, Victor Hugo y Marie Curie), buscó oponer la valentía y patriotismo de la Resistencia al colaboracionismo del régimen de Vichy, en especial a la policía política de ese tiempo. Un verdadero alivio para los actuales militares franceses: ser considerados colegas de los obreros, escritores, futbolistas y revolucionarios profesionales que tomaron las armas para oponerse al fascismo, y no de los uniformados que apoyaron a los nazis implementando la tortura y el asesinato de opositores. ¿No sería más sana para las Fuerzas Armadas uruguayas una operación similar que las liberara, desde el Estado, de la vinculación con los criminales que hace medio siglo torturaron y encarcelaron a miles de personas sólo por sus ideas?

¿O acaso cuando el senador Guido Manini Ríos, de Cabildo Abierto, expresa que los militares son una suerte de cuerpo de reserva para contener imaginarios desbordes futuros de la central sindical (Búsqueda, 29-2-2024) no ofende más a las Fuerzas Armadas que a los sindicatos? Porque nadie puede dudar del compromiso democrático del PIT-CNT, que opuso al golpe de Estado de 1973 la huelga general y que durante los 11 años de dictadura mantuvo una resistencia permanente, incluyendo concentraciones de masas como el Primero de Mayo de 1983, verdadero prólogo del acto del Obelisco de noviembre del mismo año. El punto criticable de las declaraciones de Manini, entonces, no es que ataque al sindicalismo, sino que abandone la defensa del ejército del cual fue comandante en jefe. Un ejército al que insiste en colocar del lado de Vichy en vez de alinearlo con los valores de la Resistencia. No es justo para una institución que quiere asumirse como heredera de José Artigas (más allá del anacronismo histórico que eso implica, es bueno que se autoperciba de ese modo, tomando en cuenta el potente carácter social y democrático del artiguismo). Declaraciones filogolpistas de Manini que, en definitiva, sólo son posibles por las posturas colaboracionistas de anteriores ministros de Defensa Nacional y por la ausencia de una política de Estado de memoria histórica.

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La derecha uruguaya, que tanto disfruta de las imágenes de sincera sintonía entre los presidentes de Francia y de Uruguay, difundidas, por ejemplo, con motivo de la visita de Luis Lacalle Pou a París durante el mundial de rugby (El País, 14-9-2023), bien haría en tomar nota de las palabras de Emmanuel Macron en el acto de panteonización de los esposos Manouchian.

“Entran hoy al Panteón 24 rostros entre los muchos del FTP-MOI, 24 rostros entre los centenares de combatientes y fusilados como ellos en Mont Valérien. Todos ellos ahora reconocidos como muertos por Francia. Sí, Francia, la Francia de 2024, debía este honor a los que fueron 24 veces Francia. Honrarlos en nuestros corazones y en nuestro recogimiento, en el espíritu de los franceses jóvenes que han venido aquí para imaginar esta juventud pasada, extranjera, judía, comunista, resistente. Juventud de Francia, guardiana de una parte de la nobleza del mundo. Missak Manouchian, entra usted aquí como un soldado, junto con sus camaradas, los del Afiche, los de Mont Valérien, y con todos sus hermanos de armas, todos muertos por Francia [...]. Missak Manouchian, entra usted aquí siempre lleno de sus sueños: Armenia liberada de la tristeza, la Europa fraterna, el ideal comunista, la justicia, la dignidad, la humanidad, sueños franceses, sueños universales”.

Esa mirada de Macron muestra el carácter de permanente debate que tiene el pasado. Por eso el Panteón no es exactamente un sitio de descanso. Es un lugar hijo de la intranquilidad. En sus inicios, el edificio se proyectó como una iglesia para la santa patrona de París. Pero si bien se comenzó a construir en 1764, se terminó en 1790, un año después de la Revolución Francesa. Así que a nadie extrañó que la Asamblea Nacional le diera su destino actual en 1791. Luego, los avatares de la historia francesa hicieron que volviera a ser iglesia, después de nuevo Panteón de los héroes, y así en varias marchas y contramarchas. Fue en 1871 que la Comuna de París, tan parecida en sus ideas a las ideas de Manouchian, anunció el fin de la consagración del edificio al culto religioso y su regreso al culto a las grandes personalidades de la historia. Fue el entierro de Víctor Hugo, en 1885, el que terminó de consolidar esa función.

Más tarde, el ingreso de resistentes (aunque hasta la llegada de Manouchian nunca ninguno del Partido Comunista) y de más mujeres (como el caso de Josephine Baker, la primera nacida fuera de Francia, aunque no extranjera, ya que tenía la ciudadanía francesa), fue dándole vitalidad y volviéndolo un lugar visitado de manera permanente en el Barrio Latino. Algo muy distinto al Panteón Nacional uruguayo, que sólo abre tres días al año y que apenas cuenta con una mujer (Delmira Agustini), con una única figura de izquierda (Carlos Quijano) y un solitario cacique Vaimaca como representante de los pueblos originarios. También en eso es hora de que las cosas cambien. Tal vez el Mausoleo de Artigas, en la plaza Independencia, sería un buen lugar para repensarlo. Para acompañar al prócer en la marmórea soledad donde lo sepultó la dictadura separándolo de los suyos. Para volver a situarlo en donde siempre quisimos imaginar que estuvo: en el centro de una plural y diversa comunidad de pares. Los tan ilustrados como valientes.

Roberto López Belloso, director de Le Monde diplomatique, edición Uruguay.