Después de haber provocado inquietud el año pasado al pretender “preparar” a Francia “para un aumento de las temperaturas de +4 grados”1, el ministro de transición ecológica Christophe Béchu lo volvió a hacer al término de la 28° Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP28). Al momento de dar a conpcer su plan de adaptación al cambio climático el 19 de diciembre de 20232 declaró: “Anunciar un incremento de cuatro grados no significa ser pesimista, es apoyarse con total exactitud en lo que nos dicen los especialistas del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) y de las Naciones Unidas, con una evolución tendencial de variación, al día de hoy, de 2,8 a 3,2 grados a escala mundial, lo que corresponde a cuatro grados para nuestro país”.

Disfrazado de pragmatismo, este acercamiento al problema presupone que los acuerdos internacionales no se van a cumplir y no podrán imponer una “atenuación” suficiente al recalentamiento mediante la reducción de las emisiones de gas con efecto invernadero. Invocar de forma permanente la adaptación presenta la ventaja de postergar sine die [sin fecha precisa] decisiones costosas en términos políticos. Hoy, las políticas de atenuación y adaptación se presentan dentro de un sistema ingenuo de vasos comunicantes en el cual las segundas tienen que compensar los incumplimientos de las primeras.

Esa estrategia enmascara hipótesis implícitas que se ven cuestionadas por algunas evidencias. Supone un ajuste paso a paso a los impactos del cambio climático, al modo de un dique que se levantara hilera por hilera de ladrillos en tiempo real, pasando por alto que los medios para construirlo estarán cada vez menos disponibles en un tejido económico, industrial y político cada vez más restringido y propenso a desarmarse a una escala desconocida. Aunque el Grupo 2 (Impactos, Adaptación, Vulnerabilidad) del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) utiliza la hipótesis de trabajo de una estabilidad política y económica, reconoce que más allá de +1,5°C, su evaluación de las perspectivas de adaptación se deriva de un ejercicio intelectual especulativo en respuesta a un problema mal definido. Esto lleva a Hans-Otto Pörtner y Debra Roberts, copresidentes del Grupo 2, a repetir que la adaptación a +4°C es imposible3. El IPCC también lleva por el mal camino a los responsables políticos al optar por una posición supuestamente apolítica, pero con un modelo económico constante, dentro de una visión de “desarrollo sostenible” que excluye los riesgos de ruptura y crisis.

Sobre estas bases, hacen furor las estrategias de adaptación reduccionistas que compartimentan la cuestión global en una multitud de problemas técnicos locales e independientes, cuando incluso el muy modesto acuerdo final de la COP28 subraya su inanidad: “el impacto del cambio climático es en general transfronterizo e implica riesgos en cascada”. No se pueden ignorar las interacciones a escala mundial. También es ilusorio ignorar las retroalimentaciones no lineales. Por ejemplo: el aumento de los megaincendios forestales dejará los suelos expuestos, haciéndolos lixiviables y menos capaces de almacenar agua de lluvia, lo que aumenta la presión sobre los recursos hídricos durante las olas de calor, que de por sí son cada vez más frecuentes. Esto traerá dificultades a las economías, que serán menos capaces de luchar contra la degradación medioambiental.

Es cierto que la técnica puede desempeñar un papel a la hora de afrontar determinados desafíos medioambientales. Pero un razonamiento “por separado” –basado sólo en consideraciones técnicas– escamotea el problema de un ajuste, imposible por razones sistémicas, entre el mundo físico y el voraz crecimiento económico, tal como diagnosticó el Club de Roma hace ya 50 años4. Además, como precisa el geólogo Olivier Vidal, coordinador de la red europea Era-Min, “la disponibilidad de recursos minerales terrestres y energéticos hace peligrosa la transición energética, que a su vez conduce a un sobreconsumo”.

Falso camino

Ahora el tecnosolucionismo aparece en todas partes. Por ejemplo cuando el ministro Béchu propone discutir los “sistemas de referencia, normas o reglamentos técnicos”5. Es posible apostar que lo que se hará es intentar flexibilizarlos. La historia demuestra que, debido a un sesgo optimista, los daños asociados con las soluciones tecnológicas muchas veces se ignoran, aunque exijan una adaptación de las sociedades humanas y de los entornos a tecnologías igual de complejas que dejan en evidencia la precariedad de lo viviente –como en el caso de la energía nuclear–.

Así, un deslizamiento semántico de extrema rapidez en los medios de comunicación permitió convertir la propuesta éticamente inaceptable de la geoingeniería climática en una solución razonable de repliegue. Valiéndose de la notoriedad pasada de sus miembros procedentes del mundo político, como su presidente Pascal Lamy [ex director general de la Organización Mundial de Comercio], un influyente grupo está sembrando la duda sobre los beneficios que cabe esperar de la Modificación de la Radiación Solar (MRS). Al mismo tiempo que reclama una “moratoria” de los Estados sobre el despliegue de la MRS, que presenta como “altamente incierta, con efectos imprevistos o potencialmente indeseables”, este grupo de presión pide una profundización en la investigación sobre el tema y su puesta en contexto6. Destilando anuncios sensacionalistas, aunque infundados en términos científicos, los promotores del tecnosolucionismo desvían la atención del despliegue alternativo de soluciones que son plausibles en lo técnico, y que a la vez resultan justas y éticas en lo social.

Con la geoingeniería climática, el “sistema técnico” descripto por Jacques Ellul en 1977 se impone hoy más allá de los meros seres humanos: ahora se trata de dominar la totalidad del medio ambiente, tanto biótico como abiótico. Después de haber manufacturado las sociedades humanas, los paisajes, los cursos de agua y la biosfera, se trataría ahora de “termostatar” la atmósfera y hacerla “adaptable” a la demanda. Signo de los tiempos, se olvidaron las advertencias del dibujante belga Peyo en El pitufador de lluvia (1969), que pone en escena un conflicto alrededor de la artificialización del clima. El sistema técnico se autonomiza, se externaliza, y ahora habría que someterse a este nuevo Leviatán.

Detrás de los reacomodamientos adaptativos se esboza un proyecto de control total del mundo físico, una hybris que se ancla en una tradición prometeica de creencia en el progreso técnico. La Ilustración marcó esta evolución, cristalizada por la desafortunada y desde entonces travestida formulación de Descartes cuando nos invita a “convertirnos en amos y señores de la Naturaleza”. El capitalismo y las experiencias socialistas, a través de las revoluciones industriales, se basaron después en el extractivismo, convirtiendo a la naturaleza en un recurso externo monetizable. En esa línea, los bosques ofrecerían un potencial de descarbonización de la atmósfera, y ya no serían ecosistemas esenciales para los equilibrios biofísico-químicos que condicionarían lo viviente: los proyectos de plantación masiva (1.000 millones de árboles en Francia de aquí a 2030) justifican entonces el apoyo a determinados sectores, como la aviación, mediante un mecanismo de “compensación” del carbono.

El sueño neoliberal

El ambiguo concepto de adaptación darwiniana se utilizó para someter a las sociedades humanas. En biología, la adaptación designa tanto la diferencia de desempeño entre distintos sujetos como su resultado, es decir, el estado obtenido por caracteres que tienen ventajas dentro de un medio dado. En tiempos recientes, bastó con que la extrema derecha encontrara ahí un paralelo oportuno con la adaptabilidad humana al calentamiento global para que la adaptación darwiniana se convirtiera en un recurso mediático omnipresente. Es cierto que, a través del pasado, las poblaciones humanas se adaptaron a entornos muy diferentes mediante la selección de genes favorables o gracias a su plasticidad fenotípica, pero en una escala de tiempo distinta por completo. La presencia de una especie dentro de un medioambiente no significa que se encuentre en su óptimo adaptativo. La supervivencia no es comodidad. ¿Habría que aceptar entonces la planificación del sufrimiento y la muerte?

A lo largo del siglo XX, la adaptación darwiniana se convirtió en un mantra neoliberal, tal y como lo describe Barbara Stiegler7. Sin embargo, el medioambiente concebido por los liberales no era al inicio el mundo físico y biótico, sino el de la sociedad industrial. Los neoliberales, constatando la inadaptación de la especie humana a este entorno, recurrieron a las políticas públicas y la “fábrica de consentimiento”8 para forzar la adaptación. Según el historiador Jean-Baptiste Fressoz, “sin decirlo, sin debatirlo, los países industriales eligieron el crecimiento y el calentamiento global, y se confiaron a la adaptación” a partir de los años 1970.

In fine, la aplanadora de la sociedad industrial no encuentra más que una servidumbre voluntaria incapaz de obstaculizar su despliegue, que “asimila” las culturas del mismo modo que “adapta” el mundo físico y el conjunto de lo viviente. Se cruzaron dos umbrales: las sociedades humanas, y después todo el mundo físico y biótico se convirtieron en externalidades negativas del sistema técnico. Esta inversión absoluta de la subordinación completa el proyecto neoliberal de garantía de las ganancias capitalizadas mediante el control político total de todas las “esferas” de la Tierra.

Como era de esperar, la degradación de los ecosistemas, y más generalmente del entorno, se acompaña de una resistencia activa por parte de las sociedades humanas. En todo lugar los militantes ecologistas son blanco de la represión: represión moral cuando el ministro del Interior, Gérald Darmanin, pretende corromper la herramienta legislativa para amordazar las resistencias, represión física cuando los militantes son asesinados o mutilados por las fuerzas del orden, como ocurrió en Sivens en octubre de 2014 [muerte de Rémi Fraisse, 21 años, por una granada aturdidora], o en Sainte-Soline en marzo de 2023 [dura represión contra una marcha por el agua]. Estos síntomas revelan que, para seguir expandiéndose, la sociedad industrial no tiene otro camino que la coerción, mientras aumentan el desorden medioambiental y las reacciones de la sociedad. La analogía con la física es seductora: si no se quiere que aumente la entropía (desorden) de un sistema termodinámico cuya energía total va en aumento, basta con aumentar la presión. Pero de ahí a pensar que la vía autoritaria simplificaría la implementación del proyecto adaptativo vigente...

Al presentar el calentamiento global como una fatalidad a la que habría que adaptarse, el gobierno despolitiza el debate y profetiza la gestión capitalista autoritaria de los inevitables desórdenes medioambientales. Este enfoque se presenta como la única alternativa entre el ecofascismo, impulso colectivo de supervivencia, y el carbofascismo, populismo de derecha ecocida encarnado por el presidente argentino Javier Milei o el exmandatario estadounidense Donald Trump, que consumará el declive de una sociedad que se volvió decididamente inadaptable. El plazo no está tan lejos: ¿no plantea el “Proyecto Manhattan para la Transición Ecológica”9, promovido por ciertos científicos en Francia, los albores de este autoritarismo? Su título marcial, que hace referencia al proyecto que terminó en la primera bomba atómica, la confiscación del futuro común por parte de una élite autoproclamada, sustraída al control democrático, y la concentración de saberes complejos entre las manos de expertos, todo ello da motivos de preocupación.

Alternativas

Ante la amenaza autoritaria, la ex copresidenta del Grupo 1 del IPCC, Valérie Masson-Delmotte, subraya que “el gran desafío es mostrar que hay alternativas posibles [y] deseables”. Y las hay. Desde el punto de vista técnico, se identificaron y pusieron a disposición mecanismos de “adaptación positiva”10, que sólo precisan que se discipline a los industriales y a los mercados financieros, y apelan al despliegue de una ingeniería que convoque “soluciones basadas en la naturaleza”. Los ejemplos son numerosos: la reforestación captura el CO2, la construcción de jardines verticales y en altura urbanos reduce las temperaturas, la agroecología preserva los ecosistemas. Estos mecanismos permitirán aplazar el naufragio.

¿Podemos ser más audaces? Vimos que los razonamientos alrededor de una “trayectoria” hacia un calentamiento de +4 °C descansa, de facto, en una elección política e ideológica determinante porque naturaliza, o externaliza, el deterioro medioambiental. Este paradigma va a contramano de ciertas proposiciones ontológicas que invitan a dejar de oponer sociedades y naturaleza. Es cierto que la presión medioambiental creciente requiere una adaptación. Pero al dejar de lado la trascendencia de la economía, puede adoptar la forma de una renuncia positiva al frenesí capitalista. Movimientos como los Levantamientos por la Tierra [Soulèvements de la Terre] encarnan esto, al proponer deconstruir los componentes dañinos de nuestras sociedades y reescribir un futuro que no tenga un uso preferencial ni por parte de intereses ya creados ni por parte de expertos. Estas propuestas pueden dejar obsoletas las profecías, hasta hoy autorrealizadas, de la consolidación del autoritarismo.

Fabienne Barataud, Laurent Husson y Stéphanie Mariette, miembros del colectivo Rebelión Científica, geógrafa, ingeniera investigadora en el Institut national de recherche pour l’agriculture, l’alimentation et l’environnement (INRAE); geofísico, director de investigación en Ciencias de la Tierra en el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS); y genetista de poblaciones, responsable de investigación en el INRAE respectivamente. Traducción: Merlina Massip.

Punto uy

Uruguay cuenta desde 2009 con un Sistema Nacional de Respuesta al Cambio Climático y, desde 2020, con un ministerio de Ambiente. El titular de esa cartera, Robert Bouvier, dijo en la COP28 que el país es “pionero en la implementación de medidas tempranas de mitigación, alcanzando porcentajes mayores al 95 por ciento de renovables en la matriz eléctrica” y llamó a que los países desarrollados asuman una mayor responsabilidad en la crisis climática para concretar medidas urgentes y sustantivas para enfrentarla (gub.uy, 9-12-2023).

La oposición, por su parte, tiene una mirada crítica sobre el modelo global de desarrollo. En la propuesta de bases programáticas 2025-2030, titulada Un programa por Uruguay, aprobada por el Plenario Nacional del Frente Amplio el 15 de julio de 2023, se lee: “El crecimiento económico moderno y sus pautas de consumo han dado lugar a una explotación de los recursos naturales que provoca una crisis ambiental global que cuestiona la sostenibilidad del modelo dominante impuesto históricamente. No se puede considerar a la naturaleza como una variable exógena. El enfoque debe ser sistémico y la sustentabilidad un pilar fundamental”.


  1. France Info, 22-2-2023. 

  2. Le Monde, 12-6-2023. 

  3. Le Monde, 12-6-2023. 

  4. “En 1972, l’avertissement du Club de Rome”, Manière de voir, N° 167, octubre de 2019. 

  5. Arco de calentamiento de referencia para la adaptación al cambio climático (TRACC), ministerio de transición ecológica y cohesión de los territorios, 2023. 

  6. “Réduire les risques de dépassement climatique”, Commission sur le dépassement climatique, setiembre de 2023. 

  7. Barbara Stiegler, Il faut s’adapter, Gallimard, col. “NRF/Essais”, París, 2019. 

  8. Walter Lippmann, Public Opinion,‎Harcourt, Brace and Company, 1922. 

  9. Editorial en Le Monde del 25-9-2023. 

  10. “Les quatre degrés de l’apocalypse”, Le Monde diplomatique, París diciembre de 2023.