Un observador superficial de la orientación política del gobierno de Javier Milei podría afirmar que el presidente está siguiendo al pie de la letra el famoso consejo de Nicolás Maquiavelo sintetizado popularmente como “El mal se hace todo junto y el bien se administra de a poco”.

Sin embargo, en el capítulo 8 de El príncipe, el florentino asegura que el sostenimiento en el poder depende “del buen o mal uso que se hace de la crueldad”. Considera que las crueldades están bien cuando se aplican de una sola vez y por absoluta necesidad y cuando no se insiste en ellas. Quien no actúe de esa manera (y sostenga las crueldades en el tiempo) “se ve siempre obligado a estar con el cuchillo en la mano y mal puede contar con súbditos a quienes sus ofensas continuas y todavía recientes llenan de desconfianza”. Las ofensas deben infligirse de una sola vez para que, durando menos, hieran menos, mientras que los beneficios deben proporcionarse poco a poco, para saborearse mejor.

Algunas cifras hablan de la crueldad concentrada en el arranque de la administración de La Libertad Avanza: la consultora PxQ registró que –con la brusca aceleración inflacionaria– en diciembre de 2023 los salarios perdieron un 13 por ciento promedio en la variación mensual (cayeron 12 por ciento los del sector privado, 16 los del sector público y 14 los informales), mientras que la variación interanual marcó una disminución de 15 por ciento en el sector privado, 20 en el sector público y 31 en el sector no registrado, lo que configura una pérdida interanual promedio de 19 por ciento. Por otro lado, y como resultado de los aumentos de precios, en enero de 2024 el índice de ventas minoristas presentó la mayor caída anual (28,5 por ciento) desde julio de 2020. Los rubros que más contrajeron sus ventas fueron alimentos y bebidas (45,8 por ciento) y farmacia (37,1 por ciento). En diciembre de 2023, la industria cayó por séptimo mes consecutivo: el desplome fue de 12,8 por ciento anual y 5,4 por ciento en la comparación mensual. En enero, el Índice de Producción Industrial Pyme de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa registró una caída de 30 por ciento anual por segundo mes consecutivo.

La licuadora se aplicó no sólo sobre los salarios, sino sobre el conjunto de los ingresos, incluidos los de la clase media que vio afectados sus ahorros por la vía de quemar dólares para hacer frente al aumento del costo de vida, con una tasa de interés negativa que clausura las opciones de ahorro y con una liberación de los precios de algunos servicios que son la columna vertebral de su estructura de consumo, como medicina prepaga y educación privada.

Este cuadro general –que deriva necesariamente en una recesión inducida– comenzó a producir efectos con un goteo de suspensiones y despidos: el titular de la Cámara de la Construcción, Gustavo Weiss, estimó que a fines de febrero las suspensiones y despidos ya afectaban a unos 100.000 trabajadores porque “las obras siguen mayoritariamente paradas”. En la industria automotriz, Fiat decidió reducir la producción en su planta de Córdoba por la caída general de ventas (33 por ciento en enero) y por la falta de dólares, mientras que en otros casos las terminales seguían paralizadas: General Motors en Santa Fe, Volkswagen en Pacheco, y Renault y Nissan en Córdoba1.

Finalmente, el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica estimó que la pobreza llegó en enero al 57,4 por ciento de la población, el registro más alto en los últimos 20 años (27 millones de personas son pobres y siete millones viven en situación de indigencia).

Pese a este arranque a puro látigo, según los principales referentes del gobierno lo peor aún está por venir. El ministro de Economía, Luis Caputo, anunció en una entrevista televisiva que “lo peor del ajuste va a estar entre marzo y abril, y creemos que en el último trimestre de este año vamos a ver crecimiento basado en fundamentos macroeconómicos sostenibles con mejor trabajo y mejor salario”. El famoso “segundo semestre” que nunca fue del gobierno de Mauricio Macri se transformó en el último trimestre en la administración Milei. De esta manera, estaríamos en presencia de un ajuste inaudito de casi un año, sin beneficios de ningún tipo para “saborear”. No pasa la prueba de Maquiavelo para principiantes.

Pan y circo

El ajuste necesita ser revestido o camuflado por mil y una guerras de bolsillo que responden también a un viejo adagio: “Si no hay pan, que haya circo”. El mileísmo y sus admiradores (propios o extraños) presentan esta operación elemental bajo el pomposo título de “batalla cultural” con pretensiones gramscianas, pero el mecanismo último es el mismo.

Milei aplica de manera aluvional todas las armas que integran el arsenal narrativo de las derechas reaccionarias: mostrarse como un combatiente de la “incorrección política”, una forma de camuflar ideas reaccionarias detrás de la fachada de la “autenticidad” (“no sabemos si nos gusta lo que dice, pero dice lo que piensa”); presenta su gestión como una lucha contra una fantasmal hegemonía cultural de izquierda que impone sus preceptos mediante la “dictadura” de lo políticamente correcto, recurriendo a la autovictimización (“David contra Goliat”), la provocación y el escándalo; dispara contra los buenistas de izquierda que adhieren a grandes causas imposibles sólo para mostrarse superiores moralmente (la “policía de la moral”), y que serían distintos de la verdadera gente de bien; o aprovecha el caos de la comunicación moderna, donde pasan demasiadas cosas a la vez y es cada vez más difícil saber qué es lo que está pasando.

Los nombres propios de las efímeras batallas son circunstanciales y aleatorios: Lali Espósito o Clarín, Hugo Arana o Silvia Mercado, Horacio Rodríguez Larreta o Ricardo López Murphy, Ignacio Torres o los economistas neoclásicos, los piqueteros, los trabajadores y trabajadoras de la educación, ferroviarios, de la sanidad o aeronáuticos, los feminismos o la satánica letra e del lenguaje inclusivo, prohibido primero en las Fuerzas Armadas y luego en la administración pública en general.

Algunos de estos recursos pueden tener efecto inmediato en la consideración popular, pero los verdaderos hándicaps con los que aún cuenta el gobierno tienen que ver con la cercanía en el tiempo de la olvidable experiencia de la administración del Frente de Todos (que fue la etapa superior de una década de estancamiento y crisis) y el consenso en torno a la necesidad de un ajuste construido por el conjunto de las coaliciones tradicionales (incluyendo Unión por la Patria). El razonamiento íntimo de muchas de las personas que se inclinaron por Milei puede haber sido el siguiente: si todos dicen que hay que implementar un ajuste, entonces corresponde elegir a quien más convencido se muestra sobre esta necesidad imperiosa. La última en pasarse “con armas y bagajes” a este campo fue la expresidenta Cristina Kirchner, que en un documento de 33 páginas confesó que está dispuesta a discutir privatizaciones, un régimen especial para las grandes inversiones y hasta reformas laborales.

Milei fue la expresión extrema (y por eso mismo percibida como la más genuina) del “partido nacional del ajuste” que, con diferentes sensibilidades, disputó las elecciones pasadas. Pero el razonamiento tiene un punto ciego: durante la campaña electoral, Milei afirmó que “esta vez el ajuste sería diferente” y apuntó contra abstracciones como “la casta” o “la política”, aunque finalmente el ajuste terminó cayendo sobre los jubilados y los trabajadores.

Relación de debilidades

El “partidismo negativo” (rechazo a todo lo anterior), la “épica del ajuste” y la bruma de la “batalla cultural” no pueden tapar los resultados ni reemplazan la falta de consistencia política.

El presidente se habla o se tuitea encima para sostener el mito de la innovación política porque es consciente de su debilidad y de la escasez de tiempo. Como escribió el historiador Pablo Gerchunoff: “Milei es débil. No tiene recursos políticos ni institucionales. Tiene 38 diputados sobre 257; tiene siete senadores sobre 72. No tiene gobernadores ni intendentes. Los militares, a diferencia del Brasil de [Jair] Bolsonaro, afortunadamente pesan poco o nada en el devenir de la política. No hay tomas del Capitolio en el horizonte. La Iglesia Católica mayoritaria no le brinda apoyo. Milei sólo tiene a su favor a la opinión pública, que siempre es volátil y no alcanza para sostener proyectos de cambio, como lo supo Raúl Alfonsín en marzo de 1984 al fracasar su proyecto de democratización sindical, apenas tres meses después de asumir la Presidencia”2.

El mapa político actual es producto de la endiablada secuencia electoral de 2023, que expresó la crisis de representación y la disgregación que azotan al sistema político argentino. Milei invoca de forma permanente el mandato que recibió del 55,7 por ciento en la amalgama del balotaje, pero ¿qué votaron esas personas el año pasado? En principio, votaron opciones diferentes en las elecciones provinciales, en las primarias, en las generales y en la segunda vuelta. La mayoría de los gobernadores, por ejemplo, obtuvieron en sus distritos un porcentaje mayor de votos que el que cosechó Milei en la primera ronda. De estos resultados emergió el nuevo gobierno nacional, pero también los gobernadores provinciales y los legisladores y legisladoras que integran las dos cámaras del Congreso.

La debilidad impuso la temprana derrota de la Ley Ómnibus, que privó a Milei de las herramientas para un reseteo general. El Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) peligra en el Congreso, mientras que uno de sus capítulos principales fue bloqueado por el Poder Judicial.

Un pirómano jugando con fuego

Con el ajuste salvaje, Milei trastorna el humor social y pone en juego su popularidad. Sobre la imagen del gobierno y del presidente existen diferentes percepciones: la consultora Zuban Córdoba sostiene que ya se invirtió la ecuación del balotaje y que Milei cuenta con 55 por ciento de imagen negativa y 45 por ciento de imagen positiva. Opinaia, en tanto, maneja cifras más parejas (48 por ciento positiva / 49 por ciento negativa), aunque cuando consulta sobre el rumbo económico o sobre políticas específicas (como la dolarización) una mayoría se manifiesta en contra.

Más allá de los matices y los números, pueden hacerse dos lecturas: una es que, pese a la dureza del programa económico, incluso tomando las cifras que menos lo favorecen, Milei sostiene una alta aprobación. Sin embargo, si se compara con la experiencia de las últimas décadas, cualquier presidente tenía a esta altura de la gestión (tres meses de iniciado el gobierno) entre 20 o 25 puntos más que el actual presidente, incluso en las mediciones más favorables.

Fue sintomático que hasta el Fondo Monetario Internacional alertara sobre las eventuales consecuencias de la hoja de ruta de Milei. En un comunicado emitido luego de la visita de funcionarios del organismo a nuestro país, Gita Gopinath, la subdirectora gerente, afirmó: “Dados los costos de estabilización a corto plazo, es esencial sostener esfuerzos para apoyar a los segmentos vulnerables de la población y preservar el valor real de la asistencia social y las pensiones, así como garantizar que la carga del ajuste no recaiga desproporcionadamente sobre familias trabajadoras. Proceder de forma pragmática para asegurar apoyo social y político también es fundamental para garantizar la durabilidad y eficacia de las reformas”[^3].

La calle se mantuvo activa con movilizaciones recurrentes: concentración de la Confederación General del Trabajo frente a Tribunales contra el DNU, paro general con movilizaciones en todo el país a 45 días de iniciado el gobierno, asambleas barriales y cacerolazos, marchas y represión frente al Congreso durante el tratamiento de la Ley Ómnibus y una seguidilla de huelgas que amenazan con generalizarse y que incluyeron a ferroviarios, sanidad, aeronáuticos y docentes.

En la disputa con los legisladores (luego de la derrota de la ley, Milei afirmo que el Congreso era un “nido de ratas”), el gobierno dinamita las mayorías que necesita construir para evitar que su plan choque con el bloqueo parlamentario.

En la guerra que apura contra los gobernadores, Milei socava a quienes siempre actuaron como dadores voluntarios de gobernabilidad. Además, la asfixia presupuestaria fogonea eventuales conflictos institucionales o estallidos en provincias para las cuales la asistencia nacional es vital (La Rioja ya anunció que emitirá cuasimonedas, Misiones amenazó con instalar “aduanas internas” y las provincias patagónicas analizan blindar su producción petrolera y gasífera mediante la creación de una empresa unificada).

Por último, la sombra terrible de la Corte Suprema acecha (como les pasa a todos los gobiernos). De ella dependen decisiones clave en torno al DNU, las disputas por recursos con las provincias, la dolarización o eventuales recortes presupuestarios. Hasta ahora el tiempismo de los supremos los mantuvo en la prudencia, pero nadie puede asegurar que continúen con esa posición ante eventuales cambios del humor social.

El actual presidente suele afirmar que la diferencia entre un loco y un genio es el éxito. Quizá esconda en algún lugar recóndito, inaccesible para el común de los mortales, el secreto de la Coca-Cola para salir a las patadas del laberinto argentino con el respaldo de las fuerzas del cielo. En la política profana, la historia lejana y la reciente demuestran otra cosa. Al ritmo vertiginoso y exasperante de Twitter, el presidente construye múltiples enemigos, pero el enemigo principal de Milei es el mismo Milei.

Fernando Rosso, periodista de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.

Apelación al odio

El gobierno del presidente argentino, Javier Milei, intenta consolidar su legitimidad mediante una profusa construcción de enemigos, prolongando la estrategia iniciada en la campaña electoral. ¿Puede funcionar esta estrategia? Algunos analistas, siguiendo interpretaciones clásicas, tienden a señalar la inviabilidad del gobierno si continúa en la tesitura de negarse a negociar con otras formaciones políticas. Siendo claramente minoritario en ambas cámaras, la estrategia de insulto permanente y falta de diálogo llevaría a una paralización política e incluso a la posibilidad de la destitución del presidente. La duda es qué pasaría ante un conflicto de poderes en los dos escenarios fundamentales en los que se libraría: la movilización en las calles y el alineamiento del Poder Judicial, que sería el encargado de resolver un potencial conflicto entre el Ejecutivo y el Legislativo. Aquí aparecen las alternativas “a la peruana”, sea en la versión de Alberto Fujimori (el gobierno disolviendo el Congreso) o en la de Pedro Castillo (el Legislativo destituyendo al presidente).

Otros analistas, más fascinados por la capacidad de interpelación de estas nuevas derechas a los sectores populares, ven solidez en el gobierno y un rédito posible de su enfrentamiento con el conjunto de la estructura política, en tanto modalidad de relación más directa con su base social. La pregunta que surge ante estas miradas es cuál sería la capacidad de movilización que requiere una estrategia de este tipo, algo que todavía no se ha visto emerger masivamente en las calles y que no se resuelve sólo en las redes sociales. Al igual que en las otras perspectivas, cabe preguntar si la incidencia del macrismo en el Poder Judicial será suficiente, en un contexto de conflicto de poderes, para inclinarlo hacia una legitimación de un eventual avance sobre el Congreso, algo que sería difícil sin un importante apoyo social capaz de enfrentar la movilización opositora que esto generaría.

(Extracto de un artículo publicado en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur).

Daniel Feierstein.

  1. Declaración de la primera subdirectora gerente sobre Argentina, www.imf.org, 22-2-2024. https://www.imf.org/es/News/Articles/2024/02/23/pr2455-argentina-statement-by-the-first-deputy-managing-director

  1. “Por la recesión, ya empezó el goteo de despidos y esperan mayor desempleo en 2024”, Clarín, 26-2-2024. 

  2. Pablo Gerchunoff, Argentina en el callejón, elDiarioAr, 15-2-2024.