Memorias de un trovador. Conversaciones con Eduardo Darnauchans. De Nelson Díaz. Penguin Random House, Montevideo, 2023. 312 páginas, 890 pesos.

Coincidiendo con la fecha en que Eduardo Darnauchans (15 de noviembre de 1953- 7 de marzo de 2007) hubiera cumplido 70 años, en medio de los homenajes que lo recordaron, se publicó la cuarta edición –ampliada– del libro que le dedicara Nelson Díaz en 2008. Tal vez por el carácter peculiar de su obra y la imposibilidad de encasillarlo en una categoría determinada, ningún otro músico uruguayo ha concitado tantos acercamientos como el Darno: en 1993, Tabaré Couto publicó Los espejos y los mitos; en 2012 llegaron Darnauchans: Entre el cuervo y el ángel de Marcelo Rodríguez, y Oficio de Zurcidor. Un acercamiento crítico a la poesía de Eduardo Darnauchans de Silvia Sabaj. A estos títulos hay que sumarles el hermoso film de Ricardo Casas Donde había la pureza implacable del olvido (1998) que permite seguir en imágenes su trayectoria desde que era un muchacho hasta la prematuramente envejecida figura de sus últimos años.

Si estos distintos acercamientos aportan al conocimiento de la vida del artista, el libro de Díaz –que fue su productor y representante además de su amigo– es un valioso testimonio que recorre desde su infancia entre Minas de Corrales y Tacuarembó hasta sus últimos años, cuando a pesar de las desdichas familiares y de sus propias sombras, llenaba salas de teatro frente a un público cada vez más joven. Hijo de un médico y una profesora, su formación transcurrió entre literatura y música de calidad, tanto clásica como popular, facilitadas por su madre, una mujer inquieta y culta. A eso se sumaría el imprescindible aporte del poeta Washington Benavides, su profesor de literatura, en cuya casa se reunía un grupo de adolescentes inquietos, que leían a los clásicos, a los trovadores provenzales, y escuchaban a artistas –algunos desconocidos entonces en Uruguay como los baladistas italianos o los tropicalistas brasileños–, y músicos del área anglosajona como Bob Dylan, Donovan o Leonard Cohen, que tanto influirían en Eduardo.

El libro de Díaz nos acerca a esas experiencias que harían del Darno un fenómeno único en la historia de la música popular uruguaya. Un baladista que cantaba con una emisión que él mismo llamaba “isabelina”, que mezclaba elementos del rock, del blues, de la música medieval, que podía cantar antiguos romances sefaradíes o hacer una milonga que en sus manos se convertía en una canción folk, o componer un tango peculiarísimo como “El renacido”. Autor de algunas canciones inolvidables como “Pago”, “Balada para una mujer flaca”, “Final” o “Flash”, musicalizó a poetas españoles, latinoamericanos y uruguayos; y él mismo fue un poeta auténtico, aunque se definiera solo como un song writer [escritor de canciones]. El libro intercala testimonios valiosos de músicos y escritores que lo acompañaron. Aporta, al final, las miradas de Benavides, Víctor Cunha, Eduardo Milán, Coriún Aharonian, Carlos Alberto Martins, Pablo Santamaría y Alicia Migdal. Esto además de fotografías y letras de canciones.