Primero de mayo. Una joven deambula entre la multitud de manifestantes repartiendo ramitas de lirios del valle. Por los altavoces suena “L'Affiche rouge” de Louis Aragon, cantada por Léo Ferré. Las imágenes en blanco y negro del documentalista Marcel Trillat capturan la emoción en los rostros consternados. Es un día histórico. Confederación General del Trabajo (CGT), Confederación General del Trabajo-Fuerza Obrera (CGT-FO) y Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT): este frente unido doblegó al gobierno y a la patronal tras 62 días de huelga.

Estamos en 1967, en Saint-Nazaire, Francia. Los obreros metalúrgicos de las industrias naval y aeroespacial y de Forges de l'Ouest [Fraguas del Oeste], con el apoyo de los residentes locales, paralizaron la ciudad y sus fábricas en la huelga más larga desde 1936.

El tren proveniente de París llegó a la estación a las 16:23 horas. Una procesión que se extendía hasta donde daba la vista recibió a los delegados sindicales que regresaban de las negociaciones, los cubrió de lirios del valle y los llevó hasta la explanada de la municipalidad. Cada uno de ellos habló en orden, tal como había sido acordado. Las palabras del representante local de la CFDT, Louis Morice, resonaron en el seno de la silenciosa asamblea: “La patronal tendrá que tener en cuenta la fuerza que representamos [...]. Refuercen sus organizaciones, asegúrense de que el poder sindical supere al poder de la coalición patronal”. Su compañero de oficina en Chantiers de l'Atlantique, el representante de la CGT, Jean Lescure, saludó bajo las miradas humildes “a las personas que hicieron dos meses de huelga y descubrieron que lo esencial es la dignidad de ser simplemente personas, personas que viven”.

“Vivir mejor”. Estas palabras, que vibraron durante semanas en las pancartas agitadas por el viento, reflejaban las aspiraciones de una época. Los millones de modestos trabajadores que reconstruyeron Francia durante los “30 años gloriosos” estaban familiarizados con el trabajo duro, las cadencias infernales y los salarios modestos pagados con retraso. Conscientes de su contribución al crecimiento del país, reclamaban lo que les correspondía. Después de los “rostros negros” de las minas de carbón y acero del norte y el este, los obreros de cuello azul de la industria del automotor en las fábricas Berliet de Vénissieux, y los obreros textiles de la fábrica Rhodiacéta de Besançon, se declararon en huelga para protestar contra el inquebrantable apoyo del gobierno de Georges Pompidou a los intereses patronales. Ya hacía varios años que las negociaciones salariales estaban en un punto muerto. Y su ira fue en aumento.

El caldero de la huelga

En el oeste de Francia, los “trabajadores mensualizados” estaban en llamas. Oficinistas, técnicos, diseñadores o supervisores: surgió una nueva generación de trabajadores de “cuello blanco”, a los que se les pagaba mensualmente, a diferencia de los obreros de cuello azul, que cobraban “por horas”, y recibían cada vez más responsabilidades sin ningún tipo de retribución a cambio. Ante el congelamiento salarial, la CGT, la CFDT y la CGT-FO llegaron a un acuerdo histórico a finales de 1966. Las organizaciones sindicales de los obreros metalúrgicos del oeste de Francia elaboraron un pliego de reivindicaciones que incluía la supresión de la tercerización, un salario mínimo garantizado de 600 francos y la mensualización de los trabajadores “por horas”. Y el aumento de los salarios, que estaban retrasados respecto de los de la región parisina: los “trabajadores mensualizados” eran los más desfavorecidos, con un retraso del 16 por ciento en 1967. Con el pretexto de la “intelectualización” y la modernización del trabajo, la patronal terminó de engendrar una nueva categoría de contestatarios.

Sin respuesta a sus demandas, los sindicatos de trabajadores mensualizados de Saint-Nazaire lanzaron el 17 de enero su primera “huelga cuadrada” (llamada así por ser de 24 horas) como signo de advertencia. La dirección de Chantiers de l'Atlantique hizo oídos sordos, poco acostumbrada a ver que aquellos a quienes llamaba “colaboradores” hacían paro y ocupaban el terraplén delante del edificio, en el barrio de Penhoët. El 1º de marzo se declaró la huelga general. Unos 2.000 trabajadores mensualizados de Chantiers de l'Atlantique abandonaron sus puestos de trabajo, seguidos por 1.000 de Sud-Aviation, Forges de l'Ouest y de las fábricas de chapas de Saint-Nazaire. El 95 por ciento de los asalariados mensualizados estaban en huelga.

El 20 de marzo, la dirección de Chantiers intentó dar un golpe fuerte al decretar un lock-out, el cierre total de la empresa, que privó de trabajo a los 6.000 trabajadores por horas, congelando así sus salarios. Tras esta asfixia económica la dirección esperaba que se pusieran en contra de los trabajadores mensualizados. Pero la maniobra tuvo patas cortas. Los sindicatos de los trabajadores por horas aprovecharon el lock-out para lanzar una ofensiva, y la procesión de obreros de cuello azul se unió a la de los cuellos blancos en el caldero de la huelga.

El gato y el ratón

En Chantiers, como en todas partes, los trabajadores de cuello blanco solían ser hijos e hijas de trabajadores de cuello azul. “Estábamos inmersos en un medio sindical”, confirma Louis Morice, por entonces representante de la CFDT de los obreros metalúrgicos mensualizados. “Había un ambiente extraordinario”. Cuando era más joven, Morice veía con orgullo cómo su padre, soldador en Chantiers, participaba en las grandes huelgas de 1955 y en los enfrentamientos con los gendarmes que forjaron la feroz reputación de los obreros metalúrgicos de Saint-Nazaire. Las medidas represivas desplegadas por el gobierno –que temía la inminencia de un golpe comunista– contribuyeron en gran medida a que se le pusiera a la ciudad el sobrenombre de "capital de la violencia".

En este bastión de resistencia obrera, donde las fábricas requisadas por los alemanes tenían que soportar a diario actos de bloqueo o sabotaje, se decía que a la gente le caían mal “los ocupantes, los colaboracionistas y la policía”1. Provocación o inconsciencia, el gobierno envió al colaboracionista Maurice Papon al frente de Sud-Aviation en enero de 1967. Feroz antisindicalista, el antiguo prefecto de policía de París fue también el responsable de las matanzas policiales en la estación de metro de Charonne, en 1962, durante una marcha por la independencia de Argelia convocada por la CGT.

Cuando los pesados convoyes de CRS llegaron desde Nantes, la prensa se apresuró para cubrir los enfrentamientos violentos, pero no pasó nada de eso. En su lugar, un periodista citado en un boletín de la CGT describió a “los asombrosos estrategas (que) surgieron de esta multitud de diseñadores y obreros metalúrgicos [...]. A golpes de walkie-talkies, los huelguistas se esparcieron, dieron vuelta las fuerzas contrarias, jugaron como el gato y el ratón. Vimos cómo grupos de CRS corrían detrás de las sombras para después encontrarse con el vacío, deambular y volver a encontrarse de repente en un callejón sin salida, o atrapados como en un sándwich entre dos grupos de manifestantes“2.

Trabajadores afuera de las fábricas

La solidaridad de la población protegió a los huelguistas de la violencia policial. Los peluqueros los afeitaban gratis, los comerciantes fiaban a las familias, los pescadores donaban pescado, los propietarios de las viviendas sociales escalonaban el pago de alquileres y la ciudad el pago de las facturas. Se organizaron picnics en Brière y una expedición de La Baule se divirtió espantando a los burgueses al comer sándwiches delante del casino.

Una parte de la prensa también acabó abrazando la causa. Un artículo del diario Le Monde del 12 de abril argumentó: “Toda la ciudad vive casi exclusivamente de Chantiers y de los talleres de Sud-Aviation. Los turistas de verano traerán un poco de dinero fresco. Luego, durante los largos meses de invierno, tendrá que soportar las consecuencias de las vacaciones forzosas que se habrá tomado en primavera. De esto habla el hotelero, el dueño del café, el taxista y el comerciante de Saint-Nazaire, sin que se les ocurra siquiera cuestionar lo bien fundado de los derechos de los huelguistas que desfilan todos los días ante sus puertas, acampan en los cruces de las calles y juegan al escondite con los CRS”.

Poco a poco, toda Francia escuchó hablar del movimiento. El 11 de abril, cinco autobuses iniciaron un “tour de France” para recolectar fondos. La gira de cinco días buscó apoyo en las ciudades de Le Havre, Ruán, Roanne, Cahors, Montpellier y Toulouse. Varias empresas prestaron vehículos y choferes. Pero la solidaridad local no era suficiente. En total, se lograron recaudar 2,8 millones de francos, es decir, el equivalente al sueldo de un mecanógrafo por cada huelguista3. En todas partes, entre los mineros de Decazeville (que unos años antes habían enviado a sus hijos a Saint-Nazaire durante sus largas huelgas) como en las viviendas sociales de Saint-Étienne, los “peregrinos” recibieron una calurosa acogida e insuflaron una nueva vida al movimiento. “Los muchachos volvían entusiasmados”, recordaba Monique Morice.

Mientras Louis estaba en los estrados, su compañera tuvo que sostener la huelga con sus dos hijos en su pequeño departamento. “No fue fácil, pero con los fondos de huelga y la solidaridad de las familias y los comerciantes lo superamos”, sonríe hoy, recordando “un pollo que nos dejaron en la puerta una tarde cuando volvíamos de una manifestación”. Junto con otras mujeres de la Association Populaire Familiale, Monique acompañaba a las familias con dificultades y organizaba manifestaciones de sostén a los huelguistas. “Intentaba hacer mi parte”, dijo con modestia. El 21 de marzo, junto con otras 3.000 mujeres, formó su propia procesión, entre los aplausos de los trabajadores. El 6 de abril ya eran 5.000 en las calles. Los ojos de la octogenaria todavía brillan. “La ciudad estaba más viva que nunca”.

La fuerza de la marea

Otros momentos fueron más oscuros. Una noche, confiesa, en ausencia de Louis, que se había ido a París a negociar, un grupo de ingenieros, enviados por la dirección de Chantiers, intentó intimidarla en su casa, mientras los niños dormían en el cuarto de al lado. “Fue un reconocimiento de debilidad, una prueba de que la patronal estaba muy preocupada”. Los directivos hicieron una oferta de aumento de 3,35 por ciento el día 52 de la huelga, que fue rechazada por el 87 por ciento de los huelguistas y el personal responsable del lock-out. Los sindicatos sostuvieron el pedido de aumento de 16 por ciento, del cual la mitad debía ser brindada de inmediato. La huelga se extendió por todo el departamento de Loire-Atlantique. El 27 de abril, en plenas negociaciones, la prensa describió un “río humano” en las calles de Saint-Nazaire. Cerca de 50.000 personas desfilaron por “una arteria abarrotada de gente tan larga como los Champs-Élysées”4.

La inquietud venció al gobierno, que comenzó a temer un contagio de la protesta. En el amanecer del 1º de mayo se llegó por fin a un acuerdo en el Ministerio de Trabajo, tras 140 horas de negociaciones, 62 días de huelga y 43 de lock-out. Los trabajadores mensualizados obtuvieron un aumento anual del 7,35 por ciento, el primero sobre el de 16 por ciento que habían exigido, y una reclasificación de sus puestos de trabajo. La víspera, las secciones sindicales del trabajo por horas de Chantiers de l'Atlantique también habían firmado un acuerdo a favor de aumentos salariales idénticos a los de los trabajadores mensualizados, primas por antigüedad y vacaciones, así como la incorporación del bonus (bonificación o prima a la tarea) al salario base –un avance histórico para los trabajadores–. El aumento iba a repercutir en los trabajadores por horas de otras empresas. Se abrieron negociaciones para unificar el estatuto de los trabajadores tanto por horas como mensualizados, que concluyeron cuatro años después. Los trabajadores mensualizados exigieron también suprimir el término “colaborador”, para que en el futuro la patronal no se hiciera ilusiones.

Saint-Nazaire se convirtió entonces en el símbolo de un frente sindical unido. “Demostramos nuestra fuerza, que sigue intacta, pero también medimos la resistencia de la patronal. Hicimos saltar ese cerrojo, es notable”, declaró Louis Morice en su discurso del 1º de mayo. Hoy confiesa: “Es la victoria de una lucha. Así lo vivimos. Mediante la acción sindical, doblegamos a la patronal”.

El lunes 4 de mayo, escoltadas por guardias de honor, las procesiones de huelguistas cantaron L'Internationale y Ce n'est qu'un au revoir al entrar en las fábricas... Para muchos, esta huelga prefigura el movimiento de 1968. El documental 1er mai 1967 à Saint-Nazaire, realizado por Marcel Trillat y Hubert Knapp, fue prohibido por la Office de radiodiffusion-télévision française (ORTF). La victoria de los metalúrgicos no debía ser objeto de más publicidad. Trillat consiguió salvar sus preciosas imágenes de la destrucción escondiendo las bobinas bajo su chaqueta. El director volvería a Saint-Nazaire 35 años después, en 2002, para rodar Prolos: “A fuerza de escucharlo, casi nos creímos que [la clase obrera] iba a desaparecer, como un continente engullido por las aguas”. Sin embargo, su cámara la desenterró de las profundidades de las oscuras bodegas de los barcos. En este bastión de la lucha obrera, se pudieron constatar los estragos de las suplencias temporales y de la subcontratación, “el arma absoluta de los grandes grupos modernos [...] que evita que quien da una orden se tenga que enfrentar con los vaivenes del mercado y que, para la mayoría de los trabajadores, anula la mayor parte de las conquistas sociales”.

Benjamin Fernandez, periodista. Traducción: Merlina Massip.


  1. Jean Peneff, “Autobiographies de militants ouvriers”, Revue française de science politique, Año 29, N° 1, París, 1979. 

  2. Association de recherche et d’études sur le mouvement ouvrier dans la région de Saint-Nazaire, Histoire ouvrière et mémoire populaire, tomo V, Éditions du Petit Pavé, Brissac-Loire-Aubance, 2021. 

  3. Un printemps sur l’estuaire. Saint-Nazaire, la CFDT au cœur des luttes. 1945-1975, Éditions du Centre d’histoire du travail, Nantes, 2005. 

  4. Citado en Histoire ouvrière et mémoire populaire, op. cit.