Debido a su historia diplomática, Rusia se encuentra entre las pocas potencias que mantienen relaciones con todas las partes del conflicto palestino-israelí, incluido Hamas. No obstante, su rol de mediador es limitado por la confrontación ruso-occidental que implica la guerra en Ucrania y por el protagonismo de Washington en Medio Oriente, lo que dificulta los avances.

El ataque de Hamas contra Israel del 7 de octubre de 2023, la guerra lanzada por el ejército israelí contra Gaza, combinada con la represión en Cisjordania, han vuelto a colocar la cuestión palestina en el centro de la atención internacional. Muchos observadores creían que estaba totalmente marginada desde la normalización de las relaciones entre Tel Aviv y ciertos Estados árabes en el marco de los Acuerdos Abraham firmados en 2020. La perspectiva de una normalización de las relaciones de Israel con Arabia Saudita parecía confirmar esta opinión. En Moscú, ni los especialistas, ni los líderes políticos compartían esta opinión: tradicionalmente, Rusia sitúa la creación de un Estado palestino en el centro de la cuestión de la seguridad en Medio Oriente. Además, después del 7 de octubre de 2023, la reacción de Moscú incluyó la condena por igual del ataque de Hamas “para el cual no hay justificación alguna” y del “bombardeo indiscriminado de zonas residenciales de Gaza”1; reiterados llamamientos a un alto el fuego –incluida la presentación de una propuesta de resolución al Consejo de Seguridad el 13 de octubre de 2023 (rechazada por el veto estadounidense)– y, sobre todo, el llamado a una solución política de la cuestión palestina.

Giros diplomáticos

Esta posición de equilibrio se explica, en lo principal, por el temor a un contagio en las repúblicas musulmanas de la Federación Rusa, como lo demuestran los acontecimientos del 29 de octubre de 2023 en el aeropuerto de Majachkalá, en Daguestán, cuando un vuelo procedente de Tel Aviv fue recibido por una enojada multitud. Más fundamentalmente, la posición rusa es el resultado de una densa historia diplomática, marcada por sorprendentes giros durante el período soviético seguidos de un reequilibrio “equidistante” de los diferentes actores regionales en las décadas siguientes.

La Unión Soviética (URSS) desempeñó un papel capital, aunque inesperado, en la creación del Estado de Israel. La idea de un “Estado palestino independiente y democrático” donde convivieran judíos y árabes, defendida por Moscú, no era más que una cuestión de táctica2. Moscú dio un giro radical en 1947. El ministro de Relaciones Exteriores soviético, Vyacheslav Molotov, en un telegrama del 30 de setiembre de 1947 dirigido a su adjunto Andrei Vyshinsky en Nueva York, subrayó que no podía “asumir por sí solo la iniciativa de la creación de un Estado judío”, pero que esta opción –presentada como una segunda opción que sólo se implementaría en caso de que los enfrentamientos entre las dos comunidades empeoraran– era en realidad favorecida por el Kremlin3. En el centro de la posición soviética estaba el deseo de presionar a Gran Bretaña y acelerar la salida de los británicos, que en 1922 obtuvieron el mandato de la Sociedad de Naciones sobre Palestina tras la caída del Imperio Otomano. El 17 de mayo de 1948, la URSS se convirtió en el primer Estado en reconocer de iure a Israel, creado tres días antes. Este apoyo político, así como el suministro de armas (a través de Checoslovaquia) y la llegada de cientos de oficiales judíos del ejército soviético, contribuyeron a la victoria militar de Tel Aviv contra los Estados árabes. Estos últimos eran, en ese entonces, considerados por Moscú como aliados de Londres.

Las relaciones israelí-soviéticas pronto se toparon con profundas diferencias ideológicas y geopolíticas. La orientación de Tel Aviv hacia el bloque occidental, al igual que el surgimiento de movimientos de liberación nacional en los países árabes, llevaron a Moscú a acercarse a regímenes progresistas, con Egipto, Siria e Irak a la cabeza. Después de su derrota durante la guerra de 1967 lanzada por Israel, a pesar del suministro de armas soviéticas, la URSS rompió indefinidamente relaciones diplomáticas con Tel Aviv.

No obstante, la ruptura de relaciones diplomáticas con Israel no llevó a Moscú a adoptar una postura totalmente propalestina. La política del Kremlin mantuvo su enfoque global de paz en Medio Oriente, con más matices de lo que muchos observadores recuerdan hoy en día. Además, no excluía una resolución por etapas. Así, desde 1968, el plan soviético de aplicación de la Resolución 242 (adoptada al final de la Guerra de los Seis Días y que subrayaba la inadmisibilidad de la adquisición de territorios por la fuerza) no sólo incluía la retirada de Israel de los territorios ocupados y el regreso de los refugiados, sino que también mencionaba la obligación de los Estados árabes de reconocer a Israel un estatus especial para Jerusalén y el despliegue de una fuerza de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en el Sinaí. En otras palabras, Moscú no se contentó con sólo transmitir las demandas de sus aliados árabes.

En ese mismo momento, la Unión Soviética profundizó sus vínculos con el movimiento de resistencia palestino. La creación de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en 1964 dotó a la causa palestina de personalidad propia. Cuatro años después, el líder de Fatah [organización político-militar palestina fundada en 1958], Yasser Arafat, fue recibido por primera vez en Moscú como parte de una delegación egipcia. Este apoyo contribuyó a su ascenso a la cima de la organización en 1969, que integraba, bajo su dirección, grupos que hasta entonces actuaban fuera de su marco, en particular dos organizaciones marxistas, ideológicamente cercanas a Moscú: el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP).

En privado, los líderes soviéticos no dejaban de criticar los métodos de lucha armada, en particular el secuestro de aviones civiles occidentales, que obstaculizaban sus esfuerzos diplomáticos por resolver las disputas territoriales árabes-israelíes. El acercamiento de los palestinos a China, que criticaba la política soviética de coexistencia pacífica, también irritó al Kremlin.

La situación cambió en los años 1970. En un primer momento, el nuevo presidente egipcio Anwar el-Sadat intentó actuar como su predecesor. El 27 de mayo de 1971 firmó un Tratado de Amistad y Cooperación con la URSS. Pero, al mismo tiempo, inició un giro hacia Estados Unidos, que al año siguiente se materializó en la exigencia de la salida de los asesores militares soviéticos. Por su parte, tras la guerra de Yom Kippur de 1973, Washington, interesado en debilitar la influencia de la URSS, concentró sus esfuerzos en la búsqueda de acuerdos bilaterales entre Israel y Egipto, marginando así la cuestión palestina. Preocupada por el desarrollo de los acontecimientos, la URSS comenzó a prestar más atención a la OLP. En el verano boreal de 1971, durante una reunión entre Arafat y Yevgueny Primakov, futuro ministro de Relaciones Exteriores y primer ministro ruso, entonces asesor encargado de las cuestiones de Medio Oriente, el líder palestino declaró en privado que estaba dispuesto a utilizar métodos pacíficos, y no sólo militares, para crear un Estado palestino, al lado de un Estado israelí. “Arafat dibujó un mapa de Palestina dividido en dos. ‘Aquí estaremos nosotros’, indicó. ‘Y aquí, Israel’. Le pedí que firmara y, sin dudarlo, lo hizo”, relata Primakov, en sus memorias4. En otras palabras, 20 años antes de que el movimiento palestino adoptara oficialmente esta posición, la URSS sabía que este había dado un giro mayor en su política. Respecto de esta reunión, Yevgueny Primakov analiza que “no era del interés de la Unión Soviética permanecer al margen de dicho proceso: los vínculos soviéticos con Fatah no sólo podrían ayudar al proceso de paz en Medio Oriente, sino también fortalecer la influencia de Moscú en la región”5.

Considerada hasta entonces principalmente como un problema de refugiados, la cuestión palestina, a los ojos de Moscú, se estaba convirtiendo en la de la creación de un Estado independiente, la piedra angular de la paz en Medio Oriente. Después de la guerra de Yom Kippur, el Kremlin propuso un acuerdo global, integrando los intereses árabes, palestinos e israelíes y asignándose el papel de mediador. Los palestinos rara vez se habían beneficiado de un apoyo tan poderoso en su historia, incluso si lo pagaban con el requerimiento de hacer concesiones. Entre bastidores, Moscú ejercía una fuerte presión para que la resistencia palestina admitiera la existencia de Israel y la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas de 1967 sobre las fronteras como base para el debate sobre la solución de dos Estados, a cambio del reconocimiento de Washington y de Israel de la legitimidad de la OLP como representante de los intereses nacionales palestinos. Estos esfuerzos encontraron el rechazo del movimiento palestino, antes de colapsar con la firma de un acuerdo de paz independiente, bajo los auspicios de Estados Unidos, entre El Cairo y Tel Aviv en setiembre de 1978, seguido del tratado de paz firmado por Egipto y el Estado de Israel en marzo de 1979. Después de esta “traición” egipcia, Moscú siguió siendo uno de los pocos partidarios de la OLP. Un líder de Fatah calificaría a la URSS de “más árabe que los árabes”6.

Al mismo tiempo, la necesidad de reconocer la existencia de Israel se hacía cada vez más evidente para el mundo árabe. Cuando en 1988 la OLP reconoció la existencia de Israel, su padrino geopolítico no tenía la fuerza para convertir esta decisión histórica en un avance concreto para la causa palestina. En 1989, el último líder soviético, Mijaíl Gorbachov, que había emprendido una política de acercamiento a Occidente, aceptó incluso la plena aplicación de los acuerdos de Helsinki, en particular en materia de libertad de circulación. Moscú abrió entonces sus fronteras a los candidatos a la emigración, incluidos los judíos. A principios de 1990, casi 100.000 ciudadanos soviéticos se establecieron en Israel, con la proyección de que casi 750.000 emigrarían. Para la OLP, que apostaba a que la dinámica demográfica favorable a los árabes obligara a Tel Aviv a hacer la paz, esta decisión fue percibida como una amenaza para el pueblo palestino.

Política postsoviética

El colapso de la URSS cambió sustancialmente el formato de las negociaciones. El abandono del marco ideológico comunista y ateo permitió reequilibrar la política en Medio Oriente: acercamiento a numerosos países musulmanes, incluidas las monarquías petroleras del Golfo y, sobre todo, restablecimiento de las relaciones con Israel en 1991. “El establecimiento, o el restablecimiento, de buenas relaciones con todos los gobiernos de Medio Oriente (así como con Fatah, Hamas y Hezbollah) es un logro que se debe al presidente ruso Vladimir Putin”7, afirma el especialista estadounidense en política exterior rusa Mark Katz. El fin de la Guerra Fría también favoreció, al inicio, la cooperación entre Rusia y Occidente, en particular en el caso dentro del Cuarteto para Medio Oriente (Rusia, Estados Unidos, Unión Europea, Naciones Unidas) creado en 2002. Pero la monopolización progresiva del proceso por parte de Estados Unidos y sus iniciativas unilaterales –el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel en 2017 es el mejor ejemplo de ello– perpetuaron el statu quo.

Por su parte, debido a sus vínculos históricos con la OLP, Rusia profundizó sus relaciones con la Autoridad Palestina, surgida tras los Acuerdos de Oslo I de 1993. Cuando se creó en 1987, la ideología islamista de Hamas, inspirada en los Hermanos Musulmanes, despertó la desconfianza de Moscú. Debido a que los primeros combatientes yihadistas de Medio Oriente dieron su apoyo a los separatistas chechenos, el Kremlin mantuvo la misma reserva en los años 1990. Pero como esta organización se distanció de cualquier actividad encaminada a derrocar el orden constitucional, la Corte Suprema rusa no encontró ninguna razón para incluirla en la lista de organizaciones terroristas en la que figuraba, entre otras, los Hermanos Musulmanes, el Estado Islámico o el Frente al-Nosra (afiliado a Al Qaeda y activo en Siria y Líbano).

Por pragmatismo, Moscú no sólo entabló relaciones con esta organización ya establecida en la sociedad palestina, sino que buscó, en línea con sus esfuerzos por unificar el movimiento palestino, apoyar la formulación de posiciones comunes entre Hamas y Fatah a pesar de los clivajes ideológicos, que dieron lugar a enfrentamientos violentos entre ambas partes, como en 2007 en Gaza tras la victoria electoral de los islamistas. Así, los días 21 y 22 de mayo de 2011 se organizó en Moscú una primera reunión entre representantes de Hamas y Fatah. Los líderes de cuatro partidos y movimientos palestinos, incluidos el FPLP y el DPLP, visitaron Rusia por invitación del Instituto de Estudios Orientales de la Academia de Ciencias de Rusia. Varias veces vuelta a convocar, es una de las pocas iniciativas de diálogo organizadas con la participación de investigadores y miembros de la “sociedad civil”. Además, días después del ataque del 7 de octubre de 2023, estos vínculos permitieron que Moscú fuera el escenario de conversaciones con representantes de Hamas sobre aspectos humanitarios como la evacuación de ciudadanos rusos de la Franja de Gaza y la liberación de sus ciudadanos capturados por el grupo islamista.

Rusia continúa involucrándose en términos diplomáticos al ser escenario de reuniones interpalestinas, como la celebrada en Moscú del 29 de febrero al 2 de marzo. El Kremlin considera que la presión estadounidense sobre su aliado israelí sigue siendo en gran medida insuficiente ante esta “catástrofe humanitaria [...] que no tiene equivalente en la historia reciente”, en palabras de la portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores ruso, tras la intensificación de los ataques israelíes contra la ciudad de Rafah, donde se concentraban cerca de 1,4 millones de personas a principios de mayo, según la ONU. Para Moscú, es necesario relanzar los amplios esfuerzos internacionales destinados a resolver el problema palestino. Sin embargo, las posibilidades de cooperación con Estados Unidos y los países europeos sobre Medio Oriente hoy en día son muy limitadas, en especial si las comparamos con el período de confrontación ideológica durante la Guerra Fría, y a pesar de que se observan convergencias, como el acuerdo sobre el principio de resolver el problema palestino sobre la base de dos Estados.

Irina Zviagelskaïa, historiadora, directora del Centro de Estudios sobre Medio Oriente, el Instituto de Economía Mundial y Relaciones Internacionales, Academia de Ciencias de Rusia. Traducción: Micaela Houston.


  1. Dmitri Polianski, representante permanente adjunto de Rusia ante las Naciones Unidas, conferencia de prensa del 23-10-2023. 

  2. Notas del director adjunto del Departamento de Asuntos de Medio Oriente del Ministerio de Relaciones Exteriores de la URSS, M. A. Maksimov, al viceministro de Relaciones Exteriores de la URSS, V. G. Dekanozov, 6-12-1946. Archivos de política exterior de la Federación Rusa, fondo 118, inventario 2, carpeta 2, expediente 7, documentos 16-17. 

  3. Telegrama consultado en los archivos de política exterior de la Federación Rusa, fondo 59, inventario 18, carpeta 17, expediente 116, documento 109. 

  4. Yevgueny Primakov, Russia and the Arabs. Behind the Scenes in the Middle East from the Cold War to the Present, Basic Books, Nueva York, 2009. 

  5. Ibid

  6. Khaled al-Hassan, 9-6-1979, citado por Roland Dannreuther, The Soviet Union and the PLO, Nueva York; Houndmills, St. Martin’s Press, 1998. 

  7. Mark Katz, “Moscow and the Middle East: The Repeat Performance?”, Rusia in Global Affairs, Moscú, Nº 3, 2012.