En un mundo en el que los conflictos se propagan velozmente y con lógicas de confrontación total, Francia carece de una estrategia diplomática clara y un rol global que desempeñar como antaño supo tener. Así, observa en sus costas un Mediterráneo en llamas y en su vecindario un avance ultra que acorrala, entre alianzas y renuncias, a las posturas más moderadas de la derecha tradicional.