Los hongos del fin del mundo. De Anna Lowenhaupt Tsing. Caja Negra; Buenos Aires, 2023. 448 páginas, 1.190 pesos.

Imaginen que por “primera naturaleza” entendemos las relaciones ecológicas (incluidas las humanas), mientras que “segunda naturaleza” hace referencia a las transformaciones capitalistas sobre el medioambiente. Este libro propone una “tercera naturaleza” –que alude a lo que es capaz de sobrevivir a pesar del capitalismo– y se basa en un trabajo de campo realizado entre 2004 y 2011 durante las temporadas de crecimiento del hongo matsutake en Estados Unidos, Japón, Canadá, China y Finlandia, así como en entrevistas a científicos, técnicos forestales y comerciantes de matsutake de los mencionados países, más Dinamarca, Suecia y Turquía.

El matsutake es el cuerpo fructífero de un hongo silvestre subterráneo asociado a ciertas especies de árboles. El hongo obtiene sus carbohidratos de su relación mutualista con las raíces de sus árboles anfitriones, a los que alimenta, permitiéndoles vivir en suelos pobres, carentes de humus fértil, al tiempo que se nutre de dichos árboles. Ese mutualismo transformador impide a los humanos cultivar matsutake, ya que este requiere la diversidad multiespecífica dinámica propia del bosque. No obstante, fue precisamente la perturbación humana la que permitió al Tricholoma matsutake brotar en Japón, ya que su anfitrión más común es el pino rojo, que germina en los entornos que deja tras de sí la deforestación provocada por los humanos.

En Japón representa un preciado placer gastronómico y cultural, al extremo de convertirlo en el hongo más valioso del mundo. Haciendo un seguimiento del comercio y la ecología del matsutake, la autora aborda los medios de subsistencia precarios (humanos) y los entornos precarios (no humanos) que promueve el matsutake. Debido a su elevado valor económico y cultural, en la economía regional maderera de Oregon (Estados Unidos) en los años noventa el Servicio Forestal determinó que el valor comercial de estos hongos era, como mínimo, igual al de la madera. Es decir, el matsutake había estimulado una economía forestal no escalable –su exportación a Japón– en las ruinas de la silvicultura industrial escalable. En la cadena productiva del matsutake podemos ver la historia de comerciantes japoneses en busca de socios estadounidenses, trabajadores estadounidenses desligados de la esperanza de un empleo estable, traducciones de diversas aspiraciones que permiten al concepto de libertad estadounidense configurar un inventario japonés. Podría decirse que los pinos, el matsutake y los humanos se “cultivan” mutuamente de manera involuntaria en la medida en que cada uno de ellos posibilita los proyectos de creación de mundos de los demás.

Las condiciones de precariedad e indeterminación en las que crece el matsutake –que no son reproducibles en laboratorio, ni en huertas, ni son humanamente escalables– tal vez nos permitan imaginar la vida sin la promesa de la estabilidad, comprendiendo que cambiamos y evolucionamos a través de nuestras colaboraciones, tanto dentro de nuestra propia especie como entre especies distintas. De eso se trata la supervivencia colaborativa; el problema de vivir pese a la ruina económica y ecológica. Ni los relatos de progreso ni los de ruina nos dicen cómo concebir esa supervivencia colaborativa (coordinación entre especies), pero lo cierto es que la transformación a través de la colaboración, nos guste o no, es la condición humana.