El célebre sociólogo francés intenta, una vez más, definir al peronismo. Para eso organiza una exposición y practica diversos experimentos. Así confirma que este movimiento nacional argentino siempre estará soñando con su nueva forma. Un ensayo-ficción para intentar entender lo inexplicable.

Pierre Bourdieu (doctor en sociología y psicología, pronunciado /pjɛɾ buʁdjø/ Denguin, 1º de agosto de 1930-París, 23 de enero de 2002, todo esto según Wikipedia) realizó un experimento en ocasión de un viaje a unas playas de la costa de Buenos Aires, donde se alojó en un camping llamado “El Faro”. Allí Bourdieu partió de la siguiente premisa: si armamos tres grupos, en este caso, un grupo de boy scouts, un grupo de trotskistas y un grupo de hippies fumados, y les damos una carpa de camping para que armen... ¿quién la terminará primero?

El resultado fue el que todos suponían: los boy scouts terminaron primero. Método, disciplina y una consigna que los condujo con claridad hacia su objetivo.

Los trotskistas se sumergieron en todo tipo de debates y discusiones. Hubo opiniones encontradas acerca de cuál era el sobretecho, divisiones entre sectores que pretendían clavar las estacas con el pie mientras otros sugerían el uso de una piedra, etcétera.

En el caso de los hippies fumados, no hicieron más que enredarse entre las telas, además de divertirse metiéndose al revés en las bolsas de dormir y reír gritando “¡Soy un gusano! ¡Soy un gusano!”.

—¿Y el peronismo? ¿Qué hubiera hecho? –preguntó alguien.

Bourdieu, que siempre había tenido interés por el fenómeno peronista, ya había sopesado una respuesta.

Imágenes para explicar el peronismo

Apasionado por explicar el peronismo y sus formas, Bourdieu gozaba al organizar la expo “Como dijo Perón, los peronistas somos como los gatos: cuando parece que nos estamos peleando en realidad nos estamos reproduciendo”. Allí politólogos, periodistas, poetas y estudiosos del peronismo de todo el mundo participaban acercando respuestas que de manera amena, sintética e ingeniosa servían para hacer entender de qué se trata este movimiento político.

—También hay maneras de explicar un momento del peronismo, como el asunto de los gatos –contaba Bourdieu.

—A mí particularmente me gustan las del peronismo cuando está por definir un nuevo rumbo, ese momento de incertidumbre. Me encanta la comparación que alude a una empresa de ómnibus. El peronismo –explicaba– es un Chevallier. Si te subís, tenés que esperar a ver quién lo maneja para saber adónde va.

La explicación está buena. Porque a veces maneja uno, a veces maneja otro. A veces conduce el que te gusta, a veces conduce uno que no te gusta, y a veces se están peleando por ver quién maneja. Y eso es tan peligroso como ir por la ruta sin que al Chevallier lo conduzca nadie, cosa que puede pasar.

Otra explicación que me gusta es: “El peronismo es un Carrefour donde siempre hay oferta de liderazgos”. Esta es interesante. Como si el Gran Líder (Perón) hubiera estallado en un big bang de líderes, el peronismo parece ajustarse a la multiplicidad de ofertas segmentadísimas del capitalismo. A través de la diversificación de productos, el mercado hace contacto con el deseo particular de cada uno de los integrantes de la masa. Entonces produce más particularidades. Mil variantes de quesos, dulces, televisores, medias, detergentes. Con fragancia a limón, con chispitas de chocolate, de 458 pulgadas, eco friendly o sin azúcar. Pero a más particularización, más deseo particularizado y, entonces, más diversificación de productos. Lo mismo puede ocurrir con la oferta de liderazgos.

Ambas imágenes corresponden al peronismo cuando como movimiento se acerca a un género cinematográfico: el del suspenso.

Bourdieu analiza el sueño de su cuñado

Una mañana de 2001, mientras planeaba la próxima exposición, Bourdieu se encontró con su cuñado en el buffet del Club Amour et Lutte de Lyon (sucursal del Amor y Lucha de Gerli). El cuñado le contó un sueño que había tenido, para ver si podía ser parte de la exposición. Bourdieu escuchó atento:

Voy en un bote, por un lago.

Voy a gran velocidad.

Por el costado emerge un gran pez, de casi dos metros de largo.

Vuelve a sumergirse.

Cuando emerge nuevamente, es una foca.

Vuelve a sumergirse.

Sale de nuevo a la superficie siendo una morsa.

Se mete bajo el agua.

Cuando vuelve a salir es un gordo que es concejal en Florencio Varela. El gordo concejal me dice:

—A la postre, así es el peronismo en la historia. Va a ir y venir todo el tiempo. De una forma o de otra. Esasí (“Es así” es lo que quería decir).

Bourdieu opina que ese sueño es una explicación clara de cómo funciona el peronismo: ningún otro movimiento político se atrevería a convertirse en peronista. Pero el peronismo puede irse y, al volver, ser neoliberal, ser de izquierda, socialdemócrata o lo que mejor le parezca en cada momento.

Hablar de las transformaciones del peronismo es tan obvio como real: es por eso que ya a esta altura podría decirse que es un clásico de la política.

—Mirá vos. Ahora que hablás de eso –le cuenta el cuñado–. Yo el otro día llevé al pibe al pediatra y en la sala de espera había un ejemplar de El Arte de la Guerra de Sun Tzu (general, estratega militar y filósofo de la antigua China. 544 AC-496 AC. Todo esto según Wikipedia). Era una versión para chicos con figuras para recortar y armar. Y de pronto en la página 145 dice:

“Cualquier cosa que tenga forma, puede ser definida.

Y cualquier cosa que pueda ser definida, puede ser vencida”.

—Ahhh. Interesante. Esta no la tenía –dijo Bourdieu–. Enseguida la anotó y le explicó a su cuñado:

—Está bueno esto de que algo para no ser vencido no tiene que terminar de tener una forma. Es su posibilidad de volver a sorprender. Incluso sorprenderse a sí mismo. Como se sorprende uno mismo cuando sueña. Nadie puede prever el próximo sueño que va a tener al dormirse. De eso se encarga el inconsciente.

Veamos el siguiente paralelismo. El peronismo es, de algún modo, como un inconsciente colectivo que retorna eternamente. Y el poder es, de algún modo, la conciencia que busca tenerlo reprimido. El inconsciente está ahí siempre, y vuelve a surgir una y otra vez, para intentar acceder a la conciencia. A veces con fallidos, a veces a través de un sueño...

Del mismo modo, el peronismo siempre espera, pujando por resurgir. Cada tanto, vuelve al poder. Como el inconsciente, logra acceder a través de un sueño que se escapa. Y con esa forma de sueño consigue llegar a la conciencia. Otra vez al poder.

Si el sueño tiene una forma conocida, si ya puede ser definido, la conciencia no lo va a dejar llegar hasta ella. Lo va a reprimir. Lo va a vencer antes de que llegue. Por eso el peronismo tendrá que llegar en forma de un sueño inesperado.

—¿Se podría decir que, cada vez que se va, cada vez que queda fuera del poder, el peronismo se prepara con su próximo sueño? –pregunta el cuñado.

—Se podría decir eso –dijo Bourdieu.

—“Prepararse para el próximo sueño”. Suena muy inocente –observó el cuñado.

De pausas y regresos

Bourdieu le empezó a explicar a su cuñado:

—La política no es sólo pragmatismo. También necesita de la inocencia. Sin inocentes, ni la política, ni la historia, ni el arte, ni el fútbol, ni el amor existen. Esa es la única extorsión que pueden plantear los inocentes. Saber que, sin ellos, el pragmatismo, sus virtudes y sus oscuridades, sus intereses y sus egoísmos, sean del bando que sean, no pueden llegar a nada.

A veces sucede que se necesita que los que habitan el Olimpo de la política acuerden o terminen de dirimir sus disputas. Luego, quizá, con todo alineado, exista la posibilidad de un nuevo sueño de los inocentes o al revés: de pronto irrumpe un sueño y eso es lo que alinea todo.

Pero bueno. Nadie planea cuándo se va a enamorar. Ni nadie puede planear el sueño que va a tener cuando se duerma.

El peronismo tampoco sabe cuál va a ser su próximo sueño.

Sea como sea, lo que no es peronismo también va a hacer lo que le corresponda. El peronismo está hecho también de esa pausa cuando no está. Está hecho de pausas y regresos.

Una vez le preguntaron a Perón:

—General, ¿qué piensa hacer usted para volver al gobierno?

—Yo no haré nada. Todo lo harán mis enemigos.

Y es así que el peronismo se va a tener que enfrentar al momento en que tenga que armar su carpa en el camping.

—No entiendo lo de las carpas. Esa metáfora no la conozco –dijo el cuñado.

—Es un experimento que hice una vez. La premisa es: si armamos tres grupos, en este caso, un grupo de boy scouts, un grupo de trotskistas y un grupo de hippies fumados. Y les damos una carpa de camping para que armen, ¿quién la terminará primero?

—Seguro que los boy scouts. Los trotskistas discuten y se dividen. Los hippies fumados hacen cualquier cosa.

—Es lo que sucedió –dijo Bourdieu.

—Y el peronismo, ¿qué hubiera hecho? –preguntó el cuñado.

—Puede comportarse como cualquiera de los otros tres. A veces está ordenado, a veces discute y se divide y a veces parece que estuviera fumado.

Pedro Saborido, guionista.

De agonías y revoluciones

Se cumplen 30 años de la publicación de La larga agonía de la Argentina peronista, reeditado ahora por Siglo XXI, una conferencia que Tulio Halperin Donghi dio en el Club de Cultura Socialista. Un texto ciertamente inclasificable, porque no es un trabajo académico, tampoco una narración histórica, más cerca del ensayo si se quiere, pero tampoco. No se divide en capítulos, sino que es todo un largo devenir, como la agonía misma. Tiene, además, oraciones larguísimas y sinuosas, con múltiples subordinadas, que no reflejan otra cosa que su forma de pensar, como si nos dijera que acercarse al peronismo, pero también a la historia argentina, implica esas dificultades, esos vericuetos. Autores que menciona: Francisco Urondo, Karl Marx, Daniel James. Se trata, si tuviéramos que forzar una definición, de un análisis que intenta aportar a una discusión, “rastrear en el pasado la huella de los múltiples procesos paralelos y entrelazados que iban a encontrar su nudo y desenlace en este instante resolutivo”.

En un intercambio sobre este libro del que participaron diversos intelectuales, realizado por el Instituto de Historia Argentina Emilio Ravignani al año siguiente, José Nun dijo que entendía el texto como “una conversación”. Cuando, luego de diversas intervenciones, le tocó responder, Halperin hizo suya esa definición. En este sentido, podemos pensarlo como una práctica intelectual, en el sentido más clásico de su palabra, lejos del devenir posterior de la hiperespecialización del campo historiográfico.

El mismo año que se publicó La larga agonía..., Halperin fue entrevistado por Javier Trímboli y Roy Hora. Dijo que “hoy no hay disenso sobre el pasado porque no lo hay sobre el presente”, señalando el vínculo estrechísimo entre ambos tiempos. Así, la pregunta que guía su libro está profundamente atravesada por los primeros años 1990, por esa nueva piel que significó para el peronismo el gobierno de Carlos Menem (1989-1999).

¿Qué nos dice sobre los 1990 La larga agonía...? Para el autor, la historia argentina del siglo XX puede pensarse en cierta manera como un decadentismo: hay un momento en que el país consolidado a partir de 1880 entra en crisis, y nunca logra recuperarse del todo. A partir de entonces, las fuerzas en conflicto no reconocerán la legitimidad del otro, generando una invalidación política permanente. El punto nodal de dicha decadencia coincide con la incorporación de las masas a la política. En este libro en particular el acento está puesto en el peronismo, al que caracteriza de “insostenible”; el tema es que la sociedad a la que dio lugar se niega a “desaparecer de la escena” durante más de 40 años. Pero (con algo de deseo) el autor se anima a anunciar su final, que ubica no en 1976 y sus campos de concentración, sino en 1989, con la hiperinflación, que es lo que habría dado la última estocada a lo que quedaba de las bases de la sociedad peronista emergida a partir de 1945.

En el debate mencionado y en las reseñas que se hicieron en ese entonces, nadie discutió esta afirmación, este diagnóstico conclusivo. Un texto muy lúcido en leer algunas cuestiones de su presente, que eran incipientes y que nos condicionan aún hoy, como por ejemplo la fragmentación y flexibilización del mundo laboral, sin embargo, proponía este diagnóstico, que menos de diez años después se revelaría –al menos parcialmente– errado.

En todo caso, la caracterización de la historia argentina como la de un fracaso, así como la lectura del peronismo como inviable, adquirió en gran parte de la intelectualidad argentina, e incluso más allá de ella, un enorme peso, al punto de hacerse sentido común en grandes sectores de la sociedad, en versiones más degradadas y simplistas. Esto es muy palpable en las discusiones políticas actuales.

Pero sería un equívoco cargarle este peso a Halperin, porque en él nunca nada es sencillo ni unilateral, y esa es en parte su potencia, mucho más en tiempos de reafirmación de identidades. Halperin es un historiador no complaciente y por eso mismo permite el pensamiento. Es también en La larga agonía... que se propone una lectura nueva sobre el peronismo: si en escritos anteriores lo había catalogado como una especie de fascismo, en este libro, lejos de eso, lo define con otra palabra: revolución. Incluso lo reitera a lo largo del texto: fue una revolución porque “bajo la égida del régimen peronista, todas las relaciones entre los grupos sociales se vieron súbitamente redefinidas, y para advertirlo bastaba caminar las calles o subir a un tranvía”.

Halperin usó esta palabra justo en un momento en que aparecía desterrada del horizonte político, donde sólo era utilizada como consumo vintage. En los años 1990 incluso se discutía si a 1810 le cabía o no caracterizarla como revolución. En otro gran libro del autor, Tradición política española e ideología revolucionaria de Mayo, se abordaba detenidamente esta palabra para pensar el lugar que tuvo en los orígenes del país. Ahí es entendida como mito, “en cuanto opone a la felicidad eterna, ganada por el hombre por la gracia, una felicidad terrena igualmente concebida como perfecta que está al alcance del puro esfuerzo humano”. Si la revolución es, entre otras cosas, un mito –que opera sobre una realidad–, esta otra lectura del propio Halperin parece ofrecernos la idea de que se trata de algo que no concluye, que no tiene nunca un cierre definitivo, sino que, por el contrario, aun agonizando, es aquello que puede volver, siempre y cuando haya un presente dispuesto a convocarlo.

Julia Rosemberg, historiadora, docente y divulgadora.

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