Michel de Certeau. Godot; Buenos Aires, 2024. 222 páginas, 940 pesos.
En una viñeta del siempre genial Quino, un hombre sentado en su inmensa biblioteca se pregunta: “¿Y ahora que sé tanto, qué?”, una muy buena síntesis de la concepción de la cultura que Michel de Certeau se propuso derribar: la del saber como patrimonio de una élite intelectual y, sobre todo, como un tesoro a conservar. Nada más alejado de este pensador y sacerdote jesuita fogueado en el Mayo del 68, quien, en sintonía con las formulaciones de Foucault, pensó la cultura como un movimiento en el interior de un campo de combate, en el que los miles de practicantes anónimos crean y hacen circular toda una producción significante plural y múltiple sin la cual la cultura moriría.
Por los mismos motivos, descalifica la noción de “cultura popular” por considerarla una construcción hecha desde la cultura letrada para domesticar aquellas producciones de las clases populares, una vez que estas han dejado de constituir un peligro para el poder, que, luego de siglos de censurar sus producciones, encuentra en estas un reservorio de pureza e inocencia y, en determinados momentos históricos, una encarnación de la patria.
Y sostiene que, entre lo dicho y el decir, entre una cultura en singular y la proliferación de prácticas, entre lo que permanece y lo que lo desborda, se instaura una lucha en la que seres anónimos operarán dentro de un “espacio de la constricción para hacer proliferar sus invenciones”.