Su irrupción en el espacio audiovisual se remonta al “movimiento verde” iraní de 2009 y a las revoluciones árabes de 2011. En Francia, coincide con la aparición, unos años más tarde, de nuevas aplicaciones móviles para retransmitir en directo en las redes sociales (Periscope, Facebook Live). En tensión con las formas tradicionales de la profesión, de las que a veces reniegan, su tarea se ha extendido y muchas veces ha saltado de los celulares a los tribunales.

En Francia están en todas las manifestaciones, en todas las ocupaciones y en todas las movilizaciones de cierta envergadura. Equipados con cámaras –de alta definición o simplemente acopladas a sus cascos– o con teléfonos móviles, cubren las luchas sociales y medioambientales –así como su represión– desde dentro. Sus comunicaciones “en vivo y en directo” y sus videos publicados en las redes sociales ofrecen una inmersión en el corazón de las protestas, a veces siguiendo el modelo de los videojuegos de disparos en primera persona (FPS, por su sigla en inglés). Al registrar gestos y comentarios violentos por parte de la policía, los reporteros callejeros o street reporters han contribuido también a visibilizar –y a judicializar– la cuestión de la violencia policial en la Francia de los últimos años.

El movimiento Nuit Debout y luego las luchas contra la ley conocida como “El Khomri” (o “Ley Trabajo”) constituyen la matriz de esta escena mediática independiente. Marcadas por la forma en que las organizaciones sindicales se vieron desbordadas, por el fenómeno de los cortèges de tête –literalmente los grupos no afiliados a organizaciones1 que se sitúan a la cabeza de manifestaciones– y por un aumento de la tensión entre los propios manifestantes, las movilizaciones del año 2016 estuvieron acompañadas de una cobertura periodística de características inéditas. A los usuarios de Periscope que filmaban en directo las asambleas de la Nuit Debout, como Rémy Buisine, pronto se fueron sumando agencias independientes especializadas en la cobertura de manifestaciones, como Line Press, fundada por Laurent Bertolussi, y Taranis News, lanzada por Gaspard Glanz.

Enfocados en los enfrentamientos con la Policía, estos medios en línea han sido acusados, tanto por la prensa de derecha como de izquierda, de hacer de los disturbios un espectáculo y de descontextualizar las movilizaciones, ahogando sus reivindicaciones en una nube de gases lacrimógenos. Mathieu (las personas aquí nombradas solicitaron anonimato), que filma manifestaciones desde 2019, matiza este juicio: “Fueron los algoritmos de Facebook y YouTube los que me politizaron. En la época de la Ley Trabajo yo tenía 18 años, una edad en la que a los jóvenes a menudo no les importa para nada la política. Comencé a seguir cuentas de activistas y los algoritmos me recomendaron sitios como Taranis News. Eso me llevó a adherir a las protestas incluso antes de ir a manifestaciones”. Las agencias independientes han incorporado a jóvenes periodistas autodidactas o con una formación no reconocida por la profesión. Antes de fundar su propia agencia y convertirse en una de las figuras más destacadas del sector, Clément Lanot se formó en Line Press.

El movimiento de los “chalecos amarillos” fue otra etapa importante. Con su énfasis en la autoorganización y su crítica virulenta a los medios de comunicación dominantes, este colorido movimiento despertó el interés por la política en muchos de quienes hoy se reivindican como street reporters, tanto como su deseo de documentar las luchas. “La cobertura de los principales medios de comunicación me pareció muy fuera de lugar”, dice Camille, de 23 años, reportera independiente desde 2019. “Empecé a filmar para mostrar cómo eran realmente las manifestaciones de los ‘chalecos amarillos’. Había un clima muy festivo, muy solidario, algo que yo no había experimentado antes, en mis épocas de estudiante secundaria. Y, por supuesto, estaba la represión policial”.

A medida que se iba multiplicando el número de heridos entre los manifestantes, el deseo de ser testigos de esta violencia se fue convirtiendo en el motor de una suerte de compromiso a través de las imágenes. Laurent Bigot, que descubrió y luego se unió al movimiento de los “chalecos amarillos” en Burdeos y Toulouse, recuerda: “Al principio grabé uno o dos videos con mi móvil para mostrar la magnitud de las manifestaciones, pero sólo para mandárselos a mis amigos. Y luego, muy rápidamente, el ángulo de la violencia policial se fue imponiendo, porque en cada manifestación asistíamos a escenas prácticamente de guerra”. Para este ex alto funcionario, sólo las imágenes tomadas “en contacto” con los hechos podían dar cuenta de la violencia y las ilegalidades de la policía: “No servía de nada que yo dijera que había sido subprefecto. Debía ir a filmar al frente, allí donde las cosas queman. A la violencia policial la tenés que ver vos mismo”.

Esta determinación de ir al frente, a riesgo de exponerse a cachiporrazos y proyectiles, supone una clara diferencia entre los reporteros callejeros y los tradicionales, que optan por mantenerse más atrás. Como explica Léo, que también se politizó en las filas de los “chalecos amarillos”, “a aquellos que tienen carné de prensa y han ido a escuelas de periodismo, nunca se los ve en primera fila”.

Los riesgos son bien reales y no hay periodista independiente que en un momento dado no haya resultado herido por una carga policial, por una granada de mano o por los proyectiles lanzados por manifestantes. Para protegerse, las opciones varían. Algunos llevan equipo completo (casco, máscara antigás, chaleco táctico, protector de tibia), otros prefieren el dúo lentes de natación/máscara FFP2, que les permite resistir a los gases sin destacar demasiado entre los manifestantes. La inversión material en equipos no lo es todo. Protegerse también requiere de autocontrol, para no ceder a las provocaciones policiales y no quedar expuesto a acusaciones de desacato.

Otras tensiones

Aunque a veces adquiere tintes machistas, este compromiso en cuerpo y alma no es en absoluto ajeno a las reporteras, como tampoco el gusto por la adrenalina. A pesar de ser una minoría, numerosas periodistas han dejado su huella en canales de YouTube o en cuentas de Twitter muy populares. Y se exponen a los mismos peligros que sus colegas varones. Varias han sido las mujeres víctimas de violencia policial en los últimos años y algunas han denunciado haber sido objeto de insultos sexistas por parte de policías.

Las tensiones también marcan las relaciones de género entre periodistas independientes. Más allá de la agresividad de algunos de sus colegas masculinos para acceder al mejor ángulo de visión, las jóvenes reporteras entrevistadas deploran los comentarios condescendientes, o abiertamente machistas, que reciben: “Este no es lugar para niñitas, ¡andate!”, le dijo un día a una joven fotógrafa un matón que, poco después, huyó ante la primera carga policial. Sin embargo, en las manifestaciones, y a veces más allá, los periodistas independientes tienden a formar grupos de afinidad mixtos, unidos por sólidos lazos de amistad y solidaridad.

Más que el género, son las diferencias de estatus y las distintas formas de relacionarse con la “profesión” las que dividen a este conjunto heterogéneo. Algunos periodistas independientes se han profesionalizado a lo largo de los años, incorporándose a medios en línea (Brut, Loopsider, QG, Le Média) o fundando su propia agencia. Convertidos en asalariados, poseen un carné de prensa que les proporciona cierta protección y también mayor libertad de movimiento, por ejemplo, para poder escapar más fácilmente en caso de alguna encerrona policial.

Los street reporters que se precian de tales cultivan una postura crítica hacia la corporación. Al ejercer o pretender desempeñar otras actividades (entre los entrevistados en las manifestaciones había un panadero, un camillero, un trabajador estacional de una discoteca, una empleada de un restaurante), a menudo perciben la profesionalización como una renuncia a sus valores. “Cuando estás bajo el estrés de tener que vender, ya no vas a cubrir una acción porque te parezca legítima, sino porque potencialmente puede generar revuelo, sea cual sea la causa”, explica Camille, estudiante de una maestría en asuntos públicos. “Al profesionalizarte perdés tu libertad y tu sinceridad”.

Coexistencia

Aunque fustiguen a los medios dominantes, los reporteros callejeros continúan proporcionándoles contenidos y dejando en claro, al mismo tiempo, que los efectos de la “plataformatización” no son unidireccionales: para los principales medios, se trata tanto de ajustar su oferta a las plataformas digitales que de apropiarse de los formatos y tendencias que éstas potencian. Formateados por las redes sociales, los videos difundidos por los street reporters en X, Facebook y TikTok duran entre cinco y 30 segundos y se publican en línea casi en simultáneo con el acontecimiento filmado (carga policial, detención de manifestantes, lesión de un agente de policía, etcétera). Las agencias de noticias y los canales de televisión monitorean las redes sociales para detectar videos virales. En unos minutos, estos medios de comunicación, voraces consumidores de contenidos transmitidos por las plataformas digitales, pueden contactar a sus autores. La estética inmersiva de las filmaciones, su naturaleza a menudo espectacular y la promesa de autenticidad contenida en su relativo amateurismo (que los canales de televisión no se privan de subrayar) explican esa voracidad.

A esto se suma su precio: es mucho más barato recurrir a periodistas independientes (sus videos cuestan unos 300 euros, unos 320 dólares, por una difusión no exclusiva) que desplegar un equipo sobre el terreno, que además estará expuesto a ataques de parte de manifestantes habitualmente disconformes con las coberturas mediáticas de sus movilizaciones. Puede pasar incluso que hasta los reporteros callejeros más hostiles a los canales institucionales acepten comerciar con ellos (luego lo justificarán por el carácter no intencional de ese intercambio). “Le hemos robado un poco a Hanouna”2, ríe uno de ellos, explicando cómo, en colaboración con un compañero más versado en estas transacciones, logró sacarle varios miles de euros al canal C8 durante el movimiento contra la reforma de las pensiones de 2023, tras amenazar con demandar a los medios por el uso no autorizado de varios de sus videos por el programa Touche pas à mon poste.

Sin embargo, la circulación de estas filmaciones no puede reducirse a una lógica comercial. Las imágenes, y también el sonido que las acompaña, tienen valor probatorio para distintos tipos de investigadores3. Los periodistas independientes son a menudo convocados por las distintas partes, así como por órganos de control de la policía como la Inspección General de la Policía Nacional (IGPN), en el marco de procedimientos judiciales que involucran a manifestantes o miembros de las fuerzas de seguridad acusados de actos violentos. Según el abogado Arié Alimi, que hace un uso intensivo de material audiovisual, no es necesario reconocer el carácter probatorio de los videos. “Es habitual que los jueces se sientan muy molestos por las imágenes. Todos ellos se manejan con una suerte de software de evaluación de pruebas basado en la confianza en la palabra de la policía”, dice. A esto se suma el conservadurismo de numerosos magistrados y su desconfianza en los videos. “Han comenzado, sin embargo, a acostumbrarse”, señala Alimi, “y también hay una evolución, porque se están dando cuenta de que la palabra de los agentes de policía está quedando cada vez más en entredicho”, en particular por la proliferación de videos que dan cuenta de la violencia policial.

Los contenidos audiovisuales de los periodistas independientes también alimentan un nuevo tipo de investigación periodística: la investigación en video de código abierto, practicada por Libération, Mediapart o Le Monde. Este último le ha dedicado incluso una “célula” específica. Ya diversificado, el género se ha consolidado en Francia a partir de la reconstrucción de hechos de violencia policial. Periodistas independientes aportaron elementos decisivos para la reconstrucción del disparo de granada de mano que le costó un ojo al “chaleco amarillo” Manuel Coisne o, más recientemente, del disparo que hirió gravemente a Serge D. en Sainte-Soline4.

Las imágenes son, sin embargo, notoriamente poco dóciles. Polisémicas, se prestan a usos contradictorios y a espectaculares inversiones de significado. Los contenidos audiovisuales de los street reporters no son una excepción a la regla. Escapan a las intenciones de sus autores y, en ocasiones, sirven a la policía para sus propias investigaciones incriminatorias. De este uso de su trabajo, los periodistas independientes no están precisamente orgullosos, al recordarles cuánto contribuyen –aunque sea de mala gana– a ajustar las mallas de las redes de vigilancia.

Laurent Gayer, director de investigación en el Centro de Investigaciones Internacionales (CERI)-Ciencias Políticas. Traducción: Redacción Uruguay.


  1. Mathieu Brier, Naïké Desquesnes y Perrine Poupin, “Les voix du cortège de tête”, Revista Z, n° 10, Montreuil, 2016. 

  2. Se refiere a Cyril Hanouna, presentador del programa de extrema derecha Touche pas à mon poste en el canal C8 (N del T). 

  3. Fabien Jobard y Guillaume Le Saulnier, “Maintien de l’ordre et “guerre des images”, MEI – Médiation & Information, Paris, n° 53, 2023. Ver también Ulrike Lune Riboni, “Sans les images ?”, Le Monde diplomatique, París, agosto de 2023. 

  4. Como ejemplo, ver Cellule Enquête vidéo, «Un policier mis en examen dans l’affaire d’un “gilet jaune” éborgné à Paris», Le Monde, 5-5-2023.