Juan Andrés Felártigas. Yaugurú; Montevideo, 2024. 67 páginas, 500 pesos.
Con más profusión de ediciones que de tiempo disponible, con múltiples reclamos de atención y escasos momentos que tengan la calidad requerida para dedicarlos a leer, el hoy es un mar de aguas turbulentas para la literatura. Quizá la poesía sea el último madero al que aferrarse. Pero incluso quien acepte su oferta tendrá que definir qué poesía entre las muchas disponibles. Plantearse aquella pregunta de los bailes del primer tramo del siglo pasado, vueltos nombre de librería en la vecina orilla: ¿clásica o moderna? Y si moderna, ¿cuál de las muchas en las no tantas estanterías?
Las posibles pistas son los premios. Se supone que un jurado que trabaja sin nombres a la vista es un tribunal de lectura lo suficientemente fiable para aceptar sus recomendaciones. De aceptar esa premisa, el libro ganador del Premio Onetti 2023 es candidato a que se abran sus páginas (luego de haberlo encontrado, digamos a fuerza de poner el título en Google, en librerías como Escaramuza, Ganesha, Minerva o Montevideo) y se pase la puerta de la bella y efectiva tapa diseñada por Maca. Los acápites son dos buenos anfitriones: Ibero Gutiérrez y Roberto Bolaño. Un poema se titula “Yugoslavia” –se descubre apenas se pasan las primeras hojas– y eso promete. Habrá que empezar a leer, entonces.
“Las vírgenes que lloraron por Safo/ desde lo alto de una piedra/ se cuelgan de mi sueño/ en esta noche de martes”, comienza el primer poema. Veamos el último: “Los cuervos con alas de periódico/ picotean sin piedad/ los ojos submarinos del sueño/ y la piedra que arrojé siendo niño/ rompió los cristales/ de una infancia repleta/ de asma e inhalaciones”. Hay algo en esos extremos. Un eco de Walt Whitman viene de decirnos la contratapa. También se podría nombrar a Washington Benavides. Quizá porque ambos son lo mismo respecto de esas dos tradiciones tan diversas que son la anglosajona y la nuestra. Pero no necesita del eco, aunque lo tenga, para llegar al oído. “Nos hicimos jóvenes en aquellas filas/ para entrar a los baños de los viejos bares”, arranca a decir en “Amanece Montevideo”. Es coloquial en cierto punto, desde el momento en que apela a lo cotidiano, pero lo trasciende. ¿Coloquial y contemplativo? (para usar dos términos usados por el jurado). Puede ser que en ese par de opuestos esté el secreto. Como sea, hay amenaza de buena poesía.