Con pocas horas de diferencia Israel mató en Teherán al líder de Hamas, Ismail Haniye (31 de julio, sin atribución oficial), y a un alto mando de Hezbollah con un bombardeo en Beirut (30 de julio). ¿Cómo se responderá desde el Líbano, donde la población civil oscila entre el apoyo a los palestinos y el rechazo a una nueva guerra?

Un alambrado divide en dos el patio de recreo de la escuela secundaria Al Takmeleye, ubicada en Tiro, ciudad costera del sur del Líbano. De un lado del cerco, los niños juegan al fútbol antes de que suene el timbre, sin preocupaciones. Del otro lado, las personas desplazadas de pueblos fronterizos con Israel se hacinan en las aulas que fueron transformadas en refugios improvisados. Naama T vive en una de ellas con su madre y sus cuatro hermanas, mientras que su padre, que es ganadero, se quedó, a pesar de las bombas, en Boustane, con su hijo mayor y sus animales: “Teníamos 400 cabras, sólo 100 sobrevivieron a los bombardeos o a la contaminación por fósforo. Perdimos casi todo, pero tenemos que mantenernos con fuerza”, cuenta la joven de 26 años. Boustane es uno de los cinco pueblos fronterizos cuyos barrios residenciales sufrieron ataques con fósforo blanco por parte del ejército israelí. En un informe publicado en junio, Human Rights Watch denunció un crimen de guerra.1

En un aula adyacente con las paredes decrépitas, la mamá de Naama participa, junto a otras mujeres desplazadas, en una sesión de asistencia psicológica organizada por Hoda Hassouna, psicoterapeuta de la ONG libanesa Amel. “Podrías llegar al punto de decirte que tu vida no tiene sentido. Entonces, al despertarte, tenés que volver a aprender a quererte, a decirte que sos linda y a fijarte nuevos objetivos. Al lograrlos, vas a liberar serotonina y eso te va a ayudar a sentirte bien”, se esfuerza por convencerlas. “¿Eso nos va a ayudar a pagar nuestros gastos diarios?”, ironiza una de las participantes mientras juguetea con su collar de perlas de plástico.

Desde el 8 de octubre de 2023, al día siguiente de los ataques perpetrados por Hamas, Hezbollah (“Partido de Dios”) está involucrado en un conflicto de ataques calculados contra Israel. El 3 de noviembre de 2023, en un primer discurso muy esperado, su secretario general, Hassan Nasrallah, limitó el campo de acción militar de la organización a un “frente de presión” en apoyo al movimiento islamista palestino. Con el paso de las semanas, ante la proliferación de las atrocidades cometidas por el ejército israelí en la Franja de Gaza, los seguidores de Hezbollah multiplicaron los llamados a lanzar un diluvio de fuego contra Israel. “Dale, Nasrallah, atacá Tel Aviv”, gritaban durante manifestaciones espontáneas, junto a libaneses de todas las tendencias conmocionados por la matanza filmada en directo y de palestinos refugiados en el Líbano.

Sin embargo, en la práctica, durante mucho tiempo el partido aliado con Irán respetó las reglas de enfrentamiento vigentes y respondió a los ataques israelíes en Ayta ash Shab, Boustane, Kfarkela o Aitaroun con disparos de cohetes y de misiles antitanque hacia ciudades fronterizas israelíes como Kyriat Shemona o Metula. Para disgusto de los partidarios más belicosos de Hezbollah, el frente libanés no se enardeció.

Vidas en suspenso

Pero este conflicto latente no ha sido menos devastador para los habitantes del sur del país. Según un cálculo realizado por el diario libanés L’Orient-Le Jour a mediados de junio, murieron más de 400 personas en diez meses, de las cuales 334 eran combatientes del “Partido de Dios”. Según el Consejo del Sur, en mayo los daños ya ascendían a 1,5 mil millones de dólares y el futuro resulta incierto para las casi 94.000 personas desplazadas.2 “Las 130 familias de Boustane perdieron su cosecha de olivas, no pudieron vender su producción de tabaco ni plantar trigo. Y si algún día vuelven, tendrán que esperar al año siguiente para ver los ingresos de su futura producción”, explica Sara Salloum, miembro del Agri-movement, un colectivo que promueve la agroecología en el sur del Líbano. “Siempre y cuando la contaminación por fósforo blanco lo permita”, agrega.

Según varios observadores, Israel busca generar una zona tapón en la frontera para volver imposible el regreso de los libaneses desplazados, pero Tel Aviv lo desmiente.3 En todo caso, la vida de los habitantes del sur está en suspenso, mientras que sus compatriotas siguen con las suyas como pueden. Desde hace diez meses, el Líbano se parece a ese patio de recreo dividido en dos de la escuela de Tiro; se trata de un país escindido entre un puñado de pueblos, en donde la guerra –realidad amarga– destruye toda forma de vida, y el resto del territorio, en donde las manifestaciones de apoyo son menos numerosas que los afiches que afirman que “el Líbano no quiere la guerra”. Según los resultados de una encuesta realizada del 13 al 17 de octubre del año pasado por la consultora Statistics Lebanon Ltd, el 73 por ciento de los libaneses se declara en contra de un conflicto con Israel.

Para aquellas y aquellos que se desplazan entre esos dos mundos, el contraste es impactante. Después de que un bombardeo israelí tirara abajo la casa vecina, Hassan Charafeddine –originario de Taybeh, un pueblo situado cerca de la frontera– encontró refugio en lo de su hermana, que vive en las afueras de Beirut. “Hay distintos tipos de gente en el sur fronterizo. Están los que viven más al norte, como en Nabatieh, en donde las destrucciones son menores, pero que reciben a muchos desplazados y comparten nuestro sufrimiento. Después, en Beirut, hay gente que vive una vida normal, pero se muestran solidarios y temerosos de que la guerra se extienda a todo el territorio. Por último, están los conciudadanos que te tratan con hostilidad mientras tus seres queridos mueren y destruyen tu casa”.

La comparación con la guerra de los 33 días –del verano de 2006, anterior enfrentamiento armado entre Hezbollah e Israel– viene inevitablemente a la cabeza de Ghassan Makarem, quien, en ese entonces, había cofundado Samidoun, un movimiento de solidaridad con los habitantes del sur del Líbano:4 “Cuando estalló la guerra de 2006, ya estábamos movilizados en la plaza de los Mártires de Beirut para denunciar la operación ‘lluvia de verano’ llevada a cabo por el ejército israelí en Gaza. Entonces decidimos actuar de inmediato, presionando para abrir las escuelas públicas a los desplazados del sur. Nuestra postura política era clara: apoyar la resistencia contra el ataque israelí, respaldáramos o no a Hezbollah”. Una postura que se volvió difícil de sostener hoy en día, se lamenta Nizar Ranma, otro cofundador de Samidoun: “En Beirut vivimos como si no nos afectara lo que pasa en el sur. Sin embargo, no podemos acusar a Hezbollah de querer crear un Estado dentro del Estado y después, en cuanto pasa algo en la frontera, decir que eso no nos concierne. Eso sólo hará que sus habitantes queden cada vez más bajo el control del ‘Partido de Dios’”, asegura.

Polarización política

Detrás de esta fractura evidente, emerge una nueva realidad política. La alianza sellada el 6 de febrero de 2006 entre el partido cristiano Movimiento Patriótico Libre (CPL, por su sigla en francés) y Hezbollah, en la actualidad, ha sido sustituida por una oposición feroz del partido cristiano de las Fuerzas Libanesas (FL, por su sigla en francés) al “Partido de Dios”, al que le reprocha, en especial, haber obstaculizado la elección de un nuevo presidente desde la salida de Michel Aoun (CPL) en octubre de 2022 para lograr posicionar mejor al candidato de su elección. “Hezbollah cometió un error estratégico al abrir un frente en el Líbano”, estima Richard Kouyoumjian, responsable de Relaciones Exteriores de las FL. “No sólo no impidió que Israel destruya Gaza, sino que, además, ese ‘frente de apoyo’ ocasiona daños considerables al país. Apoyamos la neutralidad del Líbano y la implementación de la Resolución 1.701”, sostiene. Adoptada por el Consejo de Seguridad al concluir la guerra de 2006, esa resolución prevé el despliegue del ejército libanés y de la Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para el Líbano (FPNUL) en la frontera, en lugar de los combatientes del partido chiita.

“El abismo se profundiza entre, por un lado, los partidos cristianos disgustados por la manera en que Hezbollah avanza sobre la soberanía libanesa al decidir hacer la guerra o la paz sin respetar las instituciones y, por el otro lado, sus conciudadanos que sienten una solidaridad transnacional con los palestinos”, analiza Mohanad Hage Ali, investigador del Carnegie Middle East Center. Todos los días –o casi– los partidarios de Hezbollah acusan a sus opositores de conspirar con Israel, mientras que los acusados, por su parte, los consideran agentes del imperialismo iraní en el País del Cedro.5

Más allá de esta polarización política, a muchos libaneses les preocupa que una guerra abierta contra Israel termine de desmoronar el país, debilitado desde 2019 por un enredo de crisis financiera, económica, energética, social y política. “Hezbollah decidió iniciar la guerra sin tener en cuenta el estado del país, que, desde octubre de 2019, lleva una inflación acumulada de 5.000 por ciento, que ha perdido más de la mitad de su producto interior bruto en cinco años, y cuyas instituciones están siempre en crisis”, se lamenta Hage Ali.

Amenaza de guerra total

Las amenazas permanentes lanzadas por los dirigentes israelíes no hacen más que aumentar la tensión. “Si Hezbollah empieza una guerra total contra Israel, transformará Beirut y el Líbano Sur, cerca de acá, en Gaza y Jan Yunis”, advertía el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, el 7 de diciembre de 2023. El martes 18 de junio, el ejército israelí anunció que habían sido “aprobados y validados planes operacionales para una ofensiva en el Líbano”. En ese contexto explosivo, a fines de junio, muchos países –entre ellos Canadá y Kuwait– llamaron a sus ciudadanos a abandonar el país “mientras aún puedan”.

Los libaneses, por su parte, no tienen otra opción más que adaptarse, a base de humor negro, calmantes y recetas heredadas de guerras pasadas. “En el Líbano hemos vivido numerosos operativos militares israelíes y ya sabemos de antemano cómo reaccionar y a qué atenernos en caso de un nuevo conflicto”, reconoce la psicoterapeuta Dania Dandashli. Excepto que, desde hace varios meses, las reglas de enfrentamiento se hicieron trizas. “Hezbollah sigue diciendo que no quiere una guerra abierta, pero, del otro lado, Israel no deja de aumentar la intensidad de sus ataques”, remarca Joseph Daher, profesor de la Universidad de Lausana. El asesinato del número dos de Hamas, Saleh Al Arouni, cometido el 2 de enero en un suburbio del sur de Beirut –zona controlada por Hezbollah–, fue la primera piedra de esta escalada. Desde entonces, Israel multiplicó los asesinatos dirigidos en todo el territorio libanés. ¿Será el preludio de una ofensiva de mucha mayor amplitud?

Si bien Estados Unidos declaró que apoyaría a su aliado, también multiplicó los llamamientos a la moderación. Asimismo, no ha pasado desapercibida la potencia de fuego de Hezbollah. Por eso, más allá de las amenazas, a fines de junio, Netanyahu manifestó su preferencia por una solución diplomática que permitiera el regreso de los más de 100.000 desplazados del norte de Israel. A mediados de junio, un dron de Hezbollah sobrevoló depósitos de armas israelíes en el puerto de Haifa y difundió el video como advertencia. Según varios centros de investigación israelíes, el movimiento islamista dispone de, por lo menos, 150.000 cohetes y misiles, es decir, diez veces más que en 2006, así como de, al menos, 30.000 combatientes, mientras que Hassan Nasrallah reivindica 100.000.6

Para muchos habitantes del sur, esta capacidad de disuasión es su única fuente de esperanza: “A diferencia de 2006, hoy tenemos la sensación de que hay alguien ahí para protegernos, de que Israel no puede seguir bombardeando a los civiles con total impunidad. Todo libanés desea que sea su ejército el que lo proteja, pero la resistencia es más eficiente”, expresa Hassan Charafeddine, quien además precisa que tuvo que huir de su casa en Taybeh tres veces desde 1982.

La política social del partido chiita también le hace ganar seguidores. “Hezbollah le paga a cada familia desplazada 100 dólares por mes y le otorga vales de compra para abastecerse en la cooperativa Sajad, controlada por el partido. Con Samidoun, distribuimos 100 dólares a 19 familias desplazadas en el pueblo de Haloussié para demostrar que el partido no era el único que los apoyaba”, cuenta Nizar Rammal. Pero las instituciones sociales del partido están tan bien desplegadas que la acción ciudadana queda totalmente eclipsada.

El “Partido de Dios (...) ¿es un Estado dentro del Estado o un Estado dentro de un no Estado?”, se pregunta Sami Atallah, fundador del centro de reflexión libanés The Policy Initiative. Al mismo tiempo que denuncia la incapacidad crónica de las autoridades libanesas para proteger a sus conciudadanos de la crisis financiera, la explosión del puerto y los bombardeos israelíes, les responde a los partidarios de la neutralidad: “Frente al genocidio que está ocurriendo en Palestina, el Líbano no podía decir ‘eso no nos incumbe’”.

El exministro y fundador del movimiento Ciudadanos y Ciudadanas en un Estado Charbel Nahas va más allá: “No hay más Estado; por eso no tiene sentido pedir que el ejército reemplace a Hezbollah en la frontera sur. Para eso se necesitaría un censo de la población, un reclutamiento y armas”, explica. Para él, se debería lograr poner los logros militares y sociales del partido bajo el control de un régimen “laico y fuerte”. Pero advierte: “El proyecto sionista busca, precisamente, deslegitimar a los Estados en la región; para Israel, lo ideal es tener Estados y sociedades árabes divididos”.

Emmanuel Haddad, periodista. Traducción: Paulina Lapalma.

Jerusalén - Ciudad en la deriva

El 14 de mayo de 1948, el Estado de Israel proclamó su independencia. Algunas horas más tarde, los países árabes vecinos le declararon la guerra. Al final del primer conflicto árabe-israelí en 1949, el Estado hebreo y Jordania entablaron negociaciones para determinar una línea de armisticio (la llamada “línea verde”) y delimitar su frontera. En Jerusalén esta demarcación dividía la ciudad en dos partes: una parte occidental bajo el gobierno israelí (38,5 km²), donde sólo residían israelíes, y una parte oriental bajo el gobierno jordano (6 km²), donde sólo vivían palestinos.

En 1967 Israel inició una guerra relámpago contra sus vecinos (la Guerra de los Seis Días) y conquistaron el Sinaí, la Franja de Gaza, el Golán y Cisjordania (Jerusalén Este inclusive). El casco antiguo de la ciudad, el lugar más sagrado del judaísmo, así como el Monte del Templo o la Explanada de las Mezquitas, tercer lugar más sagrado del islam, pasaron a estar bajo la autoridad del Estado de Israel.

Al día siguiente de finalizada la Guerra de los Seis Días, los límites municipales se ampliaron pasando de 44,5 km² a cerca de 130 km². En 1967 Jerusalén “reunificada” contaba con alrededor de 270.000 habitantes, de los cuales 200.000 eran judíos (75 por ciento) y 70.000 musulmanes (25 por ciento). En 2013 la población se había triplicado (805.000 habitantes): los judíos ya representaban el 62 por ciento de la población frente al 35 por ciento que representaban los musulmanes. El tres por ciento restante correspondía a cristianos y ateos.  

David Amselen. Fragmento del artículo que integró la serie Cartografías. Coordenadas de un mundo que cambia, coeditado por Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.


  1. “Lebanon: Israel’s White Phosphorous Use Risks Civilian Harm”, Human Rights Watch, 5-6-2024. 

  2. “Plus de 400 tués depuis le 8 octobre au Liban”, L’Orient-Le Jour, Beirut, 14-6-2024. 

  3. Aditi Bhandari, Chris Cook, Raya Jalabi y Malaika Kanaaneh Tapper, “Israel’s push to create a ‘dead zone’ in Lebanon”, The Financial Times, Londres, 27-6-2024. 

  4. Véase Tania-Farah Saab, “Un conflit de 33 jours”, en Manière de voir, 174, “Liban, 1920-2020, un siècle de tumulte”, diciembre de 2020 - enero de 2021. 

  5. Salah Hijazi, “‘Nasrallah fait comme Hafez el-Assad’: entre les chrétiens et le Hezbollah, le fossé se creuse”, L’Orient-Le Jour, 27-6-2024. 

  6. Will Lowry, “War between Israel-Hezbollah will be ‘10 times worse’ than 2006”, www.thenationalnews.com, 25-6-2024. Ver también Keren Setton, “‘Hezbollah is an army’: Israel confronts formidable enemy on its northern border”, themedialine.org, 25-6-2024.