A las demoras en la votación del primer ministro luego de las parlamentarias se sumó, a mediados de julio, la finta del oficialismo a la centroizquierda en la definición de la presidencia de la Asamblea. Francia parece seguir intentando mantener a flote los consensos republicanos ante la amenaza de la ultraderecha, pero el juego político no ayuda demasiado. Más difícil todavía: ¿hay riesgo de quiebre entre “la izquierda que acompaña” y “la izquierda rupturista”?
¿Sobre qué estrategia descansaba la victoria, en 2017, del candidato Emmanuel Macron y de En Marcha? La explotación y luego el agravamiento de la ruptura de los bloques de derecha y de izquierda: esto le permitió integrar las fracciones acomodadas o calificadas alrededor de la profundización de la transformación neoliberal, así como de la búsqueda de la integración europea.1 Este bloque burgués tenía como principal ventaja su homogeneidad sociológica y política; como talón de Aquiles, su debilidad numérica, lo que exigía convocar a otros grupos sociales.
El contenido del proyecto –donde lo esencial era una serie de reformas que debilitaran el Estado de bienestar– hacía ilusoria una ampliación hacia la izquierda. Sólo se podía prever el apoyo de los grupos provenientes del antiguo bloque de derecha. Un primer ministro surgido de Los Republicanos (LR) formó entonces, sin embargo, un gobierno cuyas carteras más importantes fueron a parar a figuras conservadoras. El número de personas provenientes de la izquierda no dejó de disminuir, hasta el punto de no incluir más que figuras de segundo orden en posiciones subalternas, o algunas otras de identidad política ambigua después de un breve pasaje por el Partido Socialista (PS), como Gabriel Attal.
Esta táctica determinó las políticas que se llevaron adelante –el desmantelamiento del derecho laboral, las reformas de las jubilaciones o de la indemnización por desempleo, la represión brutal a los movimientos sociales–, pero también las recomposiciones en curso. Esto profundizó de forma particular la fractura dentro de la derecha entre los neoliberales adscriptos a la estrategia del bloque burgués y los defensores de un programa cercano al de la extrema derecha. El Frente Nacional y luego Agrupación Nacional (RN) y la tendencia más radical de LR llegarían a considerar una alianza alternativa, cada vez más dominada por los partidarios de la ruptura con el modelo social e incluso con la democracia. De esta dinámica, Macron es seguramente responsable: sus esfuerzos por enfrentarse a [la lideresa de RN] Marine Le Pen en segunda vuelta en 2017 y 2022 han consagrado a la extrema derecha como la verdadera oposición.
La conformación del bloque burgués tuvo también como consecuencia la exclusión de las clases populares de un bloque de derecha ya escindido, de la alianza social dominante. Elaborar una estrategia política que los reincorporara, por lo tanto, tenía sentido. La agrupación de Le Pen parecía la mejor preparada para conducirla, con su base social constituida en gran parte por gente de derecha. Del lado de los conservadores que no podían o no querían unirse a Macron, la necesidad de distinguirse los animaba igualmente a poner en primer plano los temas favoritos de la extrema derecha –la inmigración, la inseguridad–, y eventualmente, a ser ambiguos en lo que respecta a la economía o a lo social. Así ha aparecido una línea política capaz de competir con la del bloque burgués que combina temas tradicionales comunes a la derecha dura y a la extrema derecha en busca de la transformación de la economía francesa.
El neoliberalismo residual de una estrategia tal no se opondría al objetivo de asociar una parte de las clases populares. A pesar de su declive, desde al menos la crisis de 2008, esta ideología permanece dominante en el sentido de que constituye la referencia cuando se trata de definir las políticas económicas consideradas realistas o razonables: la necesidad de buscar el equilibrio presupuestario y de reducir la deuda pública, de bajar los impuestos y de recortar el gasto público, de darle más lugar al sector privado, etcétera. Además, en cuanto a la ausencia de alternativa, los gobiernos dirigidos por el PS lo han demostrado de alguna manera con su práctica, en especial bajo la presidencia de François Hollande (2012-2017).
Incluso cuando ciertas reformas, como la de las jubilaciones (2010 y 2023), fueron objeto de una larga protesta, la generalización de las restricciones puestas en evidencia por la ideología neoliberal subsiste en el sentimiento dominante en gran parte de las clases populares de derecha. La aversión que experimentan por los cassos [contracción de cas social, caso social] que supuestamente viven a expensas de la sociedad ¿no es la cruda expresión del lenguaje más depurado que mantienen los economistas ortodoxos cuando pregonan diversas medidas para exhortar a la vuelta al empleo? Por otra parte, el nivel de expectativa tiende a declinar cuando los partidos de izquierda no se ven como una alternativa creíble. Cuando lo que prevalece es su disolución, no parece realista desear el crecimiento de los servicios públicos. Es razonable esperar que el desmantelamiento los afecte menos a ellos que a los otros. No es momento para la solidaridad.
Este trasfondo ideológico explica que la búsqueda de respetabilidad del RN entre los círculos empresariales –a través de diversas renuncias a medidas más sociales– no haya tenido ningún efecto sobre las clases populares de derecha. Estas parecen haber puesto la cuestión de la inmigración y de la inseguridad a la cabeza de sus demandas; al menos, a juzgar por el apoyo constante que le dan a la derecha dura o a la extrema derecha.
Racistas, reaccionarios, el corpus de ideas a las que ellos adhieren no es del todo inaceptable. Y las maniobras de Macron para asimilar grupos sociales conservadores al bloque burgués no han sido en vano: desde sus elogios a Philippe Pétain [líder de la Francia colaboracionista con los nazis en la Segunda Guerra Mundial] a los ensayos con el uniforme en la escuela o la prohibición de la hijab, del intento de aprobar la ley de inmigración (la “más dura de los últimos 30 años” según el ministro del Interior, Gérald Darmanin, gracias al voto de RN) hasta la represión brutal de todos los movimientos sociales, de los “chalecos amarillos” a las revueltas de 2023 en los suburbios.
Espejo desfasado
La recomposición de la izquierda no es simétrica a la operada en la derecha. La estrategia macronista ha prosperado sobre el quinquenio de Hollande, después de numerosas tentativas del mismo orden concebidas en el seno del PS desde los años 1980. Y esta historia continúa rondando el imaginario de la “izquierda gobernante”, como gusta designarse a sí misma, o quizás de la izquierda que acompaña la transformación neoliberal, como habría que nombrarla. La oposición interna del PS a la línea del primer secretario Olivier Faure, desde 2022, y las tomas de posición de los dirigentes ecologistas al momento de la elección europea lo han demostrado: la izquierda que acompaña no acepta en la mayoría de los casos a la izquierda de ruptura (ruptura con el neoliberalismo e incluso el capitalismo) en tanto que fuerza electoral de apoyo, sin control sobre las políticas a aplicar en el caso de llegar al poder.
La alianza del Nuevo Frente Popular (NFP), constituida de manera precipitada después de la disolución parlamentaria de junio, ha disimulado por el momento –y muy mal– esta rivalidad que opone a La Francia Insumisa (LFI) de un lado del PS, y del otro lado a los Ecologistas y al Partido Comunista Francés (PCF). No cabe duda de que la izquierda que acompaña se debilitará, sobre todo en las elecciones presidenciales. Pero este descenso se manifiesta menos en otros escrutinios. De hecho, no se observa en la izquierda el equivalente al cambio producido en el otro campo, donde la derecha rupturista domina. Esto se debe igualmente, sin duda, a la “opción de salida” de la que cree beneficiarse la izquierda que acompaña, bajo la forma de una alianza con las fuerzas políticas que se apoyan en el bloque burgués, los macronistas o aquellos que aspiren a sucederlos.
Una opción parecida se encuentra confirmada por una posible estrategia simétrica del lado de esas fuerzas que, a falta de alcanzar el apoyo suficiente de los partidos de derecha, podrían intentar reconstruir una alianza de centro. Las posiciones adoptadas por el eurodiputado del PS Raphaël Glucksmann después de la elección europea,2 como las declaraciones del ex primer ministro de LR Édouard Philippe durante la campaña legislativa,3 o de manera general, en el curso del mismo período de intensa propaganda contra LFI y su líder Jean-Luc Mélenchon, se inscriben en esta perspectiva, que implica una marginalización de la izquierda rupturista. La incapacidad en la que se encuentra el conjunto de los grupos de la Asamblea Nacional de disponer de mayoría absoluta alimenta los cálculos políticos alrededor de un posible acuerdo más o menos formal entre la izquierda que acompaña, los macronistas y todo o parte de los republicanos.
Mientras que la carta de Emmanuel Macron del 10 de julio a los franceses le abría las puertas a una alianza en todas direcciones, la disminución del número de sus diputados ha reanimado el antagonismo dentro de su seno, entre las fracciones de derecha y aquellas que imaginarían una alianza más a la izquierda. En la interna del NFP, las dificultades para elaborar un compromiso estable entre la izquierda que acompaña y la rupturista, como en el interior del PS entre partidarios de la alianza con la izquierda o de la separación respecto de LFI, han dificultado la elección de un candidato para el puesto de primer ministro.
El cumplimiento del programa del NFP implicaría además la constitución de un gobierno minoritario cuya existencia dependería de la imposibilidad de una censura conjunta de RN, LR y los centristas. Por el contrario, en el PS, pero también entre los ecologistas e incluso los comunistas, existe la tentación de un “frente republicano” más o menos amplio, más o menos formal –desde el pacto de coalición a la búsqueda de mayorías específicas–, en una perspectiva a corto plazo –una nueva disolución podría intervenir a partir de junio de 2025–, a mediano plazo –la próxima elección presidencial de 2027– o incluso a largo plazo.
Pero la estabilidad de una estrategia política descansa sobre la de las fuerzas sociales que ella reúna y que le aporten un sostén político, el cual depende de la satisfacción de las expectativas de los grupos que constituyan ese bloque. Toda estrategia política “centrista” tiene que negociar con un bloque burgués cuyas expectativas centrales siguen siendo la continuación de la transformación del modelo socioeconómico, la integración europea y, a partir de ahora, sin duda y cada vez más, el apoyo a Ucrania.
Tentaciones
Algunos actores políticos del lado del PS, de los ecologistas e incluso del PCF pueden caer en la tentación de concebir una versión “de izquierda” del programa del bloque burgués. Pero esto sigue siendo ilusorio en razón de las contradicciones entre la búsqueda de una política económica ortodoxa y las principales expectativas de los grupos sociales tradicionalmente de izquierda. El apoyo a Ucrania implicaría un aumento del gasto militar4 que, combinado con las inversiones en la transición energética, reclamadas por una fracción del electorado de izquierda, volvería todavía más difícil la preservación del nivel del gasto social dentro del marco presupuestario impuesto por los tratados europeos, en un momento en que los grupos sociales provenientes de la derecha no dejarían de reclamar la baja de los impuestos. Porque conservar una orientación neoliberal llevará necesariamente a buscar un apoyo del lado de los grupos sociales del bloque de derecha.
Entonces, toda búsqueda de pacificación bajo la forma de una alianza entre la izquierda que acompaña, las fuerzas macronistas y la derecha no logrará integrar un bloque social dominante susceptible de proporcionarle a cambio un apoyo durable. La comparación con la situación alemana tiene ciertas limitaciones, pero puede resultar instructiva. En un contexto institucional que implica la formación de coaliciones, mientras que los partidos están acostumbrados a este tipo de configuración, con una izquierda radical dividida y considerablemente débil, la alianza entre el Partido Socialdemócrata (SPD), Los Verdes y el Partido Liberal Democrático (FDP) soporta las mayores dificultades para definir una línea política coherente e incluso, simplemente, ponerse de acuerdo en un presupuesto. Las encuestas muestran que la situación beneficia no sólo a los conservadores de la Unión Cristiana Democrática de Alemania (CDU) y a la Unión Cristiana Social de Baviera (CSU), sino también a la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD). Podemos anticipar entonces lo que le daría a Francia una coalición de partidos llamados “republicanos” desde el PCF a LR y qué fuerza política se beneficiaría más con esta situación.
Bruno Amable, economista, coautor junto con Stefano Palombarini de ¿A dónde va el bloque burgués?, La Dispute, París, 2022. Traducción: María Eugenia Villalonga.
Salvar la república
En el marco de la crisis del macronismo y del peligro real de un gobierno de extrema derecha, el “pueblo de izquierda” encontró en el Nuevo Frente Popular (NFP) una fuerza unificadora que, tras la dispersión en las elecciones europeas, retomaba la alianza previa de 2022: la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (Nupes). Así, en junio, en menos de una semana, Francia Insumisa (LFI), de Jean-Luc Mélenchon, los Verdes, el Partido Socialista (PS) y el Partido Comunista lograron sellar una nueva alianza, elegir candidaturas unitarias y pactar un programa “de ruptura”, con una perspectiva económica keynesiana –junto con un discurso proteccionista– y un acuerdo sobre dos temas sensibles como Gaza y Ucrania. A diferencia de la Nupes –una sigla desangelada que planteaba incluso dudas sobre cómo pronunciarla–, el Frente Popular remite a un emotivo momento histórico de la historia francesa, en el que comunistas, socialistas y radicales se unieron como parte de la resistencia antifascista y llevaron adelante un conjunto de políticas de carácter social. Rápidamente, diversas asociaciones de base, así como no militantes, hicieron propia la unidad y se movilizaron con un doble objetivo: frenar el acceso al poder de Agrupación Nacional (RN), de Marine Le Pen –en la figura de Jordan Bardella–, y reposicionar a la izquierda en el tablero político.
Pero el NFP no es la Nupes II. A diferencia de esta última, hegemonizada por la izquierda radical de LFI en el marco de la crisis del PS –su candidata, Anne Hidalgo, obtuvo 1,7 por ciento en las presidenciales de 2022–, el NFP articuló un campo de izquierda con una relación de fuerzas más equilibrada. Las voces de los diferentes referentes, como el socialista Olivier Faure, o la secretaria nacional de los Verdes, y eficaz comunicadora, Marine Tondelier, constituyeron un coro más variado.
Lo que evitó el triunfo de la extrema derecha fue la decisión, en la segunda vuelta, de rearmar el “frente republicano” –que consistió en que los terceros candidatos en circunscripciones donde RN estaba a la cabeza desistieran de sus candidaturas–. La izquierda cedió más que el macronismo y debió votar con la nariz tapada por figuras como el ministro del Interior Gérald Darmanin, artífice de la represión de la protesta social, o la ex primera ministra Élisabeth Borne, quien impuso, mediante decreto, la impopular reforma jubilatoria.
El actual primer ministro, Gabriel Attal, de 35 años, tecnócrata, gay asumido y uno de los políticos estrella del macronismo, fue uno de los primeros en pronunciarse en favor de “hacer barrera” a la extrema derecha. Fue una mezcla de convicción y cálculo. Y, sorprendentemente, el frente republicano logró su meta: la nueva Asamblea Nacional quedó dividida en tres tercios (izquierda, extrema derecha y aliados y macronistas más un sector de la derecha tradicional).
El discurso de Macron busca instalar que “nadie ganó” y que, por lo tanto, no está obligado a nombrar como primera ministra a la economista Lucie Castets, alta funcionaria de la alcaldía de París y activista en defensa de los servicios públicos, consensuada con dificultad por todos los partidos del NFP. El economista Alain Lipietz escribió que los resultados de las elecciones fueron a la vez “esperanzadores y amenazadores” (AOC, 11-7-2024). Son una suerte de último aviso. Los motivos del voto a RN posiblemente seguirán ahí.
Pablo Stefanoni, periodista. La versión completa de este artículo se publicó en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, agosto de 2024.
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Bruno Amable y Stefano Palombarini, L’illusion du bloc bourgeois, Raisons d’Agir, París, 2018. ↩
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Ver “Raphaël Glucksmann rechaza la alianza con el LFI: el 'Frente Popular' amenaza con desmoronarse”, entrevue.fr, 11-6-2024. ↩
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Ver: “Législatives 2024: Édouard Philippe appelle à un 'accord' entre forces politiques, sans LFI ni RN”, europe1.fr, 7-7-2024. ↩
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Durante su discurso del 13 de julio a las Fuerzas Armadas, Macron declaró que en 2025 sería necesaria una actualización en el presupuesto de defensa, principalmente por la guerra en Ucrania. ↩