Inmaculadas playas de arena blanca donde los turistas descansan; lagunas de aguas turquesa; olas rompiendo contra el arrecife de coral en el borde de la tierra: este escenario de postal casi haría olvidar la enormidad de problemas que afrontan las islas Cook, un pequeño estado del Pacífico Sur formado por 15 islas (atolones, islas de coral e islas volcánicas).

Celine Dyer, coordinadora de cambio climático del primer ministro, nos da la bienvenida a su pequeña oficina en Avarua, la capital, en la isla de Rarotonga. También están presentes dos de sus colegas, Charlene Akaruru y Terito Story, respectivamente embajadora de la Juventud y encargada de comunicación sobre estos temas. Las tres evocan las múltiples consecuencias de un mundo en proceso de sobrecalentamiento: inundaciones marinas, erosión costera, acidificación de los océanos, intensificación de las tormentas, desaparición de las zonas de desove de los peces...

Los antepasados sabían leer las estrellas y las corrientes marinas. Para ayudar a los pescadores, ahora se están construyendo, además de diques, mareógrafos que permiten comprender los cambios que se están registrando en el nivel del mar. Pero, en algunas islas, el desplazamiento de poblaciones parece ser ya inexorable.

El archipiélago septentrional se ve especialmente afectado por un fenómeno que está alterando los modos de vida y la cultura tradicionales. Hace 40 años, explica Dyer, los residentes podían pescar en los canales que bordean las islas. A medida que avanza el calentamiento de las aguas, se están viendo obligados a aventurarse cada vez más en mar abierto.

“Alimentar a la familia ahora requiere más trabajo y energía”, señala Dyer. “Hay que comprar una lancha rápida, un barco de aluminio, conseguir combustible. Supone un costo adicional y, sobre todo, una pérdida de identidad. Pero en las islas más aisladas no hay otros empleos”.

El arrecife de coral que rodea Rarotonga se está deteriorando y proporciona un terreno fértil para la proliferación de algas a las que se adhieren los dinoflagelados. Estos pequeños organismos tóxicos, al ascender en la cadena alimentaria, acaban provocando, en las poblaciones que viven del mar, una intoxicación llamada “ciguatera”, que puede causar parálisis o incluso la muerte.

El aumento de las aguas también amenaza a los cementerios. En las islas Cook, la gente entierra a sus seres queridos cerca de sus hogares, en tumbas mantenidas con cuidado, a menudo decoradas con frangipani y gardenias. “Estas tumbas serán arrastradas por las olas. Es como si nuestra gente estuviera siendo borrada del mapa”, lamenta Dyer.

Ubicado en un barrio levantado a los inicios de la época colonial, el Museo y Biblioteca de las Islas Cook rescata la historia y la cultura locales. Allí se pueden admirar cuadros que representan a los primeros navegantes polinesios que llegaron a estas costas a bordo de grandes canoas. Cuando el capitán James Cook avistó Manuae, una de las islas del archipiélago del Sur, en 1773, ya hacía tiempo que vivían allí pueblos polinesios y el Pacífico estaba atravesado por rutas comerciales y migratorias.

Muchos aquí temen que sus tradiciones desaparezcan. Desde su desembarco en las islas, los primeros misioneros prohibieron cantar, bailar y tocar tambores y se comenzaron a organizar celebraciones colectivas en torno a la iglesia. La sociedad sigue estando profundamente influenciada por las culturas sagradas coloniales. La emigración es un factor agravante: desde los años 1970, los nativos asentados en Nueva Zelanda superan en número a quienes han permanecido en las islas.

Extracción y belicismo

A esto se suman importantes presiones financieras. Con una economía estructurada en torno a los servicios y las transferencias de dinero de la diáspora (la industria se reduce a un puñado de actividades marginales como el procesamiento de frutas, los textiles y la artesanía), el comercio exterior sigue siendo en gran medida unidireccional, y sólo los subsidios de Nueva Zelanda permiten a las islas Cook financiar su déficit comercial.

El Ananuua Moana, un enorme buque oceanográfico amarrado en el puerto de Avatiu, en la isla de Rarotonga, es propiedad de Moana Minerals, una de las tres empresas, junto con Cobalt Seabed Resources y CIC Ocean Research, que han recibido permiso de las islas Cook para explorar su exclusiva zona económica (ZEE). La fase de exploración ha entrado en su tercer año. Su objeto de deseo son los nódulos polimetálicos, unas concreciones del tamaño de una papa, fruto de millones de años de evolución, que contienen minerales preciosos (cobalto, cobre, níquel y manganeso). El fondo marino de las islas Cook concentraría varios miles de millones de toneladas de estos guijarros considerados esenciales para la revolución verde y para dejar atrás los combustibles fósiles. Para el primer ministro Mark Brown, la cuestión parece clara: explotarlos garantizaría al país una mejora espectacular de sus perspectivas económicas y facilitaría su adaptación a la amenaza existencial del cambio climático.

“No me pidan que pierda esta oportunidad de promover la transición verde y que me olvide de los minerales cruciales para lograrla, de los que está cubierto mi fondo oceánico”, dijo Brown en la Conferencia de Sharm el-Sheikh de 2022 sobre el cambio climático (COP 27). “En muchos de nuestros Estados del Pacífico, la cultura de salvaguardar y proteger el medioambiente está mucho más arraigada y más desarrollada que en los países que piden una moratoria mientras siguen emitiendo CO2 a tasas varias miles de veces superiores a las nuestras”, agregó.

El fondo del océano permanece en gran medida inexplorado y el papel que desempeñan los nódulos en los sistemas marinos continúa siendo poco comprendido. Los ambientalistas, sin embargo, creen que su extracción probablemente sea devastadora. Consistiría, nada más y nada menos, en raspar el fondo marino con máquinas del tamaño de camiones y luego enviar los nódulos en masa a los barcos estacionados en la superficie a través de tubos gigantes que parecen tentáculos. Además de destruir potencialmente numerosos hábitats en aguas profundas, el proceso levantaría enormes columnas de sedimento que podrían asfixiar a algunas criaturas. Por no hablar de las consecuencias de esta ruidosa actividad en la vida acuática.

“Nuestro enfoque es extremadamente cauteloso, todos los marcos legales están establecidos y somos muy estrictos en el respeto del principio de precaución”, declara un funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores. “Este recurso aportará mucho al país y queremos aprovecharlo de manera responsable. ¿Es viable? ¿Las ganancias estarán a la altura? Nos es imposible responder en este momento a estas preguntas por falta de datos de campo. Todo lo que sabemos es que estos minerales pueden resultar fundamentales en la transición hacia la energía limpia, tanto a nivel nacional como con nuestros socios regionales e internacionales”.

Pero ¿quién supervisará las operaciones? Las tres empresas mineras autorizadas a hacer prospecciones deben comunicar sus resultados al gobierno. Sin embargo, dadas las enormes inversiones financieras que ya han realizado, resulta difícil pensar que se retirarían sin chistar si las autoridades finalmente decidieran descartar la extracción.

La explotación minera de los fondos marinos crea una división entre los Estados de la región. Kiribati, Nauru y Tonga parecen decididos a dar el paso, mientras que Tuvalu, Palau y Vanuatu mantienen serias dudas. Pero no importa, los estadounidenses están llegando y traen consigo su maquinaria de guerra. Porque, como suele ocurrir, la extracción y el belicismo occidental van de la mano.

Hasta setiembre de 2023, las islas Cook no podían acogerse a determinadas ayudas al desarrollo estadounidenses debido a su asociación con Nueva Zelanda, un país de altos ingresos. Al reconocer la soberanía de las islas Cook, Estados Unidos las hizo elegibles para recibir préstamos en virtud de la Build (Better Utilization of Investments Leading to Development), adoptada en 2018. De inmediato, Marco Rubio, senador republicano de Florida, proclamó la necesidad de inversiones masivas en la recolección de nódulos polimetálicos. “Como usted sabe –escribió el 17 de octubre de 2023 al director de la Agencia de Financiamiento para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos–, raros son los yacimientos gasíferos estratégicos y los esfuerzos de desarrollo que no estén padeciendo la maliciosa y tiránica influencia de la República Popular China. […] El fondo marino de la ZEE de las islas Cook contiene abundantes minerales esenciales, incluidas tierras raras, cuya demanda no para de crecer; existe, por lo tanto, una necesidad urgente de establecer cadenas de suministro seguras y confiables para garantizar la seguridad y la prosperidad económicas de Estados Unidos”.1

“La carrera deshumanizada”

Por su parte, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) afirma que quiere lograr la interoperabilidad en el Pacífico. Este anuncio se inscribe en el concepto de dominación integral definido en la cumbre de Madrid de 2022. Ampliada por primera vez a países amigos (Australia, Japón, Nueva Zelanda y Corea del Sur), la conferencia colocó de modo explícito a China en el punto de mira de la alianza atlántica. “Al igual que Rusia, [China] busca socavar el orden internacional basado en reglas”, declaró el entonces secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en la sesión inaugural de la cumbre. “Debemos, por tanto, permanecer unidos [...] para proteger nuestros valores y nuestra libertad, promoviendo al mismo tiempo la paz y la prosperidad”.

En 1986, tras servir durante décadas como campo de pruebas para británicos, franceses y estadounidenses, los países del Pacífico se comprometieron a convertirse en una zona libre de armas nucleares al firmar el Tratado de Rarotonga. Hoy, algunos temen que ese acuerdo sea dejado de lado, debido a la inexorable marcha de Washington hacia el conflicto con Pekín. Es cierto que los vastos movimientos que luchan contra la guerra y las armas atómicas –combinados con la defensa de los derechos de los pueblos indígenas– han perdido gran parte de su poder. Y Estados Unidos, que nunca ratificó el Tratado de Rarotonga, pretende obviamente hacer de la región una pieza de su sistema nuclear. ¿Conseguirán los Estados del Pacífico unirse para contrarrestar estas acciones, como lo hicieron ante los ensayos nucleares?

“China es para nosotros un socio crucial, al igual que Estados Unidos”, explica nuestro interlocutor en el Ministerio de Relaciones Exteriores. “Establecimos relaciones diplomáticas con Washington en setiembre pasado y las tenemos con China desde hace muchos años. En lo que a nosotros respecta, no hay ningún dilema”.

Sin embargo, parece claro que las islas Cook han elegido el bando estadounidense, a diferencia, por ejemplo, de las islas Salomón, que firmaron un acuerdo de seguridad con Pekín el año pasado, a riesgo de sufrir represalias de Washington. A principios de febrero, Brown reclamó la formación de una asociación trilateral de defensa y seguridad junto a Nueva Zelanda y Australia.2 En 2021, esta última se alió con Reino Unido y Estados Unidos, comprometiéndose, a través del pacto Aukus (acrónimo de Australia, Reino Unido y Estados Unidos), a desembolsar un total de 368.000 millones de dólares para comprarles sus submarinos nucleares, rompiendo así un contrato previamente firmado con Francia.

El equipo de gobierno anterior, encabezado por la laborista Jacinda Ardern y luego por Chris Hipkins, se mostró ciertamente complaciente con sus aliados, pero el nuevo Ejecutivo neozelandés (de derecha radical) está considerando incorporarse al segundo pilar de esta alianza, centrado en la investigación y el desarrollo, es decir, en la guerra automatizada: drones, robots asesinos, inteligencia de enjambre, etcétera.

“El objetivo fundamental de Aukus [para Estados Unidos] es ampliar la disuasión nuclear involucrando a Australia en su estrategia de contener a China y establecer bases nucleares estadounidenses [en Asia-Pacífico] para tercerizar el riesgo”, analiza Marco de Jong, historiador especializado en la región del Pacífico en la Universidad Tecnológica de Auckland. “El segundo pilar apunta a desarrollar tecnologías que ayuden a ganar la próxima carrera armamentista. Esta carrera deshumanizada hacia las máquinas apocalípticas de próxima generación es escalofriante”.

En resumen, el Pacífico se va incorporando cada día más al dispositivo de seguridad de Estados Unidos y, sobre todo, se está haciendo cada vez más vital para el proyecto de larga data de Washington de dominar el mundo gracias a su capacidad nuclear de primer ataque.

Glenn Johnson, periodista. Traducción al francés: Élise Roy. Traducción al español: Le Monde diplomatique, edición Uruguay.


  1. Carta del 17 de octubre de 2023 (www.rubio.senate.gov). 

  2. “Cook Islands and Australia celebrate 30 years partnership – Cook Islands call for trilateral defence and security arrangement”, Ministerio de Relaciones Exteriores y de Inmigración de las Islas Cook, mfai.gov.ck, 1-2-2024.