El proyecto de forjar la grandeza de una nación sobre la idea de que desciende de un pueblo primigenio, noble y superior se creía enterrado desde la derrota de la Alemania nazi en 1945. Sin embargo, en la actualidad, Tayikistán –un pequeño país de Asia Central que está en la búsqueda de una identidad nacional– revisita el mito ario, a varios miles de kilómetros de la Europa que lo vio nacer.

Con la mirada puesta en el futuro, el emir Ismaïl Samani domina la plaza central de Dusambé, capital de Tayikistán. Fieles a su trabajo, incluso ese día de mal tiempo, los fotógrafos de calle les proponen a algunos curiosos que posen a los pies de dos leones erigidos a los lados de la estatua monumental. A expensas de algunas contorsiones, logran encuadrar el arco dorado alrededor del gigante y la brillante corona que ensalza la estructura. Después del derrumbe de la Unión Soviética y de la guerra civil que le siguió (1992-1996) –que dejó un saldo de entre 100.000 y 150.000 muertos y un millón de desplazados sobre la población de seis millones de habitantes que había en esa época–, las autoridades lo eligieron como figura de unión de un país dividido. Ese soberano, proveniente de la dinastía persa de los samaníes, gobernó a finales del siglo X un vasto imperio –hoy asimilado al “primer Estado tayiko”– que incluía Afganistán y gran parte de los territorios actuales de Tayikistán, Uzbekistán, Kirguistán y Turkmenistán, hasta las fronteras de Pakistán e Irán. La cara del emir aparece en los billetes de 100 somonis, la moneda local, que también lleva su nombre.

Tayikistán, el país más pobre de las cinco exrepúblicas soviéticas de Asia Central, y el único en donde se habla persa, encontró en la cultura iraní aquello que le permite afirmar su identidad, en especial frente al vecino uzbeko. Tras una independencia concedida sin el apoyo de las élites locales ni de un poderoso movimiento popular, el desafío consiste en forjar la idea de una nación tayika en un país marcado por fuertes disparidades etno-regionales (ver recuadro). Desde hace unos 30 años, Dusambé –la capital, en donde viven un millón de habitantes– ha sido testigo de cómo sus calles principales son rebautizadas con nombres de grandes escritores persanófonos. Algunos de ellos vienen moldeando la tayikidad desde la época soviética, en especial Sadriddin Aini (1878-1954), quien también fue el lexicógrafo que afinó la lengua escrita moderna. Otros tuvieron que esperar hasta la independencia para encontrar su lugar en el relato nacional, como fue el caso del poeta medieval Roudaki (859-941), considerado el fundador de la literatura persa clásica. Su efigie, que preside el parque central que lleva su nombre, se encuentra en el centro de un arco de mosaicos, fuentes y altavoces que difunden himnos nacionales y recitaciones pomposas de poemas.

El presidente Emomali Rahmon, en ejercicio desde 1992, no duda en recurrir a referencias de un pasado aún más lejano: uno de los mitos más retomados en el discurso oficial es el que presenta a los tayikos como descendientes de los “arios”. Este mito también es el que más interpela a los occidentales. Para ellos, el término evoca, de modo inevitable, a ese pueblo “puro” original inventado por los nazis para justificar la superioridad de la “raza” blanca europea y su pretensión de dominar, o destruir, a los otros pueblos. Su ideología repetía las teorías racialistas que prosperaron en Europa desde mediados del siglo XIX a partir de trabajos iniciales (y legítimos) sobre el origen y la génesis de las lenguas indoeuropeas. “Se pasó rápidamente de la idea de una lengua indoeuropea a la de una lengua ancestral que habrían hablado en tiempos antiguos los ‘indoeuropeos’, para luego erigir a estos últimos en una ‘raza’ manifiestamente conquistadora y, como consecuencia, ‘superior’”, recuerda Jean Sellier1. Este razonamiento condujo, por ejemplo, al francés Arthur de Gobineau (1816-1882) a calificar a la “raza” blanca de aria, adjetivo que deriva de la palabra arya, que en sánscrito –que en ese momento era considerada la forma más cercana a la lengua madre indoeuropea– significa “noble”.

En Tayikistán el poder se cuida de ser relacionado con esa nefasta línea de pensamiento. Estima que la existencia del pueblo ario es real y considera que su tergiversación por parte de la ideología nazi no debería privar al pueblo tayiko, una de sus ramas más antiguas, de reivindicar su filiación. Sobre estas bases, en 2005, el gobierno decidió promover la esvástica como símbolo nacional. Esto generó conmoción en las embajadas europeas y estadounidense. También se movilizaron asociaciones locales de veteranos de la Segunda Guerra Mundial. Al final, si bien el gobierno decidió renunciar a su idea, no lo hizo sin denunciar dichas presiones y, en la actualidad, sigue esforzándose por devolver al arianismo su prestigio2.

La referencia se encuentra en todos los aspectos de la identidad oficial. Un paseo por la ciudad permite descubrir hoteles, un banco, una fundación, por nombrar sólo algunos lugares, que llevan el nombre Oriyo, que significa “ario” en tayiko, o Ariana, el nombre griego de su territorio. El propio presidente Rahmon promueve, desde hace años, la idea de que los tayikos son descendientes directos y legítimos de las tribus arias. Incluso llega a afirmar que “la palabra ‘tayiko’ es sinónimo de la palabra ‘ario’, que significa generoso y noble”3, asimilación que se encontrará con frecuencia en manuales de historia y en los museos del país. En los más de 30 años que lleva en el poder, el líder de la nación tuvo tiempo de escribir –o, mejor dicho, de firmar– unas 20 obras. Su mayor éxito fue el libro Los tayikos en el espejo de la historia, cuyo primer tomo se publicó en 1999 bajo el título De los arios a los samaníes, y que es pertinente presentar como una brillante síntesis de trabajos científicos –que además fue traducido a varios idiomas (al francés por Big Media Group, en 2014)–. Algunas universidades del país incluso organizaron concursos de recitación de sus mejores páginas.

Aunque el arianismo tayiko no provenga de la ideología nazi, tiene conexiones con las ideas racialistas de los siglos XIX y XX, en particular con la versión rusa4. En el Imperio zarista, el mito ario habilitaba al poder a presentar la conquista rusa de Asia Central como la reunión de la vasta civilización europea y de la cuna de sus orígenes arios. Entonces, Rusia tenía que ejercer el rol de enlace, pasando por encima y sometiendo a los pueblos túrquicos de Asia Central. Estas representaciones están presentes en la visión de las autoridades tayikas actuales que renuevan el estereotipo, de origen europeo, al oponer esos pueblos túrquicos (nómades, bárbaros) a los pueblos persas (urbanos, civilizados). El arianismo permite a los tayikos presentarse como la “raza” autóctona noble y “pura”, esa que existía antes de las invasiones “bárbaras”. Rakhim Masov, el antiguo director del sumamente oficial Instituto de Historia de Dusambé, puede entonces escribir que los uzbekos no serían “en absoluto semejantes [a los tayikos] en términos de apariencia física y de origen racial... Los arios eran rubios, grandes y de ojos azules, mientras que los turcos tienen caras largas, ojos chicos, narices aplastadas, barbas pequeñas y una apariencia física mongoloide”5. La “carta” aria tiene como objetivo establecer un lazo privilegiado con Rusia o Europa, al mismo tiempo que enardece un sentimiento de superioridad respecto del vecino uzbeko, más habitado y poderoso. Tampoco resultará sorprendente que cuenten con la presencia de Masov entre los miembros del Movimiento Internacional del Euroasiatismo, fundado por el ideólogo de extrema derecha, cercano al Kremlin, Alexandre Douguine6. El académico, también cercano al presidente tayiko, aboga por una integración profunda entre tayikos y rusos, dos pueblos supuestamente “arios”.

La sombra comunista

Las políticas identitarias del actual Estado tayiko también surgen de la experiencia soviética. Para empezar, el país debe sus actuales fronteras a una división pensada por los dirigentes bolcheviques. Con el objetivo de desligarse del Imperio zarista y de responder a las reivindicaciones nacionales que estallaron durante la revolución de 1917, los revolucionarios asignaron repúblicas a naciones titulares (por lo general mayoritarias), al mismo tiempo que concedieron, dentro de ellas, regiones autónomas o derechos culturales específicos a ciertas minorías. De esta forma, en un primer momento, Tayikistán recibió el estatuto de república autónoma dentro de la República Socialista Soviética (RSS) de Uzbekistán. Pero, en 1929, se les asignó a los tayikos persanófonos una república de pleno derecho, separada de los uzbekos turcófonos, aunque en esa época no se percibían como dos grupos étnicos realmente distintos. Las ciudades de Bujará y Samarcanda, en donde se formaron la lengua, la literatura y la cultura tayika, pasaron a formar parte de Uzbekistán. Algunos factores políticos internos también contribuyeron a la separación: los miembros persanófonos del Partido Comunista de Uzbekistán empezaron a amenazar con formar una alianza de pueblos túrquicos contra Moscú. Esta situación impulsó la creación de un Tayikistán gobernado por una nueva rama del partido comunista, persanófona, que pudiera contrarrestar esa amenaza.

La vida actual de la capital resulta suficiente para convencerse de que los dos pueblos y sus lenguas permanecen entremezclados: si bien el tayiko es, sin duda, la lengua dominante, también es posible escuchar hablar uzbeko en el mundo de los negocios, los salones de té, los taxis, los bastidores de la ópera nacional. Tanto en el pasado como en la actualidad, en gran parte del territorio de ambas repúblicas, el bilingüismo es corriente: al menos el 11 por ciento de la población de Tayikistán es de origen uzbeko7; muchos tayikos étnicos hablan cotidianamente el uzbeko, sobre todo en el oeste del país. Según una fórmula muy conocida –y polémica– atribuida al primer presidente uzbeko, Islam Karimov (1992-2016), “los tayikos y los uzbekos son un solo pueblo que habla dos lenguas”.

Desde que las repúblicas lograron la independencia, el proceso de diferenciación –más o menos latente durante seis décadas soviéticas– se acentuó. Desde hace un tiempo, a ambos lados de la frontera, los historiadores se acusan mutuamente de manipular el pasado8. El gobierno tayiko reivindica tanto la exclusividad de la filiación aria como la filiación al zoroastrismo, esa religión preislámica prácticamente desaparecida que se le asocia. Uzbekistán cuestiona esta pretensión. En setiembre de 2003, el Estado uzbeko decidió celebrar bajo los auspicios de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) el año del Avesta –conjunto de textos sagrados zoroastrianos–, esta iniciativa irritó a los tayikos, tal como la organización del año de la civilización aria en Tayikistán en 2006 crispó a los uzbekos.

Volviendo a la época soviética, la lengua estuvo en el centro de la construcción del Estado nación tayiko. El propio presidente, en sus obras, afirma la especificidad del tayiko en comparación con el farsi (nombre de la lengua hablada en Irán). Además, se apoya en los trabajos de investigadores locales, que presentan a los habitantes de Tayikistán como “los últimos hablantes de las lenguas arias vivas”9. Sin embargo, esta insistencia en el arcaísmo y la pureza de la lengua tayika pasa por alto numerosas influencias. Si bien es cierto que el tayiko conserva formas que han desaparecido en otras lenguas iraníes, también es cierto que ha integrado muchas formas del uzbeko. Por su parte, la influencia rusa puede verse en una gran cantidad de otros préstamos y en la adopción del alfabeto cirílico en 1940.

Durante la celebración de los 30 años de independencia de Tayikistán en Dusambé, el 9 de setiembre de 2021.

Durante la celebración de los 30 años de independencia de Tayikistán en Dusambé, el 9 de setiembre de 2021.

Foto: Nakib Murodov / Anadolu / AFP

Estos últimos años, las reformas lingüísticas se han ido sucediendo. Desde 2020 rige una ley que obliga a los padres de todo recién nacido de origen tayiko a darle un nombre que incorpore un sufijo tradicional en lugar de uno ruso. El propio presidente dio el ejemplo cuando en 2007 retiró el sufijo ruso ov, muy ruso, de su apellido. Antes se llamaba Rahmonov... Para imitar las características de un tayiko “puro”, los arcaísmos, las palabras cercanas o préstamos del farsi empezaron a aparecer en los documentos administrativos, en los menús de los restaurantes, en la prensa y en todo lugar en donde la ley sea relevante. La brecha se profundiza entre los dialectos hablados por la población y esta lengua “oficial” constantemente regulada. Es por ese motivo que los habitantes del país tienen dificultades para descifrar los formularios administrativos; incluso aquellos que dominan las tres lenguas más habladas en el país –tayiko, uzbeko y ruso– se sienten perdidos...

Hacia un islamismo nacional

Aunque Irán también tiene sus propias ideas acerca del origen ario de su pueblo, en las que Dusambé no ha dudado en inspirarse, el presidente Rahmon teme que el país termine siendo absorbido por la esfera de la influencia cultural y política de Teherán. Así, Tayikistán mantiene con Irán una relación que el investigador Stéphane Dudoignon califica como “curiosa y contextual”, construida a partir de proximidades culturales y de rivalidades políticas exacerbadas. Aunque sea chiita, la República de los mulás apoya, en efecto, a la principal fuerza opositora del país, el Partido del Renacimiento Islámico de Tayikistán (PRIT, por sus siglas en francés), una organización vinculada con los suníes (como la mayoría de la población). Este partido se enfrentó al bando del presidente durante la sangrienta guerra civil de los años 1990, que les costó la vida a decenas de miles de personas.

Este trauma obliga al poder a manejar con cautela la referencia al islam. Aunque el presidente tayiko se muestra como un buen musulmán –incluso cumplió con la peregrinación a La Meca–, el hecho de dejarse crecer la barba o usar el hiyab puede ser suficiente para atraer problemas con la Policía. Desde que el PRIT fue clasificado como organización terrorista en 2015, la lucha contra el radicalismo islámico ha servido de pretexto para aplicar medidas autoritarias más severas. Es común encontrar ciudadanos tayikos en las listas de ejecutantes de ataques terroristas del Estado islámico. Sin embargo, la mayoría de las veces son reclutados en el extranjero, mientras que, dentro del país, las persecuciones por extremismo suelen dirigirse a personas no radicalizadas. Estos dos últimos años se registró un número récord de arrestos entre las voces críticas y una represión brutal de las reivindicaciones en la región del Pamir.

En un contexto de lucha contra el islamismo radical, el Estado busca resucitar antiguas fiestas, calificadas tanto de arianas como de zoroastristas. Ese día de octubre, el parque Firdawsi de Dusambé se engalana, con gran pompa, con frutas y manjares. Ante una pirámide de melones, músicos y bailarines tradicionales se presentaban frente a un público disperso: la ciudad organiza su fiesta de otoño, Mehrgon, nombre tayiko de Mehregan, celebración en honor a la deidad Mitra. En enero, siguiendo el mismo modelo patriótico, llega el turno de Sada, nombre tayiko de Sadeh, fiesta de la aparición del fuego. Parecen divertirse, pero no hay mucha gente. Un transeúnte se atreve a lanzar una mirada algo condescendiente y burlona. No se arriesgaría a explicarlo en público a un extraño, pero una vez invitado a conversar en un lugar más discreto, nos confesó: “Quizás algunos realmente celebren estas fiestas, pero no son verdaderos musulmanes”.

En su gran mayoría, la población opone cierta indiferencia tanto a estos eventos culturales como a las discusiones historiográficas. Para un musulmán practicante, aunque el zoroastrismo haya dejado huellas en el islam y en las costumbres locales, honrar a Zaratustra y celebrar algunas de esta antiguas fiestas resulta un injerto impostado, incluso una herejía. Además, el presidente Rahmon ya no presenta al fundador del zoroastrismo como “el primer profeta de los tayikos cuya huella en la tierra no ha sido borrada por el polvo de los milenios ni por las cenizas de las incontables guerras sangrientas” (Los tayikos en el espejo de la historia). De forma progresiva, esta figura fue laicizándose hasta convertirse, hoy en día, en un ejemplo étnico. Ante la imposibilidad de resucitar la religión preislámica, el Estado espera, de todos modos, poder “suavizar” el islam local, volviéndolo más “nacional” y, en consecuencia, menos expuesto a las influencias externas, tanto chiitas como suníes.

El regreso de los talibanes en Afganistán, cuyo opositor más firme en la región es Dusambé, dejó en un segundo plano las discusiones culturales con Uzbekistán (que ya se habían atenuado con la llegada del presidente reformista Chavkat Mirzoïev al poder en 2016) y favoreció el acercamiento con Teherán. La presencia de otros aproximadamente 20 grupos terroristas en Afganistán, entre los que se encuentra Jamaat Ansarullah –tayikos étnicos apoyados por los talibanes–, genera gran preocupación en las autoridades. Además, Afganistán sirve como base trasera para los ataques del Estado islámico de Jorasán en la región. Numerosos ciudadanos tayikos estuvieron involucrados tanto en el atentado del 3 de enero que mató a 90 personas en Kermán (Irán), como en el de Crocus City Hall, en las afueras del sur de Moscú, que tuvo lugar el 22 de marzo y que provocó la muerte de 145 personas10.

El mito ario

En un contexto de apaciguamiento de las relaciones con Teherán, la afirmación de pertenencia al mundo persa resulta menos problemática para Dusambé. En cambio, su uso desarrollado a partir del mito del arianismo siempre genera fuertes contradicciones cuando se aborda el “problema” del Alto Badajshán, una región autónoma que cubre el 45 por ciento del territorio, pero sólo contiene al tres por ciento de la población. Los habitantes de esta región montañosa, que viven principalmente en los valles cerca de la frontera con Afganistán, se encuentran en una situación ambigua: no son aceptados como tayikos en su totalidad debido a sus especificidades culturales y, sobre todo, confesionales (son chiitas ismailíes), pero, a menudo, se les exige participar en la construcción nacional por su presencia histórica en el territorio[^11]. Ellos mismos se contradicen sobre este tema: algunos se consideran un grupo étnico distinto, los pamiris, mientras que otros se consideran “tayikos de las montañas”.

En la época soviética, ya existía cierta animosidad entre la región y Dusambé, cuando el Alto Badajshán se beneficiaba de ciertas ventajas, especialmente en materia de educación, respecto del resto de la RSS tayika. De hecho, Moscú deseaba convertir a una de sus regiones más inaccesibles, la más austral de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), en una vitrina del triunfo del comunismo. Pero la hostilidad se materializó cuando estalló la guerra civil: los enfrentamientos estaban relacionados con problemas de clan y de etnia. En ellos, el Alto Badajshán desempeñó un papel notable en la oposición al bando de Rahmon. A pesar de los acuerdos de paz firmados en 1997, la región del Pamir sigue siendo percibida, al igual que el PRIT, como un potencial peligro para el gobierno.

Irónicamente, esta minoría pamiri adhiere, más que el resto de los tayikos, a la idea de que descienden directamente de los arios, pero invoca esta razón para distinguirse del grupo mayoritario. No es raro que en Pamir se haga hincapié en la piel y en los ojos más claros de los habitantes de la región. También circulan otras explicaciones sorprendentes: se dice que descienden de los soldados de Alejandro Magno, que pasaron por la región en el siglo IV a. C. y que habrían sobrevivido intactos gracias al aislamiento de sus montañas. A su manera, se consideran “más arios que los arios”. El presidente sólo puede lamentarlo: los mitos circulan y se prestan a todo tipo de usos. Aunque Rahmon se haya apropiado de ese mito, nunca ha sido su único poseedor.

Judith Robert, periodista. Traducción: Paulina Lapalma.

Fracturas regionales e identidad

El día anterior al colapso de la Unión Soviética, Tayikistán se encontraba atravesado por importantes divisiones étnicas y regionales, lo que impedía el sentido de pertenencia de la población a un mismo país (1). La falta de soberanía sobre Bujará y Samarcanda –ciudades con un prestigioso patrimonio–, mayormente habitadas por tayikos pero situadas en Uzbekistán, también representaba un obstáculo, al igual que el hecho de que había más tayikos en Afganistán que dentro de las fronteras del país. Además, la creación de una identidad nacional tropezaba con el trauma de la guerra civil que marcó los primeros años de independencia del país. Las divisiones internas degeneraron en una crisis política después de que el presidente de la República Soviética del Tayikistán, Kakhkhor Makhkamov, decidiera apoyar a los golpistas de agosto de 1991 contra el secretario general del Partido Comunista Soviético, Mijaíl Gorbachov. En los meses siguientes, el poder central se enfrentó a una oposición heterogénea que reclamaba la prohibición del Partido Comunista. En mayo de 1992 estallaron los primeros enfrentamientos armados entre dos bandos radicalizados: el Frente Popular de Tayikistán progubernamental, compuesto por los khoudjandis (grupo dominante situado en el norte), koulabis (en el sur) e hissaris (alrededor de Dusambé), contra la Oposición Tayika Unida (OTU), que agrupaba cuatro partidos anticomunistas, incluido el Partido del Renacimiento Islámico (PRI, creado en 1990), que dominaba ampliamente, y el Rubí del Badajshán, un movimiento autonomista del Pamir. La guerra civil terminó en junio de 1997 gracias a los esfuerzos de mediación de Rusia e Irán. Reelecto desde su primera elección con resultados superiores al 80 por ciento, el presidente ha consolidado su legitimidad con el título de “fundador de la paz y de la unidad nacional”, pero se niega a abrir cualquier espacio político a la oposición. Después de años de endurecimiento del régimen, el PRI fue nuevamente prohibido en 2015.

(1): Michaël Levystone, Asie centrale. Le réveil, Armand Colin, París, 2024.

Hélène Richard, de la redacción de Le Monde diplomatique (París). Traducción: Paulina Lapalma.


  1. Jean Sellier, Une histoire des langues et des peuples qui les parlent, La Découverte, París, 2019. 

  2. Marlène Laruelle, “Aryan mythology and ethnicism: Tajikistan’s nationhood”, Central Peripheries: nationhood in Central Asia, UCL Press, Londres, 2021. 

  3. Emomali Rahmon, Les Tadjiks dans le miroir de l’Histoire, I. Des Aryens aux Samanides, Big Media Group, Bruselas, 2014 (salvo que se indique lo contrario, todas las citas del presidente provienen de este libro). Matthias Battis, “The aryan myth and Tajikistan: from a myth of empire to one national identity”, Ab Imperio, Miami, Vol. 4, 2016. 

  4. Rakhim Masov, Falsificar y apropiarse de la historia de otro (en ruso), 9-3-2006, citado por Marlène Laruelle en “Aryan mythology and ethnicism: Tajikistan’s nationhood”, op. cit

  5. Jean-Marie Chauvier, “Eurasie, le ‘choc des civilisations’ versión rusa”, Le Monde diplomatique, mayo de 2014. 

  6. Fernand de Varennes, “End of mission statement of the United Nations special rapporteur on minority issues”, Dusambé, 19-10-2023. 

  7. Slavomír Horák, “In search of the history of Tajikistan. What are tajik and uzbek historians arguing about?”, Russian Politics and Law, Nueva York, 48, 5, setiembre-octubre de 2010. 

  8. Sulton Hasan Barotzoda, “La langue tadjike et l’identité nationale”, Scientific Collection Inter. Conf. 71, 19/20-8-2021. 

  9. Khursan Khurramov, “Amenazas del sur en Tayikistán. ¿Realidad o juegos políticos?” (en ruso), Radio Ozodi, 13-11-2023. 

  10. Antoine Buisson y Nafisa Khusenova, “La production identitaire dans le Tadjikistan post-conflit : état des lieux”, Cahiers d’Asie centrale, París, 19-20, 2011.