La capacidad de un material para construir y modificar autónomamente su propia estructura remite a una forma de inteligencia que, a diferencia de aquella centralizada en la que solemos pensar, se produce continuamente en el tejido dinámico de relaciones químicas y físicas entre los elementos que lo componen. Podría decirse que lo que define el comportamiento inteligente es la capacidad de un sistema para mantener la memoria de estímulos pasados al transmutarlos en cambios estructurales. Un ejemplo de ello es la seda que producen las arañas.

Nuestra visión de un mundo constituido por unidades rígidas e independientes que interactúan unas con otras es una simplificación de una realidad más compleja en la que la relación entre sujeto y objeto fluye y se construye en el momento del encuentro recíproco. Se produce una intra-acción, que evidencia que dos objetos físicos que entran en contacto no se limitan a “chocar”, sino que se compenetran y determinan mutuamente. Es decir, nuestra inteligencia y la de los materiales que utilizamos están conectadas y se influencian unas a otras, como una red, para determinar la forma de nuestra realidad.

En conclusión, nuestras tecnologías están “cobrando vida” gracias a la química, a la ciencia de los materiales y a las nanotecnologías, comenzando a ver la luz objetos que –por su composición, estructura y función– resultan cada vez más indistinguibles de los organismos vivos.

Laura Tripaldi. Caja Negra; Buenos Aires, 2023. 224 páginas, 890 pesos.