Leila Guerriero. Anagrama; Barcelona, 2024. 144 páginas, 590 pesos.
“Los periodistas vivimos de la memoria ajena. Nos alimentamos de eso como criaturas de la noche. Es nuestro tesoro”, escribe Guerriero al promediar este pequeño y revelador volumen en el que corre detrás de Truman Capote —de quien el 30 de setiembre se celebró el centenario de su nacimiento— mientras desanda los pasos del largo camino que la ha conducido hasta un lugar privilegiado dentro de la crónica periodística en castellano. Semejante resumen de las necesidades de su oficio asoma cuando se descubre persiguiendo pistas irrelevantes sobre la neblinosa estancia del escritor norteamericano en Sanià, un balneario de la Costa Brava española donde esperó dos largos años antes de poder estampar el punto final de A sangre fría, legendario kilómetro cero de la novela de no ficción.
Mientras trata infructuosamente, como dice, de enmendar el daño producido por tanto dato dilapidado, Guerriero —invitada a una residencia para escritores— va sorbiendo la magdalena de sus recuerdos, nota a nota, libro a libro, empezando por el iniciático Los suicidas del fin del mundo (2005), con destino de artículo hasta que un colega le señaló que, con mucho menos, Capote había escrito el libro que lo convirtió en leyenda.
A diferencia de La llamada (2024), este nuevo trabajo forma parte de la colección Cuadernos, cuyo formato parece estar hecho a medida de sus crónicas, y donde publicó La otra guerra (2021). Sin embargo, su tono personal y confesional lo acercan a Teoría de la gravedad (2019), una antología de breves columnas que se alimentan no sólo de la memoria ajena sino también de la propia.