A través de poderosas organizaciones juveniles y de un manejo avezado de las redes sociales, la extrema derecha avanza entre los jóvenes en los Länder del Este. Hartos de sentir vergüenza de su pasado, y desilusionados con lo ocurrido poscaída del Muro de Berlín, los jóvenes se sienten atraídos por el discurso nacionalista y viril de Afd, en un contexto de desaparición de otras redes de contención.
Desde la perspectiva de Alternativa para Alemania (Alternative für Deutschland, AfD), el año que acaba de finalizar quedará como el de una excelente cosecha. Durante las elecciones europeas de junio de 2024, el partido de extrema derecha, creado en 2013, obtuvo el 15,9 por ciento de los votos. Se convirtió en el segundo partido de Alemania, detrás de la Unión Demócrata Cristiana (CDU). Más espectaculares aún, los resultados obtenidos durante las elecciones regionales organizadas en setiembre de 2024 en tres Länder [estados federados] del este del país hicieron temblar a los comandos políticos: 29,2 por ciento en Brandemburgo, donde la AfD fue superada por muy poco por el Partido Socialdemócrata (SPD, 30,9 por ciento); 30,6 por ciento en Sajonia, justo detrás de la CDU (que tuvo el 31,9 por ciento); 32,8 por ciento y primera posición en Turingia. Por primera vez desde el final de la Segunda Guerra Mundial, un partido de extrema derecha es mayoritario en un Parlamento regional alemán. Aun cuando el frente republicano –llamado Brandmauer, literalmente “muro cortafuegos”– le impedirá gobernar, la AfD dispondrá de una minoría de bloqueo, que el líder local de Turingia, Björn Höcke, no dejará de activar.
Un elemento convierte a esos resultados en particularmente sorprendentes: el avance de la AfD entre los jóvenes en un momento en el que ese partido, a diferencia de algunos de sus homólogos europeos, se radicaliza, al punto de esbozar un proyecto de “reemigración” a gran escala. Así, durante las elecciones europeas de junio de 2024, el 16 por ciento de los jóvenes alemanes de 16 a 24 años otorgó su voto a la AfD, contra el 17 por ciento a la CDU, que llegó a la cabeza, mientras que los Verdes perdieron los dos tercios de su electorado en esa franja de edad (del 33 por ciento en 2019 al 11 por ciento en 2024). Cinco años antes, los Verdes habían aprovechado el halo del movimiento a favor de la lucha contra el calentamiento climático Fridays for Future, entonces en su apogeo. En 2024 pagaron el precio de sus fracasos y de sus negativas en el seno del gobierno de coalición dirigido por Olaf Scholz. Durante las elecciones regionales de setiembre de 2024, la AfD registró resultados aún más altos entre los jóvenes de 18 a 24 años que en el resto de la población: 31 por ciento en Sajonia y en Brandemburgo, 38 por ciento en Turingia. ¿Cómo explicar que en el este de Alemania la juventud ya no vote ni rojo ni verde, sino azul, el color de la extrema derecha?
Redes militantes y redes sociales
Por empezar, la AfD dispone de una organización de juventud eficaz, la Junge AfD (o JA), que se dirige específicamente a la franja de 14 a 35 años. Su independencia jurídica con respecto a la casa matriz le da la posibilidad de adoptar posiciones y expresiones aún más extremas, que desde 2023 le valieron, por parte de la Oficina Federal de Protección de la Constitución, la clasificación de entidad de extrema derecha que amenaza la democracia. Preocupada por generar tranquilidad, a pocas semanas de las elecciones legislativas anticipadas del 23 de febrero, la AfD anunció la creación de una nueva organización para la juventud. A pesar de las denuncias por incitación al odio racial, insultos y violencia contra inmigrantes (como en Chemnitz en agosto de 2018), la popularidad del movimiento crece entre los jóvenes, e incluso entre los muy jóvenes: el centro del foco de la JA se deslizó de los jóvenes adultos de 17-18 años hacia los adolescentes de 14-15 años. Durante las “elecciones simuladas” organizadas entre alumnos de los ciclos iniciales y superiores del secundario de las pequeñas ciudades alemanas del este como Plauen, Döbeln o Wurzen, la AfD reunió más de la mitad de los votos de los jóvenes adolescentes1.
En la edad en que se forjan las conciencias, en que las convicciones se afirman y se rebelan contra el orden moral, la JA resulta atractiva. Destinada a adolescentes de ciudades pequeñas y medianas, propone reuniones públicas con los jefes de la AfD, conciertos gratuitos con grupos locales, veladas temáticas e incluso, para los más grandes, muy divulgados paseos en moto con el carismático Björn Höcke, dirigente del partido en Turingia, a los cuales muchos chicos profesan un culto. En esas comarcas alemanas del este, que desde hace 30 años se vacían de habitantes, la JA, la AfD y los numerosos movimientos de extrema derecha o neonazis –Die Republikaner (REP), Pegida, Pro Chemnitz, Die Heimat, Der dritte Weg, Die Rechte, los Freie Kameradschaften, Freie Sachsen– no enfrentan ninguna competencia cuando proponen actividades ad hoc y participan en la primera socialización política de los adolescentes. Este reclutamiento basado en la franca camaradería, en el culto del cuerpo y de la virilidad (en particular por medio de la práctica colectiva de deportes de combate), y en la adulación del jefe, resulta tanto más eficaz por el hecho de que la AfD y JA, a través de sus agentes locales, conectan al conjunto del territorio de esos Länder.
A esta red militante se agrega la red digital: muy temprano, la extrema derecha invirtió de forma masiva en una calculada comunicación en las redes sociales más utilizadas por los jóvenes, en particular Tik Tok, pero también Instagram, Snapchat, Whatsapp y Youtube. La JA juega hábilmente con el algoritmo de Tik Tok para generar un máximo de viralización, sea cual sea el grado de veracidad de los mensajes –se sabe que los más controvertidos a menudo generan más clics, en especial aquellos que atañen a la cuestión migratoria2–. Como confesaron los propios responsables de otras formaciones políticas, como Andreas Stoch, líder del SPD en Baden-Wurtemberg, “la AfD invirtió muy tempranamente en esa plataforma [Tik Tok]. Ahora los otros partidos políticos deben seguir sus pasos”. El resultado se mide en términos de visibilidad, pero también de centralidad: Alternativa para Alemania, aislada en el juego político institucional, no encarna, desde la perspectiva de los jóvenes simpatizantes, ese partido extremista y marginal del cual uno desconfiaría. Ya nadie oculta la adhesión a él: en el centro del juego político en los Länder del este, una formación originalmente fundada por aburridos profesores de economía del oeste se está poniendo de moda. Los adolescentes y posadolescentes no necesariamente están convencidos por sus tesis; muchos simplemente tienen ganas “de pertenecer”, de integrar un grupo de jóvenes atrayente que tiene sus costumbres, sus códigos de vestimenta, su lenguaje, su humor, sus dirigentes carismáticos, su reputación, sus chicas rubias de firme mirada azul y sus chicos con el pelo muy corto. “Hoy es muy cool, o completamente normal, exhibir eslóganes de extrema derecha en el garaje o en el propio cuarto”, afirma Ocean Hale Meißner, un joven activista anti-AfD de la pequeña ciudad de Döbeln en Sajonia3. La influencia de los movimientos de extrema derecha fue facilitada por los cierres de centros culturales y de sociabilidad, así como por la desaparición de un gran número de asociaciones y de centros de juventud, un montón de microestructuras que podrían proponer una alternativa a la Alternativa.
De la vergüenza al orgullo
Por otro lado, en algunas de esas localidades alemanas del este se torna difícil, y a veces peligroso, declarar abiertamente su oposición a la AfD, sobre todo cuando uno se exhibe antifascista, gay, lesbiana o trans –o si se es de origen extranjero–. La intimidación, las amenazas verbales, a veces físicas, son numerosas. Los deslices pueden rápidamente transformarse en golpizas. Las cifras comunicadas por la Oficina Federal de la Policía Judicial (BKA) para 2023 muestran un aumento del 15 por ciento de los actos de violencia contra solicitantes de asilo y del 50 por ciento contra los alojamientos para solicitantes de asilo4.
La relación ambigua que la AfD mantiene con el antisemitismo y, más ampliamente, con la historia contemporánea alemana tampoco deja insensibles a algunos adolescentes y jóvenes adultos. Ese partido –así como su rama junior– mezcla el más inquebrantable apoyo a Israel, sugerencias antisemitas que en particular acusan de complots al multimillonario George Soros, y un radical cuestionamiento a las políticas de la memoria de Alemania del Oeste adoptadas en las décadas de posguerra5. En los Länder orientales, donde la sensación de pertenecer a una comunidad y de formar parte de la historia se evaporó con la República Democrática Alemana (RDA) en 1990, los habitantes no se conectan con ningún gran relato: ni el del “trabajo de la memoria”, que habría permitido a los alemanes del oeste comprender el excepcional alcance del crimen nazi, ni el de la construcción europea, que los ignoró ampliamente. La extrema derecha propone un imaginario que es exactamente opuesto a las incitaciones mediáticas y políticas para ajustarse al modelo del buen ciudadano alemán, a excepción del apoyo a Israel, el cual permite a la vez evitar las acusaciones de antisemitismo y legitimar la visión civilizatoria antiislam que la coalición de Benjamin Netanyahu y la AfD comparten.
Los jóvenes que se inclinan por la AfD, la Junge Alternative u otros movimientos de extrema derecha mantienen justamente una relación “desacomplejada” con la historia de su país. El genocidio de los judíos por parte de los nazis ya no es más un tabú y no actúa como un repelente absoluto simbolizado por medio del eslogan “¡Nunca más!” surgido después de 1945. Esos simpatizantes se niegan a soportar a su turno lo que consideran una carga moral incómoda reservada a los perdedores de la historia. Al igual que su jefe revisionista Björn Höcke, prefieren considerar el Memorial de las Víctimas del Holocausto de Berlín como “el Memorial de la Vergüenza”. En regiones donde el pasado es equivalente a la vergüenza, la del nazismo, la de la dictadura del partido único, la de la crisis de los años 1990, sinónimo de pérdida de categoría social, la extrema derecha propone el orgullo de pertenecer a una comunidad definida por oposición a los inmigrantes y que localmente toma forma en la camaradería, los cantos nacionalistas y los eslóganes racistas, activamente transmitidos por internet. Sin olvidarse de los accesorios: la tienda en línea Patria propone remeras, calcomanías de “Reemigración”, gorros con el nombre “Björn Höcke”, desodorantes “Orgullo Frescor”, banderas y otros accesorios nacionalistas, así como libros infantiles (El pequeño pez nada a contracorriente) y títulos de referencia como El campamento de los santos de Jean Raspail (Robert Laffont, 1973), abiertamente racista. Más extremistas, las cuentas “Wilhelm Kachel” difunden imágenes, videoclips y eslóganes impactantes generados por inteligencia artificial y destinados a jóvenes, como “Nada de yallah yallah. Acá el idioma oficial es el alemán”. En Youtube circulan canciones de adhesión producidas por otra IA llamada “Sachsii” –sin duda por contracción de “Sachsen”, Sajonia, y “sexy”–.
Causas profundas
Frente al mito de una Alemania reunificada y en paz consigo misma, los simpatizantes de la AfD esgrimen también una “Ost-Identität” (identidad del Este) específica, conservadora y nacionalista. Durante tres décadas, sus padres fueron sucesivamente decepcionados por la derecha (CDU), por los socialdemócratas (SPD) y por la izquierda (PDS, convertido en Die Linke). En un ambiente de desconfianza con respecto a la política, la extrema derecha se beneficia del privilegio del cual gozan los partidos que nunca gobernaron.
Así, a las explicaciones de orden conjetural –escalada de la xenofobia en el este a raíz del recibimiento por parte de Alemania de un millón de refugiados sirios en 2015, segunda ola migratoria debido a la llegada masiva de refugiados ucranianos en 2022 que debilita el vínculo social y, por último, avance del racismo antisemita e islamofóbico en 2023-2024 con la guerra en Medio Oriente– se unen causas más profundas, de orden histórico, psicológico y social.
Los jóvenes alemanes del este que votan por la AfD o se sienten cercanos a ella son a menudo reclutados entre los hijos o los nietos de los “Ossis” [ciudadanos de la antigua RDA] desencantados por el punto de inflexión de 1989-1990. Sus padres o sus abuelos no emigraron masivamente hacia el oeste inmediatamente después de la caída del Muro. En cambio, vieron partir a varios cientos de miles de jóvenes –sobre todo mujeres– calificados que buscaban un mejor porvenir. Los que se quedaron soportaron en silencio los violentos embates de los años 1990: abolición de las instituciones que estructuraban la vida social; desmantelamiento industrial, sinónimo de desempleo masivo; envejecimiento acelerado de la población y de las pequeñas ciudades sin herederos.
Entre 1990 y 1995, en esos “nuevos Länder”, percibidos en el oeste como los grandes beneficiarios de la caída del Muro, las tasas de divorcio, de suicidio y de depresión explotaron, la sensación de traición y de pérdida de categoría triunfaron, así como un rechazo de la política y, entre algunos jóvenes, un nihilismo neonazi del cual dan testimonio las revueltas racistas de Hoyerswerda y Rostock en 1991-1992. Por supuesto, muchos “Ossis” pudieron recuperarse y forjarse un futuro a la altura de sus ambiciones. Pero todos vivieron en carne propia las convulsiones de la década de 1990. Aquellos que, siendo niños, vieron a sus familias romperse la espalda gozan hoy de una situación mucho mejor que la de las décadas anteriores. ¿Transmitieron los padres su rencor a la generación siguiente, según el proceso de transferencia analizado por la filósofa Cynthia Fleury?6. En 2024, aproximadamente el 54 por ciento de los alemanes del este aún se consideraban ciudadanos de segunda clase, según las estadísticas oficiales.
Sin embargo, hay que evitar el pesimismo excesivo. Más de dos tercios de los votantes de entre 16 y 35 años no votan a la AfD y muchos se movilizan en contra de ella. A cada manifestación nacionalista responde una contramanifestación de opositores. Además, la radicalización de la extrema derecha de una fracción de la juventud no constituye para nada una excepción de Alemania del Este. El fenómeno concierne también a la parte occidental del país, por supuesto en proporciones menores, así como a todos los vecinos de Alemania, con fenómenos de unión, de influencia mutua y de acercamiento entre movimientos nacionalistas extremos. En vísperas de las elecciones legislativas anticipadas, los partidos tradicionales todavía no encontraron el antídoto.
Boris Grésillon, geógrafo, Centro Marc Bloch, Berlín. Traducción: Micaela Houston.
Del archivo
En nuestro número de noviembre de 2024 se publicó un artículo en el que se hacía un balance social y económico de la Alemania surgida de la caída del Muro de Berlín hace 35 años. Titulado “La otra gran depresión”, señala que “el balance de ese acontecimiento difiere de las esperanzas iniciales: las reformas que siguieron provocaron daños económicos y sanitarios de amplitud comparable a los de una guerra”. Aunque el declive no fue exclusivo de Alemania, el análisis de Kristen R Ghodsee vincula esa situación con el éxito de la extrema derecha en las más recientes elecciones regionales en el este de ese país. Si cuando se siembra una desolación sabemos que engendra monstruos, “¿hay que asombrarse después si los vemos aparecer?”, se pregunta.
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“Monitor”, ARD, 29-8-2024. ↩
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Marco Wolter, “L’AfD séduit les jeunes électeurs dans l’Est de l’Allemagne”, Deutsche Welle, 23-9-2024. ↩
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“Monitor”, programa citado. ↩
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“Bundeslagebild Kriminalität im Kontext von Zuwanderung 2023”, Bundeskriminalamt, 8-10-2024. ↩
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François Danckaert, “L’AfD et l’antisémitisme”, Revue d’Allemagne et des pays de langue allemande, Estrasburgo, vol. 53, n° 1, 2021. ↩
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Cynthia Fleury, Aquí yace la amargura. Cómo curar el resentimiento que corroe nuestras vidas, Siglo XXI editores, marzo de 2023. ↩