Nexus. Yuval Noah Harari. Debate; Buenos Aires, 2024. 608 páginas, 1.190 pesos.
El historiador Yuval Noah Harari se ha convertido en un best seller internacional, con más de 65 millones de libros vendidos en 65 idiomas, lo que lo vuelve una voz escuchada no sólo sobre su disciplina sino, más recientemente, sobre temas de actualidad. Desde Sapiens, una historia de la especie humana (2014), publicado hace una década, pasando por Homo Deus (2016), se consolidó como un hábil divulgador capaz de hilvanar datos curiosos con razonamientos más o menos arriesgados.
En esa línea, Nexus (una breve historia de las redes de información desde la Edad de Piedra hasta la IA) advierte acerca de los efectos de la tecnología sobre el ser humano. Define los avances en ese terreno, especialmente en el caso de la inteligencia artificial (IA), como una “crisis existencial autoinfligida” en la que “nos hallamos al borde de un colapso ecológico causado por el mal uso de nuestro propio poder”. Según Harari, las peores distopías están a un paso, ya que “la IA tiene el potencial de esclavizarnos”. El grueso del libro, que puede ser dividido en dos partes, se concentra en esa amenaza.
La primera está dedicada a describir y narrar la importancia de la comunicación desde los primeros intentos de intercambio y creación de redes en la Prehistoria hasta el presente. Los ejemplos elegidos para sostener su relato son interesantes pero algo inconexos. Un lector no muy informado no tiene más remedio que rendirse ante la erudición del autor, pero eso no vuelve más convincentes los argumentos.
La segunda parte es la más interesante y novedosa. Harari analiza la profunda penetración de las redes y la IA en la vida cotidiana del ser humano. Buscará responder a una disyuntiva: “Disponer cada vez de más información, ¿hará que las cosas mejoren? ¿O hará que empeoren? Pronto lo descubriremos”. Para Harari, la única diferencia verdaderamente relevante entre las democracias y las dictaduras es cómo gestionan la información. De allí que el desarrollo incontrolable de la IA (y, como afirma, no se sabe hasta cuándo podrá ser controlado) tornará irrelevantes las diferencias entre unas y otras. Esto, además, exacerbado porque ha definido al comienzo del libro a las redes como “lazos intersubjetivos”, con los que la sociedad actual aparece como más manipulable y volátil. Es por eso, como manifestó en una entrevista, que las empresas generadoras de contenidos deben hacerse responsables de los algoritmos que difunden. Para ello, lo que definiría a una democracia es la “transparencia” de sus redes para que los ciudadanos puedan evaluar y eventualmente corregir los contenidos.
En este contexto, Harari sugiere que la IA podría ocupar el lugar de los antiguos sacerdotes y sus libros sagrados como fuente última de la verdad. Así, corremos el riesgo de interponer un “telón de silicio” entre nosotros y nuestras decisiones. Esta metáfora no sólo se refiere al distanciamiento entre los humanos y el control sobre sus propias comunicaciones, sino también a la competencia feroz por los recursos necesarios para sostener esta tecnología, lo que añade una capa de complejidad al desafío que plantea. Aún estamos a tiempo, dice Harari, de tomar decisiones que eviten que ese telón se convierta en un obstáculo irreversible entre nosotros y nuestra autonomía.
Harari ―señalemos nuevamente― define esa amenaza como un “telón de silicio”, pero debe ser pensada también en términos de competencia por recursos, los insumos que la tecnología necesita para fabricar las máquinas y equipos que sostienen la IA.