Al desautorizar la decisión del presidente Joe Biden de entregar misiles de largo alcance a Ucrania, Donald Trump ha confirmado que pretende romper con las prioridades de su predecesor. En otras partes del mundo, “Estados Unidos primero” significará extraer concesiones y recursos de otros Estados, acuerdos indiferentes a la ideología y las alianzas.
Desde el fin de la Guerra Fría, el principal objetivo de la política exterior y militar de Estados Unidos ha sido el mantenimiento de la preeminencia mundial. En 1992, el Departamento de Defensa afirmó en un documento secreto, más tarde publicado por The New York Times: “Nuestro principal objetivo es impedir la reaparición de un nuevo rival. Para lograrlo, debemos procurar evitar que una potencia hostil domine una región cuyos recursos serían suficientes para convertirla en una potencia mundial si ese control se consolidara”1. Cuando este texto –atribuido a Paul Wolfowitz, entonces subsecretario de Defensa– se hizo público, los responsables estadounidenses se apresuraron a condenar su contenido y ninguno de ellos sostuvo este tipo de posturas desde entonces. No obstante, resume las intenciones de una parte del entorno de Trump: Washington tiene que dedicarse a que Estados Unidos siga siendo la principal potencia mundial.
En la época en que Wolfowitz formuló este posicionamiento, Estados Unidos era más poderoso que sus potenciales competidores. China aún no había iniciado su meteórica trayectoria hacia el éxito económico, Rusia no había reconstruido sus ejércitos y otros posibles rivales, como India, no amenazaban la predominancia estadounidense. Con el paso del tiempo, la ventaja de Estados Unidos sobre esos países empezó a menguar. Para corregir el rumbo, el presidente Biden buscó estrechar los lazos con los países europeos y asiáticos que compartían las orientaciones de Washington y explicó que esas alianzas permitirían acrecentar el poder de los participantes. Los seguidores de Trump ven en este enfoque un signo de debilidad y no de fortaleza. Para “hacer a Estados Unidos grande de nuevo”, como dicen ellos, tendrán que saber librarse del abrazo de los países amigos y aliados.
China, la prioridad
Cuando Wolfowitz escribió que había que contrarrestar a cualquier posible rival, ningún Estado tenía la capacidad de convertirse en una potencia de alcance mundial. Ahora China va camino a lograrlo. Desde su primer mandato, el principal objetivo de la política exterior de Trump ha sido el de impedirle que iguale a Estados Unidos.
Para conservar su preeminencia, Washington planea aumentar sus inversiones en las tecnologías de punta, negarle a Pekín el acceso a las innovaciones tecnológicas estadounidenses y reforzar su presencia militar en el Pacífico occidental. Si bien sus aliados asiáticos están invitados a ayudar a Estados Unidos a contener el auge chino, no podrán contar con su apoyo automático y tendrán que contribuir más a su propia defensa.
Esta postura también se aplica a Taiwán, cuya capacidad para enfrentar una eventual invasión china constituye un objetivo esencial de la política estadounidense para los “halcones antichinos” del Congreso, como la demócrata Nancy Pelosi (cuya visita provocadora a la isla, en agosto de 2022, suscitó una respuesta militar masiva, aérea y marítima, por parte de China) y los republicanos Marco Rubio y Michael Waltz, elegido para el cargo de asesor de Seguridad Nacional. Sin embargo, el 16 de julio de 2024, Trump declaró a Bloomberg Businessweek: “Creo que Taiwán debería pagarnos por defenderlo”.
La política de relajación de las alianzas también se extiende a Ucrania y a la OTAN. Trump y Vance han afirmado en repetidas ocasiones que los ucranianos iban a continuar recibiendo ayuda militar estadounidense sólo si aceptaban negociar un acuerdo de paz con Rusia. Ahora bien, es casi seguro que dicho acuerdo implicaría que Kiev ceda al menos una quinta parte de su territorio a Moscú2. Del mismo modo, el equipo de Donald Trump declaró en numerosas oportunidades que los países europeos miembros de la Alianza Atlántica tenían que contribuir más a su defensa o, de lo contrario, Estados Unidos reduciría de forma drástica la ayuda que les proporcionaba. Un aumento de los gastos militares –con un objetivo ahora fijado en el tres por ciento del producto interno bruto (PIB)– podría ser una bendición para los fabricantes de armas en Estados Unidos, cuyo volumen de exportaciones alcanzó un récord en 2023, con 238.000 millones de dólares3.
Al formular estas exigencias, el entorno de Trump dejó en claro que, comparado con el objetivo de contener el crecimiento de China como potencia, la defensa de Europa se transformaba en una preocupación secundaria. “Estados Unidos no tiene la capacidad militar para intervenir en todas partes”, explicó Elbridge Colby, subsecretario de Defensa durante el primer mandato de Trump y posible asesor del próximo. Para él, no es posible destinar tantos recursos militares a contrarrestar a Rusia en Europa cuando “los chinos representan una amenaza más peligrosa y significativa”4.
Primacía de los combustibles fósiles
La obsesión por la producción y por la obtención de recursos vitales constituye otro de los aspectos principales de la política exterior de Trump. El próximo presidente tiene la intención de prolongar la era de los combustibles fósiles y de asegurar los componentes y materias primas esenciales para el progreso económico y tecnológico de Estados Unidos.
Trump no ocultó su intención de abandonar las iniciativas en materia de energías renovables impulsadas durante el mandato de Biden y de acelerar la extracción de petróleo y de gas natural en territorio estadounidense. Aunque ahora el país es mayormente autosuficiente en este aspecto, Trump mostró su cercanía con los líderes de otros países productores de gas y petróleo, en particular con los de Arabia Saudita y con los de los reinos petroleros del golfo Pérsico. De este modo, durante su primer mandato, Trump entabló un estrecho vínculo con el príncipe heredero saudita Mohammed Bin Salman y, desde entonces, algunos miembros de su familia –como su yerno Jared Kushner– han conseguido lucrativos contratos comerciales en la región5.
Si bien esos vínculos se basan, en gran parte, en consideraciones financieras y en una aversión compartida hacia Irán, también reflejan una determinación común de perpetuar la primacía de los combustibles fósiles. Los sauditas han resistido de modo constante las tentativas de limitar el consumo de energías fósiles durante las Conferencias de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático –y, más recientemente, durante la última Conferencia de las Partes, conocida como COP 29, que tuvo lugar en Bakú–, mientras que, por su parte, Trump prometió que Estados Unidos iba a retirarse de esa convención el mismo día de su asunción6.
Debido a esta postura, hay quienes imaginan que el nuevo presidente buscará llegar a acuerdos con los otros grandes productores de petróleo y de gas natural, sobre todo Rusia, Irán y Venezuela. Aunque durante mucho tiempo se ha mostrado hostil hacia los dos últimos países y ambiguo respecto del presidente ruso, Vladimir Putin, Trump no ha descartado una reconciliación. Si la propuesta de alto el fuego entre Rusia y Ucrania impulsada por la nueva administración llegara a concretarse, el presidente de Estados Unidos podría levantar las sanciones impuestas desde 2022 a las industrias rusas de petróleo y de gas. Las empresas de ambos países podrían entonces restablecer lazos de cooperación. Del mismo modo, un nuevo acuerdo nuclear con Irán permitiría rehabilitar los yacimientos de petróleo y de gas de ese país, lo que fortalecería la preeminencia de los combustibles fósiles. Uno de los donantes ricos de la campaña del candidato republicano, Harry Sergeant III, también ha abogado por levantar las sanciones aplicadas a Venezuela; si esta solicitud fuera aceptada, las empresas estadounidenses podrían invertir en la industria petrolera local7. Sin embargo, dado que estas medidas contradirían no sólo la promesa de Trump de ayudar a Israel en su lucha contra Irán, sino también su propia inclinación a sancionar a Teherán y Caracas, no es seguro que vayan a efectivizarse. No obstante, su simple evocación ilustra la inclinación de Trump hacia los acuerdos, sobre todo con los demás países productores de petróleo.
Su tropismo también se dirige hacia el cobalto, el litio y las tierras raras esenciales para las industrias de alta tecnología, en particular para el sector de la informática, las baterías destinadas a los vehículos eléctricos y los equipos aeroespaciales –industrias estrechamente ligadas a los magnates Elon Musk y Peter Thiel, así como a otros asesores cercanos al próximo locatario de la Casa Blanca–. Gran parte de esas materias primas se extraen o refinan en China, o provienen de minas africanas y latinoamericanas que pertenecen a empresas chinas. Por lo tanto, una de las prioridades será aumentar la producción de minerales en Estados Unidos. Sin embargo, las reservas de este país no siempre son tan puras ni tan abundantes como las de otras regiones, y la apertura de nuevas minas nacionales dependerá de un costoso y difícil proceso (debido principalmente a los riesgos que conllevan para el medio ambiente). Por eso, será necesario estrechar vínculos con países que tienen vastas reservas de los minerales buscados, como, por ejemplo: Chile, Perú y la República Democrática del Congo.
¿Más o menos enfrentamientos?
¿Las decisiones que están por venir tenderán a aumentar o a disminuir el riesgo de que Estados Unidos se involucre en conflictos armados? En muchos aspectos, la orientación fundamental de Trump parece indicar una baja disposición hacia este tipo de intervenciones. Si bien pretende preservar la preeminencia de su país, prefiere recurrir a instrumentos económicos y tecnológicos; y aunque podría optar por exhibir la potencia militar estadounidense para intimidar a los posibles adversarios, ha evitado de manera deliberada involucrar a Estados Unidos en “guerras interminables” similares a las de Irak y Afganistán. Además, el fortalecimiento de los vínculos con los países productores de petróleo, como parece desear, podría disminuir el riesgo de un conflicto con Irán y Venezuela.
No obstante, desde el momento en que también busca contener el crecimiento chino y perpetuar el dominio estadounidense en el Pacífico occidental, un error de cálculo podría conducir a una guerra. Del mismo modo, los intentos de acceder a recursos minerales extranjeros podrían causar un enfrentamiento con fuerzas locales, e incluso con China o Rusia.
De estas tendencias contradictorias, ¿cuál prevalecerá? Si bien resulta imposible predecirlo, es dudoso que Trump esté motivado por las “fantasías idealistas” –el respeto de las “reglas”, el avance de la “democracia”, la “protección de los derechos humanos”– que solían marcar los discursos de sus predecesores, tanto demócratas como republicanos, aun con todas las limitaciones que tenían esas proclamaciones. Los palestinos, por mencionar sólo un caso, tuvieron la amarga experiencia, en especial durante el último año del mandato de Biden.
Michael Klare, profesor en el Hampshire College, Amherst (Massachusetts). Autor de All Hell Breaking Loose: The Pentagon’s Perspective on Climate Change, Metropolitan Books, Nueva York, 2019. Traducción del inglés al francés: Nicolas Vieillescazes. Traducción del francés al español: Paulina Lapalma.
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“Experts from 1992 Draft ‘Defense Planning Guidance’”. Ver también Paul-Marie de La Gorce, “Washington et la maîtrise du monde”, Le Monde diplomatique, París, abril de 1992. ↩
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Julian E. Barnes, Helene Cooper, Andrew E. Kramer y Eric Schmitt, “Trump’s vow to end the war could leave Ukraine with few options”, The New York Times, 21-11-2024. ↩
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Mike Stone, “US arms exports hit record high in fiscal 2023”, Reuters, 29-1-2024. ↩
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Citado por Michael Hirsh, “Trump’s plan for NATO is emerging”, www.politico.com, 2-72024. ↩
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Ver Ibrahim Warde, “Trump ou l’art de faire du Business” en “États-Unis, l’empire fracturé”, Manière de Voir, nº 197, octubre-noviembre de 2024. ↩
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Lisa Friedman, “Saudi Arabia is a ‘wrecking ball’ in global climate talks”, The New York Times, 18-11-2024. ↩
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Ver Patricia Garip y Kejal Vayas, “More oil for fewer migrants: Trump is urged to make deal with Venezuela”, The Wall Street Journal, Nueva York, 28-11-2024. ↩