Concebida por el gobierno de Alemania Oriental como una vidriera de la ideología de Estado, Eisenhüttenstadt fue construida ex nihilo a partir de 1950 en las afueras de un gran complejo siderúrgico. Desde el principio, su condición de ciudad socialista modelo se reflejó en una simbiosis única entre arte y arquitectura. En vísperas del aniversario 75 de su fundación, su historia y su patrimonio vuelven a generar interés.

“Próxima parada: Eisenhüttenstadt”, cruje una voz por el altoparlante. El nombre de la ciudad, cuyo equivalente en español podría ser “ciudad de la forja”, está inspirado en el enorme polígono industrial por el que pasa el tren en cámara lenta. Del otro lado de las ventanillas, desfilan naves industriales y chimeneas humeantes. Como arterias, los tubos oxidados serpentean alrededor de los altos hornos y los silos resentidos, antes de desaparecer en el interior del corazón de acero.

Aunque ahora solamente emplea a 2.700 personas, frente a las casi 12.000 del apogeo de la República Democrática Alemana (RDA), la acería y sus altos hornos siguen siendo el corazón palpitante de Eisenhüttenstadt. La ciudad es una de las más jóvenes y fascinantes de Alemania. En 1950, el gobierno de Alemania del Este decidió construirla para albergar a los trabajadores de la fábrica y a sus familias. Los arquitectos responsables de su diseño vieron en ella una oportunidad para combinar edificios, calles y plazas en un todo coherente, e incorporar numerosas obras de arte al paisaje urbano. Con su abundancia de esculturas, mosaicos, frisos, estatuas, monumentos, vitrales y frescos, algunos de los cuales cantan con cierta ingenuidad las alabanzas de la RDA y el socialismo, Eisenhüttenstadt se reconoce hoy como un universo arquitectónico aparte que debe conservarse. Pasados 35 años de la caída del Muro de Berlín, urbanistas, historiadores del arte y turistas amantes de la cultura redescubren este patrimonio.

Sin pasar por alto la naturaleza autoritaria del régimen de Alemania Oriental ni los problemas sociales a los que se enfrenta actualmente la ciudad, algunas de las ideas que subyacen a su creación parecen adquirir una nueva resonancia en una época en la que los desarrollos inmobiliarios y los planes urbanísticos (cuando los hay) están impulsados en gran medida por las lógicas del mercado y la gentrificación. Recorrer las zonas concebidas principalmente para las clases trabajadoras y que les ofrecen una calidad de vida tan alta resulta algo desconcertante para el visitante contemporáneo, acostumbrado a ver cómo el aumento de los alquileres expulsa a los más pobres de los centros urbanos y reduce los ingresos reales de las capas medias en casi todas partes. En cierto sentido, Eisenhüttenstadt es como una gigantesca exposición que relata un experimento de implantación del socialismo.

Esta particular atmósfera de utopía inacabada lo impregna todo, empezando por los nombres de las calles, que honran a las grandes figuras del comunismo. Se puede pasear por la Karl-Marx-Strasse, cruzar la Karl-Liebknecht-Strasse y la Rosa-Luxemburg-Strasse, luego atravesar la Clara-Zetkin-Ring y girar por la Friedrich-Engels-Strasse. Cerca de allí está la Leninallee (Avenida Lenin), rebautizada Lindenallee (Avenida de los Tilos) en 1991, una sutileza que apenas se oye si se pronuncian rápidamente las palabras. En esta Magistrale (“calle principal”, en la jerga de la RDA) se puede admirar una de las atracciones estrella de la ciudad: el mosaico Produktion im Friede (“Producción en paz”). Creado en 1965 por el célebre muralista germano oriental Walter Womacka en el frontón de lo que entonces era un gran almacén, representa la poderosa mano del socialismo soltando una paloma de la paz.

Arquitectura socialista

A sus 96 años y con unas cejas tupidas sobre unos ojos sombríos, a Herbert Härtel aún le gusta venir a sentarse en uno de los bancos que dan a esta gigantesca obra y observar la vida a su alrededor. Arquitecto a cargo de Eisenhüttenstadt de 1958 a 1968, supervisó personalmente el diseño de la Lindenallee y, en general, el excepcional entrelazamiento entre arte y arquitectura que caracteriza la ciudad. “El alcalde Max Richter, a quien yo era muy cercano, me pidió que recorriera las escuelas de arte de la RDA en busca de jóvenes recibidos que estuvieran dispuestos a venir a vivir aquí para producir su obra. Yo colaboraba directamente con ellos, incluso con Womacka, con quien me reunía con frecuencia en su estudio o en sus obras. Fue también durante mi gestión que creó el mosaico que adorna la escalinata principal del ayuntamiento”.

Aunque de proporciones más modestas, acordes al tamaño de la ciudad, la Lindenallee no tiene nada que envidiar a otras arterias del antiguo bloque comunista, como la Karl-Marx-Allee de Berlín o la Khrechtchatyk de Kiev, diseñadas para impresionar y servir de telón de fondo para los desfiles militares. En cambio, las galerías comerciales que bordean ambos lados de la calle reflejan un modernismo tardío menos austero y más seductor, como la antigua tienda de muebles del número 24, cuya fachada alterna azulejos verdes y azules de la fábrica de porcelana de Meissen.

“En los años 1950, la tendencia era copiar las formas arquitectónicas de siglos anteriores”, explica Härtel. “Mis colegas y yo, en cambio, tuvimos la suerte de poder experimentar tomando inspiración en las corrientes arquitectónicas y urbanísticas europeas más modernas de la época”. En su opinión, esta ruptura con el clasicismo socialista, claramente visible en los edificios de Eisenhüttenstadt, fue consecuencia directa de los cambios políticos en la Unión Soviética: “Cuando Stalin murió en 1953, su sucesor, Nikita Jrushchov, quiso dar un nuevo rumbo al país. Esto se manifestó en varios ámbitos, incluida la arquitectura. Desde luego, el fenómeno repercutió en la RDA, aunque lo hizo con demasiada lentitud para mi gusto”. A propósito, en 1961, la ciudad perdió su nombre original de Stalinstadt (“Ciudad de Stalin”) y pasó a llamarse Eisenhüttenstadt.

Aunque no sea de su agrado, Härtel recomienda pasear por el barrio de las “casas estalinistas”, una sucesión de opulentos edificios repartidos en divisiones numeradas. Al sur de la Strasse der Republik, el Wohnkomplex II se construyó íntegramente bajo el mandato de Stalin y en su estilo preferido, que también se encuentra en muchos otros países del antiguo bloque soviético. Ilustraciones perfectas del clasicismo socialista, estos “palacios” del trabajador medio glorifican los cánones de belleza de la Antigüedad y no escatiman en ornamentaciones (columnatas, bóvedas, capiteles), un recordatorio de lo mucho que importaba al régimen el aspecto de la ciudad. Lejos de atenuar estos símbolos del imperio y el poder, su renovación los ha hecho parecer más imponentes que nunca.

Utopía desdibujada

En los últimos años, Eisenhüttenstadt se ha convertido en uno de los destinos turísticos más populares, así como en un lugar muy frecuentado por los equipos de rodaje. El arquitecto y fotógrafo Martin Maleschka ha desempeñado sin dudas un papel importante en este reciente entusiasmo. Se ha propuesto documentar, mediante la fotografía y otros proyectos artísticos, el pasado y el valor histórico de la ciudad, donde nació en 1982, cuando todavía formaba parte de la RDA. Además de la guía arquitectónica que publicó en 20211, organiza incontables visitas guiadas, escuelas de verano, talleres, exposiciones y conferencias. El excelente museo Utopie und Alltag (“utopía y vida cotidiana”) se centra en la cultura y la vida cotidiana de Alemania Oriental desde una perspectiva crítica.

Postal Stalinstadt de la tienda de autoservicio en la calle Komsomol en 1960. Foto: Fricke, Frankfurt (Oder) / Archivo Martin Maleschka / Gentileza: editorial DOM.

Postal Stalinstadt de la tienda de autoservicio en la calle Komsomol en 1960. Foto: Fricke, Frankfurt (Oder) / Archivo Martin Maleschka / Gentileza: editorial DOM.

“Eisenhüttenstadt es la mayor zona histórica protegida de Alemania”, explica Maleschka. “Fue la primera y última ciudad socialista construida en suelo alemán. No hay ninguna ciudad igual. Por eso es tan extraordinaria y atractiva: arquitectura, arte y urbanismo todo en un solo lugar. Y eso es lo que quiero transmitir”. El artista engulle su desayuno mientras habla, porque tiene el tiempo justo: debe irse pronto para dictar un taller de fotografía en un festival. “Me cuesta imaginar el ambiente eufórico de los años 1950, cuando se podía crear una ciudad de la nada. Aquí había mucha actividad: la gente llegaba de todo el país porque estaba segura de poder encontrar trabajo. Así fue para mis abuelos. Después de la Segunda Guerra Mundial, abandonaron Silesia, en la actual Polonia, e inmediatamente encontraron trabajo y vivienda en Eisenhüttenstadt. Fueron los primeros ocupantes del Wohnkomple III. Junto con los demás desplazados, con sus propias historias y tradiciones, formaron una nueva comunidad”.

Gracias a su trabajo de investigación, Maleschka conoce cada rincón de la ciudad a la perfección. “La panadería en la que estamos ahora, por ejemplo. Antes era un restaurante. Algunas postales antiguas muestran el interior de la sala y la belleza del lugar. Cuando los clientes entraban por la puerta principal, se topaban con una pintura mural que representaba un puerto. Este fresco aún existe, pero está oculto por una publicidad gigante. Personalmente, creo que tapar las obras de arte de esta manera desdibuja la identidad de la ciudad. El capitalismo se superpone a lo que queda de la RDA y nos dice, en esencia: mejor ver un cartel barato que muestra una porción de torta y una taza de café que un cuadro pintado a mano con maestría. Es una elección que me supera, porque nos priva de todo aquello que alimenta el sentimiento de apego, de pertenencia, la impresión de estar en casa. Impide que los residentes comprendan el lugar donde viven”.

Grietas en la ciudad modelo

Cuando no se oculta, la estética de Eisenhüttenstadt convive con la parte visible de sus dificultades sociales. Desde la reunificación alemana en 1990 se han perdido miles de puestos de trabajo, y el número de habitantes se redujo a más de la mitad, pasando de 53.000 justo antes de la caída del Muro a 25.000. Edificios bien mantenidos y cuidadosamente renovados, en su mayoría ubicados en el centro, conviven con otros en diversos grados de deterioro. En las últimas décadas se ha demolido el equivalente a casi 7.000 viviendas. Esto es lo que le ocurrió a la zona residencial donde se crio Maleschka, Wohnkomplex VII, una dolorosa pérdida que motiva su enfoque.

Irónicamente, la arquitecta responsable de supervisar la demolición de este barrio a principios de los años 2000 fue la misma que lo había diseñado y construido unos 30 años antes: Gabriele Haubold, hija de Herbert Härtel. “Los departamentos se vaciaban uno tras otro”, recuerda. “Hasta que un día llegamos a un nivel de más del 30 por ciento de departamentos vacíos, que era sencillamente insostenible. Cuando se llega a ese punto, hay que hacer algo”. Aun hoy, recorriendo las calles de Eisenhüttenstadt, uno se topa con excavadoras ocupadas en reducir a escombros los vestigios de la RDA que no se han considerado dignos de conservación; un mal necesario, según Haubold, para poder salvar otros edificios más interesantes.

Haubold, de 70 años, comparte el afecto de Maleschka por la ciudad que ayudó a forjar y que, a su vez, la forjó a ella. Desde que tiene uso de razón, su entorno familiar la predestinó a seguir los pasos de su padre, sobre todo en el departamento municipal de urbanismo. “Cuando era niña, a principios de los años 1960, iba a jugar a las obras con mis amigos. Se respirada el ambiente de una ciudad en vías de nacer. Sentíamos el entusiasmo de nuestros padres y vecinos al ver cómo se alzaban las fábricas y los bloques de departamentos. Estaban muy orgullosos. Todo el mundo quería participar. Mi padre me llevaba con él a las obras y me explicaba lo que hacía. Y cuando invitaba colegas a casa, la arquitectura, el urbanismo y las técnicas de construcción estaban omnipresentes en las conversaciones”.

Había un aspecto del plan de Eisenhüttenstadt que la atraía en especial: “Según los ‘16 principios de urbanismo’ [establecidos por la RDA en 1950], la arquitectura debía tener un contenido democrático, y eso significaba, entre otras cosas, un tejido social igualitario. En otras palabras, el obrero vivía al lado del médico, que vivía al lado del cartero, que vivía al lado del alcalde, que vivía al lado de la lavandera, y así. No había barreras entre las personas ni privilegios de unos grupos por sobre otros”.

Al volante de su pequeño auto, la arquitecta continúa su reflexión mientras bordea el Wohnkomplex VI, maravillosamente renovado: “Además de su rol de vidriera, Eisenhüttenstadt tenía una función educativa y pedagógica para sus residentes. Por un lado, el Estado quería mostrar el camino; por otro, quería saber cómo hacer que esta forma de sociedad fuera deseable”.

Ahora que el neoliberalismo ha llenado el vacío ideológico creado por la muerte del socialismo de Estado, Eisenhüttenstadt parece ofrecer un resumen de todos los escollos del urbanismo contemporáneo. Como tantas otras ciudades, sufre las consecuencias de la especulación inmobiliaria, la acumulación de proyectos de construcción privada sin concertación, la impotencia de los ciudadanos frente a los inversores, la erosión de su sentimiento de pertenencia, y la insuficiente protección de los sitios históricos, entre otras cosas. Problemas a los que su trasfondo ideológico y su patrimonio arquitectónico parecen dar aún mayor agudeza que en otras partes.

Jens Malling, periodista. Traducción: Emilia Fernández Tasende.


  1. Martin Maleschka (bajo la dir. de), Architekturführer Eisenhüttenstadt, DOM, Berlín, 2023.