El inesperado triunfo del candidato musulmán y de izquierda Zohran Mamdani en las primarias demócratas para la alcaldía de la ciudad de Nueva York realizadas en junio encendió las alarmas en Wall Street, pero también en los republicanos y en el establishment demócrata. En el centro de sus preocupaciones están la desigualdad, la vivienda y la causa palestina. ¿Qué pasaría si ganara en noviembre?

Desde 1886, con la candidatura disidente del economista Henry George a la municipalidad de Nueva York –que llevó a Friedrich Engels a afirmar que las masas estadounidenses pronto superarían a las europeas–,1 nunca un outsider había orquestado una ofensiva tan coordinada contra el orden establecido de la metrópolis como Zohran Mamdani. Esto equivale a señalar la debilidad de los éxitos obtenidos por los partidarios de una opción socialista frente a los dos partidos dominantes. A la inversa de George, Mamdani hizo campaña dentro del aparato de uno de los grandes partidos. De hecho, su ambición inicial no era ser electo, sino empujar hacia la izquierda a otro candidato demócrata, Bradford S Lander, el contralor general financiero de Nueva York.

Portador de un mensaje sobre las desigualdades en una ciudad donde reinan obscenas disparidades de riqueza, Mamdani está muy lejos de tener el perfil del candidato clásico. Nacido en Uganda en 1991, de progenitores indios, llegó a Estados Unidos a los siete años, cuando su padre obtuvo un puesto de profesor de estudios poscoloniales en la Universidad de Columbia. Junto con su madre –la cineasta Mira Nair–, la familia se instaló en el Upper West Side. Moldeado dentro de esta diáspora cultivada, Mamdani se fue a estudiar a Maine, al Bowdoin College, donde creó una rama de la organización Students for Justice in Palestine, antes de volver a Nueva York para convertirse en asesor en prevención de ejecuciones hipotecarias. En 2020 se presentó y fue electo miembro de la Asamblea del Estado de Nueva York, una función que aprovechó para reforzar las secciones locales de los Socialistas Demócratas de Estados Unidos (DSA, por sus siglas en inglés). En particular, participó en una huelga de hambre con los taxistas en 2021 para exigir una reducción de sus deudas y promover la legislación sobre las energías renovables, los transportes públicos y la protección contra los desalojos abusivos.

Mientras preparaba las elecciones primarias demócratas, que ganó con amplio margen el 24 de junio, Mamdani desplegó una marea de 50.000 voluntarios encargados de recolectar firmas, de inscribir a los votantes en las listas, de recaudar fondos, de hacer campaña puerta a puerta y de concientizar a los ciudadanos sobre la importancia de votar ‒una operación digna de las campañas presidenciales de Bernie Sanders‒. Esos esfuerzos se vieron redoblados por una comunicación eficaz en las redes sociales, donde se lo podía ver, siempre afable, recorriendo incansablemente los cinco boroughs [distritos] a pie, en transporte público o a bordo de algún taxi amarillo.

En comparación, la entrada en el juego de su rival demócrata, Andrew Cuomo, tenía el sabor de triste inevitabilidad. Aunque la prensa hubiera hablado de un come back [retorno], su candidatura siempre tuvo más bien el aspecto de una solución de repliegue, ya que el cargo al que aspiraba era el mismo que él había intentado debilitar de forma sistemática durante sus 11 años como gobernador del Estado de Nueva York. Mientras ocupó ese lugar, no dejó de poner límites a los recursos de la ciudad, negociando en el Senado estatal acuerdos que tenían como consecuencia concreta recortes presupuestarios que afectaban a Medicaid (la cobertura médica de los más pobres), a las escuelas públicas, a la gestión de los transportes urbanos o incluso al programa de guarderías. Detrás del mutismo que desplegaba durante sus viajes de campaña por templos, iglesias, locales sindicales o asociaciones de veteranos, se podía ver su desprecio por las realidades sórdidas de una metrópolis que sólo administró a la distancia, atrincherado en su oficina de Albany, la sede del gobierno del Estado, situada a más de 200 kilómetros de la ciudad de Nueva York.

Heredero de una dinastía política (su padre, Mario, también fue gobernador de Nueva York), Cuomo se integró a otra dinastía mediante su primer matrimonio con Mary Kerry Kennedy, antes de convertirse en el protegido de una tercera en calidad de miembro más joven de la administración de Bill Clinton; una especie de santísima trinidad que lo convirtió en un emblema para las élites demócratas. Al mismo tiempo, simboliza el cinismo y la bajeza de los dirigentes de esa formación, así como de sus proveedores de fondos. Según algunos cálculos, casi la mitad de los responsables demócratas que hoy le manifestaron su apoyo pedían su cabeza hace tan sólo cuatro años, cuando fue objeto de denuncias por acoso sexual y acusado de haber subestimado de manera deliberada el número de muertes por Covid en los geriátricos (escándalo que no le impidió recibir un anticipo de cinco millones de dólares por un libro que alababa su gestión de la pandemia, escrito por su equipo). Gigante con pies de barro, era, en todo caso, el candidato favorito de Wall Street: gracias a las donaciones de una serie de multimillonarios, entre los que se encuentran Michael Bloomberg, William Ackman, Kenneth C Griffin o incluso Daniel S Loeb, el contador de su supercomité de acción política ostenta la recaudación de la cifra récord de 25 millones de dólares.

El antisemitismo como excusa

Mamdani, naturalmente, no escapó de las acusaciones de antisemitismo, que se convirtieron en todo Occidente en el argumento supremo para demostrar que la izquierda no es digna de gobernar en ningún lugar en donde se atreva a pedir justicia para los palestinos. Utilizar una táctica semejante contra un musulmán practicante en Nueva York, lugar primordial de la vida judía, donde la defensa de la causa palestina se reprime con más dureza que en cualquier otro Estado, parecía relativamente poco arriesgado, y el establishment demócrata recurrió ampliamente a este recurso. Mientras la gobernadora, Kathy Hochul, encargaba una “investigación” oficial sobre el antisemitismo en la City University, el alcalde Eric Adams alentaba el asalto policial al campamento de militantes propalestinos en Columbia y ordenaba a las agencias municipales que cooperaran con el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), que poco después se hizo notar por el secuestro de uno de los líderes del movimiento, Mahmoud Khalil.

Hasta ahora, su sinceridad y su intransigencia en temas esenciales parecen haber permitido a Mamdani frenar los golpes. Por un lado, se dirigió de modo directo a la comunidad judía –en las columnas de The Forward y Der Blatt, que se publica en yiddish, o en lugares de culto como B’nai Jeshurun– prometiendo “protegerla”, “escucharla” y actuar contra el antisemitismo. Por otro lado, respondió sin rodeos –aunque especificando las condiciones– a las incesantes preguntas sobre el “derecho” a existir de Israel: sí, afirmó, el Estado hebreo tiene derecho a existir siempre que garantice la “igualdad jurídica” y respete el “derecho internacional”. También indicó que autorizaría a la Corte Penal Internacional (CPI) a ejecutar la orden de detención contra el primer ministro de Israel Benjamin Netanyahu si este pisaba el suelo de su ciudad, y mantuvo los términos “apartheid” y “genocidio” para calificar la política israelí. Sus declaraciones más contundentes tuvieron el mérito de dejar a la luz la hipocresía de quienes lo interrogaban y el seguidismo estúpido de sus adversarios. Cuando se les preguntó, durante un debate en vivo y en directo, qué país visitarían en primer lugar una vez en el cargo, la mayoría de los candidatos se apuró a asegurar que tomaría el primer vuelo de la aerolínea El Al con destino a Tel Aviv; Mamdani explicó que no saldría de Nueva York y que se mantendría centrado en su tarea.

Pero si los ataques contra él fueron inútiles, fue sobre todo porque, por una vez, se consultó al electorado demócrata (del cual el 70 por ciento afirma ahora tener “una mala opinión de Israel”). Parecen haber quedado atrás los tiempos en que los demócratas neoyorquinos, en las elecciones primarias presidenciales, votaban de modo sistemático por el candidato que profesara el apoyo más incondicional al Estado hebreo (como fue el caso a lo largo de los años 1980) u obligaban a Hillary Clinton, candidata a senadora en el año 2000, a disculparse por haber abrazado en una ocasión a la esposa de Yasser Arafat.

En junio, estos votantes eligieron a un fiel defensor de los derechos palestinos. Y los judíos contribuyeron a su victoria, demostrando así que no se dejaban engañar por los halagos. Si Cuomo obtuvo el 36 por ciento de los votos en el primer conteo, ganando varios bastiones del Upper East Side, así como el voto sionista y ultraconservador de los judíos jasídicos y ortodoxos, Mamdani quedó primero con el 44 por ciento de los sufragios. [El mecanismo electoral de esas primarias implica que los electores ordenan hasta cinco candidatos según sus preferencias, lo que permite hacer rondas sucesivas de conteo hasta que un candidato obtiene más del 50 por ciento; Mamdani logró el 56 por ciento en la tercera, el 1º de julio, por lo que no se necesitó llegar a la cuarta ni a la quinta].

Dos años después del inicio de la ofensiva israelí sobre Gaza, sólo el ocho por ciento de los demócratas estadounidenses apoya al Estado hebreo. Y, por primera vez en 25 años de encuestas anuales sobre este asunto, la mayoría de la población desaprueba la política israelí.2

Fuerte apoyo popular

Los efectos de la campaña de Mamdani, atípica por su fuerte dimensión ideológica y por la increíble movilización de voluntarios, eran visibles bastante antes del escrutinio. Durante los diez días previos, 400.000 votantes votaron por adelantado, es decir, el doble que en 2021. La noche de las elecciones, la ventaja de Mamdani sobre Cuomo era tan cómoda –casi ocho puntos– que pudo anunciar su victoria a medianoche, antes de que terminara el recuento oficial. Evidentemente, las encuestas habían pasado por alto un elemento crucial: el entusiasmo de los jóvenes. En una distribución cuanto menos inusual, los tres grupos etarios con mayor participación fueron el de 25 a 29 años, el de 30 a 34 años y el de 35 a 39 años (y el de 18 a 24 años no se quedó muy atrás). En los barrios donde viven (o intentan sobrevivir) muchos de estos jóvenes, el candidato socialista triunfó con enormes márgenes: 43 puntos en Bedford-Stuyvesant, 52 puntos en Astoria y 66 puntos en Bushwick.

Desde las elecciones, los debates sobre el perfil étnico y socioeconómico de los partidarios de Mamdani van viento en popa. El establishment insiste en que se trata de gente de posición económica acomodada, una forma de denunciar a los intelectuales de izquierda y su desconexión de las realidades que viven los más pobres, ya sean negros o pertenecientes a minorías étnicas. Es un hecho que Mamdani no logró convencer a los votantes negros de más edad de Canarsie, pero se impuso en cambio en los distritos acomodados de Fort Greene y Clinton Hill, donde predomina la población con título universitario y hogares de clase media o alta. Pero su éxito entre los jóvenes trasciende las barreras étnicas, y su desempeño es todavía más notable dentro de las minorías que entre los blancos. Ganó para su causa a los votantes cuyas familias llegaron del sur de Asia, de Jamaica y Kensington, así como a los votantes de origen chino de Flushing y el Bajo Manhattan. Se quedó con el barrio de Washington Heights, de mayoría hispana. Ahora bien, todos estos lugares, y otros en los que también quedó a la cabeza, son ciertamente la encarnación de la Nueva York popular. Ahí se encuentran quienes hacen funcionar la economía de los servicios de la metrópolis: cocineros, mozos, repartidores, obreros de la construcción, empleados de hoteles y aeropuertos, entre los cuales hay muchos inmigrantes y sus hijos. La dependencia del transporte público y la cuestión de los alquileres parecen haber sido factores determinantes en el voto, más que el nivel de estudios. Mamdani también se quedó con circunscripciones cuya población en su mayoría se compone de inquilinos, en una ciudad donde un tercio de ellos destina la mitad de su salario al alquiler. Su posicionamiento ideológico a favor de los servicios públicos y de la lucha contra el aumento del costo de vida tuvo un eco similar en los barrios blancos (o en proceso de gentrificación) y en los enclaves étnicos.

Fuerte oposición

Los miembros de la clase dirigente nacional tienen ahora los ojos fijos en el candidato socialista. Sucede que Nueva York es la ciudadela de su poder financiero y mediático, que cuentan con utilizar para perjudicarlo. Sólo en la semana siguiente a la validación de los resultados, The Wall Street Journal publicó diez artículos hostiles a Mamdani. Cabe esperar otras ofensivas que combinen la retórica antimusulmana de los “años Bush” (2001-2009), los restos del macartismo y las acusaciones de antisemitismo. La senadora demócrata Kirsten Gillibrand, considerada una marioneta del lobby del tabaco, abrió el juego explicando que no podía apoyar a Mamdani debido a sus “referencias a la yihad mundial” (después pidió disculpas). El exalcalde republicano Rudolph Giuliani propuso otra línea de ataque, describiéndolo como “el cruce entre un extremista islámico y un comunista”, al que no habría que dudar en arrestar si impedía el acceso a la ciudad a los agentes del ICE. Por último, ninguno de los peces gordos del partido con un pie en Nueva York –ni los dos senadores, ni la gobernadora, ni el líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes– se sumó a su candidatura, como es habitual en estos casos.

El alcalde saliente, que no retrocede ante nada para asegurar su supervivencia política, planeaba hacer campaña alrededor del eslogan “Terminar con el antisemitismo”. Pero Adams se vio tan envuelto en escándalos –los procesos federales iniciados contra él por corrupción y financiación ilegal de la campaña fueron interrumpidos sólo cuando llegó a un acuerdo con el presidente Donald Trump– que representa una opción arriesgada para el estado mayor demócrata. En cuanto a Cuomo, que decidió, tras su dura derrota en las primarias, presentarse a las elecciones del 4 de noviembre como candidato independiente, también se lo escuchó cuando se jactaba, ante a un grupo de donantes de fondos, de las cálidas relaciones que mantiene con Trump.3 Además, este último trabaja entre bambalinas para convencer a Adams y al candidato republicano Curtis Sliwa de que se retiren de la carrera, haciendo relucir ante ellos algún posible puesto de embajador o un lugar dentro de su administración, con el fin de permitir que Cuomo se haga con todos los votos anti-Mamdani.

Relativa moderación

Durante la campaña, el socialista insistió de forma permanente en los puntos más atractivos de su proyecto: una red de ómnibus rápidos y gratuitos; un congelamiento de los alquileres en las zonas donde están regulados; un programa piloto de cinco supermercados públicos para combatir los precios abusivos y las tácticas antisindicales de las grandes cadenas; guarderías gratuitas para todos, y un impuesto del 2 por ciento a los ricos (con ingresos anuales superiores a un millón de dólares) para financiar la mayor parte de estas medidas. Aunque se compromete además a construir 200.000 viviendas de alquiler moderado de acá a diez años poniendo “al sector público en los comandos”, en lo esencial se conforma con ajustar marginalmente las herramientas existentes, como las relativas a la zonificación, los procesos de validación, las subvenciones o los incentivos fiscales y las normas de construcción en los terrenos que pertenecen a la ciudad. Reflejo del espíritu de la época, su programa propone en realidad una visión bastante tímida del socialismo. La decisión de presentarse bajo la bandera de los demócratas, en lugar de contra ellos, lo obliga a conciliar con el partido en su forma actual.

Esta relativa moderación se explica probablemente por dos grandes razones. La primera, estratégica, es que el candidato socialista intentaría retrasar cualquier confrontación directa con los intereses capitalistas mejor organizados y más poderosos de Nueva York: los del sector inmobiliario. La segunda es que la aplicación de su programa dependerá en gran medida de la buena voluntad de Albany [capital del Estado de Nueva York]. Es cierto que, con un presupuesto de 115.000 millones de dólares, la ciudad de Nueva York es más rica que la mayoría de los Estados estadounidenses, por lo que Mamdani podría financiar algunas de sus medidas recurriendo a arbitrajes. Pero, de todas las ciudades del país, quizás sea también la que tiene las finanzas más restringidas por el gobierno que la controla. El alcalde y el consejo municipal sólo manejan una pequeña fracción de los ingresos generados por los impuestos. En particular, el impuesto sobre la propiedad, del que Nueva York obtiene aproximadamente un tercio de sus recursos, sólo se puede aumentar aplicando una fórmula que se determina a nivel estatal. La gobernadora ya hizo saber su oposición a la base misma del proyecto de Mamdani –su impuesto a los millonarios y el alza del impuesto a las empresas, aunque ambos sean modestos– alegando que Nueva York no se puede permitir que los ciudadanos ricos se sigan yendo a Palm Beach (donde Trump tiene su finca Mar-a-Lago). En otras palabras, no se tocará el principal mecanismo que permite asfixiar las reivindicaciones sociales en la “capital del capital”, cuya rebeldía siempre hizo temblar a los titanes de Wall Street en sus torres de cristal.

Para justificar este control, la metrópolis suele ser descripta como un pozo sin fondo al que su sed insaciable de protección social y de servicios públicos mantendría permanentemente al borde del abismo. El objetivo es evitar cualquier resurgimiento de lo que el historiador Joshua B Freeman identificó como “una receta casera de socialdemocracia gracias a la cual se vivía en Nueva York como en ningún otro lugar de Estados Unidos” hacia mediados del siglo XX.4 Dado que les cuesta tanto frenar a Mamdani, quizá los demócratas y sus donantes de fondos serían más sagaces si esperaran, es decir, si dejaran que este cruce la línea de llegada para después apoyarse en la oficina del gobernador y la legislatura para impedirle implementar sus medidas, con la ventaja ulterior de desilusionar a sus seguidores y desacreditar su proyecto de socialismo municipal.

Estos son los dilemas de la elección, independientemente de lo que pueda significar en el plano nacional una victoria de Mamdani. Sin embargo, este no se quedará corto al momento de responder. Con la ayuda de los socialistas demócratas, puede dedicarse, en particular, a volver a politizar las relaciones con Albany, rompiendo así con las prácticas del último medio siglo. Y no se tratará solo de formar allí coaliciones, como se comprometió a hacer. La adopción de un nuevo estatuto municipal y la convocatoria a una convención facultada para modificar la constitución del Estado serían un complemento natural al gran proyecto urbano que tiene en mente y que Nueva York espera desde siempre.

Alexander Zevin, historiador, City University de Nueva York. Traducción: Merlina Massip.


  1. Carta de Friedrich Engels a Friedrich Adolph Sorge, 29 de noviembre de 1886, en Friedrich Engels and Karl Marx, Collected Works. Letters 1883-86, Vol. 47, Lawrence & Wishart, Londres, 2010. 

  2. Megan Brenan, “Less than half in U.S. now sympathetic toward Israelis”, news.gallup.com, 6-5-2025; Steven Erlanger, “Anger over starvation in Gaza leaves Israel increasingly isolated”, The New York Times, 31-7-2025. 

  3. Nicholas Fandos, “At Hamptons fund-raiser, Cuomo predicts help from Trump is on the way”, The New York Times, 19-8-2025. 

  4. Joshua B Freeman, Working-Class New York. Life and Labor since World War II, The New Press, Nueva York, 2000.