Las estrategias comerciales del siglo pasado, que asociaban el preservativo con los hombres, la profilaxis venérea y la sexualidad venal, han modelado durante mucho tiempo el imaginario colectivo y han contribuido a limitar su uso anticonceptivo. Recién hace dos años y medio el Estado francés aceleró su promoción masiva con fines de planificación familiar.
Desde el 1° de enero de 2023, el sistema francés de seguro médico reintegra el 100 por ciento del costo de ciertas marcas de preservativos para menores de 26 años, una disposición que se amplió a los productos sin látex en marzo de 2025. Lo tardío de esta medida se debe a una mirada que se forjó a fines del siglo XIX, que contribuyó a confinar el preservativo a los márgenes de las prácticas anticonceptivas.
El preservativo ocupa una posición periférica en las prácticas anticonceptivas de las mujeres y los hombres franceses. Utilizado principalmente al comienzo de la vida sexual de la pareja, se lo sustituye con rapidez por la píldora en cuanto la relación se estabiliza y, luego, por un dispositivo intrauterino (DIU) una vez alcanzado el número de hijos deseado.1 En 2016, menos del 20 por ciento de las mujeres de entre 15 y 49 años que utilizaban métodos anticonceptivos habían recurrido al preservativo, en especial aquellas más jóvenes (el 45,6 por ciento de las mujeres de entre 15 y 19 años, frente al 25,5 por ciento de las de 20 a 24 años y al 11,6 por ciento de las de 45 a 49 años).2 Aun así, Francia es uno de los países donde el uso del preservativo es relativamente frecuente: en 2017, solamente el 7,7 por ciento de las mujeres en pareja de todo el mundo (y el 2,1 por ciento en África) utilizaban preservativos. En el resto del mundo se usa principalmente para las relaciones ocasionales o incipientes.3
¿Es posible que, a partir de los años 1960, el preservativo tuviera que hacer frente a la competencia de la anticoncepción hormonal, un método muy eficaz que permitía a las mujeres controlar su propia fertilidad? En realidad, parece que el preservativo quedó relegado a un segundo plano mucho antes de que se generalizara el uso de la pastilla. Ya en 1970, el Informe sobre el comportamiento sexual de los franceses de Pierre Simon –el primer estudio estadístico sobre el tema– revelaba que, si bien más del 80 por ciento de las mujeres conocía su existencia, solamente un tercio de los hombres y menos de una cuarta parte de las mujeres lo había usado alguna vez, y era aún menos propensos a usarlo con regularidad.4
Innovación y trayectoria
Sin embargo, el preservativo tiene una larga historia detrás: varias innovaciones tecnológicas –la vulcanización del caucho en la década de 1840, los procesos de temple en la de 1880 y la estabilización del látex líquido en la de 1920– condujeron al desarrollo de una verdadera industria en Europa y América del Norte. La materia prima, el caucho, siguió las rutas de la globalización marcadas por la época colonial: primero se cosechó en Sudamérica y el África subsahariana, antes de que las grandes potencias europeas aclimataran los árboles del caucho en sus imperios del sudeste asiático. La producción de preservativos se disparó: en los años 1920, Alemania produjo 100 millones de preservativos al año; una década después, las principales 15 empresas estadounidenses producían 1,5 millones al día. Sólo la estadounidense Youngs Rubber Corporation vendía 20 millones al año.
Lejos de destinarse de modo exclusivo a los mercados nacionales, esta producción también se exportaba: la empresa alemana Fromms Act tenía sucursales en varios países europeos, Turquía y Nueva Zelanda en la década de 1910; el Reino Unido importaba cinco sextos de su consumo de Francia, Alemania y Estados Unidos. En los años 1930, Francia enviaba a todo el mundo unas 7,5 toneladas de “cauchos higiénicos” cada año. Estos productos, considerados reutilizables en la época, también eran fáciles de conseguir: se podían encontrar en muchas farmacias y herboristerías, y los clientes también podían comprarlos por correo desde fines del siglo XIX, antes de que aparecieran las máquinas expendedoras en el período de entreguerras. Su módico precio (a partir de un franco por docena hacia 1900, el equivalente a tres kilos de pan) los ponía al alcance de la mayoría de la gente: a principios del siglo XX, un obrero parisino ganaba entre 130 y 210 francos al mes.5
¿Cómo es posible que un producto industrial tan accesible y sin efectos secundarios sólo haya desempeñado un papel secundario en la transición demográfica –es decir, el descenso significativo del número de hijos por mujer– que experimentaron la mayoría de las sociedades europeas a partir de fines del siglo XIX?6 Algunos estudios hacen hincapié en las sensibilidades individuales: el preservativo rompería la espontaneidad de las relaciones sexuales y reduciría el placer. Sin embargo, es difícil ver cómo estos argumentos podrían justificar la preferencia por el coitus interruptus, que presenta desventajas similares. Otros estudios han sugerido que el imaginario asocia el preservativo con la protección contra las infecciones de transmisión sexual (ITS) y, por tanto, sobre todo, la sexualidad ilegítima (la prostitución y luego las relaciones entre hombres en el marco de la epidemia de VIH de los años 80). Esto puede haber impedido que las parejas heterosexuales lo adoptaran como anticonceptivo. Analizando las estrategias de marketing aplicadas por los fabricantes a fines del siglo XIX y comienzos del XX, es posible rastrear los orígenes de estas representaciones.
Señor marketing
El estudio de las marcas y anuncios revela, en primer lugar, que piensan en sus clientes en términos masculinos. Entre los años 1860 y 1930, era habitual vender preservativos en “envases sorpresa”, es decir, en envases que imitaban objetos de la vida cotidiana, destinados a los hombres: flores para llevar en el ojal, cajas de fósforos, estuches de cigarros o paquetes de papel para armar que evocan el consumo de tabaco, ampliamente reservado a los hombres en los albores del siglo XX.
Con este tipo de condicionamientos, los fabricantes pretendían hacer del preservativo el soporte de bromas picantes entre hombres: ofrecer a un amigo una “pitada” ligeramente gomosa o pavonearse con preservativos en el ojal garantizaba, según los catálogos, “un verdadero éxito de chistes picarescos”. No era raro encontrar alusiones fálicas o juegos de palabras sexuales en los envases: en 1900, una falsa caja de fósforos rezaba “Frotar vigorosamente antes de usar”; en 1911, una marca registrada para un preservativo imitaba un ticket de metro “válido para un viaje corto”, en el que aparecía un código cifrado: 7-13-&-3 (“es muy estrecho”).
A los clientes se les prometía toda la gama de placeres carnales. Los fabricantes utilizaban nombres sugerentes (“Eros”, “Love”, “Girls”, “Pretty Pussy”) y símbolos del amor físico (corazones, cupidos alados, llamas). También recurrían en gran medida a la sexualización del cuerpo femenino. En los envoltorios, las mujeres aparecen desnudas y lascivas.
Por último, algunas marcas recurrían al imaginario de la virilidad, bajo formas variadas: el modelo antiguo (“Zeus”, “Hércules”, “Centauro receloso”) se codeaba con la figura del soldado, especialmente presente durante la Primera Guerra Mundial, ya sea representando a un poilu [soldado francés] o un casco prusiano. El auge de los imperios coloniales también dio lugar a nuevas referencias orientalizantes. Las películas de Hollywood del período de entreguerras jugaron un rol decisivo en la normalización de estas referencias: la marca Sheik, registrada en Francia por el estadounidense Julius Schmid en 1933, hacía referencia a la exitosa película homónima de 1921. Al asociar el preservativo a los hombres en estas elecciones de marketing, los fabricantes contribuyeron a excluir, de forma persistente, a las mujeres de su consumo.
No contentos con dirigirse a la clientela masculina, los fabricantes asignaron al preservativo una misión muy específica: la prevención de las enfermedades venéreas. De las 266 marcas registradas en Francia entre 1880 y 1940, sólo tres hacían referencia a su función anticonceptiva (por ejemplo, mediante el eslogan “madre a mi voluntad” o la mención de Thomas Malthus, el economista británico que promovió el control de la natalidad). Por otra parte, abundaban las referencias a su uso profiláctico: “Hygien & Sanitary Co”, “Prophylactic Triumph”, o también “605” (en referencia al salvarsán, un remedio antisifilítico desarrollado a principios del siglo XX y apodado “606”). Para los fabricantes, era una forma de escapar a la represión cada vez más frecuente en aquella época, en Europa y Estados Unidos, contra la venta o promoción de anticonceptivos. Pero esta elección también fue fruto del oportunismo económico: el auge del “peligro venéreo” a fines del siglo XIX y el recrudecimiento de los casos de contagio durante la Gran Guerra crearon una fuerte demanda, al punto tal de que algunos gobiernos levantaron las prohibiciones al comercio de preservativos al final del conflicto y fomentaron su uso por parte de sus ejércitos.
También eran frecuentes las referencias a la prostitución, entonces considerada la principal fuente de contagio. Mujeres “ligeras” (bailarinas y prostitutas) adornaban los envoltorios. Una marca registrada en 1914 imitaba incluso la tipografía de las tarjetas de visita de los burdeles. De este modo, las marcas orientaban a sus clientes hacia el uso recreativo y extramatrimonial de sus productos.
También pretendían atraer a los numerosos extranjeros que visitaban París y aprovechaban su prostitución regulada. En los envoltorios de los productos aparecen tópicos asociados a la capital francesa: la Torre Eiffel, la Mona Lisa y el famoso cabaret del Chat Noir. Los fabricantes franceses escribían sus etiquetas en varios idiomas. Uno de ellos llegó a registrar la marca The Tourist Provident (1911), dirigida explícitamente a esta clientela cosmopolita en busca de placeres tarifados.
Por último, los fabricantes movilizaron el exotismo colonial, dando a sus productos nombres de resonancia extranjera (Mikado, Abibi, Zipangu) o reproduciendo mujeres “orientales” sexualizadas. Lejos de ser meras fantasías inalcanzables, estas figuras también hacían referencia a las relaciones económico-sexuales que se establecieron entre colonos y colonizados (prostitución, concubinato) dentro de los imperios coloniales. La marca Anana (1915) remitía al estribillo de “La Petite Tonkinoise” (1906), que alaba la belleza y sumisión de las mujeres de Annam (uno de los protectorados franceses en Indochina). En plena ola de preocupación venérea (potenciada en las colonias, donde se creía que estas enfermedades eran endémicas), los fabricantes recomendaban sus productos “para las colonias y los países cálidos” y se anunciaban en la prensa colonial (L’Avenir du Tonkin, L’Écho d’Alger).
La influencia de los actores privados en este ámbito ha sido mucho más fuerte que las iniciativas de los poderes públicos por contrarrestarla: recién en el año 2000 se lanzó la primera campaña de salud pública que promovió el preservativo por su función anticonceptiva.7
Pauline Mortas, historiadora, investigadora posdoctoral en el Centro de Investigación de Medicina, Ciencias, Salud, Salud Mental y Sociedad en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales. Autora de Une rose épineuse. La défloration en France au XIXe siècle, Presses universitaires de Rennes, 2017. Traducción: Emilia Fernández Tasende.
-
Nathalie Bajos y Michèle Ferrand, “L’intérruption volontaire de grossesse et la recomposition de la norme procréative”, Sociétés contemporaines, París, vol. 61, nº 1, 2006. ↩
-
Delphine Rahib, Mireille Le Guen, Nathalie Lydie, “Baromètre santé 2016. Contraception”, santepubliquefrance.fr, 25-9-2017. ↩
-
John Ross y Karen Hardee, “Use of male methods of contraception worldwide”, Journal of Biosocial Science, Cambridge, vol. 49, nº 5, setiembre de 2017. ↩
-
Pierre Simon, Rapport sur le comportement sexuel des Français, Julliard Charron, París, 1972. ↩
-
Pauline Mortas, “‘Articles intimes pour dames et messieurs’. Une histoire du marché lié à la sexualité (France, années 1880-années 1930)”, tesis doctoral de Historia, París, Universidad París 1 Panthéon-Sorbonne, 2023. ↩
-
Pauline Mortas, “Pourquoi le préservatif n’est pas devenu un contraceptif majeur : mondialisation, marketing et genre au tournant des XIXe et XXe siècles”, Revue d’histoire du XIXe siècle, París, nº 68, 2024. ↩
-
Cyril Desjeux, “Histoire et actualité des représentations et pratiques de contraception masculine”, Autrepart, vol. 52, nº 4, 2009, p. 51. ↩