Frente a los movimientos que reclaman justicia por los crímenes del pasado, y con la ayuda de historiadores complacientes, Emmanuel Macron ha convertido las “cuestiones de la memoria” en un arma estratégica tanto en el plano de la política interna como externa. África es el principal objetivo de este “blanqueo de la memoria”, que habla de colonialismo sin cuestionarlo a fondo.

El general Louis Faidherbe [gobernador del Senegal francés y fundador del imperio colonial en África] ¿volverá a entrometerse en la campaña municipal de Lille? En 2020, el viejo militar, oriundo de la ciudad, fue el invitado sorpresa de las elecciones locales. Después del asesinato de George Floyd en Minneapolis, el movimiento Black Lives Matter [Las vidas negras importan] irrumpió con fuerza en Europa. De Bristol a Bruselas, los monumentos que honran el pasado esclavista y colonialista fueron objeto de repudio. En el corazón de la capital de Flandes, la estatua ecuestre que domina la plaza de la República desde 1896 también fue abucheada: “¡Abajo Faidherbe!”.

El equipo municipal socialista, sorprendido al principio por la polémica, se apresuró a neutralizarla. Reelegido por poco frente a una lista ecologista, prometió colocar una “placa explicativa” al pie de la estatua y crear a escondidas una comisión de consulta sobre el tema. Cuatro años más tarde, en efecto, apareció un pequeño cartel que indica que el municipio “desaprueba el accionar del general Faidherbe durante la colonización”. Palabras que no explican nada y que nadie lee, pero que justifican lo esencial: que el general se mantenga en su pedestal.

Boom de la memoria

Desde hace unos 40 años, las llamadas “cuestiones de la memoria” han ido ganando cada vez más terreno en el debate público. Frente a ellas, los responsables políticos no siempre saben cómo actuar. Dependiendo de sus orientaciones ideológicas y la naturaleza de los casos, reciben con mayor o menor disposición los reclamos de justicia histórica. Hicieron falta décadas para que Francia reconociera –a través del presidente Jacques Chirac, en 1995– su responsabilidad en la deportación y el exterminio de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.

No obstante, las problemáticas coloniales –que se han vuelto centrales en el último cuarto de siglo– son las que mayores reticencias siguen generando. Mientras muchos franceses todavía piensan –de forma abierta, o no– que la colonización tuvo su “lado bueno”, muchos dirigentes buscan defender el honor de los “grandes héroes” del imperio frente al wokismo y a los déboulonneurs [derribadores de estatuas]. Sin embargo, algunos hacen uso de otra estrategia que apunta a integrar parte de la crítica para poder neutralizarla mejor. Así, no resulta raro que sean ellos mismos los que lanzan las temáticas de la memoria, y que muestran una imagen humanista con el pretexto de desactivar los conflictos que reflotan del pasado.

El historiador Sébastien Ledoux señala una concomitancia entre el “boom de la memoria” y la crisis del Estado de bienestar: “Los poderes públicos invirtieron en las cuestiones de la memoria en el mismo momento en que se sometían a las lógicas neoliberales y abandonaban toda ambición de transformación social”. Esta tendencia va acompañada de una patologización de las formas de interpretación, corolario habitual de la despolitización de las cuestiones sociales. La sociedad, descrita como “enferma” de su historia, exigiría un “trabajo de memoria”, según la expresión de Paul Ricœur (inspirada en Sigmund Freud): un tratamiento terapéutico capaz de aliviar las conciencias heridas y apaciguar los ánimos.1

Vaciadas de su dimensión reivindicativa, las políticas de la memoria se convierten en herramientas de pacificación social y se ponen al servicio de prevenir la “guerra de las memorias” que amenazaría a la sociedad francesa. En octubre de 2015, durante la inauguración del memorial del campo de Rivesaltes –donde en distintas épocas hacinaron a refugiados españoles, judíos, gitanos, harkis y migrantes–, el entonces primer ministro Manuel Valls lo explicó sin rodeos. En una alusión transparente a los barrios populares, tentados –según él– por el islamismo y el antisemitismo, declaró: “Todos estos lugares de memoria funcionan como puntos estratégicos en esta reconquista de los espíritus que debemos emprender en nombre de la República”.2

Algunos investigadores, que se toman muy en serio la misión de pacificación y reconciliación que les fue conferida por los poderes públicos, se posicionaron con mucha rapidez en este mercado en pleno auge. Uno de los precursores en este ámbito es Pascal Blanchard, cuyo perfil de LinkedIn lo presenta como un “especialista en cuestiones de diversidad, en el hecho colonial, en identidad y en inmigración”. Este historiador independiente supo tanto reintroducir las cuestiones coloniales al debate público como beneficiarse de ellas.

La Asociación para el Conocimiento de la Historia de África Contemporánea (Achac), que cofundó a comienzos de la década de 1990, se identifica como un “grupo de investigación”, pero actúa sobre todo como prestadora de servicios para los medios de comunicación, las editoriales, los ministerios y las administraciones locales, a quienes proporciona “herramientas pedagógicas” para luchar contra los “prejuicios” heredados del período colonial: libros, conferencias, catálogos, exposiciones, documentales, etcétera. Los solicitantes aprecian mucho todos estos materiales, y están fascinados con poder comprometerse a tan bajo costo en favor de una “convivencia armoniosa”. “La sociedad francesa, que se percibe al borde de la desintegración, necesita este tipo de investigaciones y de reflexiones”,3 celebraba ya en 1997 un concejal del municipio de Lille, al que le gustaban mucho las producciones de Achac.

En paralelo, Blanchard dirige una agencia de “comunicación histórica” –Les Bâtisseurs de mémoire (BDM) [Constructores de la memoria]–, y también ofrece servicios de branding de la memoria a las empresas (libros de lujo, eventos, museos). Decenas de grupos industriales han recurrido a su agencia en los últimos años, entre ellos Airbus, Thales, Lagardère, L’Oréal, Guerlain, Pernod, Ricard, Orangina, Hennessy, Saudi Aramco, La Vache qui rit, La Compagnie des grands hôtels d’Afrique... En este sentido, el historiador argumenta que la memoria es un medio perfecto para pulir la “leyenda” de una empresa y reforzar su “identidad”; sólo basta con “buscar en su historia la materia prima que pueda, legítimamente, servir para una dinámica de comunicación”.4

Pacificación interna y externa

Al igual que las multinacionales que comunican sobre las energías renovables (greenwashing, traducible como ecoblanqueo), algunos responsables políticos invierten en lo que podría llamarse memory washing [blanqueo de la memoria]. Desde que inició la carrera presidencial, Emmanuel Macron buscó capitalizar el trabajo de memoria poscolonial. Incluso antes de su llegada al Elíseo [sede del Poder Ejecutivo francés], destacando su juventud –que lo inmunizaría contra el “reprimido colonial”– y recordando su cercanía con Ricœur –de quien fue asistente editorial para el libro La Mémoire, l’histoire, l’oubli (Seuil, 2000)–,5 dio que hablar a la prensa cuando, durante una visita a Argel en febrero de 2017, calificó la colonización como un “crimen contra la humanidad”.

Miembro de Les Gracques, un think tank [usina de pensamiento] que apoyó a Macron, Blanchard no ocultaba su admiración durante la campaña electoral: “No se puede sino quedar atónito. Este hombre entendió antes que nadie que la izquierda y la derecha, que a ojos de los franceses han fracasado desde hace 25 años, iban a ser superadas. [...] El Partido Socialista nunca se atrevió a manifestar lo que él dijo sobre la colonización. Lo mismo respecto a los barrios, las cuestiones de diversidad, la inmigración o Europa” (Libération, 28-4-2017).

En los inicios de su primer quinquenio, Macron propulsó varios proyectos que daban la impresión de buscar una verdadera ruptura: solicitó a especialistas en la guerra de Argelia que redactaran, en nombre del Elíseo, un comunicado en el que se reconociera la responsabilidad del Ejército francés en el asesinato de Maurice Audin, miembro del Partido Comunista Argelino y militante anticolonialista; encargó a la historiadora Bénédicte Savoy y al economista Felwine Sarr un informe sobre la restitución de las obras africanas que fueron saqueadas durante la época colonial; también creó una comisión de historiadores, bajo la supervisión de Vincent Duclert, encargada de analizar el papel de Francia en el genocidio de los tutsis en Ruanda. En todos estos casos, según el guion del Elíseo, se trataba de “romper con los tabúes” para “reconciliar” a Francia consigo misma y con sus socios africanos.

Sin embargo, la lógica de fondo se mantiene. Al igual que sus predecesores, Macron asigna a la memoria una vocación terapéutica y pacificadora. “Su enfoque se asemeja a la ‘gestión de conflictos’, y en particular al modelo estadounidense de búsqueda de una solución beneficiosa para todas las partes involucradas”, señalaron las sociólogas Sarah Gensburger y Sandrine Lefranc durante una entrevista (L’Express, 11-11-2018).

Este pragmatismo desenfadado, que en un momento pudo haberse hecho pasar por una forma de lucidez, e incluso de coraje, se transformó de forma rápida en cinismo. Los años 2019-2020, marcados por varios ataques terroristas en el territorio francés y por protestas internacionales contra la violencia policial, constituyeron un momento clave. En ese contexto, en segundo plano se asomaba un personaje intrigante: Bruno Roger-Petit, experiodista convertido en asesor del presidente, que a finales de 2018 fue nombrado “asesor de memoria” en el Elíseo. Se trató de una elección reveladora en un momento en el que el microcosmos político ya tenía la mirada puesta en las elecciones presidenciales de 2022. Este hombre, proveniente de la izquierda y adepto a lo que la prensa llama la “triangulación”, mantiene una estrecha relación con varias figuras mediáticas de la derecha radical, incluidos los periodistas Pascal Praud y Geoffroy Lejeune.

En la primavera de 2020, el Elíseo rápidamente interpretó la denuncia del racismo en la policía y de las estatuas colonialistas como un signo del trauma histórico que sufriría una juventud corrompida por el virus de la sedición. El 14 de junio de 2020, el presidente afirmó que la lucha contra el racismo “se pervierte cuando se transforma en comunitarismo, en una reescritura odiosa o falsa del pasado”. Añadió que la República “no borrará ningún rastro ni ningún nombre de su historia” y “no derribará ninguna estatua”. Además, reconoció la necesidad de “mirar juntos y con lucidez toda nuestra historia, todas nuestras memorias, nuestra relación con África en particular”, pero remarcó que “revisitar o negar lo que somos” estaba fuera de discusión.

A partir de entonces, la política de la memoria empezó a servir de escudo para un enfoque cada vez más represivo. Pocas semanas después de su discurso marcial, el gobierno anunció la preparación de una ley “contra el separatismo” y el presidente encargó al historiador Benjamin Stora un informe sobre “la memoria de la colonización y de la guerra de Argelia”. Seis meses más tarde –durante los cuales se produjo el asesinato de Samuel Paty y la agresión policial al productor musical Michel Zecler–, la “memoria” volvió a ser invocada para apaciguar los ánimos: el jefe de Estado le encargó al fiel Pascal Blanchard que identificara unos cientos de nombres de “héroes” que “conjuguen la diversidad de todas nuestras historias” (Brut, 4-12-2020).

Así es como funciona el “al mismo tiempo” de la memoria de Macron: las estatuas de las figuras colonialistas permanecen plantadas sobre sus pedestales de mármol, pero los municipios, para compensar, recurren al catálogo de Blanchard –bautizado “Retratos de Francia”– cuando tienen que renombrar una calle. Nada mejor que un “bulevar Louis-de-Funès” [actor y comediante francés] o un “pasaje Zao-Wou-Ki” [pintor franco-chino] para despertar en la juventud rebelde el orgullo de pertenecer a una nación tolerante y mestiza.

Durante la década de 2000, tanto Stora como Blanchard participaron activamente con el fin de instalar en el debate público la noción de “guerra de las memorias”.6 Dos décadas más tarde, resulta que fueron contratados como pacificadores de la memoria por un poder que ataca abiertamente a los “separatistas”, al “islamoizquierdismo” y, con mayor dureza aún, a los migrantes y a la juventud de los barrios populares. Blanchard no ve en ello ninguna contradicción, sino simplemente una “paradoja”, como explicó a L’Humanité el 17 de marzo de 2021: “Se nos tiende una mano; está en nosotros tomarla o no”.

Del mismo modo funciona la triangulación ideada en el Palacio del Elíseo: mientras las migajas de la memoria sostienen la leyenda de un “macronismo de izquierda”, la vida política francesa se inclina cada vez más hacia la derecha. Esta pantalla tiene, además, un efecto perverso: alimenta las fobias y la propaganda de la extrema derecha, que grita contra el “gran reemplazo” de la memoria. Philippe de Villiers, que en un momento estuvo cerca de Macron, publicó Mémoricide (Fayard, 2024), un libro entero dedicado a este tema. “¿Se lo habrá enviado al presidente?”, se preguntó Eugénie Bastié, del diario Le Figaro, el 13 de noviembre de 2024, y de Villiers reveló: “No, porque sería capaz de decirme: ‘este libro es formidable’. ¡Ya lo ha hecho!”.

En un contexto en el que Francia es objeto de una contestación popular inédita en África desde la descolonización –un “sentimiento antifrancés” que París suele atribuir a la influencia de potencias rivales como Rusia o China–, el memory washing se convierte también en un instrumento de política exterior. Por medio de una contrición calculada, el Elíseo espera “reconciliar” la opinión pública africana con el excolonizador.

Protesta frente a la Embajada de Francia en Pretoria, Sudáfrica, el 25 de mayo de 2022j.

Protesta frente a la Embajada de Francia en Pretoria, Sudáfrica, el 25 de mayo de 2022j.

Foto: Luca Sola / AFP

El informe Sarr-Savoy sobre la restitución de las obras de arte saqueadas durante la colonización causó gran revuelo cuando fue entregado al jefe de Estado a finales de 2018. Sin embargo, recién este año se empezó a debatir en el Parlamento un proyecto de ley marco que permitiría derogar el principio de inalienabilidad de las colecciones públicas para desbloquear el proceso de restitución de las decenas de miles de obras africanas conservadas en los museos franceses. Se adoptaron dos leyes ad hoc para devolver una veintena de objetos a Benín, Senegal y, más recientemente, Costa de Marfil. Sin embargo, el proceso no estuvo exento de transacciones paralelas. La restitución del llamado sable de El Hadj Omar Tall –de origen, por lo demás, dudoso– a Senegal estuvo acompañada de la firma, junto con el presidente Macky Sall, de un impresionante contrato de venta de armas que incluye tres patrullas armadas destinadas a proteger las infraestructuras petroleras offshore en aguas senegalesas.7 Las 26 piezas del tesoro real de Abomey sirven como herramienta de comunicación para el presidente beninés Patrice Talon –que está finalizando su mandato–, quien desde hace varios años viene apostando por esta restitución para dinamizar la economía turística local.8 En cuanto a la ley adoptada en julio de 2025 que autoriza el regreso del tambor parlante Djidji Ayôkwé a Costa de Marfil, no puede sino alegrar al presidente Alassane Ouattara, otro “amigo de Francia”, en vísperas de su reelección del 25 de octubre para un cuarto mandato.

En cuanto al informe Duclert –entregado en marzo de 2021–, si bien confirma la “fuerte e irrefutable” responsabilidad de Francia en el genocidio de los tutsis de Ruanda, descarta la noción de “complicidad”. Este compromiso prudente permitió reconciliar a París y Kigali tras un cuarto de siglo de tensiones. “No podía haber un acercamiento real con Ruanda sin esta revisión sin concesiones del pasado”,9 reconoció Duclert algunos meses después de la publicación de su trabajo. Durante su visita a Kigali en junio de 2021, Macron prometió inyectar 500 millones de euros en la economía ruandesa. Por su parte, el presidente Paul Kagame comprometió a sus Fuerzas Armadas en la protección de las instalaciones de gas de Total, amenazadas por grupos yihadistas en Mozambique.10 “El informe Duclert sirvió de cobertura para el acercamiento de Francia con la dictadura sanguinaria y agresiva de Kigali”, resume el investigador Nathaniel Powell, especialista en la política africana de Francia (Bluesky, 28-1-2025).

Neocolonialismo

Las cuestiones de la memoria ocupan un lugar central en el “plan de reconquista” mencionado por Macron en su gira africana durante la primavera de 2021. Unas semanas antes había confiado al historiador camerunés Achille Mbembe una doble misión: redactar un informe destinado a revitalizar las relaciones franco-africanas y reclutar jóvenes provenientes de las “sociedades civiles” africanas para la Nueva Cumbre África-Francia, organizada en Montpellier en octubre de 2021. El informe Mbembe diagnosticó, entre otros males, “trastornos de la memoria” en la juventud africana. En Montpellier, los young leaders [jóvenes líderes] seleccionados incomodaron a un presidente Macron sonriente ante las cámaras durante un espectáculo al mejor estilo estadounidense, coreografiado con mucho cuidado por los comunicadores del Elíseo.

En el verano de 2022, la “sociedad civil” fue nuevamente convocada: Mbembe y algunas “jóvenes promesas” francesas y africanas abordaron el avión presidencial para realizar una gira por el África subsahariana. En Yaundé, “interpelado” por la historiadora francesa Karine Ramondy y el cantante camerunés Blick Bassy, a quienes había incorporado a su delegación, Macron anunció la creación de una “comisión mixta multidisciplinaria franco-camerunesa”. ¿El objetivo? “Echar luz” sobre la guerra llevada a cabo por Francia en las décadas de 1950 y 1960 para eliminar el movimiento independentista camerunés e instalar en Yaundé un régimen profrancés.

El resultado de este trabajo, que se hizo público en enero de 2025, resulta a la vez decepcionante y desconcertante. Decepcionante, porque la parte de la “investigación”, confiada a Ramondy, se niega a calificar los crímenes cometidos por Francia durante este conflicto, que dejó varias decenas de miles de muertos, y elude las responsabilidades de las autoridades camerunesas, cuyo régimen actual es su heredero directo. Desconcertante, porque la parte “artística”, dirigida por Bassy, se reduce a un largo catálogo de dispositivos turístico-lúdicos –videojuegos, comedia musical, concursos de “peinados de la memoria”, inmersión en un pueblo en guerra mediante cascos de realidad virtual– supuestamente destinados a permitir que los públicos francés y camerunés se reconcilien apropiándose, durante una “temporada cultural”, de su pretendida “memoria compartida”.

Además de las empresas que se repartirán los fondos asignados a estas festividades (5,2 millones de euros), el gran beneficiado no es otro que el presidente camerunés Paul Biya, quien está en el poder desde 1982. En vísperas de las elecciones presidenciales de octubre de 2025, el informe Ramondy-Bassy le proporciona al viejo autócrata, candidato a su propia sucesión, la oportunidad de estrechar lazos con París y de presentarse –él, heredero de la dictadura profrancesa instaurada a sangre y fuego en 1960— como “reconciliador” de la nación.

En Camerún, la operación generó una ola de indignación. Muchos la perciben como una desposesión simbólica y una renovación del neocolonialismo con el que sus precursores dicen querer romper. “Macron utiliza la cuestión descolonial para asegurar el control de Francia sobre África”, señala el académico camerunés Jean-Godefroy Bidima, muy crítico con los intelectuales africanos que avalan esta artimaña.

Control de la narrativa

A pesar de la complacencia de los medios franceses, el memory washing del gobierno francés ha empezado a perder eficacia. Esto se hizo particularmente evidente en el caso argelino, donde la estrategia de los “pequeños pasos” adoptada por la presidencia francesa desde la entrega del informe Stora en enero de 2021 exaspera tanto a los observadores como a las autoridades.

Según el historiador Fabrice Riceputi, quien analiza de manera minuciosa cada uno de los comunicados presidenciales, el Elíseo utiliza “fusibles de la memoria” que le permiten eludir su propia responsabilidad, y agrega: “Se citan algunas personalidades, por ejemplo, Maurice Papon y Paul Aussaresses al hablar, respectivamente, de la masacre del 17 de octubre de 1961 y del asesinato de Larbi Ben M’hidi, como si hubieran actuado por cuenta propia”. Este reconocimiento parcial y a cuentagotas de los crímenes coloniales, según el calendario conmemorativo y las negociaciones diplomáticas, revela el reverso de la “buena voluntad” que exhibe un Estado que sólo cede para absolverse a sí mismo y para mantener el control de la narración histórica.

La exasperación también predomina en las relaciones franco-senegalesas desde que, en marzo de 2024, los Patriotas Africanos de Senegal por el Trabajo, la Ética y la Fraternidad (Pastef) llegaron al poder en Dakar.[^11] En este caso, el litigio se centra en la masacre perpetrada por las tropas francesas en el campamento militar de Thiaroye en diciembre de 1944. Si bien la palabra “masacre” se pronunció por primera vez recién en noviembre de 2024, fue bajo presión y de manera lamentable, mediante una fórmula rebuscada utilizada por Macron en una carta personal dirigida a su homólogo senegalés, Bassirou Diomaye Faye. Francia no ha tomado acciones concretas para determinar el número –desconocido a la fecha– de soldados senegaleses reclutados por Francia que fueron asesinados.

Dicha carta, enviada el 30 de julio de este año, también da cuenta de esta singular manera de “reconocer” los crímenes del pasado. La misiva, que debía dar seguimiento al informe Ramondy-Bassy, no fue publicada. Sólo se “filtraron” algunos extractos unos días después, justo cuando la exclusión de Maurice Kamto –principal opositor de Paul Biya– de la carrera presidencial camerunesa monopolizaba las noticias del país. Sin embargo, esto no impidió que los comentaristas de temporada –con Pascal Blanchard a la cabeza– celebraran el “reconocimiento” (oficioso...) de la guerra de Camerún como un audaz “giro de la memoria”.

Defendida en nombre del realismo por quienes acompañan al jefe de Estado, esta política de los “pequeños pasos” –en particular la creación de “comisiones mixtas” de historiadores, de la que el Elíseo ha hecho una especialidad desde 2022– disimula cada vez menos su carácter engañoso. Se trata de desactivar, caso por caso, las querellas históricas con las excolonias, eludiendo al mismo tiempo el debate de fondo sobre el colonialismo.

La ilusión de la memoria quedó plenamente al descubierto durante el primer semestre de 2024. Missak Manouchian, miembro de los Francotiradores y Partisanos – Mano de Obra Inmigrante (FTP-MOI), fue ingresado al Panteón en febrero, pocas semanas después de que la Asamblea aprobara la “ley de inmigración”. En mayo, la presidencia de la República desplegó miles de soldados para reprimir la insurrección en Nueva Caledonia. ¿Por qué celebrar “en el pasado” los principios que se pisotean “en el presente”?, se preguntaba entonces el escritor Éric Vuillard (Le Monde, 26-5-2024). ¿De qué sirve poner los reflectores sobre las descolonizaciones de ayer, cuando la recolonización está al orden del día por todas partes, desde Kanaky hasta la Franja de Gaza?

En abril de 2023, en el castillo de Joux (Doubs), Macron rindió homenaje a Toussaint Louverture, héroe de la independencia haitiana, con motivo del 165° aniversario de la abolición de la esclavitud en Francia. El caso de Haití, que plantea de manera directa la cuestión de las injusticias heredadas del pasado esclavista y colonial, es quizá el verdadero revelador de las políticas de la memoria del presidente.

Si bien los efectos devastadores del precio a pagar impuesto por Francia a Haití en 1825, a cambio del reconocimiento de su independencia, son conocidos y cuantificados –unos 30.000 millones de euros, según el economista Thomas Piketty (Le Monde, 10-5-2025)–, la presidencia francesa anunció en abril de 2025 la creación de una nueva comisión de historiadores para “explorar dos siglos de historia” y “construir un futuro común”. Macron prometió que el “impacto de la indemnización de 1825” iba a ser abordado.

¿Un (pequeño) paso en la dirección correcta o una (nueva) pantalla de humo? En cualquier caso, el comunicado del Elíseo fue muy mal recibido por los militantes e intelectuales haitianos que esperaban que Francia finalmente pasara a la acción, tal como le instan a hacerlo las Naciones Unidas y como ya lo han hecho en otros casos varios países europeos, como Alemania y Países Bajos. “El parloteo inútil sobre cuestiones irrelevantes se terminó”, advierte la socióloga y activista francesa de origen haitiano Fania Noël. “Lo que reclaman los haitianos es que se les especifiquen los procedimientos de las reparaciones financieras: el monto y las fechas de pago”.

Jean-Godefroy Bidima, también exasperado por las frases melosas de los dirigentes franceses y de sus cómplices africanos, comparte la misma exigencia. “No se les oye hablar mucho del uranio, del petróleo o del gas que nos saquearon”, señala. “Una vez que todo eso haya sido debidamente calculado, veremos qué tan efectivos son sus discursos sobre la reconciliación”. De Argelia a Camerún, de Senegal a Haití, las actitudes y gestos del Elíseo con relación a la memoria han terminado por agotar la paciencia de quienes reclaman justicia –que ya no están dispuestos a conformarse sólo con palabras–.

Thomas Deltombe, editor e investigador independiente. Traducción: Paulina Lapalma.

  1. Véase Rémi Carayol, “Senegal y una ruptura de terciopelo”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, mayo de 2025.

  1. Sébastien Ledoux, “Écrire l’histoire de la mémoire du 21e siècle : face aux biopolitiques mémorielles”, 20 & 21. Revue d’histoire, París, abril-junio de 2024. 

  2. Citado en Sarah Gensburger y Sandrine Lefranc, “À quoi servent les politiques de mémoire?”, Presses de Sciences Po, París, 2017. 

  3. Didier Calonne, “Mémoire, histoire et intégration”, Hommes & Migrations, París, mayo-junio de 1997. 

  4. Pascal Blanchard, “Les outils de la mémoire”, La Revue des marques, París, enero de 2004. 

  5. NdT: Existe traducción al español: La memoria, la historia, el olvido, trad. Agustín Neira, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2004. 

  6. Benjamin Stora, La Guerre des mémoires, L’Aube, París, 2007; Pascal Blanchard e Isabelle Veyrat-Masson (eds.), Les Guerres de mémoires, La Découverte, París, 2008. 

  7. Taina Tervonen, Les Otages. Contre-histoire d’un butin colonial, Marchialy, París, 2022. 

  8. Véase Philippe Baqué, “Polémique sur la restitution des objets d’art africains”, Le Monde diplomatique, agosto de 2020. 

  9. Pauline Fricot, “France-Rwanda: un rapprochement politique et des intérêts économiques”, Géo, París, 5-11-2021. 

  10. Ver Marion Chognon, “Mozambique bajo fuego yihadista”, Le Monde diplomatique, edición Uruguay, julio de 2025.