El desfile militar por el 250° aniversario del Ejército estadounidense en Washington expuso una realidad incómoda: tras la fanfarronería de Donald Trump y el billonario presupuesto del Pentágono se ocultan un arsenal obsoleto y tropas agotadas por décadas de guerras fallidas.
Inspirado por lo que había presenciado en París un 14 de julio, o quizá celoso de los desfiles militares impecables de Moscú y de Pekín, el presidente Donald Trump anhelaba que también en Estados Unidos las Fuerzas Armadas exhibieran su poder ante su comandante en jefe, es decir, él mismo. Así fue como, el 14 de junio, se celebró un gran desfile en Washington en honor al 250° aniversario de la creación del Ejército de Estados Unidos, y en honor al cumpleaños de Trump. Pero el espectáculo no estuvo a la altura de sus expectativas.
A la mañana, aparentemente había más turistas extranjeros que simpatizantes del movimiento MAGA (“Make America Great Again”, traducible como "Hagamos a Estados Unidos grande de nuevo"), como recordatorio de que Trump no goza de una gran popularidad. Durante todo el día, el National Mall [espacio público lineal que va del Memorial de Lincoln al Capitolio] estuvo colmado de festejos, mientras la gente esperaba el desfile. En un rincón del parque se llevó a cabo un concurso de aptitud física, donde se enfrentaron 18 equipos de militares en una larga carrera plagada de pruebas y obstáculos. El sargento mayor Michael Weimer, un exmiembro de la Fuerza Delta, fue uno de los presentadores de la entrega de premios, y él mismo participó en el desafío junto con otros cuatro soldados de alto rango, todos de unos 50 años. “¡No puede ser que nosotros hayamos quedado novenos! ¡Pónganse las pilas, muchachos!”, les dijo con ironía a los participantes más jóvenes, un poco rellenitos que, sentados en el público, estaban sudando a cántaros y luchando por recuperar el aliento. El mal estado físico de la juventud estadounidense lleva años dificultando el reclutamiento militar.
Un poco más lejos, había soldados del 3er Regimiento de Infantería –una unidad ceremonial apodada “la Vieja Guardia”– que exponían maniobras con fusiles y bayonetas ante los aplausos (tibios) de un grupito de turistas asiáticos, excombatientes y algunos fanáticos del presidente. ¿Así es una exhibición fascista? Muy lejos del espectáculo autoritario que había anunciado la izquierda, el evento pareció más bien una manifestación de cansancio y apatía política. En vez de glorificar el poder de las Fuerzas Armadas, expuso sin quererlo que están decrépitas, abatidas y obsoletas.
Más dinero, peores resultados
Las veleidades despóticas de Trump y su determinación de recurrir a las Fuerzas Armadas para cumplir con sus objetivos son sin lugar a duda preocupantes. Tras coquetear con la idea de dividir entre dos el presupuesto militar, dio un giro de 180° y propuso aumentarlo a más de un billón de dólares para el año fiscal 2026 (del 1° de octubre de 2025 al 30 de setiembre de 2026), un salto importante comparado con la suma ya faraónica de 895.000 millones que se aprobó el año pasado.
De los casi 7.000 soldados que viajaron para asistir al desfile, muchos venían de la base militar más grande del país: Fort Bragg, en Carolina del Norte, el corazón de las operaciones especiales estadounidenses, donde surgieron los Boinas Verdes y el cuartel de la 82ª División Aerotransportada (actor central del desembarco de Normandía) y varias unidades dedicadas a las operaciones encubiertas, como la Fuerza Delta. Estos soldados de élite llevan décadas luchando en la periferia de conflictos respaldados por Estados Unidos (Irak, Israel, Somalia, Siria, Yemen), y su desgaste nunca fue más evidente.
Cuatro días antes del desfile de Washington, Trump dio un discurso en Fort Bragg ante un público de hombres vigorosos cuidadosamente seleccionados (los soldados con sobrepeso o con adhesiones políticas sospechosas no eran bienvenidos). Bajo la administración de Joe Biden, la base pasó a llamarse Fort Liberty por un tiempo, cambio que Trump revocó ni bien regresó a la Casa Blanca. “¡Se llama Fort Bragg!”, proclamó ante las ovaciones de la multitud. “¡Y siempre se va a llamar Fort Bragg!”.
“Nuestros soldados –prosiguió– llevan dos siglos y medio lanzándose al fragor de la batalla y aniquilando a los enemigos de Estados Unidos. Nuestro ejército quebrantó imperios, hizo temblar reyes, derrocó tiranos, persiguió a salvajes terroristas hasta las mismas puertas del Infierno. [...] El mundo entero nos teme, y en ningún lugar del mundo hay una fuerza como la nuestra”.
Sin embargo, las Fuerzas Armadas estadounidenses modernas son mucho más débiles de lo que la fanfarronería de Trump y el gasto descomunal del Pentágono dan a entender. En todas las guerras importantes que Estados Unidos ha librado desde 1945 –a excepción de la del Golfo–, o bien perdió, o bien no logró cumplir sus objetivos declarados, y parece que a más aumenta el presupuesto de defensa, más se agudiza esa ineficiencia. No hace falta remontarse al fracaso de Vietnam para demostrarlo, ni siquiera a los de Irak o Afganistán: tan sólo un mes antes del desfile, las fuerzas estadounidenses sufrieron una derrota humillante en Yemen, uno de los países más pobres del mundo (ver recuadro).
Armas caras y obsoletas
Los festejos del 14 de junio ofrecen al menos parte de la explicación: el armamento se encuentra obsoleto, lo que trae consecuencias en términos de eficacia en el combate y de pérdidas humanas. En el National Mall, militares y fabricantes presentaron al público una selección de armas, municiones y equipamientos. Por ejemplo, la carabina M4, un modelo anticuado que va a ser reemplazado progresivamente por el fusil M7, en desarrollo desde 2019. Salvo que, como casi todos los nuevos productos que desarrolla el sector de defensa, este es más grande, más pesado, más complicado, menos confiable y más costoso que sus predecesores.
No muy lejos de ahí, la compañía Bell Textron exhibía su MV-75, una reluciente aeronave de rotores basculantes destinada a sustituir a los helicópteros Black Hawk, introducidos en 1979. Bell también es el fabricante de otro avión de rotores basculantes, el Osprey, tan peligroso que su nombre se convirtió en un chiste interno entre los militares. Aunque se prevé que su producción se detenga en 2027, unos 400 vehículos todavía siguen en servicio, sobre todo en el Cuerpo de Marines. Allí, una serie de accidentes empañó un poco más la ya terrible reputación de este avión: uno en Noruega, en marzo de 2022 (cuatro muertos); después en junio en California (cinco muertos); otro en Australia, en agosto de 2023 (tres muertos); y cerca de la costa de Japón, en noviembre del mismo año (ocho muertos). Al día siguiente de esta enésima tragedia, el Pentágono y el gobierno japonés decidieron suspender temporalmente la totalidad de sus respectivas flotas. Sin embargo, durante la exhibición del 14 de junio, el director de Relaciones Gubernamentales de Bell afirmó que el Osprey, que cuesta unos 90 millones de dólares, es más seguro que los otros aviones militares estadounidenses.
También el Ejército está perdiendo helicópteros convencionales (Black Hawk, Apache y Chinook) a un ritmo sin precedentes. En tan sólo dos años, 19 militares perdieron la vida en al menos 24 accidentes, incluido el más letal de la historia de la aviación comercial en Estados Unidos desde 2001: la colisión en el cielo de Washington entre un Black Hawk y un avión regional de pasajeros, el 29 de enero del presente año.
Y después están los vehículos terrestres. Al otro lado del National Mall, se exhibía un tanque Bradley, un vehículo de combate de infantería que está en servicio desde 1981. Pese a sus innumerables puntos débiles (es grande, pesado, ruidoso, llamativo, difícil de maniobrar y cuesta un ojo de la cara), se han gastado miles de millones de dólares intentando desarrollar una alternativa más eficiente, pero, hasta ahora, el gasto ha resultado inútil. Estados Unidos proveyó cientos de tanques Bradley a los combatientes ucranianos, pero muchos de ellos se perdieron inmediatamente en la contraofensiva catastrófica de Zaporiyia en 2023 y, desde entonces, los rusos ya capturaron una buena parte de los restantes.
Una procesión decadente
Por último, llegó el momento de dirigirse a la Constitution Avenue para presenciar el desfile: un recorrido cronológico de la historia militar estadounidense con uniformes y vehículos de época. Después de la Revolución y sus tricornios, o de la guerra de Secesión y sus carretas de suministros, avanzó una compañía de paracaidistas con cascos de acero y botas Pershing para evocar la Primera Guerra Mundial. El conflicto de Vietnam estuvo representado por soldados de la 101ª División Aerotransportada de Fort Campbell, en Kentucky, la otra base estadounidense, junto con Fort Bragg, donde el riesgo de morir por sobredosis es mayor que la media nacional.
Poco después, una cacofonía de guitarras eléctricas anunció uno de los puntos culminantes del espectáculo: el momento en que, tras los atentados terroristas del 11 de setiembre de 2001, las Fuerzas Armadas se lanzaron a una guerra global. Sin embargo, la procesión de vehículos que desfiló era insulsa y anticuada, y dejó en evidencia a qué punto el complejo militar-industrial se está quedando sin ideas, por mucho que nade en dinero o que el Congreso lo consienta. Los tanques Abrams, introducidos en 1980, avanzaban con pesadez, entre un estrépito espantoso de orugas repiqueteando y olor a querosén, mientras algunos soldados saludaban al público desde las escotillas. Otro ejemplo de vehículo caro al extremo y de mantenimiento difícil. No se desempeña bien bajo la lluvia o la niebla y un simple dron recreativo cargado con explosivos puede dañarlo. Los ucranianos prefieren usarlo en posición fija. Detrás de los Abrams venían los Stryker, vehículos blindados de ocho ruedas motrices, que causaron muy mala impresión cuando se los usó por primera vez en Irak. Es un tanque de combate excelente, decían los soldados, siempre que circule sobre calles asfaltadas, sin lluvia, y que no haya combate.
Encorvado en su silla con rostro sombrío, Trump no parecía mucho más cautivado que el público con esta triste procesión. Por su parte, el secretario de Estado, Marco Rubio, bostezaba sin disimulo, con el codo apoyado laxamente en el respaldo de su silla. La multitud se reanimó un poco cuando llegó un pelotón de Boinas Verdes. A diferencia de las formaciones anteriores, de composición tan diversa como el país mismo, los Boinas Verdes son casi todos hombres blancos, altos, de mandíbula dura.
Después de una hora y media, el desfile se apagó sin que nadie pudiera decir exactamente en qué momento terminó. Los votantes de Trump entrevistados durante el día parecían muy poco entusiasmados con el militarismo y la política extranjera del presidente. Es que no son tan ingenuos: saben igual de bien que el resto de la población que las guerras contra el terrorismo fueron un error, que se basaban en mentiras y que resultaron en derrotas muy caras, incluso desastrosas. Pero eso no va a impedir que Estados Unidos siga emprendiendo guerras nuevas, ni que siga perdiéndolas. Pues, como decía Biden en 2024 sobre los ataques que había ordenado en Yemen: “¿Están poniendo freno a los hutíes? No. ¿Estados Unidos va a seguir atacando? Sí”.
Seth Harp, periodista, autor de The Fort Bragg Cartel: Drug Trafficking and Murder in the Special Forces (Viking Press, Nueva York, 2025). Una versión más larga de este texto fue publicada en Harper’s, Nueva York, octubre de 2025. Traducción del inglés: Élise Roy.