La adopción por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el 17 de noviembre, de un plan estadounidense para Gaza muy favorable a Israel representa un éxito diplomático para Tel Aviv. Pero, al mismo tiempo, la causa israelí se está volviendo cada vez más impopular en Estados Unidos, a pesar del poder de su lobby.

La cuestión de Israel está transformando la política estadounidense. Golpea a los dos grandes partidos en una línea de fractura que es mediática a la vez que generacional. Las voces más hostiles al gobierno israelí suelen ser jóvenes, y se informan a través de las redes sociales y los canales de Youtube. Los partidarios de Israel, de más edad, están modelados por una propaganda más tradicional, desde Fox News hasta The New York Times, que dan lugar, desde hace décadas, tanto a los dirigentes demócratas como a los republicanos.

El Congreso de Estados Unidos ilustra esta comunión hasta la caricatura. Un ejemplo: el 2 de febrero de 2021. Ese día, el Senado aprobó, por una mayoría de 97 votos contra tres, que se mantuviera la embajada de Estados Unidos en Israel en la ciudad de Jerusalén. La decisión de trasladarla –antes estaba ubicada en Tel Aviv, como casi todas las demás embajadas– había sido tomada cuatro años antes durante el primer mandato de Donald Trump. Al hacerlo, Trump había roto con el derecho internacional y con la posición de todos sus predecesores desde hacía casi 70 años.

Sin embargo, en febrero de 2021 se decidió continuar con lo anterior, siguiendo las preferencias del gobierno israelí, dado que los demócratas, que habían vuelto al poder, no volvieron a trasladar la embajada. Al menos en este punto, el presidente demócrata Joe Biden siguió la política de su predecesor, incluso si en todo lo demás lo execraba. Algunos años antes, al celebrar en Washington la fiesta nacional israelí, había comenzado su discurso con estas palabras: “Soy Joe Biden y todo el mundo sabe que adoro a Israel”.

Desde entonces, la pasión en sus filas se marchitó. Hubo un momento clave que marcó los ánimos. Este mes de junio, cuando participaba en un debate entre los candidatos demócratas en la municipalidad de Nueva York, Zohran Mamdani, al igual que sus competidores, tuvo que responder a la pregunta (que era una trampa para él) “¿dónde elegiría realizar su primer viaje al exterior como alcalde?”. Nadie ignoraba cuál era el destino esperado. “Primera visita, Tierra Santa”, lanzó Adrienne Adams. Evidentemente, era la respuesta correcta. El gran favorito de las elecciones en aquel momento, el exgobernador de Nueva York Andrew Cuomo, no pudo sino terminar la idea: “Dada la hostilidad y el antisemitismo que existen en Nueva York, iré a Israel”. Whitney Tilson agregó a su vez unas palabras, aunque para decir lo mismo, por supuesto: “Sí, haré mi cuarto viaje a Israel, seguido de mi quinto viaje a Ucrania, dos de nuestros aliados más cercanos que están luchando en el frente de la guerra global contra el terrorismo”. Esta vez, no faltaba nada. El debate parecía bien encaminado, todos los candidatos habían pasado con una buena nota la prueba de los ejercicios que se les imponían.

Entonces llegó el turno de Mamdani: “Me voy a quedar en Nueva York para responder a los habitantes de los cinco distritos”. Las respuestas anteriores no habían suscitado ninguna repregunta. Pero, entonces, una periodista digna de ese nombre decidió ejercer su oficio: “Señor Mamdani, ¿puedo intervenir? ¿Visitaría Israel si fuera electo?”. Visiblemente distraído, el mal alumno repitió que para él lo primero sería Nueva York. La periodista insistió, casi susurrándole la respuesta correcta: “Díganos solamente sí o no. ¿Está a favor de Israel, el Estado judío?”. Mamdani, que había calificado la guerra de Gaza como genocida, no cedió: “Israel tiene derecho a existir, con igualdad de derechos para todos sus ciudadanos”. En el escenario, Cuomo estaba exultante: “¡Respondió que no, que no irá a Israel!”. El exgobernador y exministro de vivienda y urbanismo del presidente Bill Clinton estaba seguro: su competidor musulmán acababa de cometer un error de principiante en una metrópolis donde viven 1.300.000 judíos. Pero era Cuomo quien se equivocaba. Fue derrotado en junio en las elecciones primarias de su partido, y de nuevo el 4 de noviembre en las elecciones generales. Ese día, un tercio de los judíos votaron por Mamdani; el 60 por ciento de los votantes demócratas mencionó su negativa a claudicar –es decir, a viajar a Israel– como motivo de haberlo elegido. “Apoyar los labios en el Muro de los Lamentos” en Jerusalén acababa de convertirse en una marca de sumisión. Oponerse a hacerlo devino una prueba de coraje.

Ahora se observa un cambio idéntico en el bando republicano, en especial en las filas de los militantes trumpistas de “America First” [Estados Unidos primero]. Uno de sus objetivos más detestados es el senador de Carolina del Sur Lindsay Graham. Neoconservador frenético, recuerda a los personajes sureños cínicos y corruptos creados por William Faulkner o Tennessee Williams. Porque a Graham le gustan las guerras –en Irak, Siria, Ucrania, Irán, Gaza, Venezuela, en todas partes– y también le gusta el complejo militar-industrial que financia sus campañas. También es un admirador del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. En un video de marzo de 2024 se lo ve radiante a su lado: “Esta es mi quinta visita desde el 7 de octubre [de 2023]. Mi querido amigo, vine a mostrarle mi apoyo. También estoy aquí para combatir una especie de leyenda sangrienta que afirma que el Estado de Israel utilizaría el hambre como arma de guerra”.

Gerenosidad infinita

El influyente ultraderechista Tucker Carlson, que aborrece a los neoconservadores, se opone a cualquier ayuda estadounidense a Israel y, en general, a cualquier implicación militar de Estados Unidos en Medio Oriente. Difundió ampliamente el video de Graham para desacreditarlo mejor: “Es como un ‘infomercial’. Está haciendo relaciones públicas para una nación extranjera. ¿Ese es su trabajo como senador estadounidense? Cinco meses, cinco visitas a Israel: ¡una visita por mes!”. En noviembre, Graham anunció que será candidato a su reelección para un quinto mandato en 2026; el presidente Trump ya lo apoya. Carlson quiere que muerda el polvo. Apoya a su rival republicano [Paul Dans] en las elecciones primarias.

Incluso con la enorme caja de resonancia de su canal de Youtube y de su talento como polemista, la apuesta de Carlson no está todavía ganada. Porque no es sólo por malevolencia que se calificó al Congreso estadounidense como territorio ocupado israelí. Un lobby poderoso, eficaz y temido, el American Israel Public Affairs Committee (Aipac), es el que marca ahí la ley.1 El resultado es que Israel es el país del mundo que más ayuda recibe de Estados Unidos: 22.000 millones de dólares desde el 7 de octubre de 2023, 112 dólares pagados el año pasado por cada contribuyente estadounidense para equipar al ejército de Netanyahu.

Hasta ahora, esa prodigalidad hacia un Estado cuyo producto interno bruto per cápita es sin embargo similar al de Alemania apenas si fue objeto de debate. En 2016, poco antes de dejar la Casa Blanca, el presidente Barack Obama incluso aumentó el monto de la ayuda prometida a Tel Aviv garantizando a Israel 38.000 millones de dólares para la década 2018-2028. Graham, que entonces dirigía la subcomisión del Senado responsable de distribuir la ayuda exterior, reclamó más, como siempre. Desde el 7 de octubre de 2023, su deseo se satisfizo: Estados Unidos financió el 70 por ciento de la guerra de Gaza.

Aunque copiosas, estas sumas no hacen total justicia a la enormidad de las ayudas estadounidenses a Israel. Para ser completamente exhaustivos, habría que agregar, en efecto, la ayuda de Washington a Egipto (1.400 millones de dólares por año) y a Jordania (1.800 millones de dólares en 2024), dado que les fueron concedidas a ambos países después de que firmaran tratados de paz con Israel –y únicamente porque lo habían hecho–. Su libertad para contrariar a su vecino, a sus guerras y a su patrocinador estadounidense quedó reducida en igual medida. En febrero, cuando se pensaba en vaciar a Gaza de su población para convertirla en una suerte de Riviera, el presidente Trump amenazó con reconsiderar los créditos otorgados a El Cairo y Ammán si ambos países se negaban a recibir definitivamente a una parte de los palestinos expulsados de su territorio.2 En ese mismo momento, exigió al Congreso una partida adicional de 12.000 millones de dólares para el ejército israelí.

Este pozo sin fondo para el contribuyente estadounidense parece estar en las antípodas del proyecto de Trump de hacer devolver lo obtenido a todos aquellos países a los que acusa de haber abusado de la generosidad de Estados Unidos. Esto lleva agua al molino de los defensores –consecuentes, por su parte– de “America First”. Entre ellos, a Carlson, quien, en un debate que lo enfrentó en junio a un influencer proisraelí, afirmó: “Israel no podría existir sin el apoyo de Estados Unidos. Su programa nuclear proviene de Estados Unidos. Su economía está sostenida por Estados Unidos. No estoy atacando a Israel, estoy citando hechos. E Israel lo sabe, por otra parte, y eso explica que cuente aquí con un ejército de lobistas e influencers. Y Bibi [Netanyahu] ya vino dos veces en tres meses”.

Por su parte, Nikki Haley, que junto con Graham encarna el ala neoconservadora del Partido Republicano, afirma en cambio que “no es Israel el que necesita de Estados Unidos, sino Estados Unidos el que tiene necesidad de Israel”. Durante su visita al lugar el 29 de mayo de 2024, unió el gesto a la palabra y escribió, en una bomba destinada a Gaza: “Terminen con ellos, Estados Unidos ama a Israel”. Esto llevó a Carlson y a algunos otros a preguntarse cómo “un país minúsculo e insignificante en sí mismo”, que tiene “el poder económico de Arizona y la población de Burundi”, puede mantener de esta manera a la superpotencia estadounidense en un “estado de intimidación perpetua”.

Particularidades del lobby proisraelí

¿Cómo? En 2007, dos expertos en geopolítica de gran reputación, John Mearsheimer y Stephen Walt, uno profesor en la Universidad de Chicago y el otro en Harvard, propusieron una respuesta en una obra titulada El lobby proisraelí y la política exterior estadounidense.3 El libro causó sensación y escándalo. Su tesis, desarrollada en 500 páginas y cerca de 1.500 notas, se sintetizaba desde las primeras líneas: “El considerable apoyo material y diplomático que Estados Unidos suministra a Israel” no se explica únicamente por “motivos de orden estratégico o moral”. Se debe “en gran parte a la influencia política del lobby proisraelí, un conjunto de individuos y organizaciones que trabajan activamente para orientar la política exterior estadounidense”.

El balance de este trabajo de influencia ya se juzgaba de forma muy negativa en aquella época: “Además de alentar a Estados Unidos a brindar un apoyo más o menos incondicional a Israel, algunos de estos grupos e individuos desempeñaron un rol clave en la definición de la política estadounidense con respecto al conflicto palestino-israelí, en la desastrosa invasión de Irak y en la tensión actual con Siria e Irán”. La política regional de Estados Unidos, contraria a sus intereses, también era “perjudicial para los intereses a largo plazo de Israel”.

Desde hace dos años, esta obra es citada con mucha frecuencia tanto por la derecha como por la izquierda, por los seguidores de Mamdani y por los de Carlson. Y el análisis de los autores desborda hoy muy ampliamente los límites del periodismo de nicho destinado a los militantes políticos y los académicos. Es difundido por youtubers de audiencia extravagante (algunos de sus programas tienen decenas de millones de vistas). Este eco resulta muy inesperado dado que las ideas expuestas por ambos profesores fueron, al inicio, objeto de un ataque masivo. E incluso de censura. Su artículo sobre el tema fue rechazado en 2005 por The Atlantic Monthly, que sin embargo lo había encargado tres años antes. Pero después de haber diseminado los enormes infundios que desembocaron en la guerra de Irak, la revista quizás lamentaba no haber lanzado una investigación para desenmascarar el lobby catarí, ruso o emiratí.

Desde hace unos 20 años, Mearsheimer y Walt insisten en dos particularidades estadounidenses del lobby que estudian. En primer lugar, su solidez y resiliencia, prácticamente sin parangón en la historia de Estados Unidos. En segundo lugar, el hecho de que no debe ser calificado como “lobby judío” (Jewish lobby), ya que incluye una proporción cada vez mayor de cristianos evangélicos. Sin embargo, la especificidad de la relación entre Israel y Estados Unidos es más antigua que el poder de este grupo de presión. El historiador británico Perry Anderson observa, por ejemplo, que Estados Unidos, tras haber velado por no quedar asociado con los imperios coloniales europeos forjados durante los siglos XVIII y XIX, vinculó sin embargo su destino a un país expansionista creado en plena ola de descolonización. Y aumentó el riesgo que asumía al comprometerse a fondo con un Estado nacido sobre una base explícitamente religiosa en una región del mundo donde esa religión era extremadamente minoritaria. “Era difícil imaginar una combinación más inflamable”, sintetiza Anderson.4

Los resultados obtenidos por el Aipac son todavía más notables. Como señala Eric Alterman, uno de los especialistas en la materia, el lobby proisraelí “ejerce su influencia por otros medios que el dinero. Recluta candidatos al Congreso y los ayuda, cuando son elegidos, a encontrar sus asistentes parlamentarios. Redacta los proyectos de ley, organiza las recepciones, los viajes previstos, las conferencias de prensa, y ensucia la reputación de quienes se le oponen. Su poder e influencia crearon en el Capitolio una atmósfera tal que ni siquiera necesita actuar para conseguir lo que quiere. Basta con anticipar su reacción negativa para que se descarten ciertas opciones políticas”.5 Así, el Aipac se jacta en su página web de haber conseguido que Estados Unidos siga aportando miles de millones de dólares en ayuda a Israel, que endurezca sus sanciones contra Irán, que castigue a las empresas que quieran atacar los intereses israelíes y que apoye la guerra contra Gaza hasta el desmantelamiento de Hamas. Un lindo trofeo de caza.

El miedo y el dinero

Sin embargo, desde octubre de 2023, las críticas a esta política se multiplican. Las voces se alzan, o, más exactamente, por fin disponen de medios de difusión para ser escuchadas –podcast, redes sociales–. Porque el carácter todopoderoso del Aipac no apasionaba a la prensa hegemónica, incluso cuando su influencia e injerencias eran evidentes a simple vista, tal como lo cuenta Matt Gaetz, un partidario tan incondicional de Trump que, ni bien este fue reelecto presidente, quiso hacerlo su ministro de Justicia. Cuando uno es miembro de la Cámara de Representantes, recuerda Gaetz, “el liderazgo republicano del Congreso e incluso los presidentes de las comisiones te presionan. Si uno forma parte del Comité de Asuntos Exteriores, de Defensa o de Inteligencia, tiene que participar en los viajes organizados por el Aipac”. Allí se encontró en excelente compañía, ya que desde 2012 más de una cuarta parte de los 4.100 viajes profesionales al exterior de los parlamentarios estadounidenses y sus asistentes tuvieron como destino Israel. Ese número para este único Estado es mayor que el total de visitas del mismo tipo a Canadá, América Latina y África sumadas.6

Una vez en Israel, los parlamentarios son mimados de diversas maneras... “Estaba en el hotel King David –continúa Gaetz– y tuve que volver de forma súbita a mi habitación mientras el resto del grupo participaba en una actividad programada. Me encontré ahí con alguien que decía ser empleado del hotel y estar haciendo un inventario, pero que no tenía nada en las manos para hacerlo”. Porque la pasión de los servicios secretos israelíes por el espionaje no perdona ni a los aliados ni a los donantes de fondos. En sus memorias, [el ex primer ministro británico] Boris Johnson relata, por ejemplo, que, durante una visita a Londres en 2017, el propio Netanyahu habría instalado un sistema de escucha en los baños de su departamento privado.7 Dos años más tarde, un intento similar apuntó a la Casa Blanca; los servicios de inteligencia estadounidenses acusaron entonces a Israel. Pero Trump no reaccionó. Los medios de comunicación estadounidenses, abocados entonces a difundir chismes sobre el “Rusiagate”, despacharon este descubrimiento de un caso de espionaje real en la capital con tono jocoso. El 12 de setiembre de 2019, la periodista de la CBS encargada de los asuntos de seguridad nacional resumió la situación del siguiente modo: “La mayor parte de los responsables estadounidenses con los que hablé esta mañana dicen que es molesto, pero no muy sorprendente, y que además está lejos de ser el peor de los escenarios posibles. Otros servicios de inteligencia extranjeros mucho menos favorables a nosotros quieren saber qué se dice en la Casa Blanca”. Conclusión de la periodista: “Todo el mundo espía. Los adversarios espían a los adversarios, y los aliados espían a los aliados”. En resumen, no era nada grave porque se trataba de Israel.

Gaetz también cuenta que, cuando compareció ante los senadores para conseguir su aval como fiscal general –tuvo que retirar su candidatura tras ser acusado de actos sexuales con una menor–, se asombró por algunas de las preguntas que le formularon los parlamentarios: “¿Cuántos productos israelíes debo tener en mi casa para demostrar que no soy partidario del boicot? Me pregunté por qué un representante de Midwest me haría semejante pregunta cuando no puede ser un aspecto muy importante de lo que sus votantes esperan de un fiscal general”.

Donald Trump durante un acto de campaña en la iglesia evangelista Workship With Wonder, en Powder Springs, en el estado de Georgia (archivo, octubre de 2024).

Donald Trump durante un acto de campaña en la iglesia evangelista Workship With Wonder, en Powder Springs, en el estado de Georgia (archivo, octubre de 2024).

Foto: Ramon Van Flymen, ANP MAG / AFP

El riesgo de desagradar

Los críticos de la política estadounidense en Medio Oriente creen saber la respuesta: el miedo y el dinero. Ya en 1982, el lobby proisraelí demostró que podía castigar a quienes no compartían sus opciones. Ese año hizo derrotar al congresista en ejercicio, Paul Findley, culpable de haberse reunido con Yasser Arafat, presentando y apoyando a un candidato en su contra. Dos años después, otro representante electo republicano de Illinois, Charles Percy, quien presidía el Comité de Asuntos Exteriores del Senado, tuvo también que morder el polvo cuando el Aipac financió sucesivamente a un candidato republicano en su contra en las elecciones primarias y después a un candidato demócrata en las elecciones generales. Los dos representantes electos que eran críticos con Israel desaparecieron así de la escena política. Findley aprovechó su descanso obligado para escribir un libro que relata su desventura.8

Durante las últimas elecciones legislativas de noviembre de 2024, el Aipac invirtió 45,2 millones de dólares, un récord histórico, la mitad de los cuales se destinó a derrotar a dos diputados progresistas, Jamaal Bowman en Nueva York y Cori Bush en Misuri. Ambos habían dado un paso en falso al ser los primeros en reclamar un cese del fuego en Gaza. En el Congreso actual, 349 de los representantes electos, es decir, el 65 por ciento de los miembros, recibieron dinero de alguno de los grupos –Aipac, Anti-Defamation League, United Democracy Project– que forman el lobby proisraelí.9 Los candidatos demócratas fueron más consentidos por el Aipac (58,6 por ciento del total) que sus adversarios (38,5 por ciento).10 El presidente republicano de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, recibió 654.000 dólares; el neoyorquino Hakeem Jeffries, presidente del bloque demócrata en la misma cámara, recibió 933.000 dólares. Si bien pidió votar a favor de Mamdani, fue apenas una semana antes de las elecciones, y lo hizo como yendo al matadero. Su homólogo en el Senado, Charles Chuck Schumer, también neoyorquino y financiado por el Aipac, prefirió no hacer saber su inclinación.

Interna republicana en llamas

Para el Partido Republicano el problema es todavía más serio que para los demócratas. El enfrentamiento, violento, opone dos tendencias irreconciliables, que se califican fácilmente como traidores o neonazis. Los primeros, más nacionalistas, más jóvenes, se ofuscan porque su presidente defiende la causa de Netanyahu; los segundos se niegan a ser sospechados ahora de doble lealtad, es decir, de querer sustituir MAGA (Hacer a Estados Unidos grande de nuevo, por sus siglas en inglés) por MIGA (Hacer a Israel grande de nuevo). A sus ojos, ambas luchas son, en efecto, indisociables, a veces incluso por razones religiosas: “Si Estados Unidos abandona a Israel, Dios nos abandonará”, truena el senador Graham al intentar convencer a sus fieles protestantes. “Entré en el Congreso con la intención declarada de ser el principal defensor de Israel en el Senado”, admitió su colega Ted Cruz en una entrevista con Tucker Carlson, para quien esta admisión en sí misma era escandalosa.

A fuerza de haber sido usada en exceso, la acusación de antisemitismo perdió valor. Cuando los judíos estadounidenses se distancian de Israel (ver recuadro) y la causa de ese Estado es ahora abrazada con pasión por los cristianos evangélicos, la maniobra se vuelve demasiado grosera. Sin embargo, incluso el carácter monolítico de los evangélicos se está agrietando. La prueba está en Charlie Kirk, asesinado el 10 de setiembre. Muy popular entre la juventud ultraconservadora, cristiana, masculina y blanca, consentido por el lobby proisraelí, se dedicaba con éxito a difundir su fe y sus opiniones en las universidades estadounidenses. Sin embargo, bastó con que expresara sus dudas sobre la política estadounidense en Medio Oriente e invitara a Tucker Carlson a exponer sus convicciones aislacionistas, así como su odio hacia Netanyahu, para que él también fuera etiquetado de antisemita, y para que su organización, Turning Point USA, perdiera el apoyo de varios importantes donantes judíos. En una galaxia trumpista donde reina la obsesión por los complots, el posterior asesinato de Kirk fue atribuido, sin prueba alguna, a los servicios secretos israelíes. Lo viral de la acusación llevó a Netanyahu a desmentirla de inmediato en un podcast, imputándola a “rumores repugnantes quizás financiados por Qatar”, y a cubrir de elogios al nuevo mártir de la juventud republicana, “un corazón de león y amigo de Israel”. Exudando insinceridad, esta actuación no hizo más que aumentar las sospechas que pretendía disipar.

Escollos y sobreactuación

El llamado “caso Epstein” no mejoró la situación. El suicidio en prisión, considerado sospechoso, del multimillonario Jeffrey Epstein, su presunto papel como agente o informante del Mossad, sus contactos y amistades en la alta sociedad, desde Clinton hasta Trump, y la reticencia a hacer públicos los archivos que lo involucraban, reforzó la imagen de una clase política más sensible a las presiones y maquinaciones de un lobby extranjero que a los intereses del pueblo estadounidense. El actual inquilino de la Casa Blanca, que hubiera querido enterrar el asunto (en el que está implicado, como muchos otros), tuvo que dar marcha atrás para contener la rebelión de sus bases. Ya no lo critican sólo por su cercanía con Israel, sino también por sus esfuerzos por encarrilar a los medios de comunicación, incluido Tiktok, cuando difunden declaraciones o imágenes que critican a ese Estado.

La razón invocada en este tipo de casos es el “discurso de odio”, el antisemitismo. Carlson dejó un flanco expuesto para esto al invitar al podcaster Nick Fuentes, muy apreciado por un público de jóvenes hombres blancos iracundos, en general solitarios y asociales, a su programa. Fuentes se descubrió trumpista a los 18 años. Desde que dejaron de ser censuradas en redes sociales, sus diatribas, en general misóginas, racistas y antisemitas, se sucedieron sin llamar demasiado la atención. Hace tres años, Trump incluso lo invitó a almorzar en Mar-a-Lago [residencia privada “de invierno” de Trump, ubicada en Palm Beach, Florida] en compañía del rapero Kanye West. Pero ahora que Fuentes se consagra cada vez más a criticar a Israel, suenan las alarmas en las filas republicanas. Ahí se decía, como en otros países, que el “nuevo antisemitismo” proliferaba sobre todo en la izquierda bajo la bandera palestina, pero el antisemitismo de viejo cuño sigue muy vivo en las orillas del propio bando. Sacudido por un huracán de críticas, Carlson respondió que él era periodista y daba la palabra a quienes no necesariamente pensaban como él, y que él mismo, por su parte, había rechazado el vínculo entre el lobby proisraelí y la “comunidad judía mundial”. Y en cuanto a ofrecerle a Fuentes una plataforma con muchos seguidores, respondió que él ya tenía la suya.

El espanto y el pánico moral de algunos republicanos proisraelíes están tanto más sobreactuados cuanto que quienes los expresan son a veces cercanos a una retórica exterminadora, aunque dirigida contra los árabes. “Creo que estuvo bien que Estados Unidos lanzara dos bombas nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki para frenar una amenaza existencial”, declaró por ejemplo Graham el año pasado. “Le digo a Israel: hagan lo necesario para sobrevivir como Estado judío” (NBC, 14-5-2024). Ahora bien, no se trata del exceso neonazi de un youtuber, sino de la declaración genocida de un senador. Un senador lo suficientemente poderoso y respetado como para que el Quai d’Orsay [sede de la diplomacia francesa] y la Unión Europea colaboren con él en la cuestión de Ucrania.

Después de haber sido capturado por Trump en 2016, y luego reunificado en devoción a su nuevo campeón, el Partido Republicano vive una nueva crisis de gravedad. La fracción neoconservadora del partido, a la que pertenecen tanto Graham como el secretario de Estado, Marco Rubio, esperaba que la salida del actual presidente al término de su mandato le permitiera recuperar cierta tranquilidad ideológica si volvía al ruedo el partido reaganiano de antaño. La aversión en aumento que inspira Israel, incluso dentro de las filas ultraconservadoras, le complica la tarea. El vicepresidente James Davis Vance, más cercano a las ideas de Carlson, se siente incómodo por su radicalización y su popularidad, ya que no puede desviarse de la “línea” fijada por Trump respecto de la cuestión de Medio Oriente.

Consenso demócrata

Del lado demócrata, las cosas son más simples. La política proisraelí de Clinton, Obama y Biden ya no tiene apoyo popular. El senador John Fetterman, quien todavía la sostiene, admite que “me está haciendo correr el riesgo de costarme el escaño”. Los posibles candidatos a las próximas elecciones presidenciales –Pete Buttigieg, Gavin Newsom y Cory Booker, por ejemplo– saben que es políticamente tóxica y farfullan su vergüenza cuando se los interroga al respecto. Hay parlamentarios demócratas que están renunciando al apoyo del Aipac. Uno de ellos, el representante por Massachusetts Seth Moulton, llegó incluso a anunciar, el 16 de octubre, que reembolsaría todas las donaciones que había recibido de este lobby. Incluso los “viajes de estudio” a Tierra Santa con todos los gastos pagos para los nuevos representantes electos demócratas atraen dos veces menos candidatos.11

Sin embargo, desde el momento en que Israel sigue dependiendo de Estados Unidos, estas defecciones no son necesariamente una buena noticia para los palestinos a corto plazo. Netanyahu y sus aliados podrían deducir, en efecto, que la carta blanca que Washington les dio durante más de siete décadas bien podría expirar en tres años. Y que, por lo tanto, tienen que terminar de manera acelerada su realización del Gran Israel.

Serge Halimi, integrante de la redacción de Le Monde diplomatique. Director del periódico entre 2008 y enero de 2023. Traducción: Merlina Massip.

Cifras que se invierten

Una causa radiactiva

El presidente Donald Trump posee un talento conmovedor para exponer el estado de corrupción de la democracia estadounidense. Dos meses antes de su reelección, se dirigió al Israeli American Council en presencia de Miriam Adelson. Nacida en Israel, donde vivió toda la primera parte de su vida antes de conocer a su esposo estadounidense, el multimillonario y magnate de casinos Sheldon Adelson, fallecido en 2021, es hoy en día, por lejos, la mayor proveedora de fondos de Trump. El 19 de setiembre de 2024, Trump evocó en su presencia lo que había sido su política en Medio Oriente durante su primer mandato: “Reconocí la soberanía israelí sobre los Altos del Golán. Miriam y Sheldon venían a la Casa Blanca, probablemente con más frecuencia que cualquiera, descontando a los que trabajan ahí. Y cuando yo les daba algo para Israel, inmediatamente reclamaban algo más. Y yo les decía: ‘¡Denme dos semanas, por favor!’. Pero les concedí los Altos del Golán, que ellos dudaban en pedirme. Ni siquiera Sheldon había tenido el tupé de pedírmelos. ¿Y saben qué? Un día le dije a David Friedman [entonces embajador de Estados Unidos en Israel]: ‘Dame una lección rápida sobre el Golán, de cinco minutos como máximo’. Lo hizo. Y yo dije: ‘Bueno, vamos’. En un cuarto de hora todo estaba solucionado”.

Poco antes, Trump había ofrecido a la pareja otro regalo, al concederle a la señora Adelson la medalla presidencial a la libertad, la mayor distinción estadounidense que se puede otorgar a un civil. ¿Quién se habría atrevido a cuestionar los méritos de una pareja que había desembolsado 200 millones de dólares para el Partido Republicano desde 2012? Dado que la viuda gastó un poco más de la mitad de esa cantidad sólo en 2024 para lograr la reelección de Trump, bien podría lograr, algún día, que este acepte la anexión de Cisjordania.

Sin embargo, tal decisión se enfrentaría a dos obstáculos en el frente interno: la opinión pública en sentido amplio, pero también los youtubers por los que se vuelven locos los jóvenes republicanos. Del lado de la opinión pública, las cosas son simples. Los esfuerzos del Aipac ya no servirán para nada: la causa de Israel se volvió radiactiva en Estados Unidos. Su accionar en Gaza es desaprobado por el 60 por ciento de los estadounidenses, en comparación con el 32 por ciento que lo apoya. Y por primera vez desde que se les planteó esta pregunta (en 1998), más estadounidenses apoyan a los palestinos que a los israelíes. Un cambio similar se observa entre los millones de judíos del país. En junio de 2013, el 30 por ciento consideraba que Estados Unidos no apoyaba lo suficiente a Israel; el 10 por ciento juzgaba, por el contrario, que ese apoyo era excesivo. Las cifras se invirtieron: un 20 por ciento se pronuncia por la primera opción; un 32 por ciento, por la segunda (The Washington Post, 4 de octubre). Una minoría significativa de judíos estadounidenses (39 por ciento) cree ahora, incluso, que el ejército israelí ha estado cometiendo un genocidio en Gaza.


  1. Ver “Le poids du lobby pro-israélien aux États-Unis”, Le Monde diplomatique, agosto de 1989, y “Creciente influencia israelí en las decisiones de la Casa Blanca”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, julio de 2003. Ver también Alain Gresh, “Cómo espía Israel a ciudadanos estadounidenses”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, setiembre de 2018. 

  2. Zolan Kanno-Youngs y Shawn McCreesh, “Trump Says He May Cut Aid to Jordan and Egypt if They Don’t Take Gazans”, The New York Times, 10-2-2025. 

  3. John J Mearsheimer y Stephen M Walt, Le Lobby pro-israélien et la politique étrangère américaine, La Découverte, París, 2007. 

  4. Perry Anderson, Comment les États-Unis ont fait le monde à leur image. La politique étrangère américaine et ses penseurs, Agone, Marsella, 2015. 

  5. Eric Alterman, “The coming Jewish civil war over Israel”, The New Republic, Nueva York, mayo de 2025. 

  6. Aidan Hughes, Cait Kelley y Daryl Perry, “Members of Congress have taken hundreds of AIPAC-funded trips to Israel in the past decade”, The Howard Center for Investigative Journalism, 1-11-2024. 

  7. Boris Johnson, Indomptable, Stock, París, 2024. 

  8. Paul Findlay, They dare to speak out. People and Institutions Confront Israel’s Lobby, Lawrence Hill, Nueva York, 1983. 

  9. Hafiz Rachid, “Aipac Spent a Record Amount on the 2024 Election”, The New Republic, 8-1-2025. 

  10. Andrew Cockburn, “Playing Dead”, Harper’s Magazine, Nueva York, agosto de 2025. 

  11. Annie Karni, “Democrats Pull Away From AIPAC, Reflecting a Broader Shift”, The New York Times, 2-10-2025.