Israel ha perdido el apoyo de la opinión pública estadounidense. Consciente del peligro, el primer ministro Benjamin Netanyahu anunció la apertura de un “octavo frente”, “la batalla por la verdad”, con el fin de reconquistar los corazones y las mentes.1 Israel nunca había descuidado este terreno, pero sus esfuerzos se habían concentrado en los medios tradicionales. Sin embargo, como explicó Netanyahu durante un encuentro con influencers estadounidenses en Nueva York el 26 de setiembre, “las armas cambian con el tiempo. [...] Lo más importante hoy son las redes sociales”.
Eludiendo la censura, las plataformas Instagram, TikTok, X, Facebook o YouTube han visto circular miles de mensajes y videos que no repiten el discurso oficial. Periodistas independientes, testimonios de palestinos, imágenes de cuerpos mutilados: cuando los ciudadanos se informan de otra manera, les cuesta admitir que todo está permitido en nombre del “derecho de Israel a defenderse”.
Tel Aviv decidió retomar el control. Encargó a la empresa Clock Tower X que inunde las redes sociales estadounidenses con contenidos “calibrados para la generación Z”. Esta agencia también debe crear una miríada de sitios web destinados a orientar las respuestas de ChatGPT o Grok. Influencers, remunerados hasta con 7.000 dólares por publicación, completan la operación de lavado de imagen.
Pero también hay que hacer desaparecer lo que la gente ya no debe ver. Todo es entonces cuestión de algoritmos. En cuanto a X, Netanyahu no se preocupa (“Elon [Musk] es un amigo; vamos a hablarle”). El problema sería con TikTok. Propiedad de una empresa china pero utilizada como fuente de información por cuatro de cada diez jóvenes estadounidenses, se la acusa de favorecer los contenidos propalestinos. En realidad, como demostró una investigación de The Washington Post,2 si estos contenidos son más visibles que las publicaciones proisraelíes en TikTok, es simplemente porque los usuarios producen 17 veces más. No importa: los defensores de Israel ven en ella “un Al Jazeera con esteroides”, un “fentanilo digital fabricado por China”, una máquina para “lavar el cerebro de los jóvenes estadounidenses mostrándoles videos de la carnicería en la Franja de Gaza”. Un estadista incluso calculó que pasar 30 minutos al día en la red aumentaba en un 17 por ciento las posibilidades de ser antisemita.
El amigo americano
Afortunadamente, Netanyahu puede contar con su amigo Donald Trump. El presidente de Estados Unidos acaba de validar la posible toma de control del 80 por ciento de TikTok USA por un consorcio liderado por Larry Ellison, segunda fortuna mundial y principal mecenas privado del Ejército israelí. En Oracle, su empresa, que proporciona especialmente los centros de datos y las infraestructuras de vigilancia utilizadas por las autoridades israelíes, su postura es clara: “Si los empleados no están de acuerdo con nuestra misión de apoyar al Estado de Israel, quizás esta no sea la empresa adecuada para ellos” (según la exdirectora general Safra Catz). Ellison sueña con cubrir el espacio público con cámaras cuyos flujos serían analizados en tiempo real por inteligencia artificial. Así, explica, “los ciudadanos adoptarán su mejor comportamiento porque todo será grabado y analizado”.
Al apoderarse de TikTok, Ellison pondría sus manos sobre una mina colosal de datos personales, sociales, culturales y políticos. Lo suficiente para permitir un bloqueo más eficaz del debate público estadounidense. A menos que la generación que había entreabierto la ventana de la información se niegue a que se vuelvan a cerrar las persianas. Y vaya a ver a otra parte.
Benoît Bréville, director de Le Monde diplomatique (París). Traducción: Redacción de Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.