Con escasa población y baja tasa de natalidad, el pequeño reino de Bután se encuentra al borde de la desaparición por la constante migración de su juventud. Pese a “venderse” en el extranjero como el país de la felicidad, enfrenta dificultades para generar empleos bien pagos y divisas. Ante la crisis, explora alternativas insospechadas.
Hace 50 años, era un pequeño pueblo de montaña rodeado de campos; hoy, la urbanización ha llegado al fondo del valle, cuyas laderas siguen cubiertas de bosques. Timbu sigue siendo una ciudad tranquila. La capital de Bután, con 150.000 habitantes, no tiene nada que ver con las bulliciosas metrópolis asiáticas. Recién construidos, los edificios de cinco pisos absorben sin dificultad a los nuevos habitantes que llegan del campo y del este del país. Sus fachadas recuperan algunos elementos de la arquitectura tradicional (madera en las ventanas, pinturas murales). No hay ningún cartel publicitario llamativo a lo largo de la ruta de cuatro carriles que atraviesa la aglomeración. Pocas franquicias internacionales han conseguido autorización para instalarse aquí. En cambio, hay carteles que anuncian una jornada de promoción de estudios en Australia organizada por una de las principales empresas de inversión en el extranjero, un sector en pleno auge. Porque Bután se está quedando sin población.
En 2024, el rey Jigme Khesar Wangchuck hizo su primera visita oficial a Australia, con la esperanza de que sus compatriotas regresaran de un país que había atraído a casi el 1,5 por ciento de la población butanesa durante el año anterior. En un estadio de Perth, 20.000 butaneses acudieron a escucharlo, vestidos con la ropa tradicional: el gho, una túnica larga hasta las rodillas, para los hombres; una falda larga de colores vivos combinada con un saco de seda, la kira, para las mujeres. El driglam namzha, el protocolo que rige el comportamiento, sigue muy arraigado entre los exiliados. ¿Responderán a la invitación real?
Felicidad Nacional Bruta
La emigración butanesa se ha acelerado desde la pandemia de covid-19: se calcula que al menos 50.000 personas han abandonado el reino, lo que supone algo más del seis por ciento de la población. Hace un siglo que los butaneses parten al extranjero para formarse –sobre todo a India, pero también a Bangladesh y Sri Lanka– gracias a becas públicas cuya obtención implicaba regresar al país. Ahora, la mayoría de quienes aspiran a irse financian ellos mismos sus estudios en el extranjero, normalmente mediante préstamos. Después se quedan en el país de destino para trabajar allí. El fenómeno se está masificando y el Estado ya no controla el éxodo de esta población joven y con estudios. El primer ministro, Tshering Togbay, califica el fenómeno de “crisis existencial” para su país (CBS, 17 de noviembre de 2024).
Togbay nos recibe en su despacho revestido de madera en el Parlamento. “Es posible que Bután se quede vacío”, se preocupa. Atrapado entre India y China, y sus respectivas poblaciones de aproximadamente 1.400 millones de personas, Bután se siente amenazado. Aunque la población está aumentando gracias a una mejora considerable de la esperanza de vida –de 595.000 habitantes en 2000 a 789.000 en la actualidad–, el país no puede confiar en su natalidad, con una tasa de fecundidad que ahora es inferior a dos niños por mujer. Este éxodo que sufre Bután no se corresponde con la imagen de la que goza en la escena internacional desde que se instauró el índice de felicidad nacional bruta (FNB), centrado en el bienestar de la población más que en el mero crecimiento económico.
El cuarto rey, Jigme Singye Wangchuck, habría concebido la idea en 1972, cuando un periodista indio le preguntó por el producto interno bruto (PIB) de su país –una pregunta que sin duda no pudo responder al no disponer de estadísticas nacionales fiables–. Pero, tanto a nivel interno como externo, el FNB se convirtió en la piedra angular de la política butanesa a principios del siglo XXI, con su inclusión en la Constitución de 2008, cuando el rey Jigme Singye Wangchuck abdicó en favor de su hijo e instauró la democracia: el reino celebró sus primeras elecciones por sufragio universal tras un siglo de monarquía absoluta.
Ese mismo año, la Comisión de Planificación Quinquenal, creada en 1961, pasó a denominarse Comisión del FNB. Esta comisión examina minuciosamente todas las decisiones de políticas públicas con el fin de evaluar su efecto sobre el bienestar de la población. La felicidad nacional bruta se basa en cuatro pilares: la buena gobernanza, el desarrollo socioeconómico sostenible, la preservación y promoción de la cultura, y la conservación del medioambiente. Un índice elaborado en la década de 2000 evalúa el cumplimiento de estos objetivos a través de 72 indicadores y 151 variables. “Hemos convertido la idea del rey en un cuestionario”, explica Karma Ura, un alto funcionario graduado en Oxford encargado de conceptualizar el FNB. En la actualidad preside el Centro de Estudios de Bután e Investigación sobre la Felicidad Nacional Bruta, ubicado en un edificio con una alta fachada de piedra y cristal, en el corazón de un valle arbolado a las afueras de Timbu. El betel que mastica [hoja de la familia de la pimienta], como muchos butaneses, le deforma la mejilla y tiñe sus encías de rojo. El olor animal que desprende la nuez de areca impregna el país, mezclado con las volutas de incienso.
Ura vivió la edad de oro del FNB. The New York Times le dedicó un perfil en el que lo presentaba como “uno de los mayores expertos mundiales en felicidad” (17 de enero de 2017). Bután se ganó entonces el mote de “país de la felicidad”, aunque la expresión equivalente al FNB en el idioma nacional, el dzongkha, no prendió. El historiador butanés Karma Phuntsho incluso relata que su parecido con un nombre femenino induce cierta confusión: “Entrevistado por un periodista de la radio [sobre el FNB], un hombre respondió: ‘Por lo que he oído, debe ser muy bella. Pero aún no la he conocido’”.1
La situación es diferente en el extranjero, donde el reino aprovecha el tema para forjarse una identidad en la escena internacional. Bajo el mandato del primer líder electo del país, Jigme Thinley (2008-2013), la “felicidad butanesa” se convirtió incluso en un instrumento de soft power. En 2012, “Bután patrocinó dos resoluciones en la Asamblea General de las Naciones Unidas que dieron lugar a la creación de un Día Internacional de la Felicidad”, relata Thierry Mathou, embajador de Francia en India y especialista en su pequeño vecino.2
Más allá de la apariencia, la inclusión del FNB en la Constitución del país debe prolongar el cambio que se produjo en la década de 1960 con la adopción de un nuevo modelo de desarrollo y los primeros instrumentos de planificación quinquenal. En ese entonces, Bután no tenía rutas transitables. Las escuelas y los médicos se podían contar literalmente con los dedos de las manos. Hoy en día, la alfabetización alcanza el 98 por ciento entre los jóvenes y el 72 por ciento entre el conjunto de la población. La enseñanza es gratuita y se imparte en inglés y en dzongkha. Se han erradicado enfermedades como la lepra, el bocio y la poliomielitis. La esperanza de vida al nacer es de 75 años, cuatro años más que la media mundial. Este país montañoso puede presumir de tener un territorio electrificado al 100 por ciento y una cobertura digital perfecta. El 13 de diciembre de 2023, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó estos cambios en una resolución que sacaba a Bután de la categoría de países menos desarrollados.
Cómo evitar el éxodo
Sin embargo, el país se enfrenta a nuevos problemas. El deshielo de los glaciares del Himalaya amenaza con engullir valles enteros. La gente suele acumular varios trabajos para llegar a fin de mes, como el chofer de uno de los ministros del gobierno, que también trabaja como taxista. Una práctica habitual entre los funcionarios, afirma. Los jóvenes graduados no encuentran trabajo y hacen las valijas. ¿Este éxodo significa un fracaso? Al contrario, responde el primer ministro. Tshering Togbay considera la salida masiva de jóvenes butaneses como “un efecto colateral” del éxito del país. “En una generación, a lo largo de mi vida, hemos pasado de una sociedad medieval a una sociedad moderna. Nuestros hijos se han beneficiado de un sistema sanitario gratuito y de una educación gratuita y de calidad. Nuestra juventud puede comunicarse en un idioma internacional como el inglés y puede conseguir trabajo, en especial en Australia. De cierta manera, es un resultado que supera nuestras expectativas”.
Pero Bután está evolucionando su modelo. En 2022, la Comisión del FNB se disolvió y la planificación se repartió entre varias instancias gubernamentales. La evaluación de las políticas públicas según el FNB ya no se lleva a cabo. “Las principales críticas procedían del sector empresarial, industrial y comercial. Consideraban que el indicador era demasiado estricto, demasiado restrictivo, y se quejaban de que complicaba los negocios”, cuenta Ura desde su gran centro de estudios, terminado en 2017 y hoy vacío. Ya casi nadie pasa por la Puerta del Intelecto, un arco de madera pintada instalado en la explanada. Los libros de la Biblioteca de la Mente, el Cuerpo y la Salud, cerrada hasta nuevo aviso, acumulan polvo. Ura centra ahora sus investigaciones en el budismo e intenta cuantificar los efectos de la práctica meditativa.
Por su parte, el primer ministro afirma que “es urgente” actuar. “Estos empleos australianos, incluso los trabajos subalternos, pagan mucho más de lo que se puede ganar aquí. Evidentemente, mucha gente quiere irse al extranjero. La única solución para nosotros es crear aquí empleos que sean competitivos con los de Australia”. El plan quinquenal de 2024-2029 tiene como objetivo impulsar a Bután a la categoría de país de altos ingresos para 2034. Se basa en el retorno del buen viejo PIB y su duplicación, gracias a un crecimiento de alrededor del 11 por ciento durante el período –un nivel que no se ha alcanzado desde 2010–.
No será fácil. La pandemia de covid-19 ha afectado gravemente el turismo, uno de los pilares de la economía. Desde su introducción en 1974, tras un período de cierre del reino a los visitantes extranjeros, se convirtió en la segunda fuente de divisas extranjeras después de la energía hidroeléctrica vendida a India. También es uno de los principales generadores de empleo, junto con la agricultura y el sector público. Gestionado por el Estado en sus inicios, el sector está ahora en manos de operadores privados. Queda la tasa turística, que actualmente es de 100 dólares la noche, recaudada directamente por Timbu. Estas “tarifas de desarrollo sostenible” –denominación oficial– proporcionaban al gobierno varios millones de euros de ingresos anuales. La fuente se secó de forma brusca en marzo de 2020, cuando la economía se desplomó un diez por ciento. Bután no volvió a abrir sus puertas a los turistas hasta setiembre de 2022, y no logró recuperar los niveles de afluencia anteriores a la pandemia.
Reino de las bitcoins
Desde una de las principales rutas del país, entre el valle de Paro y el que se extiende por la capital, un pequeño puente cruza un río. Está cubierto de banderas de oración multicolores que ondean al viento. En la otra orilla, una ruta serpentea a lo largo de una ladera mineral, sin vegetación. Este lugar debía albergar la Ciudad de la Educación, un proyecto abandonado en 2014. Ahora se encuentra allí la principal fábrica de minería de bitcoins del país. No hay ningún cartel que lo indique. Solamente los postes eléctricos y los cables que trepan por la montaña pelada sugieren que detrás de la línea del horizonte se desarrolla una actividad que consume mucha energía.
La prensa económica estadounidense reveló en 2023 que Bután poseía importantes reservas de criptoactivos.3 El reino tendría actualmente alrededor de 13.000 bitcoins, cuyo valor en dólares supera los 1.000 millones. Esto lo convierte en la quinta reserva estatal de bitcoins del mundo, después de Estados Unidos, China, Reino Unido y Ucrania. Y una suma considerable para Bután, equivalente a más de un tercio de su PIB anual. Las actividades de minería, que habrían comenzado en 2019, son responsabilidad de Druk Holding & Investment, la empresa pública de inversión del reino, que explota diferentes empresas estatales. Su director, Ujjwal Deep Dahal, un antiguo ingeniero hidroeléctrico, se mantiene discreto sobre los detalles de estas operaciones, pero no tiene ningún problema en compartir la motivación profunda de esta actividad. “Siempre hemos querido añadir valor a nuestra energía hidroeléctrica, en lugar de venderla en bruto”. Bután realizó sus primeras ventas de bitcoins en 2024, consiguiendo varias decenas de millones de dólares y experimentando una nueva manera de obtener divisas extranjeras.
Hélène Ferrarini, enviada especial, periodista. Traducción: Emilia Fernández Tasende.
Un proyecto real
“La ciudad de la plenitud mental”
El 17 de diciembre de 2023, día de la fiesta nacional, el rey de Bután, Jigme Khesar Wangchuck, anunció la creación de una zona administrativa especial en Gelephu, en el sur del país, en la frontera con India. Este territorio de llanura subtropical de 2.500 kilómetros cuadrados debe resolver las dificultades del país atrayendo inversiones extranjeras en sectores como la salud, la educación, las tecnologías, la economía aeroportuaria y las finanzas. Presentada como uno de los pilares económicos de la futura ciudad, salpicada de templos y centros de meditación, la espiritualidad ocupará un lugar central. Los monasterios budistas de Bután han sido de los primeros en aportar fondos para sostener el proyecto real.
La zona se denomina “la ciudad de la plenitud mental” (Gelephu Mindfulness City o GMC), por el nombre de un tipo de meditación budista, hoy muy en boga en todo el mundo. “Estamos tratando de crear un hub económico y financiero”, resume Rabsel Dorji, miembro del equipo que el rey ha constituido para diseñar y promover esta zona. “Trabajamos como una start up, dirigida por Su Majestad”. La legislación financiera se inspirará en la vigente en Singapur y Abu Dabi. “Queremos que los inversores se sientan cómodos. Son referencias de gran calidad y fiables –se congratula Dorji desde el opulento salón de uno de los hoteles más lujosos de Timbu–. Creemos que, durante la próxima década, India y el subcontinente estarán realmente listos para el crecimiento y el desarrollo. Estamos estratégicamente muy bien situados y conectados con Medio Oriente, así como con el sur y el Sudeste Asiático”.
GMC también puede considerarse una forma de que Bután siga atenuando el control de Nueva Delhi, al tiempo que continúa movilizando capital indio. Entre otras infraestructuras previstas, un aeropuerto internacional conectará el reino con el resto del mundo. El pequeño aeropuerto internacional de Bután, ubicado en el valle de Paro, a 2.200 metros de altitud, donde los aterrizajes se realizan a vista, sólo conecta el reino con un puñado de destinos de la subregión. India, que ve con buenos ojos el proyecto, ya previó empalmar su red ferroviaria a Gelephu. Proporcionará la mayor parte de la mano de obra y los materiales. Los grupos indios Reliance y Adani han expresado su deseo de invertir en la futura ciudad.
“La ciudad de la plenitud mental” contará con su propia moneda, respaldad por el oro, y ya no por la rupia india, como ocurre con el ngultrum, la moneda butanesa. “No estamos limitados por nada de lo que ocurra en el resto del país”, se regocija Dorji.
Los desarrolladores de Gelephu esperan que “en un plazo de siete a diez años se instalen entre 100.000 y 150.000 personas, tanto butaneses como expatriados internacionales”, y sueñan con una ciudad de uno o dos millones de habitantes a largo plazo. ¿Cuál será su nacionalidad? “¡Es una buena pregunta! Todavía lo estamos pensando”, admite Dorji. ¿Y su representación política? “De momento tenemos un director general, que es de Singapur. Todos los miembros del consejo de administración son no butaneses, a excepción del rey. Lo fundamental es que Su Majestad estará allí. El próximo rey también”, explica.
El monarca hizo su anuncio durante la campaña para las elecciones legislativas de Bután y los dos partidos políticos en disputa apoyaron inmediatamente el proyecto real. “Esto no sería posible en ningún otro país del mundo. Y aquí es posible porque la visión de Su Majestad el Rey cuenta con la aceptación, el respaldo y el apoyo de todos los ciudadanos de Bután”, asegura el primer ministro, Tshering Togbay.
En las clases de historia que se imparten a los jóvenes butaneses, cada reinado se asocia a grandes logros. Jigme Khesar Wangchuck, de 45 años, se había mantenido aparentemente al margen de la gestión política del país hasta el lanzamiento de “la ciudad de la plenitud mental”. El proyecto está pensado a escala de su reinado. Los promotores de Gelephu asumen que durante un tiempo esta zona administrativa especial y el resto del país tomarán trayectorias diferentes. La fórmula difundida describe “un país, dos sistemas”. El objetivo es que en 40 años se produzca la reunificación del país bajo un mismo sistema. ¿Cuál? Nadie lo sabe.
HF. Traducción: Emilia Fernández Tasende.
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Karma Phuntsho, The History of Bhutan, Penguin, Londres, 2013. ↩
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Thierry Mathou, Le Bhoutan. Royaume du Bonheur National Brut. Entre mythe et réalité, L’Harmattan, París, 2013. ↩
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Sarah Emerson y Iain Martin, “The tiny kingdom of Bhutan secretly held millions of dollars in cryptocurrency”, Forbes, Nueva York, 15-4-2023. ↩