¿Funcionamos o existimos? Una respuesta a la colonización algorítmica. Miguel Benasayag. Prometeo; Buenos Aires, 2024. 102 páginas, 890 pesos.

Las utopías se hundieron, una a una, y estamos en el centro mismo de una época oscura y hemos perdido lo que podríamos pensar como un horizonte superador. La repetida frase de Antonio Gramsci “El viejo mundo se muere; el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro surgen los monstruos” se revela como un buen diagnóstico. La pérdida de futuro ha instaurado una suerte de inmediatez permanente que vacía el presente de su sustancia. Este nuevo formateo de nuestras vidas, la liquidación de múltiples dimensiones de la existencia, esta desregulación de los ritmos biológicos tanto como de los culturales se lo debemos a las nuevas tecnologías, más precisamente a las NBIC (nanotecnologías, biotecnologías, informática y ciencias cognitivas).

Lo cierto es que la tecnología y sus productos han ocupado el lugar vacío que dejó la retirada de lo vivo. Las máquinas predicen con exactitud comportamientos humanos sin comprenderlos. Esos conocimientos pretendidamente objetivos y exteriores del fenómeno son informaciones, no conocimientos, y esa diferencia es crucial. Hoy domina la hibridación artefactualizante, es decir, la colonización de la tecnología por sobre la vida, por sobre lo vivo.

Los humanos molestamos cada vez más, porque todo lo que ofrece resistencia al funcionamiento del artefacto, de los dispositivos autómatas, es ruido para el sistema. Para que los sistemas funcionen bien es necesario, progresivamente, eliminar el factor humano. Vivimos en la época de la hibridación entre lo vivo y los artefactos, y las máquinas digitales imponen el funcionamiento como única posibilidad. Debemos funcionar: he ahí la perversión de nuestra civilización actual.

El autor no propone oponer dicotómicamente el funcionar al existir, sino que intenta mostrar la necesidad de la conflictualidad que debe seguir habiendo entre esos dos modos de ser, entre esas dos dimensiones de la vida. Ceder y refugiarse en el mero funcionamiento implica arrasar con el deseo de existir que se asienta en la fragilidad de lo vivo, en la fragilidad de la existencia. Debemos evitar la trampa de la supuesta aceleración del tiempo, abogar por que las generaciones puedan existir en una dinámica orgánica que permita a los jóvenes ser jóvenes y a los viejos devenir ancianos.

En la soledad del mundo virtual se torna complejo aceptar nuestras fallas y carencias, nuestra fragilidad, y terminamos traicionando nuestros deseos para caer en los insignificantes disfrutes disciplinarios del funcionamiento. Pareciera que, como la racionalidad de los seres humanos no logró “los objetivos”, hay que dejar que lo hagan las máquinas. Ahí es donde aparece el pensamiento delegativo en la máquina, en el robot, en la inteligencia artificial.

Este libro es una tentativa para comprender la fragilidad de lo vivo, de la cultura y sus procesos, entre los que están el envejecimiento y los defectos. La pandemia de 2020 sirvió para poner en el centro de la escena que los cuerpos están, enrostrándoselo a todos aquellos que pretenden que el mundo sea algorítmico y que baile al son de la inteligencia artificial. Los cuerpos están y siguen siendo el centro del problema, porque la experiencia no es reductible a una sumatoria de informaciones, porque existir no es lo mismo que funcionar.