Es un hecho histórico notable que los genocidios han llevado a poca venganza. Para garantizar que los supervivientes no pongan en marcha el ciclo infernal de represalias y que se castigue a los autores, las instituciones judiciales están trabajando para monopolizar el castigo tanto a nivel nacional como internacional. Pero el ejercicio mismo de la justicia exige que se cumplan ciertas condiciones.

De repente, el hombre del bastón se desploma. Una persona que lo había seguido desde su casa, en el barrio berlinés de Charlottenburg, acaba de dispararle en la cabeza, antes de deshacerse de su arma y huir, sin éxito, porque la multitud lo alcanza. El atacante se llama Soghomon Tehlirian y tiene 23 años. El hombre del bastón que yace en el suelo es Mehmet Talaat, alias Talaat Pasha, ministro del Interior y luego Gran Visir del Imperio Otomano. Talaat es el principal artífice del genocidio armenio de 1915. Aliada con Alemania durante la Primera Guerra Mundial, una parte del gobierno de la Sublime Puerta —los Jóvenes Turcos— halló refugio en Berlín tras la derrota1.

El juicio al atacante, ampliamente cubierto por la prensa, se inició a principios de junio de 1921, tres meses después de los hechos. ¿Tehlirian premeditó su acto? Testigo de la masacre de decenas de miembros de su familia, se sabe que sufre trastornos psicológicos. Dice durante el proceso, por ejemplo, que el asesinato de Talaat le había sido ordenado por el cadáver de su madre. La liquidación del tirano es, sin embargo, parte de un proyecto cuidadosamente preparado por la Federación Revolucionaria Armenia (FRA): la Operación Némesis, que lleva el nombre de la diosa de la venganza. Su objetivo es eliminar uno a uno a los autores del genocidio, incluido el “Número Uno”, Talaat. Dos años antes, Tehlirian había saldado cuentas con un traidor que había elaborado listas de armenios para las autoridades otomanas2.

Durante el juicio desfilaron testigos favorables a Tehlirian, entre ellos el pastor Johannes Lepsius, autor de uno de los primeros informes sobre el genocidio armenio. Tehlirian y sus seguidores consiguieron su objetivo: que quienes resultaran incriminados fueran los Jóvenes Turcos y sus asesinatos en masa. Parte de la prensa alemana comparó a Tehlirian con Guillermo Tell, héroe de la mitología suiza que en el siglo XIV mató a un alguacil de un disparo de ballesta. Tras hora y media de deliberaciones, el jurado absolvió al acusado al considerar que había perdido el juicio por la masacre de su familia. La absolución no pudo basarse en otros fundamentos jurídicos, pero dejó entrever motivaciones políticas.

Administrar la punición legítima

El pensamiento político moderno tiene una valoración generalmente negativa de la venganza. En Leviatán (1651), Thomas Hobbes lo refiere al estado de naturaleza, esa forma presocial en la que “el hombre es un lobo para el hombre” y en la que los individuos hacen justicia por su propia mano. Salir de ese estado implica trasladar el castigo —la sentencia y su ejecución— al Leviatán: el Estado y su aparato judicial. Por tanto, la justicia privada se vuelve ilegítima. Es incluso una contradicción en los términos, ya que la justicia es pública por definición. Pero las manifestaciones de este fenómeno —observable al parecer en todas las sociedades3— persisten en el mundo moderno.

La oposición entre castigo legítimo y venganza estructura la filosofía moral contemporánea. Robert Nozick, un influyente crítico de la venganza, sostiene que el castigo judicial se distingue de la venganza al ser impersonal: no lo aplica la persona que sufrió el perjuicio4. Esto asegura que la reacción no sea emocional sino proporcional —es decir, que la venganza no supere en escala el daño sufrido— y universal: se administra el mismo tipo de castigo por el mismo tipo de mal.

Sin embargo, abundan las zonas grises entre el castigo y la venganza. ¿Siempre es proporcional el castigo al delito? ¿Las emociones nunca influyen en los fallos? En su libro Castigar (Seuil, 2017), el sociólogo Didier Fassin sugiere que esta distinción ejerce una función ideológica: diferenciar entre los “civilizados”, aquellos cuyo comportamiento se rige por la ley, y los “bárbaros”, sometidos a normas sociales premodernas.

Para que el castigo reemplace a la venganza debe haber un sistema judicial y, detrás de él, un Estado que garantice la aplicación del castigo. Pero en el mundo moderno esto no siempre es así. Hannah Arendt evoca a este respecto el juicio a Tehlirian en Eichmann en Jerusalén (Gallimard, 1966). Una vez capturado por el Mossad, el nazi Eichmann fue juzgado y condenado por el Estado de Israel, creado una docena de años antes. Sin embargo, esta posibilidad no existe para los armenios. En el momento del asesinato de Talaat, Armenia era parte de la Unión Soviética. A la cuestión de la legitimidad de la venganza se agrega otra: ¿existen las condiciones concretas para que la justicia se administre de manera diferente?

Arendt vuelve sobre estas interrogantes para explicar la estrategia de Tehlirian y sus partidarios: hacer del juicio una caja de resonancia para la causa armenia. Apelar a la opinión pública durante un proceso fue una estrategia aplicada a veces para crímenes no reconocidos o por minorías oprimidas durante el siglo XX, en los casos, ciertamente infrecuentes, en los que accedían a un tribunal. El caso de Talaat se destaca por su singularidad. Después de la Primera Guerra Mundial, bajo la presión de los países de la Entente, un tribunal otomano condenó a muerte en ausencia a los líderes de los Jóvenes Turcos, incluido Talaat, por su papel en las masacres. En esa medida, Tehlirian no hizo más que aplicar una sentencia dictada por los tribunales. Pero este punto no fue decisivo en su absolución, y la percepción de su acto, en ese momento, probablemente no habría sido diferente si Talaat no hubiera sido condenado a muerte en su país. Además, la existencia de un Estado y un sistema judicial no impiden la venganza del Estado, como la implementada por los líderes israelíes contra los palestinos.

Escasos e imperfectos

Como lo muestra el historiador Henry Rousso, se han registrado pocos episodios de venganza después de genocidios5. Al actuar al margen del proceso judicial, la víctima corre el riesgo de parecerse a su perseguidor y, en consecuencia, de ver parcialmente cuestionada su condición de víctima. En el caso del exterminio de los judíos por los nazis o del genocidio de los tutsis ruandeses, la justicia detuvo y condenó a algunos de los culpables, en el marco de procedimientos ciertamente imperfectos —y muy diferentes según los casos— pero que dieron lugar a que las víctimas sintieran que de alguna manera se reconocía su sufrimiento. En otros casos, incluido el de los armenios, el Leviatán mostró escasa preocupación por las víctimas.

¿Qué utilidad política puede tener la venganza? Eliminar a los autores de un crimen masivo a veces tiene como meta impedir que ese crimen continúe. Este era uno de los objetivos de los diseñadores de la Operación Némesis. Sin embargo, sus acciones no impidieron que el genocidio se “completara” en la década de 19206, o incluso que los armenios de Nagorno-Karabaj fueran víctimas en 2023 de la limpieza étnica cometida por Azerbaiyán con el apoyo de Turquía. La venganza rara vez modifica el equilibrio del poder político de manera significativa.

Podría tener otra función: restaurar la dignidad. “La violencia de los colonizados [...] unifica al pueblo”, escribió Frantz Fanon en Los condenados de la tierra (Maspero, 1961), una fórmula que ha hecho correr mucha tinta. El vengador indica con su acto que el perseguidor ha fracasado en su intento de eliminar al pueblo. Uno de los organizadores de la Operación Némesis sugirió que Tehlirian esperara su detención con el pie colocado con orgullo sobre el cadáver de Talaat. Desde la década de 1920, numerosas comunidades armenias de todo el mundo han celebrado a Soghomon Tehlirian como a un héroe: aquel que expresó con su gesto la negativa de un pueblo a morir. El coro de uno de los cantos populares que lo glorifican invita a levantar una copa en su honor. En marzo de 2024, más de un siglo después de los hechos, se inauguró en Marsella un busto que lo representa, en presencia de alcaldes, diputados, senadores y representantes de la comunidad armenia. “El odio no puede constituir un programa”, señala Fanon. La justicia debe tener como horizonte la paz y la reconciliación, algo que la venganza no puede lograr.

El caso Tehlirian ocupa un lugar central en las reflexiones del inventor del concepto de genocidio, el jurista polaco de origen judío Raphael Lemkin. “¿Por qué el asesinato de un millón de personas es un delito menor que el asesinato de una sola?”, pregunta Lemkin en un intercambio con uno de sus profesores de derecho en el momento del juicio7. Él no admite dos cosas: que una sola persona asuma la carga de hacer justicia, y tampoco que el tribunal alemán declare a esta persona no responsable de su acto. Tehlirian es el más responsable de los hombres. La comunidad internacional no lo es cuando permite que grandes delincuentes escapen a la justicia. Sin embargo, la justicia no puede ser privada. De ahí la idea de desarrollar un concepto, el de genocidio, que permita resolver estas aporías. Tehlirian actuó según “normas tácitas”8: se trata de hacerlas explícitas y operativas.

En el presente

¿En qué punto nos hallamos un siglo después del caso Tehlirian? Un número creciente de voces coinciden en que la destrucción de Gaza por parte de Israel es un genocidio. Una vez que la “niebla de la guerra” se haya disipado, los historiadores se pondrán a trabajar y la evidencia se afirmará con fuerza aún mayor. El 21 de noviembre de 2024, la Corte Penal Internacional (CPI) emitió órdenes de detención contra Benjamin Netanyahu y Yoav Galant, primer ministro y ministro de Defensa de Israel, respectivamente. La CPI considera que existen “motivos razonables” para creer que ambos son “penalmente responsables de los siguientes crímenes [...]: hacer pasar hambre a civiles como método de guerra, lo cual constituye un crimen de guerra, y crímenes contra la humanidad de asesinato, persecución y otros actos inhumanos”. ¿Qué habría pensado Tehlirian de ese pronunciamiento? ¿Habría llevado a cabo su acto si la CPI hubiera existido en ese momento? La decisión de la CPI contribuye a uno de los objetivos de la venganza política: el reconocimiento del crimen masivo, al menos por parte de la “comunidad internacional”. En los días posteriores al fallo, las órdenes emitidas por la CPI surtieron efecto también en países que hasta entonces habían sido partidarios incondicionales de Israel, como Alemania, donde llamados a disociar el apoyo a Israel del brindado al gobierno actual encontraron espacio incluso en los medios de comunicación dominantes9. Sin embargo, dado que la CPI carece de su propia fuerza policial, es probable que estas órdenes nunca sean ejecutadas. Netanyahu deberá, de todas maneras, tener cuidado en el futuro en sus viajes al extranjero, al igual que líderes como Vladimir Putin u Omar el-Bechir, que fueron objeto de órdenes anteriores de detención de parte de la CPI. El deseo de Lemkin de que un orden jurídico internacional conjure la posibilidad de venganza aún no se ha hecho realidad. Ha llegado pues la hora de que en este plano se salga del estado de naturaleza.

Razmig Keucheyan, profesor de Sociología en la Universidad Paris Cité (Francia). Traducción: Le Monde diplomatique, edición Uruguay.

Órdenes de matar

Prueba documental

Taner Akçam no puede volver a vivir en su país. ¿Por qué? Porque se pronunció sobre el genocidio cometido por los turcos otomanos contra el pueblo armenio en 1915. Turquía no permite –legalmente– expresarse al respecto, por más que en octubre de 2011 Akçam haya logrado que una sentencia en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictaminara que dichas leyes turcas constituían una violación de la libertad de expresión.

Altug Taner Akçam (1953) es un historiador y sociólogo nacido en Turquía con nacionalidad alemana. Fue el primer académico turco en reconocer el genocidio armenio (negado por el Estado turco) y publicó numerosos libros al respecto, de los cuales en español están disponibles Un acto vergonzoso (Colihue, 2010) y Órdenes de matar (Debate, 2021).

Este último parecería ser la prueba absoluta: mientras el Estado genocida niega los hechos, el escritor dio con la evidencia documental de las órdenes de matar firmadas por el ministro del Interior otomano Talat Pasha. El “Sherlock Holmes turco”, como se lo apodó tras esta publicación, analizó más de 25.000 documentos de forma manual para “averiguar su sistema de cifrado y determinar si los documentos que encontré eran precisos y correspondían al sistema de codificación turco-otomano, por lo que fue realmente un trabajo muy difícil”, según sus propias palabras en la presentación del libro que hizo para Argentina tres años atrás. Junto al grupo académico con el que trabaja, determinó la autenticidad de estas órdenes de matar al armenio (y a cualquier turco junto a su familia que lo ayudara). “Maten también a los recién nacidos”, se puede leer entre tanta atrocidad.

Órdenes de matar resulta un punto de inflexión y brinda luz en los estudios sobre genocidios en general y sobre el armenio en particular, que ha tenido como característica la lamentable y singular persistencia del negacionismo. Los denodados esfuerzos de todos y cada uno de los sucesivos gobiernos turcos por negarlo y ocultar la evidencia se ven aquí expuestos. Pero el poder de la palabra, la escrita, supera cualquier intención de negarla. En Órdenes de matar la palabra es “matar”. Y así se hizo.

Lala Toutonian


  1. Ronald Grigor Suny, “They can live in the desert but nowhere else”. A History of the Armenian Genocide, Princeton University Press, 2015. 

  2. Fuentes de este párrafo: Sévane Garibian, “Ordonné par le cadavre de ma mère. Talaat Pacha, ou l’assassinat vengeur d’un condamné à mort” en Sévane Garibian (bajo la dirección de), La mort du bourreau. Réflexions interdisciplinaires sur le cadavre des criminels de masse, Pétra, París, 2016; Jacques Derogy, Les Vengeurs arméniens. Opération Némésis, Pluriel, París, 2015; Tessa Hofmann, “A hundred years ago: The assassination of Mehmet Talaat (15 March 1921) and the Berlin criminal proceedings against Soghomon Tehlirian (2/3 June 1921): Background, context, effect”, International Journal of Armenian Genocide Studies, Erevan, vol. 5, n° 1, marzo de 2021. 

  3. Ver Jon Elster, “Norms of Revenge”, Ethics, vol. 100, n° 4, Chicago, julio de 1990. 

  4. Robert Nozick, “Retributive Punishment”, en Philosophical Explanations, Harvard University Press, 1983. 

  5. Henry Rousso, “De la vengeance des victimes”, Sensibilités, vol. 10, n° 2, París, 2021. 

  6. Raymond Kévorkian, Parachever un génocide. Mustafa Kemal et l’élimination des rescapés arméniens et grecs (1918-1922), Odile Jacob, París, 2023. 

  7. Donna-Lee Frieze (bajo la dirección de), Totally Unofficial. The Autobiography of Raphael Lemkin, Yale University Press, New Haven, 2013. 

  8. Olivier Beauvallet, “Lemkin et le génocide arménien sous l’angle juridique” en Conseil scientifique international pour l’étude du génocide des Arméniens, Le Génocide des Arméniens. Un siècle de recherche (1915-2015), Armand Colin, París, 2015. 

  9. Ver Mathieu von Rohr, “Das Völkerrecht ist deutsche Staatsräson”, Der Spiegel, 24-11-2024.