Hace 20 millones de años, el Dracaena cinnabari poblaba los bosques de América y del norte de Europa. Salvo raras excepciones, este extraño árbol fósil de savia roja hoy sólo existe en el archipiélago yemenita de Socotra. Las leyendas referidas a su origen son numerosas, pero, en un contexto de uniformidad religiosa, algunas están vedadas en el recuerdo.

Pequeñas ovejas de orejas colgantes y lana negra rizada como las inglesas se protegen, a duras penas, bajo un refugio de piedra. Los hermanos Saad Ahmed Souleymane e Issa Azazin Ghulam observan cómo el mal tiempo se adueña del cielo desde sus chozas improvisadas. Algunas familias del clan Sohbi se refugiaron en ese extremo del acantilado hace nueve años, después del paso de dos poderosos ciclones denominados Megh y Chapala. La tierra en la que viven es de un rojo oscuro. La roca, omnipresente, es afilada como hojas de afeitar. Sobre las altas planicies de Socotra no crece mucho más que unos curiosos árboles de ramas tentaculares. “Conozco todos los árboles del lugar. Ellos estaban aquí antes de que yo naciera y seguirán acá después de que muera”, afirma Saad.

Desde la pequeña aldea de Sadaqa se abre una vista impresionante sobre otro acantilado y sobre Firmihin, el último gran bosque de árboles dragón del archipiélago. “Los ciclones han destruido en algunas zonas hasta el 50 por ciento de los Aarieb [N. de R.: nombre socotrí del árbol dragón]. Se han llevado una treintena de nuestras viviendas históricas, una parte de nuestro rebaño y todos nuestros ahorros”, recuerda Isaa. El lugar donde viven los dos hermanos está a varios días de caminata de la ciudad principal Hadiboh. La familia se las arregla vendiendo una cabra de tanto en tanto para sobrevivir. Sólo las baterías de los autos que sirven como generadores eléctricos provisorios contrastan con el pasado.

Para esas poblaciones semisedentarizadas, la recolección de resina de árboles dragón ya no representa una actividad económica importante. “Algunos comerciantes nos hacen a veces grandes pedidos para el extranjero, pero es un ingreso anecdótico comparado con nuestros rebaños de cabras y de ovejas”, precisa Saad. Hasta 1967 y el advenimiento de un régimen socialista en Yemen en lugar de un sultanato, la resina era todavía exportada a Oman y a India bajo la forma del trueque. Una forma de intercambio eliminada por la nueva administración.

La resina roja de este singular vegetal sirve de colorante para la industria textil, pero también de solución antihemorrágica o cicatrizante. Las condiciones prácticas de su recolección, en especial las fechas y las cantidades asignadas a cada grupo, son debatidas entre los diferentes jefes de los clanes que viven cerca de las zonas boscosas. Los isleños jamás han tirado abajo el árbol dragón, porque están apegados tanto a su longevidad como a su carácter único, pero también porque produce un combustible muy malo en razón del exceso de musgo húmedo que compone el interior de sus ramas y su tronco. El Dracaena cinnabari es además el único árbol del archipiélago que proporciona sombra. Su follaje compuesto de espinas puntiagudas forma un extraño hongo que aprovecha las precipitaciones horizontales, es decir, las nubes que pasan en altura, donde este crece. Esto permite a numerosos insectos, pájaros y reptiles refrescarse o anidar. Es el caso, por ejemplo, del autillo, del águila y del estornino de Socotra, e incluso del lagarto Hemidactylus dracaenacolus, que vive únicamente en los contornos del árbol.

El bosque de Firmihin cuenta con alrededor de 28.000 especímenes adultos de entre 500 y 1.000 años. Cercado por los acantilados, el bosque ha sido menos afectado por Megh y Chapala que la meseta de Diksam. A pesar de eso, 4.200 especímenes han sido arrancados, es decir, el 13 por ciento del bosque. Con el paso del tiempo, el árbol se convirtió en símbolo de la biodiversidad única del archipiélago. La leyenda cuenta que Aristóteles, en persona, habría convencido a Alejando Magno de enviar una guarnición griega para conquistarlo. La isla representaba un interés estratégico y era igualmente conocida por sus plantaciones de aloe, sus árboles de incienso y la savia de dragón. El filósofo habría sido autorizado a elegir a los valientes guerreros para cercar la isla tomada por piratas nativos. La leyenda cuenta que la guarnición y sus descendientes permanecieron durante mucho tiempo aislados del mundo hasta el año 50 de nuestra era, cuando la providencia hizo encallar en las costas de Socotra al barco de Santo Tomás, apóstol misionero que iba camino a India. El hombre convirtió entonces a todos los habitantes del archipiélago.

Es precisamente esta primera colonia griega la que, siglos más tarde, se intentaron localizar decenas de misiones occidentales, seudocientíficas y antropológicas. Los relatos de viaje del diplomático Thomas Roe del siglo XVII o los del comandante Hunter en el siglo XIX describen esta obsesión por el linaje entre las diferentes poblaciones autóctonas visitadas. Los beduinos de las altas planicies, que vivían a menudo muy cerca de los árboles dragón, son tomados por los posibles descendientes de la guarnición griega enviada por Aristóteles.

Foto del artículo 'Las islas del árbol dragón'

Las múltiples excavaciones llevadas a cabo de forma salvaje por arqueólogos occidentales en el siglo XX –algunas llegaron a desenterrar tumbas­– no fueron nada concluyentes, ya que no lograron encontrar el menor rastro de alguna iglesia griega o de reliquias religiosas de la época. Sólo algunos trozos de cerámica, probablemente fabricadas en una región mediterránea durante el primer milenio de nuestra era, fueron descubiertas en los suburbios de Hadiboh, la ciudad principal del archipiélago.

Los socotríes son en realidad el resultado de un sincretismo de pueblos abisinios, himyaritas y de otros países de África oriental. Es difícil determinar con exactitud su origen y solamente su diferencia de localización topográfica ha sido durante mucho tiempo tomada en cuenta en los estudios antropológicos de esa población. Así, cuando en 1480 la isla integraba el sultanato de Mahra gobernado desde el continente (el extremo este de Yemen), la división social se instaló durante muchos siglos. La élite religiosa musulmana (ashraf o nobles), algunos ministros, notables y terratenientes cercanos al sultán establecieron su residencia cerca de la costa. Estos últimos tenían a su disposición africanos esclavizados que les habían sido vendidos por los traficantes venidos de África oriental.

En las tierras altas, los clanes nómades trasladan sus rebaños en función de las lluvias. Se proclaman musulmanes, aunque la mayoría de ellos no sabe leer ni escribir y no han tenido jamás acceso al Corán. Los hombres creen en la baraka (bendición) de la naturaleza, concepto condenado por la ortodoxia musulmana. Ellos la invocan para obtener abundante pasto, dátiles y, sobre todo, agua. Las historias de fantasmas, de ángeles, de demonios y de monstruos son legión. Lo sobrenatural explica a menudo las desgracias de estas poblaciones rurales cuya supervivencia depende de una estación de lluvias abundantes y de la salud de sus rebaños. En las tierras altas viven otros ashrafs que reivindican su descendencia del profeta Muhammad (Mahoma). Estos últimos vienen de Hadramaut, al este de Yemen. La población socotrí les concede poderes sobrenaturales. Sobre la costa, por otro lado, habita la élite tribal Mahri ligada con el sultán y comerciantes árabes venidos de Omán o de los Emiratos. La superstición también prevalece allí, pero algunas mezquitas y una escuela islámica contribuyen al aprendizaje y a la difusión de un Islam menos teñido de animismo local.

Ahmed Abdallah Dimero se ha protegido bajo un gran aarieb. Después de haber ido a ver a su rebaño de cabras desparramadas por el bosque de Firmihin, nos habla con pasión del árbol dragón. “Este bosque era en otro tiempo una gran plantación de dátiles. Un día, un ángel se presentó bajo la forma de un mendigo y pidió algunos dátiles a los habitantes de Firmihin. El dueño de la plantación le mintió diciéndole que esos árboles no tenían frutos comestibles e inventó su nombre: ‘Aarieb’. Así, el ángel probaba la generosidad de la gente de ese clan. Para castigarlos por su egoísmo, transformó todas las palmeras en árboles dragón cuyos frutos son tóxicos”.

Contrariamente a esta leyenda que tiene un origen puramente local, el término árabe Dam al akhawayn (la sangre de los hermanos) para designar a los árboles se refiere más a una historia que mezcla la Biblia con el Corán. Expulsados del jardín del Edén, Adán y Eva tuvieron en Socotra dos hijos llamados Caín y Abel, uno agricultor y el otro pastor, respectivamente. Una pelea entre hermanos llevó a Caín a asesinar a Abel de una puñalada. La sangre de este último se esparció por las zonas altas del archipiélago y dio nacimiento a esta especie vegetal particular. Raros son los socotríes que la conocen y creen en ella. Cuando se les pregunta sobre esto, muchos habitantes atribuyen su paternidad a los árabes y a su lengua, que se extendió de forma masiva por el archipiélago después del fin del sultanato en 1967, mediante campañas de alfabetización llevadas a cabo por los representantes del régimen socialista. Decididamente progresista, este último intentó poner fin a la hechicería y a los rituales animistas. Pero fue sólo después de la reunificción de las dos Yemen en 1990 que los misioneros llegados del norte del país vinieron a combatir las creencias populares locales por considerar que los isleños vivían todavía en el período de jahiliya, la época de ignorancia que prevalecía antes de la aparición del Islam.

Es así que la creencia en los poderes del makole (mago) fue calificada de apostasía, los sacrificios y rituales para la lluvia, abolidos y todo evento mixto, prohibido. Los cuentos sobrenaturales y creencias en los fantasmas dejaron de ser transmitidos. Los atuendos de las mujeres perdieron sus colores y sus atributos, considerados inmorales. Incluso los nombres socotríes desaparecieron de modo progresivo en beneficio de los nombres islámicos. Quietistas, miembros de la Cofradía de los Hermanos Musulmanes del partido Al-Islah y salafistas, tres corrientes político-religiosas de Socotra, han erradicado poco a poco una parte de la historia popular del archipiélago. El árbol dragón se erige en la actualidad como uno de los últimos testigos de un pasado rico en creencias en otro tiempo plurales, en simbiosis con una naturaleza tan única como hostil.

Quentin Müller, enviado especial en Socotra. Traducción: María Eugenia Villalonga.