Karina. La hermana. El jefe. La soberana. Victoria de Masi. Sudamericana; Buenos Aires, 2024. 224 páginas, 890 pesos.
Esta vez De Masi salió a horadar la piedra del devenir argentino, pero resulta que la piedra es piedra precisamente porque no se deja horadar. Y entonces por momentos estamos delante de un libro sobre Karina Milei [hermana del presidente argentino, Javier Milei] y, por momentos, delante de un libro sobre las dificultades de contar a Karina Milei. Tenemos la suerte de que el periodismo de De Masi, al que le sobra letra cuando hay que embellecer el mundo, le sobra también diente cuando hay que morder el relato de un personaje que no habla. Sacrificio y rocanrol. Un libro empecinado y tenaz, hecho más de garra que de confituras. Un periodismo de la obstinación –el único posible–. Cada página es una semifinal de la Copa Libertadores en la que una quiere contar lo que la otra ha decidido que permanezca oculto.
Las fuentes tienen miedo de hablar, pero también de dejarse ver. Y citan a De Masi en un parque. Parece ficción y sin embargo es periodismo. Voy de vuelta: en un parque, como el contacto que hacen los espías de las películas. Lo leés y enseguida queda verificada la guillotina presunta con la que Karina Milei, como la reina de Lewis Carroll, te manda a cortar la cabeza. Con todo y blindaje, hay una cantidad de momentos en que De Masi escapa de sus marcas cancerberas y se desliza hábilmente hasta el dato. Una vez frente a él, lo corrobora. Son como audacias que salen bien, tijeras en el aire que cortan una alita de mosca. Tengo, de esas jugadas, mis elegidas.
Una: apenas accedida al poder, Karina Milei es nombrada secretaria general de la presidencia y debe, sí o sí, sin fintas ni esquivos, presentar su currículum, que será incorporado a su legajo. Es un documento sobre su historia, finalmente. Un registro de quién ha sido cuando debió ser una trabajadora de este país. Bueno, resulta que De Masi accede a ese CV. Alguien, no sin temor, se lo entrega. Después podés puntearlo con ganas o no tanto, entre tortas decoradas y tecnicaturas. Porque lo que se lleva el “¡oooo-lé!” de la tribuna es la acción de haberlo conseguido.
La otra: “Sólo dos personas fueron testigos de esta escena y me la contaron, cada una por separado y en entrevistas diferentes”, escribe en la página 116. Se trata de una cena en casa de los padres, en la que Javier Milei le explica a un grupo íntimo, ínfimo, de invitados por qué le entrega a su hermana esa cantidad desmesurada de poder. No voy a espoilear este magnífico fotograma en la infancia de los Milei, sólo diré que el actual señor presidente termina su relato, se sienta en una silla, hunde la cara entre las manos y suelta el llanto crudo, desesperado, con hipo y lagrimal abierto, del que vuelve a vivir lo que acaba de recordar.
¿Hay brujos? Hay brujos. ¿Hay médiums de perros muertos? Hay médiums de perros muertos. Hay muchas cosas, faltan otras. Es, digamos, una buena primera silueta de quien no se deja dibujar, hecha en condiciones de producción adversas, quemando ahorros propios, como los directores de cine que hipotecan su casa porque creen en la película que van a rodar. Y hay, sobre todo, periodismo de tracción física. De producción. Victoria nos deja alta la vara a los que nos tentamos con arreglar las cosas a golpe de escritura.