¿Un partido capaz de ganar ocho millones de votos en 20 años? Vale la pena preguntarse cuál es la receta de Agrupación Nacional (RN), el sector de Marine Le Pen. ¿Cuáles son sus ingredientes ideológicos o sociológicos? Sobre estos y otros temas, muchísimas publicaciones recientes aportan valiosas respuestas.
El director del Instituto Francés de Opinión Pública (IFOP), Jérôme Fourquet, intenta responder la pregunta del título y en una trilogía iniciada con L’Archipel français (Eyrolles, 2019) y seguida por La France d’après. Tableau politique (Eyerolles, 2023) ajusta algunos defectos de sus predecesores (ver página 3). Examina diversas variables, diferentes escalas y pone de relieve la fragmentación local. Lo que emerge es una Francia no cortada en dos, sino “archipielágica”, desperdigada entre grupos establecidos en territorios diferentes, que no comparten los mismos modos de vida ni las mismas concepciones del mundo. La France d’après nos dice que, en Alsacia, los clubes de campo se concentran sobre todo en las zonas suburbanas (donde el voto a la RN es fuerte), mientras que las tiendas de kebab se sitúan principalmente en las grandes ciudades (Estrasburgo, Mulhouse y Colmar) y sus suburbios (donde la izquierda obtiene sus mejores resultados). Que los propietarios de cafeteras de cápsulas de plástico votaron más al actual presidente, Emmanuel Macron, en 2022, mientras que los de cafeteras de cápsulas de papel favorecieron a Marine Le Pen. Que una alta densidad de tiendas “orgánicas”, cafés Starbucks, lugares para brunchear y restaurantes que figuran en la guía Fooding se tradujo en un voto más alto para los ecologistas en las elecciones municipales de 2020, como sucedió en Burdeos y Grenoble. Éxito mediático garantizado.
A partir de sus avances conceptuales, Fourquet concluye que la extrema derecha se dirige al “gruppetto”, los miembros relegados de la sociedad de consumo, de un modo que confunde estrategia electoral con colocación de productos, grupos sociales y segmentos de mercado. Aunque utiliza innumerables variables, en general sólo cruza dos o tres, oportunamente elegidas, y la yuxtaposición de las cartas sirve como demostración. El hecho de que los votantes de las pequeñas ciudades de Somme y Aude (con entre 500 y 5.000 votantes censados) en las que hay turbinas eólicas dieran a Le Pen una “prima de algunos puntos” en 2022 sugiere que las medidas ecológicas alimentarían el voto de extrema derecha. Para ilustrar la fractura entre la “Butte [Montmartre] macronista” y la “Goutte d’Or melenchonista” en el distrito 18 de París, Fourquet optó por utilizar los precios inmobiliarios y la presencia de tiendas africanas, en una oposición caricaturesca entre blancos ricos e inmigrantes pobres.
Veamos estos dos ejemplos a partir de investigaciones académicas recientes. Varios investigadores han estudiado la cuestión de las turbinas eólicas en la región de Hauts-de-France1. También ellos constatan un “sobrevoto” a favor de la RN en los municipios donde se instalan estas máquinas. Pero no se detienen ahí. Analizando los datos sociodemográficos de las zonas afectadas, han podido constatar que en los municipios con turbinas eólicas vive más gente de clase trabajadora, personas precarizadas y sin estudios universitarios, es decir, una población más proclive a votar a la RN. Los sociólogos observan que, “cada vez más, la energía eólica se despliega de forma socialmente desigual” en los municipios que han quedado a merced de la desregulación territorial y que no tienen medios para resistir a la promoción agresiva de los operadores inmobiliarios. Desde esta perspectiva, el “sobrevoto” parece ser un síntoma del trato dispensado a las zonas populares, más que una expresión de la sensibilidad antiecológica de los votantes de extrema derecha.
En el caso del distrito 18, las variables elegidas por Fourquet tienen el efecto de asociar de forma automática a los inmigrantes pobres con el voto a La Francia Insumisa, de Jean-Luc Mélenchon [izquierda], y a los citadinos acomodados con el voto a Macron. Un estudio realizado en una zona urbana sensible del norte de París, con una composición social similar a la de la Goutte d’Or, pone de relieve otras realidades2. Por muy metropolitanos que sean, los habitantes del distrito dieron el 13,7 por ciento de sus votos a Le Pen en la primera vuelta de las presidenciales de 2017, casi tres veces más que la media parisina. Entre estos votantes hay muchas familias blancas, que deploran el deterioro de su barrio y se lo atribuyen a extranjeros y musulmanes. Pero el voto a la RN también atrae a residentes que provienen del Magreb o del África subsahariana. Como Abdelmalik, un viejo obrero cabileño que ahora cobra una pensión de discapacidad y aborrece a los “islamistas”, o Nadine, una inmigrante católica del Congo poseedora de un título de secretaria. Mostrando su apego a la RN, ambos aspiran a distinguirse de los demás “no blancos” para destacar mejor su integración lograda y demostrar que están en el “bando correcto”. Estos “casos improbables” ilustran la fuerza del mecanismo de distanciamiento en la elección de la RN, que a menudo es el resultado de conflictos sociales localizados y de trayectorias individuales que no pueden captarse comparando dos mapas rudimentarios.
No es la derechización
Con sus infografías sobre agresiones a médicos y bomberos, robos, puntos de venta de droga y nombres musulmanes, el libro de Fourquet da la impresión de una Francia que se derechiza y se atrinchera a medida que aumenta la inmigración. Vincent Tiberj, sociólogo especializado en comportamiento electoral, no lo cree. Combinando decenas de encuestas de opinión –y descartando las menos serias–, ha creado “índices longitudinales de preferencias culturales, sociales y de tolerancia” para medir la opinión de los franceses a largo plazo3. Sus resultados contraintuitivos molestaron a Le Figaro: según Tiberj, la “derechización francesa” es un “mito”. Incluso va más lejos, y afirma que el país es cada vez más tolerante y progresista en materia de sexualidad, religión, inmigración, igualdad entre hombres y mujeres, etcétera. En 1981, el 29 por ciento de los encuestados consideraba que la homosexualidad era “una manera aceptable de vivir la sexualidad”; en 1995, la cifra había aumentado al 62 por ciento, y desde principios del siglo XXI la proporción ronda el 90 por ciento. En 1992, el 44 por ciento de los encuestados consideraba a los inmigrantes una “fuente de enriquecimiento cultural”; 30 años después, la cifra había aumentado al 76 por ciento. Y así con la pena de muerte, la aceptación de minorías judías o musulmanas, el consumo de drogas, etcétera, una constatación corroborada por el politólogo Luc Rouban4. Su “índice de alteridad” sugiere que incluso los votantes de la RN se han vuelto más tolerantes. Por lo tanto, las preocupaciones sociales pueden ser la principal motivación de su voto. Rouban cita como prueba el “barómetro” elaborado por Cevipof en 2022: el 38 por ciento de los votantes de la RN califican el poder adquisitivo como su principal preocupación, frente al 18 por ciento de la inmigración.
Entonces, ¿por qué no se observa esta “izquierdización” de la opinión en las urnas? Para Tiberj, la culpa es de la “gran resignación” del electorado, es decir, la abstención. “Si hay tantas diferencias entre los valores de los ciudadanos y los votos, es porque muchos de ellos ya no expresan su voto”, argumenta. Mientras los votantes conservadores, a menudo de edad avanzada, se movilizan en masa, enardecidos por el discurso reaccionario desatado en los medios de comunicación, otros, a menudo jóvenes con fama de progresistas, rehúyen los cuartos secretos, para marcar su distancia con la oferta política. El tiempo estaría pues del lado de la izquierda, que no necesitaría convencer a los votantes de la RN: le bastaría con esperar que las jóvenes generaciones sustituyeran a los boomers y volver a movilizar a los desilusionados con la política promoviendo la democracia directa, en particular organizando referendos en todos los niveles.
Basada esencialmente en sondeos de opinión, la demostración tiene varios defectos. En primer lugar, los jóvenes terminan envejeciendo. En la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2002, solamente el siete por ciento de los jóvenes de 18 a 24 años votaron a Jean-Marie Le Pen, unas tres veces menos que los de 25 a 34 años (22 por ciento) y los de 35 a 44 años (18 por ciento). Como adultos, esta misma cohorte (ahora de 38 a 44 años) votó en un 47 por ciento a Marine Le Pen en 2022 –mucho más que el grupo de 65 a 79 años (29 por ciento)–. El tiempo no está de su lado, pues, y el panorama es bien sombrío dado que la RN parte ahora de una base muy alta: el 32 por ciento de los jóvenes de 18 a 24 años votaron a Le Pen en 2022.
Tampoco hay indicios de una masa de izquierda escondida a la sombra de la abstención. Si bien esta tendencia se observa en algunos barrios obreros de la periferia, es más dudosa en otros lugares. Las encuestas electorales muestran que muchos votantes se abstienen antes de decidirse a deslizar una boleta para la RN. El perfil sociológico de los abstencionistas es también similar al de los votantes de extrema derecha: más de clase trabajadora que la media, menos universitaria. Por lo tanto, un aumento de la participación no beneficiaría automáticamente a la izquierda. Además, la RN suele obtener sus mejores resultados en las elecciones más movilizadoras, comenzando por las presidenciales.
Por otra parte, el enfoque agregado de los sondeos no capta las dinámicas políticas que subyacen a los cambios de actitud, y en particular la forma en que la extrema derecha enfrenta determinadas causas entre sí, oponiendo la inmigración y el islam a la defensa de las mujeres y los homosexuales. Por no hablar de que el frente de cambio social no es inamovible. Nuevas batallas surgen cuando se ganan las anteriores, lo que permite al campo conservador mantener la polarización cultural. Es lo que observan Matt Grossmann y David Hopkins acerca de Estados Unidos, donde los republicanos han pasado –hasta cierto punto– de atacar a los homosexuales a atacar a las personas trans, el wokismo y la cultura de la cancelación. Así, a lo largo de las décadas puede repetirse el mismo patrón: “Primero, los conservadores expresan su enojo ante los nuevos cambios culturales, mientras que los progresistas los defienden como si fueran valores compartidos. Después, los conservadores van aceptando poco a poco el cambio, aceptando la evolución de las normas. Finalmente, los progresistas ganan, estableciendo su punto de vista como un nuevo consenso, aunque pierden muchas elecciones en el camino”5, resumen los investigadores.
Racismo omnipresente
¿Un país más tolerante y menos racista y votantes de la RN motivados principalmente por preocupaciones sociales? La encuesta de campo de Félicien Faury, realizada entre 2016 y 2022 en varias pequeñas ciudades de la región Provence-Alpes-Côte d’Azur (PACA), revela una realidad diferente, en la que el racismo es palpable todo el tiempo6. Los votantes de la RN –pero no solamente– mencionan a los “árabes”, “turcos” o “musulmanes” para quejarse de la falta de plazas en los jardines maternales, el deterioro de la oferta escolar, la desaparición de las tiendas tradicionales en el centro de las ciudades, las dificultades de acceso a los servicios públicos, la caída del poder adquisitivo, los impuestos demasiado elevados para financiar a “los vagos”. “La fuerza de la extrema derecha no reside en su capacidad para imponer un único tema, el de la inmigración, en el debate público, sino más precisamente en su esfuerzo incesante por vincular este tema a una lista cada vez más larga de otras cuestiones sociales, económicas y políticas”, analiza el sociólogo, que considera que los “barómetros” que invitan a los votantes a clasificar sus preocupaciones eligiendo entre distintos ítems carecen de sentido.
Presentado como omnipresente, el racismo no es, sin embargo, concebido por Faury como “un odio abstracto al otro”, sino como el producto de “una serie de intereses estrictamente materiales, donde la hostilidad racial se entrelaza con las preocupaciones económicas”. A diferencia de muchos estudios sobre regiones en declive afectadas por la desindustrialización, Faury llevó a cabo su investigación en una zona próspera, impulsada por una economía de servicios turísticos y residenciales, pero sometida a una fuerte presión inmobiliaria y a un aumento de las desigualdades. Aquí, son sobre todo las clases trabajadoras estabilizadas, las pequeñas clases medias y los jubilados quienes votan a la RN, con una sobrerrepresentación de determinados sectores (artesanía, comercio, profesiones de seguridad, etcétera). Aunque protegidos del desempleo, estos votantes perciben su situación como frágil. Consideran que pertenecen al “medio equivocado”, ni lo suficientemente ricos para estar acomodados, ni lo suficientemente pobres para recibir ayudas públicas, los que pagan mucho y no reciben nada. Surge así una nueva relación de desconfianza con respecto a las instituciones y, más en general, al Estado de bienestar, que se percibe como injusto y defectuoso, favoreciendo siempre a “los otros” en detrimento de “los que realmente lo merecen”. La socióloga Clara Deville también lo ha observado en la zona de Libourne (Gironda), donde siguió a beneficiarios de prestaciones sociales en su periplo para hacer valer sus derechos7. Entre los cierres de ventanillas, la desmaterialización y los tediosos controles, el incordio administrativo a veces termina generando prejuicios, cuando uno de los encuestados piensa que a “los negros y los árabes” les va mejor que a él: “Me van a decir racista, pero no, es que veo que en la CAF [Caja de Asignaciones Familiares] son los negros y todos los demás los que hacen fila y reclaman”. De este modo, en un círculo vicioso, la discriminación que sufren ciertas minorías contribuye a aumentar el estigma que pesa sobre ellas.
En la región Provence-Alpes-Côte d’Azur ya mencionada, la sensación de estar atrapado en una trampa social se combina con la de un vicio territorial, en una región en la que los precios de las propiedades se disparan y la movilidad residencial se ve gravemente obstaculizada. Atrapados entre zonas inaccesibles e indeseables, los votantes de la RN temen la degradación de sus barrios. En este contexto, escribe Faury, las personas no blancas parecen “devaluar con su mera presencia las zonas en las que se instalan. Incluso más que en las urbanizaciones de las afueras, lo que más se teme es la llegada de nuevos residentes inmigrantes a un barrio vecino o, peor aún, a su propio barrio”. Por ejemplo, la apertura de un café-bar sin alcohol en el centro de la ciudad puede dar que hablar durante meses.
Esta exploración “desde abajo” de la normalización de la RN coincide con algunas de las observaciones de Benoît Coquard en el campo desindustrializado de la región de Grand Est8, en donde el voto de extrema derecha también está muy extendido, sobre todo entre los obreros, los trabajadores informales y los jóvenes adultos. Ambos sociólogos destacan las zonas en las que el voto a la RN se ha convertido en una especie de norma, no una desviación, un gesto vergonzoso que debe ocultarse, sino un acto que puede reivindicarse, un motivo de orgullo. Es una forma de demostrar que uno no es un “planero”, una “basura blanca”, un “vago”, en definitiva, uno de los que “se benefician del sistema”. Todos tienen amigos, vecinos, parientes y comerciantes que hacen lo mismo, y la sociabilidad conduce al autorrefuerzo. “Aquí todo el mundo piensa así”, “todo el mundo te lo puede decir”, “no soy el único que lo dice”, reciben como respuesta a menudos los dos sociólogos. “El voto por la RN, que comparte un número creciente de votantes, ya no puede presentarse como patológico, sino como ‘lógico’, ya no extremo, sino ‘bastante normal’”, observa Faury, mientras que Coquard acuerda: “Salir ‘a favor de Le Pen’ es una postura legítima, fácil de sostener en público”.
La izquierda ausente
No puede decirse lo mismo de alguien que se declara de izquierda. En las zonas rurales del Grand Est corre el riesgo de “provocar críticas y burlas sobre una presunta holgazanería o ingenuidad”. Prácticamente ausente de estas zonas, sobre todo a causa de las dinámicas territoriales que empujan a los universitarios hacia las grandes ciudades, la izquierda se equipara a la élite local o a los charlatanes parisinos. Gente que vive cómodamente, pero que se permite “dar lecciones”, en una mezcla de hipocresía y prepotencia. Profesores, universitarios, artistas y periodistas están especialmente en el punto de mira, al igual que los trabajadores de las comunidades locales y los directivos de los servicios públicos. En otras palabras, la pequeña élite universitaria que encarna el saber a diario.
Sun Tzu lo teorizó en El arte de la guerra: para ganar una batalla, hay que conocer al adversario, pero también hay que conocerse a uno mismo. Así que sólo podemos esperar que haya la misma cantidad de libros sobre la izquierda, sus líderes, sus militantes y sus votantes para entender cómo ha conseguido perder el contacto con las clases trabajadoras hasta tal punto.
Benoît Bréville, director de Le Monde diplomatique (París). Traducción: Emilia Fernández Tasende.
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Jimmy Grimault, Tristan Haute, Leny Patinaux y Pierre Wadlow, “Les voix du vent. Développement éolien et vote aux élections régionales dans les Hauts-de-France”, Mouvements, París, Vol. 118, N° 3, 2024. ↩
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Lorenzo Barrault-Stella y Clémentine Berjaud, “Quand des minorités ethno-raciales des milieux populaires soutiennent le Front national”, en Safia Dahani, Estelle Delaine, Félicien Faury y Guillaume Letourneur, Sociologie politique du Rassemblement national Enquêtes de terrain, Presses universitaires de Septentrion, Villeneuve d’Asq, 2023. ↩
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Vincent Tiberj, La Droitisation française. Mythe et réalités, PUF, París, 2024. ↩
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Luc Rouban, La vrai victoire du RN, Presses de Sciences Po, 2022 y Les Ressorts cachés du vote RN, Presses de Sciences Po, 2024. ↩
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Matt Grossmann y David A. Hopkins, Polarized by Degres. How the Diploma Divide and the Culture War Transformed American Politics, Cambridge University Press, 2024. ↩
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Félicien Faury, Des électeurs ordinaires. Enquête sur la normalisation de l’extrême droite, Seuil, París, 2024. ↩
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Clara Deville, L’État social à distance. Dématérialisation et accès aux droits des classes populaires rurales, Éditions du Croquant, Vulaines-sur-Seine, 2023. ↩
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Benoît Coquard, Ceux qui restent. Faire sa vie dans les campagnes en déclin, La Découverte, París, 2019. ↩